Momentos de gloria-8 (Sólo para futboleros y futboleras) Diario
Publicado en Dec 06, 2010
En los campos del Parque de La Carolina de Quito jugué algunos partidos, más o menos trascendentales pero de poca importancia la mayoría de ellos; salvo tres que paso a comentar. El primero de ellos es cuando le demostré a Pepe Colombia cómo un futbolista que se precie de serlo sabe aguantar hasta el final un partido aunque se pierda y no como él que cuando vio que el resultado era adverso (me parece que al final empatamos o casi empatamos) se largó a otro campo adyacente y me pidió que le siguiera. No. No le seguí. Estuve jugando el mismo partido hasta el final para demostrarle lo que es un deportista (en este caso futbolista) que sabe estar a "las buenas" o "a las malas" y, desde luego, también para demostrarle que él no era ningún ídolo mío a quien seguir con los ojos cerrados. Es más, cuando él se largó a jugar con otros, comencé a ligar mejores jugadas con mis compañeros. Insisto en que no sé si logramos empatar al final pero la cuestión no era ganar, empatar o perder, sino demostrar personalidad y categoría humana como para aguantar cualquier circunstancia adversa. Y, por otro lado, creo que Pepe Colombia se enfadó porque no le pasaba simepre el balón a él. ¿Pasar el balón a un egoista individualista?. No. Siempre tengo por costumbre dar el pase al compañero que creo que está en mejores condiciones para aprovecharlo. Y no porque a él le llamaran ingeniero algunos de los que jugaban por allí me iba a someter a sus capricchos infantiloides.
El segundo partido que tampoco olvidaré fue uno en que jugaba con la Comunidad Cristiana de Quito contra otros que también eran cristianos o por lo menos había cristianos en sus filas. Aquel día invité a jugar a mi amigo y colega periodístico Fausto Zambrano Zúñiga "FAUZZ". Hicimos un partido memorable y los dos, desde el centro de campo, realizamos maniobras tan sorprendentes y bien ligadas que parecíamos toreros en pleno éxito de fiesta. Me acuerdo que hasta me permití dar un fabuloso pase de tacón en medio campo hacia un compañero de equipo y marcar un gol de cabeza que venía rebotado del larguero de la portería rival. Aquel día también Fausto realizó maniobras excelentes y volvimos a demostrar que cuando hay clase, técnica y pundonor es fácil alcanzar la gloria futbolera. Pero el mejor recuerdo del Parque de La Carolina (en el próximo texto hablaré del Parque de la Mujer) fueron tres partidazos que realizamos contra unos futbolistas procedentes de Guayaquil. La apuesta estaba echada. Los que peridiesen tenían que pagar a los que ganasen. Yo me coloqué en mi puesto natural de 8 y fueron tres victorias inapelables (3-0, 3-0 y 3-0 a nuestro favor). En el primer partido hasta logré el 2-0 curzando un balón que no dejé caer al suelo, desde el extremo derecho hacia el palo contrario que entró como una exhalación. Fue de esos goles que se llaman de volea (como los que metía a veces Hugo Sánzhez en el Real Madrid o el mismo Michel del Real Madrid también). El partido acabó, como dije, ganando nosotros 3-0 aunque vino Pavel intentando desbaratarlo todo. Esta vez no le hide ni caso y seguí jugando como había aprendido en España. El equipo rival no pagó diciendo que el campo estaba "gafado" y nos pideron la revancha en otro campo adyacente. ¡Volvimos a ganar por 3-0 y yo segui jugando como en mis mejores tiempos de España. Volvieron a decir que no estaban de acuerdo con el campo y pidieron un tercer partido pero ya en un campo más grande y con más jugadores sobre el terreno. Pasó lo mismo de lo mismo. Pero sucedió una anécdota que quedó grabada en mi memora. Íbamos ganando por 2-0 cuando de pronto se hizo de noche y no había luz eléctrica. No se veía practicamente nada y aquello parecía eternizarse... pero me encontré con un balón de esos que llaman "dividido" en el centro del campo. Aunque no veía casi nada, lo controlé y me lancé al ataque superando a varios defensas. Me quedé solo ante el portero rival. Yo no veía casi nada, insisto, pero intuí el hueco que había entre el arquero rival y su lado izquierdo y con la derecha marqué el 3-0 definitivo pasando la pelota colocadísima junto al poste. Mi cuñado Diego, que había hecho también tres partidazos, sólo exclamó ¡¡¡Golazo!!!... y un espectador dijo... ¡y eso que no ve casi nada!. En fin, tres recuerdos más de tres momentos de gloria como futbolista en Ecuador. Al final los guayaquileños tuvieron que pagarnos las apuestas.
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