Los chales, un anticipo de la vida.
Publicado en Jan 02, 2011
LOS CHALES
Íbamos en un auto que manejaba un hombre desconocido, mamá, mi hermano menor (que entonces tendría diez años) , y yo. Recorríamos una ciudad balnearia, las calles que daban al mar eran amplias, tenían construcciones elegantes y espaciosas, pero a poco que nos alejábamos de la costanera, las calzadas de adoquines se iban haciendo angostas y sombrías. Las casas toscas de fachadas descascaradas tenían algo familiar y acogedor, me bajé del auto que se perdió en la lejanía gris. Las puertas de una casa estaban abiertas, subí la escalera que desentonaba con el ambiente austero porque estaba hecha de mármol y gastada por el vaivén de incontables pasos. En el primer piso me encontré en medio de una feria artesanal con puestos que se desplegaban en el amplio recinto parecido a un salón de baile, todo era muy colorido y quieto , lleno de objetos y tejidos rústicos. Descubrí en el fondo dos vendedoras que habían puesto sus chales sobre el marco de una ventana, el sol rebotaba directamente en ellos y era imposible no sentirse atraída por su color y textura, caminé hacia allí y me sumergí en un cuadro lleno de luz: la ventana abierta de la que colgaban dejaba ver el parquecito con arbustos de un verde tierno y lejos, se divisaba el mar. Todo sucedía muy lento, los sonidos llegaban como con sordina y me detuve a mirar los chales. Uno era de pelo de conejo, blanco y negro, los otros dos en tejido de telar y tonos pastel. Decidí llevarme los tres, pensé en los regalos de Navidad, quizás también en mi, además estaban muy baratos; extrañamente el mejor, más suave y abrigado era el que menos costaba. Me intrigó la diferencia y pregunté si tenía fallas, me dijeron que no, entonces pagué con un billete que no parecía auténtico porque tenía las caras pegadas, igual lo aceptaron. Empecé el camino de vuelta y aunque reconocía las calles, sabía que me había perdido, sin embargo estaba tranquila, todo estaba bien. Había más sombras que luces, algunas de una negrura profunda en la que se recortaban copos blancos y espumosos de niebla, yo me hundía en ella, cómoda y abrigada. Superé los adoquines y llegué al borde mullido de la hierba, la pisé con fruición y pasos sin sonido, algunos de sus flecos verdes se adhirieron a mis zapatos. Busqué orientarme mirando hacia arriba, a la trama celeste pálido con nubes de bordes naranja. No había nada nuevo ni viejo, todo era maravillosamente desconocido, y cuanto más avanzaba, más se extendían los chales que lo cubrían todo. Estaba rodeada de los colores elegidos y flotaba en la tibieza del abrigo buscado, pero de pronto recordé mi billete de dos caras...dudé de su valor, temí que se dieran cuenta, que aunque no era falso, (yo lo sabía), no era una moneda de cambio. Entonces las voces de las vendedoras me trajeron de vuelta a la ventana, despojada de mis adquisiciones y tenía nuevamente en mis manos el extraño papel (pensé que hubiera bastado que yo lo creyera auténtico...!). Sorpresivamente las piedras grises del camino aparecieron nuevamente delante mío, el auto me esperaba, la sombría casa de mi destino estaba cerca y aunque sabía que todo había sido una ensoñación , un paréntesis de la conciencia, presentía que el abrigo de los anhelados chales me aguardaba en otras etapas del camino y me sentí feliz. Ana Ruiz
Página 1 / 1
|
JUAN CARLOS
Cariños...Juan Carlos.
ana ruiz
Ana
ana ruiz
Cariñoso saludo.
Ana
LOBOLEJANO