He visto Llorar a un niño...El divorsio no debía existir
Publicado en Dec 16, 2010
HE VISTO LLORAR A UN NIÑO
A Carlos Manuel Conocí a Carlos Manuel en un momento muy difícil de su vida, entonces él tenía doce años que le quedarán grabados en su mente y en su corazón. Carlitos era flaco y espigado, tenía dientes de conejo, un mechón de pelo negro que rebeldemente le cubría casi toda su frente, unos lentes que lo señalaban como miope empedernido y sus piernitas encostradas por las andanzas infantiles y traviesas de la niñez. Carlitos, hoy quiero hablar contigo, porque tú eres una de esas heridas que uno se encuentra por la vida, una espina que se clavó en mi corazón. Tu dolor lo hice mío, pero sé que era tuyo. Eres fruto de un dolor... ¡qué duele! Aquella mañana viniste a mi acompañado de tu padre, ese día hacia frío, ¿te acuerdas? Me saludaste como a un viejo amigo y me llamaste por mi nombre, yo no sabía el tuyo, es más... nunca te había visto. ¡Qué sonrisa tan bella me regalaste con tus dientes desordenados y saltones! Tu padre me trajo su gran preocupación: separarse de tu madre. Mientras yo hablaba con él, recuerdo que tú estabas en la recepción esperando pacientemente como solamente los niños y los sabios saben esperar. Mientras tanto, tu padre y yo charlábamos "cosas de adultos", si, conversábamos de su divorcio inminente y de con quién te quedarías tú, con él o con ella, con tu papá o con tu mamá. Después me tocó escucharte, verte y sentirte. Carlitos, te juro que no encontraba qué decirte, tu solvencia moral y espiritual me achicaron. ¡Qué alma tan grande tenías en ese cuerpo tan chico!, ¿qué bálsamo utilizar para aliviar tu pena? Los libros de orientación infantil que había leído me abandonaron, y Jean Piaget con su desarrollo de la inteligencia infantil estaba muy lejos, y además muerto. Pero tu dolor estaba ahí, muy cerca y tremendamente al rojo vivo. No era cuestión de hilvanar algunas ideas para formar unas cuantas palabras huecas, juntarlas y depositarlas en tu mente... ¡no querías eso!, así me lo gritabas desde el fondo de tu alma. Tu drama iba más allá: te estabas quedando sin tus padres, ya no los ibas a tener juntos sino papá por un lado y mamá por otro. No te sentía para discursos y no estabas para que te dieran recomendaciones, el asunto era juntar dos corazones en una misma herida. Intenté ordenar tu mechón de pelo en su lugar, pero volvió a tu frente con terquedad. Todavía te recuerdo: ¡qué mirada de impotencia, de dolor y de rabia! Apretabas los labios y mirabas al techo sumido en un gran e incómodo silencio. Eras un manojo de sentimientos. _ ¿Quieres decirme algo?_ te pregunté, ¿recuerdas? _ Nada _ me respondiste. ¡Cuánta vida escuché en ese "nada"!, porque cuando hay resentimientos en una mezcla de amor la nada lo es todo. Te sentí con rabia porque tus padres se estaban divorciando, y la rabia es como mezclar el día con la noche, la tristeza con la alegría, lo dulce con lo amorgo, un irse con un quedarse con una gran impotencia en medio. Te echaste a llorar, ¡Dios, cuánto llanto! Ahí comprendí el significado de tu "nada". No sé si comprendiste mi silencio, no lo sé; no hallaba qué decirte porque quería llorar contigo, no me salían palabras; cuando se sufre no se habla, es mejor callar y seguir derramando lágrimas. Ignoro si entendiste que la "nada", el silencio y las lágrimas son iguales cuando están cargados de vida. _ Padre _ me dijiste sollozando rompiendo el silencio _ no quiero que mis padres se divorcien, ¡haga algo, usted es amigo de mi papá! Carlitos, ¿qué me pedías?; ahí, ni Dios podía hacer nada porque el hombre es libre, ¡¿qué puede hacer el agua cuando la semilla está muerta?! Y tú llorabas incansablemente, yo quería hacerlo contigo pero los libros fríos de psicología, filosofía y teología, como cualquier ciencia, me han prohibido llorar, sentir y amar abiertamente. Tu padre, en la recepción, esperaba una respuesta: ¿con quién te quedarías tú?, ¿con él o con tu madre? Tu papá ya sabía que una parte de la casa le tocaría a él y la otra era para tu mamá, los dos carros serían divididos equitativamente, las cuentas bancarias habían sido fraccionadas en justos porcentajes y todas las demás propiedades del divorcio ya tenían su pedazo destinado. Carlitos, solamente faltaba tu porción, tus padres no se habían puesto a pensar que tú no tienes mitad, que tú corazón está entero para amar, para reír y para sufrir. Tu dolor era todo tuyo, sin mitades. Todavía tuve la desfachatez de preguntarte: ¿Carlitos, con quién quieres quedarte? _ Yo no me voy a quedar con ninguno de los dos _ me dijiste en una enseñanza que nunca olvidaré. _ ¿Por qué? _ te pregunté esperando que me dijeras "no sé", pero tu respuesta me apabulló. _ porque si me quedo con mi mamá va a sufrir mi papá y si me quedo con mi papá va a sufrir mi mamá. ¡Yo no quiero que ninguno de los dos sufra! _ espetaste y continuaste llorando. _ ¿Y qué vas a hacer? _ en este momento me puse a tu altura, pues unos momentos antes creí que estaba por encima de ti. _ Me voy a vivir solo _ respondiste en tu inocencia. "Me voy a vivir solo", esto te escuché porque fue lo que me dijiste. Me di cuenta de que ya estabas solo, sí, solo con tu soledad, con tu angustia y con tu llanto. Tu padre me había dicho que tú no dabas cuenta de todo lo que significaba un divorcio, que no te iba a afectar mucho y que te la pasabas jugando. Con tu actitud me ensañaste que quienes no estaban conscientes eran tus padres, porque mientras tu papá y tu mamá se divorciaban, tú sufrías. Tus padres nunca te vieron llorar como yo lo hice, y me prohibiste que se los dijera. Cuando tu papá se acercó a nuestra conversación te observé, y noté que te limpiaste las lágrimas con tus manos para que él no supiera que estabas llorando, porque tú no querías que tu padre sufriera. Lo sé, me lo dijiste. Aquella mañana fría nos despedimos. Apenas salimos de la entrevista sonreíste a tu padre y a mí como si nada hubiera pasado. Carlitos, después de que partiste te pensé mucho, te amé y te lloré. Nunca lo supiste porque yo tampoco quería que sufrieras más. Perdóname, pero no pude hacer nada para evitar que tus padres se divorciaran. Pero, te aseguro, lo intenté. ¡Cómo quise tener una varita mágica y depositar una semilla de amor en el corazón de tus padres! A ti y a tus padres los encomendé mucho a Dios. Yo sé que tú también hablaste con Él para que hiciera algo... ¿Qué puede hacer el agua cuando la semilla está muerta? Carlitos, por tu abuela me enteré de que tus padres te habían dividido como a un mueble más, quizá ellos nunca pensaron que las cosas no lloran, ni sienten, ni tienen padres, pero los niños sí. Estoy seguro de que no se detuvieron en esto. Yo sé que estás con uno de tus papás, pero no vives plenamente con ninguno, te fuiste a vivir solo con uno de tus padres. He visto llorar a un niño aunque hubiera querido verlo gritar siempre de contento. ¡Dios, que sonrían todos los niños del mundo!
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Ana Maria
¡Dios bendiga al mundo entero!