Allá en Barracas al sur, donde dicen los que saben,
que hasta el cielo es más azul, nadie  gasta más tamango,
que un pibe fuera de serie, que aprende a bailar el Tango.
De allí surgió El Cachafaz. Como él, pocos se vieron.
Ovidio José Bianquet, en la leyenda tanguera,
dejó una  estela señera, pa´que todos sepan de él.
Peinadito a la gomina, el pelo bien estirado,
en sus rasgos aindiados, hizo estragos la viruela
Proverbial su andar felino, su distinción  natural.
 entre cortes y quebradas, siempre esmerado en crear.
Las mujeres que bailaron al ritmo del Cachafaz,
testimonian su elegancia, la gracia de su compás,
la gentil delicadeza de su forma de danzar,
con esa prestancia innata que hizo al tango, universal.
Llevó su arte a EEUU, también a la vieja Europa.
Vuelve, abre su academia y aquí comienza a enseñar
a la rancia aristocracia que se pianta por bailar.
El tango, nacido reo, arrabalero y llorón
y este maestro, con cancha, de lo soez, lo apartó
El Cachafaz se rodea de amigos y seguidores
En Talcahuano y Corrientes, hay un café y es frecuente,
encontrarlo acompañado, por otro, muy admirado
 y conocido por todos, el Mudo, El Zorzal criollo,
 el de sonrisa amplia  y cordial que rasguea su encordada.
Melodía y sentimiento,  con pinta de ganador
nos retrotrae al ayer,  donde junto al Cachafaz, que ensaya
su nuevo corte, se esparce de sur a norte, la voz de Carlos Gardel