Los dos enrollados (Relato de Humor). Captulo 3.
Publicado en Dec 30, 2010
- Recapitulemos datos sobre el asunto, Pepe Díez... ¿qué es lo que nos ha podido salir mal?.
- Yo más bien diría, Pepe Díaz... ¿qué es lo que nos ha podido salir bien?. - Pues, dejando a parte lo de la entrada y lo de la salida, hemos debido de haber coetido algún fallo técnico. - ¡Es necesario cabiar de técnica, Pepe Díaz!. - Eso. Cambiemos de técnica, táctica y estrategia. ¡Ahora te toca a ti empezar!. - Espera que me concentre. - Pero no te concentres demasiado no vaya a ser que te conviertas en liliputiense. - No. ¡Espera!. ¡Se me ocurre una idea brillante o, más bien dicho, una brillante idea!. - Vamos a ver si acertamos esta vez. Confío en que no te desvies demasiado del objetivo. - La verdad es que quien no debe desviarse esta vez del objetivo seas tú... porque voy a hacer una entrada como la de un verdadero caballero y tú tienes que hacer de caballo. - ¡Genial!. Espero que así pasemos más inadvertidos. - Depende, Pepe Díaz, depende... - ¿De qué depende, Pepe Díez?. - De si está muy enfadada o solamente un poco enfadada con nosotros. - Entonces... ¿estás ya preparado, Pepe Díez?. - Totalmente preparado. - ¡Pues hala, monta y tirando para adelante!. Y dicho y hecho. Pepe Díaz hizo de caballo y Pepe Díez hizo de caballero. - ¡Así me parezco a Sancho el Fuerte de Navarra!. - Yo diría que más bien te pareces a Sancho Panza; pero dejemos esas cuestiones de lado. - ¡No te ladees tanto que nos la pegamos!. Efectivamente, al hacer de nuevo su entrada en tan difícil postura, Pepe Díaz se ladeó tanto para evitar la silla que tropezó con un taburete y, dando traspiés tras traspiés, ambos, caballero y caballo, fueron a estamparse contra el mostrador de la barra del bar. - ¡Parecemos dos estampados, Pepe Díez!. - ¿Desean algo, señores?. - ¡Oiga, no nos confunda usted señorito, con lo que no somos!. - No suelo confundirme con nadie pero es que ustedes... pues dejan mucho que desear... - ¡Oiga, que lleva razón Pepe Díaz!. Nosotros no deseamos nada más que lo normal en estos casos. - Supongamos entonces que son ustedos dos normales. ¿Qué es lo que quieren tomar?. - Mire, como me llamo Pepe Díaz que lo único que deseamos es, en estos momentos, ser invisibles. Y es que la chavala morena, de piel de color trigueñò y de ojos de color miel, no les estaba perdiendo de vista. - !Que nos está mirando otra vez, Pepe Díaz!. - Ya sabía yo que no era una idea brillante ni mucho menos una brillante idea la tuya, Pepe Díez. - No lo entiendo. Estaba todo perfectamente planificado. Aún no sé en qué nos hemos vuelto a equivocar. - Primero, Pepe Díez, hay que pensar antes de llevar un ataque como éste y tú eres tan corto de ideas que me parece que no das la talla de caballero. - Por una vez estoy de acuerdo contigo, Pepe Díaz. Debimos haberlo hecho al revés. - Al revés... ¿el qué?. - Pues no haberlo intentado por segunda vez consecutiva. - Pero... ¿qué estás diciendo, Pepe Díez?. Sólo tenemos que sobreponernos del susto y asunto concluído. - ¡Eso!. ¡Asunto concluído!. ¡Nos vamos de aquí!. - ¡Espera!. ¡Espera!. ¡Todavía nos queda una posibilidad!. - ¿Cuál posibilidad?. - Que esté pensando en cualquier otra cosa menos en nosotros. - Yo no sé tú, Pepe Díaz, pero yo seré muy pequeño mas no una cosa. - Cosa o no cosa el asunto es hacerlo lo mejor que podamos. - ¿Qué es lo que podemos hacer de algo salvo el más espantoso de los ridículos?. - Espero que no la hayamos espantado... - Espera... Espera todo lo que quieras, Pepe Díaz... pero yo me largo de aquí. Pepe Díaz sujetó del cuello de la camisa, y por detrás, a Pepe Díez cuando éste se disponía a poner pies en polvorosa. - ¡Ven aquí, Pepe Díez!. ¡Parece mentira que tengas tan baja tu autoestima!. - Mira... no empecemos con psicología aplicada porque aquí lo único que debemos aplicar es una digna retirada. - Paciencia, Pepe Díez. Hagamos ya las cosas bien por una vez en nuestras azarosas vidas. - Ni de azar podemos ligar con ella... ¡¡Pepe Díaz!!- - ¡No me chilles que te va a oír y me da vergüenza que sepa que me llamo Pepe!. - ¿Es que pensabas presentarte ante ella como Anacleto el agente secreto?. - Algo parecido, Pepe Díez, algo parecido para pasar desapercibido. - ¡Eso quiero yo ahora... pasar desapercibido y bajarme ya de este dichoso mostrador de bar!. - ¿Nos está viendo o no nos está viendo, Pepe Díez?. - Desde estas alturas en que me encuentro te puedo confirmar que sí. - A mí no me interesa que tú me digas que sí sino ella. - Eso no es tan imposible, Pepe Díaz, pero tendremos que intentarlo de otra manera. - Vamos a ver, Pepe Díez, si podemos intentarlo por tercera vez. - ¡Eso es!. ¡A la tercera va la vencida!. - No. Yo a la tercera no me estoy refiriendo. La tercera no me interesa para nada. - A mí tampoco me interesa la tercera división, Pepe Díaz. - ¡Oye, Pepe Díez, que esto es mucho más serio que el fútbol!. - Como que si no hace un milagro San Mamés no sé yo cómo vamos a salir de ésta. - ¿Qué sucede?. ¿Que ya viene para acá?. - No. Si lo que está esperando es que nosotros vayamos para allá creo yo. - ¡Pues en vez de ir para allá vamos a irnos por allí!. Y bajádnose Pepe Diez del mostrador del bar, volviose a subir encima de Pepe Díaz y, a todo galope de éste, salieron de la Sala de Fumadores como si de humo de puro habano se tratase.
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