MUERTE Y VICTORIA.
Publicado en Dec 21, 2010
La confrontación final entre Alejandro Requena y yo nos había llevado a aquel momento. Frente a frente, nos miramos los rostros, nuestros cuerpos transpiraban. Sobre nuestras cabezas, un letrero anunciaba "SALIDA".
-¡A ver si muy cabrón!-. Grité apretando los puños en dirección a Alejandro. Él se limitó a mirarme con desprecio, como diciendo "Estás derrotado". Me lancé en contra de Alejandro y traté de asestarle un golpe en la cara, pero él rápidamente lo esquivó, me rodeó el cuello con una mano y con la otra tomó uno de mis brazos, torciéndolo. La pelea había terminado antes de iniciar. Requena me tiró al suelo y golpeó mi rostro con tal fuerza, que dos de mis dientes salieron volando por los aires. Sentí mucho dolor, pero contuve las lágrimas. -¡Ya, ya, ya, déjame hijo de puta!-. Aullé mientras Requena se posaba sobre mi cuerpo, victorioso. ¿Recuerdan el letrero de "SALIDA" que mencioné? Estábamos en una estación del metro. Luego de que Alejandro se levantara del suelo y me ayudara a hacerlo a mí, pude verlo: había personas presenciando la madriza de mi vida, más de veinte, reunidos allí, alrededor de nosotros. Primero, pensé en retirarme, en huir lo más rápido posible de allí, despavorido, sangrante y con dos dientes menos. No sé que fue lo que me impulsó a regresar donde Alejandro Requena yacía esperando tranquilamente el metro. En un principio, yo lo atribuí a la gente que alrededor mío vociferaba "Que putiza le han dado"; luego comprendí (demasiado tarde) que me había dado un ataque de ira que deseaba descargar contra Requena y en ese momento, mientras esperaba el próximo metro, parecía demasiado sencillo para dejarlo pasar. Dí media vuelta y corrí hacia donde mi enemigo público se encontraba. Cada paso me acercaba más a la espalda de Requena, sólo necesitaba un empujón y caería a las vías del metro. Cerré los ojos y el sabor de mi sangre cobró un nuevo significado: victoria absoluta. Ahora, estoy muerto. Se preguntarán cómo pasó eso. Pues bien, en el último momento, cuando ya estaba a punto de tocar a Alejandro por la espalda, él se hizo a un lado y yo, cegado por la ilusión de victoria, caí a las vías, me rompí la nariz, crujieron mis huesos y me desmayé. Lo último que pude sentir fue un chorro caliente brotándome de la frente; lo último que escuché fue el pitido producido por el metro que se acercaba a mi cuerpo, cada vez más y más...hasta darme alcance.
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