LA SOMBRA
Publicado en Dec 24, 2010
Una tarde entre las venas sórdidas de la ciudad, él se sentó fuera de la biblioteca México a mirar el entorno ensuciarse de ozono, bestias de plomo, ratas y publicidad. Las dieciocho horas caían sobre el hastío de la tarde húmeda de lágrimas de nube y algo parecido a un suspiro abandonado flotaba en el reino de las sílfides, mientras filas de transeúntes cabizbajos entraban y salían del lugar de los libros y del lugar de las artesanías. Él rehusaba permitirse la entrada de los recuerdos porque no deseaba invadir de nostalgia el contexto ideal para recibirla a ella, su presente. Sin embargo la vieja reminiscencia venció y los días antaño le envolvieron en tinieblas. La lividez transformó su rostro, ocultó la cabeza en las rodillas, se abrazó las piernas y nadie notó que se hundía en aquel pasado sombrío. Sucedió en las calles del centro histórico parecidas a un carnaval de sonidos, colores, ambrosías de manteca, dulces rancios y ángeles reptando en el fango del erotismo a cambio de monedas. Él miraba absorto las cúpulas de Catedral. Soñaba leyendas de monjes lacerándose en la celda, por amar mujeres con faz de imagen sacra. Atravesó la plaza de la Constitución y al estar frente a las puertas de Catedral pasó sus manos suavemente por la madera labrada. Deseaba tanto absorber la historia, las pasadas vivencias y untárselas en el alma. Un par de ojos obscuros orlados de un par de ojeras grises le apartaron de sus quimeras, tropezaron las miradas y en una nota efímera el órgano de Catedral advirtió una tragedia. Él sonrió y ella respondió con una extraña mueca taciturna. Él mostró hojas vestidas de poesía y ella sus bocetos, fantásticas imágenes a las que llamaban basura. Caminaron hacia Santo Domingo ajenos al peligro que acecha en cada esquina del Distrito Federal. En la fuente de la plaza frente al antiguo Palacio de la Inquisición, solo ellos permanecieron bebiendo el rescoldo de una cerveza y tal vez algún mendigo, una vieja prostituta o un perro, deambulaban frente a ellos. Él habló de brujas, fantasmas, hadas y trasgos, ella prefería los vampiros y demonios pero ninguno cuestionó sobre el pasado ni mencionó el futuro. Ambos pensaron en aquellas oquedades entre cada instante y preferían vivir intensamente el momento ya que podrían desvanecerse en alguno de esos vacíos. Él llegó al hogar cálido y en sus ojos color nuez brillaba un sueño: Su fantasma triste. Ella llegó al hogar donde una mano le oprimía mientras la otra la acariciaba, se miró al espejo y pensó en ese ángel intempestivo. Se miraba a sí misma como la sombra que acompañaría siempre al ángel desde sus pesadillas hasta la realidad, el ensueño y la muerte. Él pernoctaba recolectando gotas de estro, buscaba figuras o leyendas extraordinarias en el corazón lastimado de la ciudad mientras ella se desvanecía en sonidos apenas perceptibles y entes no visibles porque creía en las dimensiones sobrenaturales y los dones extrasensoriales. Él era versos y ella era imágenes. Él invocaba a las musas, que se posesionaban de sus manos y su imaginación haciéndole escribir versos inefables y ella invocaba a los seres que ya no tienen carne, esencias intangibles que se posesionaban de su voluntad, haciéndole desear cada vez con más intensidad, morir. Solo en una amistad extraña y misteriosa, la mirada resultaba más poderosa que cualquier confesión. Hubo días en que ninguno habló, él escribía, ella dibujaba y ambos bebían vinos tintos en vasos de plástico que para ellos era sangre divina en cáliz de oro. Se perdían en el centro histórico, andaban descalzos en el césped de los jardines, corrían atravesando las fuentes de Alameda; aguas de triste color cetrino y aroma fétido; ante la furia de la autoridad, declamaban en público sin que nadie lo solicitara, danzaban en plazas abarrotadas de mercaderes, reposaban sobre las tumbas de algún cementerio o por las tardes; sedentes en cualquier banqueta; debatían acerca de la corrupción en México, la opresión del sistema y ella creía con firmeza en la revolución, arrebatar con las armas lo que era legitimo del pueblo, mientras él tenía fe en la voluntad individual y la sensibilidad pacífica. Finalmente ambos sonreían mirando al cielo, suplicando en silencio a un Dios o a un Lucifer que jamás sus destinos tuviesen que apartarse. Pero ella era ya taciturna aún antes de conocerlo y el pesimismo le alejaba de los motivos que aferran a existir. Él era un destello que a veces iluminaba sus tinieblas, sin embargo ella sabía que no era posible perpetuar la sensación porque no deseaba arrastrarle al abismo. Le llamaban bipolar y la miraban compasivos. Se soñó colgando de un árbol seco, ataviada de terciopelo negro, con el cabello en desorden, ojeras grises, labios morados y los ojos color noche, cerrados. Soñó que la recordaban hermosa y la extrañaban. Se bebió una botella de jerez y pintó, se despidió así de la vida y colgada de la regadera de su baño… Repentinamente él levantó la cabeza. Su rostro perlado de lágrimas era idéntico al de un ángel postrado clamando paz. La Ciudadela lucía solitaria, lóbrega. Una caricia gélida en las manos le hizo estremecer, miró una sombra ocultarse tras de un arbusto. Finalmente llegó su presente, la dama que sonreía y le invitaba a cenar, a bailar, a mirar cintas de amor en cualquier sala de cine, a vivir simplemente ahora que era él quien carecía de motivos que le aferrasen a existir. La sombra cumplió su promesa. Andaba siempre al lado de él llamándole y devastando lentamente su existencia.
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gabriel falconi
me has hecho viajar y volar por el centro historico
cuantos fantasmas deambulan por esas calles!!!
felicitaciones