CACOFONA
Publicado en Dec 31, 2010
A uno se le podrían ocurrir una serie de maravillosas nuevas ideas siendo todopoderoso. Ideas profundas y de una complejidad abismante. Pero la verdad es que ninguna viene jamás. Y es porque ya todas fueron pensadas. Más que eso. Todas ya son justo aquí y ahora. Desde el principio. No hay nada que pensar. Nada. Porque pensar requiere un vacío de pensamiento, una carencia de algo que debe ser pensado. ¿Y de qué puede carecer un todopoderoso? Si careciera de algo dejaría de ser eso precisamente: todopoderoso. Así que no puede pensar nada porque ya pensó todo, ni puede hacer nada porque ya hizo todo, ni puede desear nada porque él lo es todo. En definitiva, y si se lo mira más de cerca, un todopoderoso es, por descarte, un nadapoderoso.
Entonces entramos en ese juego del principio de no contradicción clásico (gran invento mío, se podría decir, si técnicamente fuera posible que se me ocurriera algo), y habría que entrar a explicar cómo puedo estar pensando esto si en realidad no puedo pensar nada, es decir, ¿qué necesidad habría de pensar todo esto del no pensamiento de ser todopoderoso? Si todo está pensado para alguien como yo, ¿por qué gasto mi tiempo (si fuera técnicamente posible que tuviera algo como eso: tiempo) en pensar lo que se supone que no tengo necesidad de pensar? De hecho no tengo necesidad de pensar nada, así que pensar esto o aquello es inútil. Incluso más, es técnicamente imposible, porque faltaría el espacio o el vacío donde se pudiera mover ese pensamiento. Fuera del todopoderoso no hay nada, o sea, sería la negación de la negación absoluta cualquier posibilidad de pensamiento fuera de él, incluso dentro. Por lo tanto, no es posible. Pero aquí estoy, pensando que no es posible lo que estoy haciendo, e invalidando permanentemente mi propio discurso. O mi omnipotencia. Así que sólo quedan dos opciones (bendito principio de no contradicción): o no puedo pensar y esto que pienso no sería posible, y si lo es sólo se trataría una mera ilusión elaborada (que tampoco sería técnicamente ninguna elaboración porque, bueno, ¿tengo que explicarlo de nuevo?), o no soy todopoderoso, y en ese caso todo lo que dije sobre lo de ser todopoderoso y el principio de no contradicción es un reverendo tongo (para usar un lenguaje mediático). ¿Cabría acaso una tercera posibilidad? Algo así como un tercer excluso (una artimaña logística parecida a esconder el polvo sobrante debajo de la alfombra: imposible dejar cabos sueltos). Y sería el hecho de que un ser todopoderoso se aburra de ser todopoderoso y, por puro aburrimiento, o nostalgia de sí mismo (porque tampoco puede tener nostalgia de nada más), quiera ponerse a pensar y, automáticamente, empiece a dejar de ser todopoderoso, por el puro gusto de dejar de serlo. Pero luego volveríamos al problema del principio, claro. Si es todopoderoso le sería imposible dejar de serlo, porque ni siquiera podría dejar de desear nada fuera de sí mismo, o sea: ser todopoderoso. De hecho, no podría desear, punto. Por lo tanto, esa posibilidad de un tercer excluso revienta como grano facial. Aunque siempre queda la duda, por supuesto. Pero quien duda, piensa, y quien piensa existe, dijo alguien por ahí. Y aunque pocos lo captaron, lo que quisieron hacer con esa famosa frasecita, finalmente, fue afirmar la rotunda inexistencia de un todopoderoso como yo. Así que ya se pueden ir olvidando de todo lo que leyeron, ¿me explico?
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LOBOLEJANO
Horacio Lobos Luna