La Red: Captulo 3 (Novela).
Publicado en Dec 23, 2010
El Hotel Las Estrellas, ubicado en la zona más lujosa de la ciudad de Miami era, realmente, espectacular. Los automóviles del aparcamiento daban a entender que allí sólo residía la clase más alta de la sociedad internacional. Charlie quedó totalmente anodadado cuando, junto con su amigo, descendió del taxi.
- Juan... ¡esto ya es demasiado!. - Limítate a callar, Charlie. Debemos aparentar que estamos acostumbrados a estos tipos de ambientes. Rápidamente un empleado del hotel salió a recibirles. - ¿Quién de ustedes es Charlie Johnson?, - Yo -respondió el pelirrojo. - ¿Y usted es su compañero?. - Creo que sí. El empleado se quedó mirando extrañamente a aquel curioso joven somnoliento que parecía tomar a chirigota la situación, pero no dijo nada y les condujo al mostrador de Recepción. Juan pudo descubrir que varios periodistas de un canal televisivo estaban preparando una especie de entrevista a un personaje que, por su parte, semejaba a un verdadero aristócrata. Se acercó el gerente general a los dos periodistas y les tendió la mano. - Encantado de conocerles. Estábamos esperándoles con gran interés. Ambos amigos cruzaron una mirada de sorpresa, pero Juan le hizo un guiño para que no diese la impresión de ser un novato en aquel mundo. - No tenemos por qué inscribirles en el Libro de Registros. Aquí está la llave de su habitación. Es doble. Está situada en el tercer piso. La número 321. Si necesitan algo no tienen nada más que hacérmelo saber. Un conserje ya canoso estaba demasiado cerca de ellos. - ¡Usted! - gritó el gerente- ¿No tiene nada más importante que hacer?. - Perdón, míster. Es que me pareció reconocer a estos dos señoritos como artistas femeninos del celuloide. - ¿Qué dice este maricón? -dijo en voz baja Charlie a Juan. - Debe ser que ha visto muchas películas -constestó el somnoliento. - ¡Vamos a la habitación, colega!. ¡Tenemos de qué hablar!. - Ves tú. Yo necesito investigar otro asunto. - ¿Ya estás otra vez con tus locuras?. - Hazma caso. Luego te comento. Ves ordenando tus notas sobre las Islas Caimán. - Son sólo unos pocos datos nada más. - Pues entonces piensa en algo intelectual mientras subo yo. Por ejemplo en la morena del avión. Una vez solo, Juan hizo como que estaba interesado en comprar algo para leer y se introdujo en el local de prensa sin dejar de observar lo que sucedía con los periodistas televisivos que iban ya a comenzar la entrevista con el aristócrata. Desde el interior del local, mientras ojeaba algunos periódicos y revistas, pudo observar que el conserje canoso también merodeaba entre el grupo de los periodistas de la televisión. - Curioso... ese conserje parece que no tiene otro trabajo sino andar dando vueltas por aquí. Revolotea como un mariposón. Sintió una mano sobre su hombro. Giró sobre sí mismo y una linda señorita de etnia negra le sonrió abiertamente. - Perdón, caballero. ¿Desea que le ayude?. Juan empezó a comprender que ella intentaba decirle algo. - ¿Le interesa algún tipo de ropa original?. ¡Hay aquí una boutique especializada en Oscar de la Renta! - la linda negrita había remarcado, con mucho énfasis, la palabra Oscar y Juan supo interpretar que aquel nombre significaba una clave. - Gracias por su aviso, señorita. Lo tendré muy en cuenta. ¿Puedo saber cuál es su nombre?. - Desde luego que sí. Me llamo Mónica. Mónica Clinton. Y espero volver a encontrarnos. - El mundo es más pequeño de lo que creemos. Supongo que no será muy difícil volver a verla. Ella se despidió dándole un beso en la cara y despareció por los corredores del hotel. Juan comenzó a meditar. - ¿Oscar?. ¿Quién será Oscar?. ¿De los buenos o de los malos?. De momento lo que me interesa es saber si saco algo positivo de la entrevista televisiva. Y sobre todo no perder de vista a ese canoso que no hace más que andar de un lado para otro moviendo el trasero como una señorona. Charlie había llegado ya a la habitación 321 y nada más entrar su equipaje y el de su compañero, se desplomó sobre un cómodo sofá no sin antes haber encendido el televisor. - Como esto siga así yo no llego a los cuarenta. Y quedó dormitando profundamente. Hábilmente, Juan se situó cerca del conserje canoso que, sin haberse dado cuenta de la presencia del periodista español, estaba dando extrañas señales con sus manos a una camarera que paseaba continuamente de un lado para otro. Intentaba el joven somnoliento descifrar todo aquel concierto de signos extraños... pero lo único que sacó en claro es que el canoso y la camarera se conocían demasiado bien. Ella se dirigió discretamente hacia las escaleras que conducía a las habitaciones de los pisos superiores. - ¡Charlie! -meditó Juan- ¡Debo avisarle urgentemente!. Y se encaminò rápidamente hacia el mostrador de Recepción. - ¿Podría utilizar un momento el teléfono?. - ¿Es para una llamada al exterior?. - No. Es para un amigo que está alojado aquí. - Si me dice el número de habitación le pongo en contacto inmediatamente. - 321. Es muy urgente. El teléfono de la habitación 321 sonó repentinamente y Charlie resopló sobresaltado. - ¿Qué pasa?. ¿Qué es esto?. ¡El teléfono!. Descolgó el auricular. - ¿Quién es?. Juan hablaba en voz muy baja. - Charlie... ten mucho cuidado. O mucho me equivoco o de un momento a otro vas a recibir la visita de una espléndida camarera. No seas estúpido. Procura no hacer tonterías. Es una trampa. - ¿Cómo sabes tú eso?. - Te dije que luego hablaríamos. No te metas en líos de faldas y despáchala inmediatamente. En realidad no sé exactamente lo que es, pero en estos casos los mejor es sacudirse los problemas de encima... ¿no crees?. - Bien. De acuerdo. No caeré en la trampa si es que es una trampa... pero como luego me entere de que he perdido una gran oportunidad te corro a gorrazos por toda la ciudad de Miami. - El riesgo es el riesgo. Si tengo que pagar ese precio lo haré con mucho gusto -y Juan colgó inmediatamente. Comenzaba en esos momentos la entrevista. El conserje canoso despareció de la escena y se perdió por los pasillos. - Estimados televidentes del canal CNN... está con nosotros el famoso aristócrata Pericles Pendepandreos que, de visita en nuestra ciudad, ha tenido la amabilidad de aceptar voluntariamente nuestra invitación para que explique cual es el mejor método de tratar a las damas. Por su larga trayectoria como Príncipe de la Cortesía sabemos que sus explicaciones serán de gran ayuda para muchos de ustedes. Señor Pericles... ¿cómo desea que efectuemos la entrevista?. - Es mejor que sea muy corta y por eso prefiero que no me hagan ningún tipo de preguntas. Digamos que voy a ofrecerles una pequeña charla. La espléndida camarera golpeó en la puerta de la habitación 321 y Charlie saltó de su asiento. - ¡Ya está aquí!. ¡Veremos cómo la toreo!. Al abrir, sus ojos tropezaron con una hermosa caribeña que movía ligeramente sus labios. - Hola. Sólo venía para saber cómo se encuentra entre nosotros. - ¡Pase, señorita!. No se puede quedar ahí que se va a resfriar involuntariamente. Charlie no pudo observar la feliz expresión de la caribeña que se dirigió rápidamente al centro de la sala y se sentó, sin ninguna clase de permiso, ante la redonda mesa de madera de caoba abreviando, así, ligeramente su trabajo. Charlie no desaprovechó la oportunidad y se sentó junto a ella. El aristócrata comenzaba su breve discurso. - Para saber cómo tratar a una dama lo primero que debemos preguntarnos es ¿qué es una mujer?. Si conocemos lo suficiente sobre ellas estamos preparados para cualquier tipo de circunstancias porque hemnos de considerar que muchas veces necesitan de nosotros no como amantes sino como verdaderos caballeros. Normalmente hay muchos hombres que confunden ambas cosas. Precicles Pendepandreos bebió un corto trago de su vaso de agua mineral y fijó sus ojos en el joven somnoliento, - Para aquellos que saben qué es lo que estoy diciendo tengo que advertirles que, en muchas ocasiones, acuden a nosotros buscando ayuda desesperada. ¿Qué tipo de ayuda?. La misma que un ser atormentado busca cuando se dirige a Dios. Es necesario entonces saber escucharla con mucha atención, comprender todos los significados de sus palabras y poderlas consolar. Aqui hay también muchos que confunden consuelo con concupiscencia. Gravísimo error que sólo conduce a aumentar su tragedia. - ¿Quién es ese tipo tan interesante? -dijo la espléndida caribeña a Charlie mientras señalaba la pantalla del televisor. Charlie desvió su mirada hacia el televisor y la muchacha fue rápida y diligente al colocar el pequeñísimo micrófono bajo el tablero de la mesa de madera de caoba. Mientras tanto el norteamericano se esforzaba en reconocer al aristócrata. - Me parece que le he visto en alguna parte. Ella intentaba, mientras tanto, asegurarse de que el micrófono quedaba perfectamente asegurado como para que no se desprendiese. - ¿No crees que es demasiado atractivo?. Charlie se encogió de hombros y volvió a mirarla a ella en el mismo instante en que la operación había sido terminada. Pericles Pendepandreos terminaba su corta charla. - Sé que he sido muy breve pero mis palabras sólo han sido dirigidas para aquellos que son verdaderos expertos en este difícil arte de las damas. Reconozco que son muy pocos; porque no es lo mismo tener experiencia que haber aprendido lo suficiente. La experiencia no es nada. El aprendizaje lo es todo. Que tengan ustedes muy buenas tardes. - Oye, pelirrojo... ya veo que estás muy feliz entre nosotros pero yo tengo que reintegrarme a mis obligaciones. Adiós. Que pases una feliz noche soñando con angelitos dulces. - Pero... Ella no le dio tiempo a reaccionar y salió rápidamente de la habitación. - Está visto que cuanto más bonitas son más irracionalmente se comportan. En fin, volveremos a la tarea.... Charlie inició su enésima lectura de los escasos datos que poseía sobre las Islas Caimán mientras Mónica Clinton se acercaba al distraído somnoliento en el hall del Hotel Las Estrellas. - ¡Hola, Juan!. - Esto... ¡Hola, Mónica!... ¿pero cómo sabes mi nombre?. - No importa. Soy amiga verdadera. Toma esta revista. Es muy interesante. Juan la cogió sin darle mayor importancia y siguió hablando con ella. - Sabía que nos íbamos a volver a encontrar pero nunca imaginé que fuese tan pronto. - No será la última vez... mas te recomiendo que observes detenidamente la portada de "La Onda" y algunos de sus contenidos. Mónica Clinton se despidió del desconcertado periodista español que, una vez recuperado de la sorpresa, se sentó frente a una mesa del hall para concentrarse en la revista que resultó ser una publicación exclusivamente especializada en temas musicales de actualidad internacional. El titular más destacable de la portada decía "Los ángeles del rostro juvenil". Y tenía impreso, como fotografía central, la de una famosa cantante de última moda. - Pues parece interesante... -musitó para sí mismo Juan- de todas formas la ojearé esta noche. Charlie ya debe estar muy preocupado. Al pasar por Recepción fue interceptado por el gerente general. - ¡Caballero!. ¡Tengo una carta para usted!. - Gracias. Muy amable. Juan comenzó a pensar que aquello ya era demasiado sorprendente. No podía comprender que siendo un personaje de incógnito hubiese tantas personas que le conocían sin equivocarse lo más mínimo. Regresó hacia la mesa del hall y contempló el sobre una vez sentado, de nuevo, frente a ella. - No tiene ningún matasellos ni señal que indique que provenga de algún lugar y está demasiado limpia como para haber llegado desde alguna parte ajena a este Hotel. Observó la parte correspondiente al remitente. - P.P. Comprendo. Es del aristócrata. La abrió muy interesado. Era muy escueto lo cual, al parecer, debía ser algo que gustaba mucho al señor Pericles. - Esta noche, a las diez exactamente, recibirás la visita de Vera. Espero que sepáis tratarla adecuadamente. Confiamos mucho en ti pero, por favor, sujeta los instintos de tu compañero. Es un asunto demasiado serio. La muchacha está en grave peligro de muerte. Nada de bromas. Si va allí es porque tenemos que desviar la atención de gente muy peligrosa. Simplemente antes de recibirla debo decirte que es la misma persona de la portada de "La Magia del Cine". Si te interesa Tatiana evita por todos los medios que alguien más os escuche, porque en caso contrario podrías perderla para siempre. Destruye totalmente este mensaje. Suerte. Juan se pasó la mano por la frente porque el sudor le corría abundantemente. - Esto es más difícil que "Misión Imposible". Como Charlie meta la pata le pego cuatro tiros. Rompió la carta en cuatro pedazos y los guardó en un bolsillo de su americana. Después se dirigió tranquilamente hacia la escalera y, una vez comprobado que nadie le observaba, subió a toda prisa hasta el piso donde se encontaba la habitación 321. Charlie había encendido el hilo musical y tarareaba la canción que sonaba mientras se afanaba por encontrar, entre los escaso datos de las Islas Caimán, algo que pudiese ser interesante para un asunto del cual ni él ni su compañero tenían la más remota idea. - Me parece que cien mil dólares están empezando a ser insuficientes para soportar todo este rompecabezas. Si no fuese porque he dado mi palabra, ahora mismo cogía el tren para mi pueblo. Y comenzó a soñar con las plácidas tardes de su infancia, cuando atrapaba renacuajos en el río de la pequeña aldea donde había nacido... Juan golpeó ligeramente la puerta de la habitaciñon 321 y Charlie se dirigió rápidamente a abrirla. - ¿Por qué siempre tardas tanto, colega?. - ¿Qué sucedió con la camarera?. - Nada. La despaché inmediatamente. - ¿Entró en algún momento a la sala?. - ¿Crees que yo cometería una estupidez de ese calibre?. ¡No permití ni que tuviese ocasión de echar una mirada!. Juan le dio la mano a su compañero de oficio. - ¡Muy bien, Charlie!. ¡Veo que aprendes a marchas aceleradas!. Charlie bajó ligeramente la cabeza como mirándose la punta de sus zapatos. - ¡Lindos zapatos, pelirrojo!. Y ambos, riendo a carcajadas, comenzaro a intercambiar los datos que habían obtenido en sus respectivas investigaciones. Ene sos momentos sonó el teléfono y el norteamericano se abalanzó sobre él. - ¿Aló?. Era la voz muy femenina y dulce de una señorita. - Por favor, caballero... ¿es ahí el Motel La Gloria?. - Se confundió usted, señorita... Rápidamente ella cortó la comunicación. - ¿Quién era, Charlie?. - Alguna chiflada que ha confundio un hotel lujoso con algún cuchitril de carretera polvorienta. - ¿Por quién preguntaba?. - Por un motelucho que me parece que se llama La Gloria. Juan dio un salto sobre su silla y se puso de pie. - ¡Trae acá inmediatamente tus notas y toma las mías!. ¡Vete estudiándolas muy despacio!. ¡Yo me voy a comprar tabaco!. - ¡Oye, caradura!. ¡No me dejes otra vez solo!. - Te repito que esa es tu labor. En la soledad es donde mejor se aprende a investigar. Y Juan salió disparado como una flecha sin darle tiempo a su compañero para seguir protestando. Charlie se derrumbó de nuevo sobre el sofá e inmediatamente recordó la tarjeta de visita de la morena del avión. La sacó del bolsillo superior de su americana. - ¡Si crees que yo voy a quedarme contando ovejitas hasta quedarme dormido como un bebé mientras tú te diviertes de lo lindo con alguna amigovia estás muy equivocado, colega!. Se acerco al teléfono y marcó el número de la centralita. - ¡Por favor, señorita!. ¡Necesito llamar al teléfono 536-421!. ¡Dese prisa que no tengo mucho tiempo que perder!. El taxi llegó, velozmente, al Motel La Gloria que, efectivamente, se encontraba situado en una de las callejuelas más oscuras de los extrarradios más humildes de la ciudad. - ¿Sabe usted dónde ha venido, forastero? -le dijo el taxista al joven somnoliento. - Casi siemrpe sé dónde me dirijo. El taxista miró por el retrovisor a aquel joven impertinente y se limitó a encogerse de hombros mientras recibía el importe del recorrido. - ¡Quédese con el resto, amigo! -y Juan entró como una bala al Motel con una caja de bombones en la mano izquierda. - ¡Oiga!. ¿Dónde va tan deprisa?. Juan sacó un billete de los grandes y lo entregó sin decir nada. Después comenzó a subir las escaleras de dos en dos peldaños. El otro comprobó la validez del billete, se rascó la cabeza y lo guardó inmediatamente haciendo como si no hubiese sucedido nada. Abrió de nuevo la revista que tenía sobre el mostrador y siguió haciendo como que leía atentamente. Un personaje patibulario salía en esos momentos. - ¡Hasta otra!. El del mostrador hizo un gesto con la mano que más que un saludo parecía un manotazo para espantar a una imaginaria mosca. Mientras tanto Charlie bajaba de otro taxi que lo había conducido a un espléndido chalet de la zona más "chic" de la misma ciudad. - ¡Esto sí que es la gloria! -pensó en voz alta mientras hacía sonar el timbre de la verja metálica. Salió a abrirle un guardia de seguridad con un uniforme muy elegante. - ¿Qué desea, caballero?. - Tengo una cita con la señorita Pamela Anderson. El guardian miró varias veces, de arriba a abajo, a aquel larguirucho pelirrojo. - ¿De qué conoce usted a Pamela?. - Asuntos muy importantes. - ¿Qué clase de asuntos?. Charlie no encontraba una respuesta convincente pero se le encendieron las luces. - ¡Tengo que entregarle un collar de perlas!. Mas el guardia de seguridad seguía sin confiarse del todo. - ¿De parte de usted o de otra persona?. Inmediatamente Charlie tuvo que improvisar nuevamente. Había visto por el televisor de la habitación 321 del Hotel Las Estrellas buena parte de la charla del aristócrata Pericles Pendepandreos. - Me envía el señor Pericles Pendepandreos. El guardia de seguridad abrió la verja y cacheó al norteamericano. - ¿Qué ha pensado usted de mí? -protestó Charlie. - En esta ciudad uno no se puede fiar ni de su propia sombra. ¿Y el collar?. - Es necesario que nadie sepa dónde se encuentra en estos momentos. Son órdenes del señor Pericles. Lo único que tengo que hacer es darle la información a la señorita Pamela. - ¿Y por qué no me da dicha información a mí?. - ¿Cree que está usted hablando con un bobo?. El guardia de suguridad le hizo señas de que esperara unos segundos y llamó por el teléfono celular a Pamela. - Está bien. Pase adelante pero no haga demasiado ruido. A aquellas horas del atardecer el aristócrata Pericles Pendepandreos hablaba, en la Suite Imperial del Hotel Las Estrellas, con el informal de los crucigramas del vuelo X-716 que había llegado aquel mismo día al aeropuerto de Miami. - Cuéntame todo, Samuel. - La cosa se complicó a última hora y tuve que utilizar el recurso más drástico. - ¿Qué es lo que sucedió?. - La lagarta logró descubrir demasiada información y no tuve más remedio que abandonar su seguimiento para detener al contracargo. Pericles desvió la cabeza para que el policía no pudiese descubrir su expresión jolgórica. - ¿Cómo que se le escapó la lagarta?. ¿Sabe usted que era importantísimo haberla detenido igualmente?. - Son gajes del oficio, mi capitán. A veces nos tenemos que conformar sólo con parte del pastel. - ¡Está bien, Samuel!. ¡Dime todo lo que sepas!. El policía, con expresión de suma inteligencia, sacó una hoja de su bolsillo trasero y se la entregó al oficial. - ¿Está usted completamente seguro de que dijo bahai?. - ¡Lo sopló todo con suma claridad!. - ¿Dónde está ese tipejo?. - En las dependencias de la comisaría. - Que no lo suelten hasta que hayamos completado la operación y yo me entreviste personalmente con él. - ¿Cuándo comienza la zarabanda, mi capitán?. - Nada de jaranas, Samuel. ¡Tú tendrás que introducirte allí y sacar toda la información que necesitamos!. ¡No tienen que darse cuenta!. - ¿Otra vez yo?. ¿Es que no hay nadie más inteligente en el cuerpo?. Pericles sonrió ligeramente. - Samuel... no eres el más inteligente pero eres el más valeroso de todos mis agentes. El policía hinchó su pecho y pidió permiso para encender un cigarrillo. - Adelante. - ¿Cuándo tengo que meterme en la madriguera?. - Esta misma noche. Tengo entendido que esos tipos se reúnen todos los viernes. - Al menos deme tiempo para despedirme de mi familia. - No es posible. En caso de que mueras te levantaremos una estatua en el centro de la ciudad y pasarás a la posteridad como ejemplo para tus compañeros. - Al menos me quedará el consuelo de entrar en las páginas de la guía telefónica de Miami en su apartado turístico. - ¡Déjate ya de tonterías, Samuel!. ¡Y recuerda que no vas a estar cpompletamente solo!. El ulular de las sirenas de los coches policiales sonaban por varias de las calles adyacentes al Hotel Las Estrellas mientras un canoso mariquita se acercaba al mostrador del aeropuerto con la intención de sacar dos boletos para Los Ángeles. A su lado una espléndida señorita caribeña coqueteaba con todos los sonámbulos sujetos que esperaban la salida de sus respectivos vuelos.
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