La Red: Captulo 5 (Novela).
Publicado en Dec 24, 2010
- Juan...
- ¿Qué quieres ahora, Charlie?. - Perdona... - ¿Por qué tengo que perdonarte?. - Porque soy un verdadero desastre como periodista y un inútil como persona. Juan comenzó a sonreír. - Charlie... ¿Qué crees que soy yo?. - Un verdadero maestro para mí. - Escucha, amigo. Como periodista vales mucho. Como persona lo valdrás. - Juan... ¿tú crees en Dios?. - Si no creyese en Dios no estaría en este mundo infernal donde nunca sabes si el bueno es el bueno o el malo es el malo, ¿comprendes, Charlie?. - A veces te comprendo bastante bien. Por eso quiero seguir a tu lado. - Quiero que también comprendas que, hoy por hoy, tú no puedes hablar con Vera. Me gustaría que fueses capaz de entenderlo y deseo, de todo corazón, que estés presente en la charla. Algún día, y no muy lejano ya, sabrás por qué te lo han prohibido. Ese día la confesión de Vera será esencialmente importante para ti y es posible que como persona pases a ser inmediatamente excelente. - No lo entiendo del todo pero confío plenamente en ti, Juan. Desde que trabajamos juntos la vida está cambiando mucho a mi alrededor y espero que, a su vez, yo pueda también cambiar. - No lo dudes, Charlie. Así será. Y el asunto de Vera es clave en este tema. - ¿Vera?. - ¡Viste la portada de "La Magia del Cine"!. - ¿Y eso qué importancia tiene?. -¡Viste la mirada de Vera!. ¡Te fijaste en sus ojos!. - Sigo sin entender... Juan sólo se limitó una vez más a sonreír cuando en ese instante sonó el timbre de la puerta. - ¡Voy! -se lanzó Charlie hacia adelante. Pero Juan le detuvo a tiempo. - ¡Espera, Charlie!. ¡La orden de que no hables con ella y no la toques es totalmente seria!. ¡Y si quieres saberlo te repito que no viene de mi!. Charlie vio, por primera vez en su vida, un furor interior en la mirada de Juan que le impidió enfrentársele. Lo que nunca supuso es que no había sido Juan quien le prohibía tratar con Vera sino alguien que él desConocía. Y se sentó a meditar en el sofá. Al abrir la puerta apareció una Vera aún más hermosa que la fotografiada en la portada de "La Magia del Cine". Juan recordó el aviso de Pericles sobre asegurarse perfectamente de que era la misma. La miró a los ojos directamente y confirmó, efectivamente, que era Vera. - ¿Juan Aranda?. - ¿Vera Ordóñez?. - ¡Eres tú!. - Sí. Ante la indecisión de ella Juan le dio la mano y la hizo pasar. Charlie no comprendía bien del todo. ¿Cómo podría ser que Vera conociese el apellido de Juan cuando él, compañero inseparable durante cinco años en miles de batallas cotidianas, no lo había podido nunca descubrir?. ¿Y qué pasaba con el de ella?. Ni Juan ni él jamás la habían conocido anteriormente. La joven se dirigió, temblorosa, hasta el sofá que estaba libre y se derrumbó sobre él, comenzando a llorar. - Señorita... -intento acercársele Charlie. - Detente, Charlie -habló en voz baja pero convincente Juan- y déjala llorar todo lo que quiera. Es mejor que comience por soltar todas sus emociones a través del llanto. Después le será más fácil hablar porque según me he enterado está envuelta en algún problema de gravísimas consecuencias. ¿Te suena la palabra "mortal"?. - No recuerdo. - En el artículo de Alfred Overbeck apareció esa palabra como final de un contexto que decía así: "Las estrellas cinematográficas están tan lejos de la mayoría de la gente porque la gente desconoce todo sobre sus verdaderas vidas. La felicidad y la tristeza son sentimientos que no escapan a ellas. Algunas sonríen pero otras sufren. Igual, exactamente igual, que cualquier otro mortal". - ¿Es que Vera es estrella cinematográfica?. - Lo fue. Ahora es sólo estrella nada más. - ¿Cómo sabes todo eso?. - Charlie. Los buenos periodistas no cuentan todo lo que saben hasta que nos llega el momento adecuado. Eso es algo que debes aprender. Si las personas fuesen como los buenos periodistas quizás el mundo estaría ya mucho más desarrollado y las estrellas totalmente conquistadas. Pero como no es así por lo menos hasta el momento, ellas siguen siendo misterios para los hombres que no las conocen bien. - ¿Te refieres a las estrellas del cielo o a estas estrellas humanas?. - ¿Qué diferencias hay entre ambas, Charlie?. - ¡Caramba!. Si comienzo a pensar encuentro que las humanas pueden llegar a ser incluso más misteriosas que las del cielo. - Efectivamente, Charlie. Las celestes son siempre de la misma forma. Las estrellas cinematográficas poseen muchos más disfraces. Vera Ordóñez pudo por fin incorporarse en pie. - Yo no quisiera que por mi culpa vosotros tuviéseis que sufrir algún suceso desagradable. - ¿Cómo por ejemplo? -interrogó Charlie. - Perdona, Charlie. Sigue sentado en tu sofá y déjame a mí llevar esta historia. Te repito, una vez más, que no soy yo quien lo desea; pero alguien me lo ha ordenado tajantemente y debo cumplir. A ver, Vera... ¿por qué temes por nosotros?. Vera se sentó al lado de Juan. - Si alguien ajeno a los que estamos aquí presentes escuchase mi confesión os habría colocado al borde de la muerte. - No hay ningún peligro. Estamos completamente solos. Charlie y yo nos hemos ocupado de que así sea. Y ten la seguridad de que cuando nos ponemos serios somos muy eficientes. - ¿Sabes que soy venezolana?. - Por supuesto que lo sé, pero ¿qué tiene que ver esa cuestión ahora?. - Sólo era para darme ánimos y poder hablar. - Perdona, Vera. A veces hasta quienes creemos conocernos lo suficiente también nos equivocamos. Vera Ordóñez, sentada ahora al lado de Juan Aranda, posó su cabeza sobre el pecho de éste, se abrazó suavemente a él y comenzó de nuevo a llorar. Él sabía que sólo era cuestión de esperar silenciosamente una vez más. El problema de aquella jovencita debía ser muchísimo más grave de lo que podría imaginarse. Y la recordó. Aguardó unos breves minutos y comenzó a hablar sólo cuando estuvo seguro de que era necesario hacerlo para acompañarla en algún dolor que él todavía no había descubierto. - Tú trabajaste en "Sueño de una noche de verano", ¿verdad, Vera? -le preguntó suavemente sin dejar de acariciarle el cabello. Vera Ordóñez siguió con la cabeza escondida. - ¿Aún lo recuerdas?. - Por supuesto que sí. Nos presentaron el día del estreno. Yo entonces comenzaba a ser periodista y me dedicaba a escribir las críticas de cine. Me causaste una grata impresión. - ¿Por qué desapareciste tan de repente?. - Decidí dedicarme a otras cosas. Aprendí que un buen profesional es como un conquistador de nuevas tierras. Cuando hemos conocido un territorio y nos hemos reconocido ajenos a él ensanchamos nuestros horizontes... hasta que un día llegamos a un territorio donde encontramos el verdadero sentido de nuestra búsqueda personal y entonces nos damos cuenta de que el sentido común de todo escritor es no tener sentido común. Y cometemos la fechoría de enamorarnos de verdad. El resto de los mortales, salvo los artistas y los toreros, no pueden comprendernos. Vera levantó la cabeza y esbozó su primera sonrisa. Posiblemente aquella mujer hacía ya muchísimo tiempo que se había olvidado de sonreír porque su expresivo rostro no era feliz aunque lo intentaba. - ¿Qué tienen que ver los toreros con los artistas y los escritores?. - Que estos tres grupos de personas son los verdaderamente humanos y sin embargo estamos catalogados por los demás, como seres faltos de humanidad. ¿Extraña paradoja, verdad Vera?. Vera comenzó a esbozar su segunda sonrisa. - La gente desconoce la verdadera personalidad de los toreros, los artistas y los escritores en toda su totalidad. - ¡Estás diciendo sólo la verdad, Juan!. - Supongo que lo que te trae hoy a nosotros está relacionado con ello. - Más de lo que puedes suponer. - Espera un momento, Vera. No lo confieses todavía. Necesito poderte conocer un poco más. - ¿Qué intentas hacer? -se asustó ella. - ¡No, Vera!. ¡No equivoques mis palabras!. Juan había comenzado a a divinar los primeros síntomas de las desganas de ella. - Escúchame bien. ¡Estoy seguro de que esa frase te la han dicho muchas veces a lo largo de tu corta vida!. ¿No es así?. ¿Verdad que para llevarte a la cama siempre decían que era para conocerte un poco más?. Vera volvió a ocultar su cabeza, pero Juan se la levantó suavemente sujetándola por la barbilla. - Entiende una cosa, chiquilla. Si quieres tener la suficiente confianza para contarme algo que verdaderamente debe ser una infernal pesadilla para ti, tienes wque comenzar por saber mirarme a los ojos. - ¿De verdad no me vas a hacer daño? -le dijo ella una vez alzada la cabeza. Juan seguía hilvanando los primeros hilos de algo que debería conducirle mucho más lejos... - ¿Crees acaso que yo podría dañar a alguien que fue capaz de trabajar en "Sueño de una noche de verano"?. - ¡Pero si yo no realicé ningún trabajo estelar!. - A veces las verdaderas estrellas no son las que aparecen con los titulares más grandes. ¿Te habían dicho eso alguna vez?. - Pues no... - Pues creételo porque es verdad. Vera Ordóñez quedó indecisa. Miró nuevamente a los ojos de Juan Aranda. Intentaba descubrir hacia dónde quería guiarla el joven periodista español que, tras su máscara de somnoliento, resultaba ser quizás el hombre más despierto a quien se había enfrentado hasta entonces. - ¿Siempre tienes sueño, Juan?. - Siempre. Creo que nací dormido y todavía no he terminado de despertar. Y espero que siga siendo así hasta el final de mi tiempo humano. Una nueva sonrisa, ahora más espontánea, surgió del bello rostro de Vera Ordóñez. Después se sumió de nuevo en la tristeza. - Es curioso. Todos los hombres que he conocido siempre se ha acercado a mí diciendo estar completamente despiertos ante la vida y ser expertos de la seguridad. - ¿Y los has creído?. - Desgraciadamente, sí. Otro dato acumuló Juan en su instinto de periodista investigador . Iba consiguiendo acumularlos en su memoria. Quería que antes de que ella se viese obligada a confesar su tragedia, él pudiese ya haber obtenido el suficiente esquema humano de ella como para poder ayudarla correctamente. - ¿Es cierto también que rechazabas a los menos brillantes?. - ¿Qué me quieres decir?. - Me refiero a los que apenas sabían destacar porque apenas se atrevían a dirigirte la palabra. - ¿Cómo lo adivinas?. - ¡Recuerda que soy un somnoliento!. Para distinguir ciertos aspectos internos del alma humana es necesario tener los ojos semicerrados. - ¿Por qué?. - El exceso de luz, como bien sabes por tus experiencias cinematográficas, desenfoca la verdad de la naturaleza de las cosas. ¿Verdad que eso te ocurría con muchos hombres?. Vera estaba sorprendida. Parecía que Juan la conocía demasiado bien. - Pues sí... ¡pero eso nunca se lo dije a nadie!. Juan sonrió de buena gana. - ¡Esas cosas nunca se le dicen a nadie!. ¡Se hacen pero no se comentan!. ¡Al menos las personas inteligentes como tú!. Vera no sabía a qué carta quedarse. Juan parecía querer reprocharle algo y, sin embargo, terminaba regalándole un piropo. - Oye Juan... ¿de dónde sacas que yo soy tan inteligente?. - Porque te has equivocado muchas veces. - Estás diciendo lo contrario al común de los mortales. - Es que el común de los mortales carecen de inteligencia suficiente. Ahora Vera Ordóñez lanzó su primera risa de la noche. Charlie, mientras tanto, la observaba muy atentamente pero, por primera vez en su vida, ante una mujer hermosa no intentaba acercarse a ella. El silencio de la guapa hizo que Juan continuara con el diálogo. - ¿Cuántas veces crees que me he equivocado yo?. - Pocas. - ¿Ves cómo eres inteligente?. ¡Te has vuelto a equivocar una vez más!. Vera Ordóñez iba tomando confianza con aquel periodista y él sabía que dentro de poco ya estaría dispuesta a confesar su tragedia con total naturalidad. - ¿Sabes cuántas han sido?. - Muchas. - No. Solamente quinientas treinta y siete veces más o menos. Yo no he sido nunca un hombre exacto, pero me queda el sano orgullo de saber acercarme lo suficiente a mí mismo como para ser bastante parecido a mí mismo. ¿Todos los que abusaron de ti se parecían a sí mismos, Vera?. Ella quedó perpleja. Jamás había pensado en algo tan sumamente interesante. - No te preocupes, chavalilla. Te lo voy a contestar yo mismo y verás cómo estás totalmente de acuerdo conmigo. Ningún hombre que abusó de ti se parece a sí mismo porque ninguno de ellos era hombre. La joven ex-actriz intentó escudriñar seriamente al periodista español. - ¿Qué es para ti un hombre, Juan?. - Absolutamente nada... - ¡No digas locuras!. - No es locura, lo que pasa es que no me dejaste terminar la frase. Quiero decir absolutamente nada si no fuese por la mujer. - Eso es otro piropo. - ¿Por qué tiene que ser tal cosa?. - ¿Entonces es la mujer la que hace al hombre?. - Por supuesto. El caso contrario es una ignorancia. Vera Ordoñez ya no salía de su asombro. - ¿A que también es cierto, Vera, que todos los hombres que te ofrecieron su amor decían que ellos harían de ti una mujer feliz?. - Pues sí. - ¡Pues ya ves lo equivocado que está el mundo de los hombres!. ¡Con un poco de falta de sentido común, que es lo que necesitan muchos seres humanos, sabemos descubrir la gran verdad de que quien hace feliz es siempre la mujer al hombre y no el hombre a la mujer. Sólo después; cuando ella ya lo ha conseguido es él quien toma el mando enn esas cuestiones!. ¿Descubres el engaño del que sois víctimas las mujeres bonitas?. A quienes destacáis por vuestra belleza siempre se suelen acercar los más ineptos de los hombres. Sois vosotras, o mejor dicho vuestra inteligencia, quienes debéis imponeros en vez de dejaros engañar. Vera Ordóñez estaba ya dispuesta a hablar. - Juan... ¡quiero decir ya por qué acudo a vosotros!. - Si estás lo suficientemente segura, adelante. Si no lo estás ni Charlie ni yo tenemos prisa alguna. Vera volvió a ocultar la cabeza en el pecho de Juan, pero esta vez sólo para tomar aliento. - Adelante -dijo Juan. - Venga, linda... ¡cuéntalo todo y no te dejes nada en el interior!. ¡Es la mejor manera para poderte ayudar!. - Tú sólo escucha y mantén silencio, Charlie... o tendrás que salir a la calle. - Está bien... callo y escucho... sólo era para... - Silencio de una vez, Charlie. Vera comenzó a contar. - Todo comenzó por el error de ser demasiado joven e inexperta en el momento de querer comenzar a subir demasiado deprisa por la escala del séptimo arte. ¡Ya sabes lo que ocurre, Juan!. Un director que te ofrece un papel interesante, según dice, si vas a la cama con él; un galán que halaga tu hermosura y te jura fidelidad eterna si le otorgas felicidad oculta; otro que se acerca diciendo ser el promotor más famoso del circuito profesional para, después de mojar, resulta que es desconocido por todos... y al final... un grupo de depravados que te capta para sus intereses brutales... Vera Ordóñez no podía seguir. Volvió a bajar la cabeza y lloró desconsoladamente. Juan sabía que aquello que venía, si ella tenía suficientes fuerzas para contarlo, era lo que le interesaba escuchar para poder tener la posibilidad de sacarla de aquel embrollo en que estaba metida. - ¿Qué grupo, Vera?. - Salvajes. - Me imagino que sabes quiénes son... - La cabeza suprema de toda la red es una arpía iraní a la cual no conocí nunca y de la cual no sé nada de su existencia. Sólo sé que existe en algún lugar de esta Tierra. Oí decir que odia la belleza femenina y sólo desea destruir a todas las mujeres guapas que puede encontrar en su camino. - Al lado de una mujer así siempre hay un hombre cruel, Vera. - Efectivamente. A ese lo conozco muy bien. - ¿Sabes dibujar?. - A la perfección. - Charlie, trae un papel y un lápiz o bolígrafo. - ¿Qué quieres hacer?. - Ahora mismo vas a dibujar, por un lado, el rostro de ese energúmeno y, si eres capaz, en otra hoja dibuja su cuerpo completo. ¿Conoces alguna dirección que nos pueda dar alguna pista?. Vera dibujó ambas cosas con una agilidad realmente extraordinaria y l'uego contestó a la pregunta. - Sólo el lugar donde nos tenían instaladas, bajo vigilancia continua, del cual salían algunas de nosotras para desaparecer. - No digas nada más. Todo eso a mí no me interesa. Yo sólo quiero saber qué te siucedió a ti. Charlie, coge los diubujos y guárdalos. Charlie hizo lo que le pedía Juan y luego volvió a escuchar. - Por andar en esos ambientes buscando la gloria a toda costa y sin valorar otras cosas más importantes, caí en una red de prostitución clandestina. Estábamos destinadas para ricos clientes, especialmente del mundo musulmán. Nos cuidaban fabulosamente bien para que nuestros cuerpos físicos fuesen siempre espléndidos; pero cuando había que servir de gozo para sus disfrutes se convertían en bestias inhumanas. Vera volvió a hundirse una vez más. - Escucha, linda, si no quieres seguir lo dejamos. Ya has dicho bastante. - ¡Es que tengo miedo, Juan!. El estrechó la cabeza de Vera contra su pecho para darle mayor seguridad. - No tienes que contarme nada más. El resto es cuestión de la justicia. Charlie... ¡déjanos un momento a solas!. El pelirrojo norteamericano se introdujo en una de las dos habitaciones. Vera quería hablar más, pero Juan se lo impidió momentáneamente tapándole la boca. - No, Vera. Ahora mismo vamos a bajar tú y yo a la calle y vamos a dar una vuelta por ahí. No quiero que Charlie escuche nada más porque posiblemente aún no esté lo suficientemente preparado como para poder entenderlo... ¿de acuerdo?. - ¿Pero si tiene la misma edad que tú?. - Pero no la misma intensidad de experiencias. Bueno. Eso es un tema que ahora no importa que te lo explique. En la calle el tráfico comenzaba ya a descender a la mínima expresión. El lindo rostro de Vera Ordóñez se reflejaba en todos los cristales de los escaparates de los ricos comercios de la zona y Juan aprovechaba para mirarla a través de ellos... porque en el rostro de la bella ex-actriz la luz rebotaba produciendo reflejos misteriosos que la hacían aún más bonita... mientras desde la habitación 322 del Hotel Las Estrellas un señor feo, gordo y muy bajito, soltaba una exclamación impudorosa y se guardaba su grabadora en el bolsillo. - ¿Por qué me miras así, Juan?. - ¿Cómo crees que te estoy mirando?. - Con un amor especial. Nunca paseé con un hombre que me mirase así. El caso es que no tengo niungún temor estando a tu lado. - Será porque me conoces mejor que la mayoría de las personas. - ¿Alguien te conoce también así?. - ¿Estás insinuándome la pregunta de si estoy enamorado de alguna mujer diferente a ti?. Vera no quiso responder. - Vera... hay sentimientos que no son necesario expresarlos. A veces el silencio es la mejor manera para comprender. Tanto si es para recordar como si es para olvidar. La bella ex-actriz sabía por qué Juan decía tales frases. - ¿Y si te dijese que fue al revés de lo que piensas?. - Ya dije que te equivocas porque eres inteligente. - ¿Me equivoco otra vez?. - Te equivocas, Vera. Si crees que tuviste algún sueño por mí es tan erróneo como que yo tuve algún sueño por tí. - ¿Por qué ocultas la verdad?. - Jamás oculto verdad alguna. A lo largo de tus equivocaciones con los hombres... ¿no has llegado todavía a descubrir la que es un sueño y lo que es un espejismo?. Tú entonces sólo te fijabas en los hombres brilllantes y yo sólo era un oscuro inicio de periodista nada más. - Pues me fijé mucho en ti. - No. Te fijaste mucho en lo que creías que era yo; pero cuando descubriste quién era yo no supiste entenderme y yo, por supuesto, dejé de intentar entenderte a ti. Era mejor, y mucho más libre además, buscar ese territorio del que te hablaba antes. En el fondo me hiciste un gran favor, porque aprendí a ensanchar mis horizontes y a romper las fronteras de las condiciones impositivas que me quería imponer. - ¿Quién?. - No, Vera. No merece la pena ni nombrar cómo se llama. Le he superado por completo pero no merece la pena hablar más de él. ¿Sabes que para saber amar es mejor saber renunciar?. - ¿No es eso un contrasentido?. - Ese es el error de muchas de vosotras. La belleza os confunde. Yo sé que las mujeres muy lindas sois excesivametne inteligentes... pero os falta descubrir que lo sois. Cuando sois capaces de renunciar a las búsquedas erróneas es cuando sois capaces de hallar, fácilmente, a quien os va a hacer felices. - Entonces... ¿crees que yo me equivoqué también contigo?. - ¿Conmigo?. Conmigo no tuvbiste ninguna oportunidad de conocerme aunque pensaras lo contrario. Y como lo hiciste en base a la libertad sin condiciones pues te equivocaste. No hubieras sido jamás feliz a mi lado porque yo sólo poseo libertad y nada más... y ya sabes que la libertad no se conoce bien sino cuando se la puede conocer. No me pudiste conocer porque yo no buscaba que me conocieras del todo. Así que te equivocabas cuando decías lo contrario. ¿Comprendes ahora la diferencia que existe entre ser enteramente libre o ser esclavos de la libertad?. ¿Comprendes eso también?. - ¿Esclavos?. - Por supuesto. Ya sabes que quienes comen mucho y muy bien tienen siempre la necesidad de llevar siempre una agenda bien organizada para cumplir puntualmente con todas sus citas. Te estoy contando una parábola para que lo entiendas mejor. Yo no puedo vivir minutorizando los sentimientos. ¿Crees que yo podría besar todos los días a la misma hora, en el mismo minuto o incluso segundo a la mujer que amo?. No. Eso es propio de los esclavos. ¿Crees que podría yo decir siempre los mismos mensajes y los mismo motivos que me hacen decir dichos mensajes con las mismas fraases en los mismos momentos a la mujer que amo?. No. Eso es propio de los esclavos. ¿Crees que yo puedo abandonar mis sueños porque a veces llego un poco tarde a la hora de apoyar mi cabeza en ella o porque me adelanto unos pocos mintuos al hacerlo?. No, Vera... tú no podrías haber vivido con un poeta de la trashumancia. Quizás hasta lo hubieras conseguido con un poeta del sedentarismo pero el nomadismo no es bonito para todos los seres humanos. Yo diría que es bonito para muchos menos seres humanos de entre los muchos que dicen amarlo. Y es que ser nómada es también renunciar a comer muy bien y a todas horas. A quienes nos gusta el cine observamos muchas películas y nos emocionamos con las ilusiones imaginativas; pero cuando se nos invita a que las vivamos de verdad sólo unos pocos son los que nos atrevemos a dar el paso adelante. ¿Ves cómo la mayoría de la gente sueña espejismos nada más?. - Llevas razón, Juan. Mis problemas sólo son el producto de una cadena de espejismos. - Una cadena que puedes, si quieres y lo deseas de corazón, romper definitivamente. Vera Ordóñez comenzó de nuevo a llorar. Juan Aranda tuvo que volver a abrazarla. - ¡Tengo miedo, Juan!. - ¿De qué?. - Después de haber vivido durante tres meses en aquel refugio, pude escapar hace cinco días. Me oculté donde puede, por ahí, por las calles más oscuras de Miami; esas calles que yo nunca hsabía conocido, durante los dos primeros d+ias... pero es cierto que al hambre le tengo miedo y a la oscuridad también. Como sabía que me estaban persiguiendo enfrenté la realidad y me dirijí directamente a la policía. Decidieron publicar mi fotografía en la portada del "La Magia del Cine" pero no me explicaron el motivo y tampoco me explicaron jamás por qué era necesario que viniese a hablar contigo. Ahora empiezo a comprender que hay dos temas paralelos. El problema general y mi problema particular. Supongo que la policía resolverá elprimero y que tú estás intentando resolver el segundo. ¿Es eso asi?. - No, creo que no. No lo he sabido hasta hoy. No te lo puedo contar. Cuando te vi llegar a la habitación del hotel supe que tenía otro asunto de mayor importancia. Te juro que antes de eso no sabía nada... - Luego hay alguien detrás de este asunto. - Creo que sí... pero eso sólo es un secreto. Lo importante es saber por qué tienes miedo. - Porque no sé dónde voy a dormir esta noche. - No te preocupes. Hay una habitación libre todavía en el número 321. Yo te prometo que ningún ser humano o bestia infrahumana entrará en ella mientras estés dormida allí. Y mañana sé que nos ayudarán para que puedas salir ya con toda clase de garantías de que no te va a perseguir nadie nunca más. Nosotros, Charlie y yo, tampoco sabemos cómo te van a sacar; pero vivirás de nuevo tus aventuras cinematográficas... sólo que ahora libre de cualquier persecución machista o diabólica. Quizás así puedas volver a comenzar de nuevo en el mundo que siempre te gustó. No lo dudes. La magia del cines es la que te va a ayudar a volver a recuperar tu sonrisa. - ¿Y después?. ¿Tú?. - Yo no. Después tendrás a Dios. Y tendrás a un nuevo hombre que esta vez sí será un hombre de verdad. Y, todavía más después, tendrás la libertad junto a él. - ¡Te quiero, Juan!. - Pero nunca debes pasar esa frontera. Si deseas quererme yo no puedo evitarlo pero jamás me ames; porque eres demasido hermosa para tener que sufrir por un hombre que no te sirve para nada porque quizá ya tenga un amor... ¿no comprendes?. O quizás tú necesites a alguien mucho más importante que yo. Llegaron a la habitación 321 justo cuando sonaba el teléfono. Era la voz de Tatiana. - ¿Quién es?. - Hola, Juan... es muy necesario que mañana estéis muy atentos Charlie, tú y la chica que está con vosotros. Viajamos para Los Ángeles. - ¿No será peligroso para ella?. - Descuida. Vamos todos fuertemente protegidos. - ¿Sabes una cosa?. - Sí. La sé. No lo digas ahora. Duerme bastante que te quedan pocas horas de descanso. Chao.
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