Sábado primero de enero de dos mil once. Once menos veinte (de la noche). Leyendo "Crimen y castigo" y, por vez número no sé cuanto, "El proceso"...
Invade mi alma una injusta sensación, como si fuera objeto de culpas ajenas, fracasos ajenos e impotencia.
Como si fuera una oveja a quien luego de quitarle su lana, la dejan tirada esperando a que le vuelva a crecer, para volver a quitársela y dejarla tirada de nuevo...
Como un objeto, en lugar de una persona.
Al menos ella no me deja. Siempre fiel, callada y constante; eterna como la muerte; presente en el día como un Sol y en las noches más oscuras...
Celosa como ninguna, pues aunque rodeado de gente me vea, se hace un lugar y se muy bien que nunca me va a dejar.
Poco sé de ella, sólo su nombre y algo más; mi perpetua compañera se llama: Soledad.