esa baba
Publicado en Jan 13, 2011
p { margin-bottom: 0.21cm; }a:link { } Esa baba, esa larva criada en medio de la idiotez y del terror
Osvaldo Lamborghini. El niño proletario -La puta esta se fue a chupar pijas a los baños. Trola de mierda. Mirala ahí viene con un café y cigarrillos en la mano. Seguro que se la chupo a uno de estos tucumanos de mierda que trabajan en los bares o a varios y ni siquiera les saco 5 pesos. Maldita puta del orto, y me deja a mí clavado sin traerme aunque más no sea una facturita. -Ey trola de mierda conseguiste algo para los dos o solo chupas pijas de puta que sos. -Si queres algo anda vos a hacerte romper el culo por estos negros, seguro te gusta, al menos no son drogadictos y se les para. Abel espero a que estuviera a distancia y le lanzo un directo a la boca. El golpe sonó en toda la dársena de Retiro y el sacudon de Mara tras la piña parecía un movimiento de película muda. De su boca saltaba un hilo de sangre que fue a dar contra el suelo, desparramándose como finas gotas de lluvia. El café voló a la mierda pero el cigarrillo quedo firmemente agarrado entre los dedos índice y mayor de la mano izquierda de Mara. -Pedazo de puto mira lo que haces. Abel le tiro una patada a la concha de Mara y ella lo esquivo a tiempo, abriéndose a un costado con paso de bailarina (siempre soñó con ser una protagonista de Cascanueces). Mara midió y coloco un derechazo en la nariz de Abel de donde empezó a manar profusamente sangre roja sobre la cara y el pecho. Abel vio estrellitas y de pura bronca nomas lloró y pateo un poste de esos que indican la plataforma de los colectivos que se sacudió y sonó cono un gong por un buen rato. Fue recién ahí cuando aparecieron los federicos, eran dos y les gritaron: -Que pasa acá. Y Abel y Mara se pusieron a explicarles lo jodido que eran uno con el otro. Los federicos los callaron y simplemente los sacaron de la estación. -No los queremos ver por acá ¿entendieron? Si vuelven los metemos adentro. Dijeron antes de manosear un rato el culo huesudo de Mara que les regalaba sonrisitas. Ramiro estaba duro en la dársena de Retiro. Tenia un resto de cocaína y llevaba encima una gran paranoia. Llego el micro de las 4.30 de Retiro a La Plata por Centenario. Subió rápidamente, ocupo los últimos asientos y ni bien arranco observo por la ventana como una pareja se tomaba a golpes allí abajo donde él había estado esperando el colectivo. Se sintió aliviado de estar allí arriba. Cuando el chofer arranco, abrió la bolsita con la merca y con su parte del boleto hizo un canuto para jalar la cocaína que le quedaba. Por suerte nadie subió en las paradas subsiguientes o si subieron se sentaron muy adelante, lejos de él y su paranoia. Ramiro sintió deseos irrefrenables de tener sexo. Cuando el colectivo entro en autopista, se bajo la bragueta y empezó a masturbarse. Mara y Abel salieron de la estación Retiro hacia la plaza de enfrente. Se sentaron en un banco a mirar el cielo estrellado. Mara sacó 10 pesos del bolsillo y le pregunto a Abel si no quería ir a comprar algo de paco a la villa. Abel sonrío, Mara sonrío. Las estrellas y la luna sonrieron. La avenida entera sonrío. -Quedate acá, dijo Abel, ya vengo. Mientras tanto Mara le echaba ojitos a un colectivero que la miraba y se manoseaba la pija. Mara pensó que diez pesos más y unos cigarrillos podían hacer más llevadera la noche. El colectivero pensó que era sucia y fea pero podía conseguir con ella una mamada barata. Abel pensó que Mara iba a chuparsela al primero que se le cruzara. De a poquito se iba la noche. Cuando te agarre voy a ponerte en cuatro patas, jalarte del pelo corto y meterte los dedos en la boca. Después, mientras una mano tira tu pelo hacia atrás obligándote a levantar la cabeza, con la otra te voy a dar violentas nalgadas en el culo hasta que cambie de color a un rojo intenso, hasta que me duelan las manos de tanto sacudirte los cachetes del culo. Voy a seguir con un cinto y cuando el ardor se te presente insoportable, recién ahí voy a lamerte los cachetes para humedecerlos. Vos me vas a manosear la pija y yo simplemente voy a introducirte mi mano por el culo. Un poco de saliva en los dedos que van a entrar de a uno, hasta llegar a cuatro. Despacito voy a colar el dedo gordo hasta que la mano se introduzca a la altura de los nudillos. Voy a seguir un ritmo constante y de golpe te la voy a hundir hasta la muñeca. Vas a pedir que pare, quizás sangres un poco o hasta te cagues. No importa. La linea que separa el dolor del placer es tan delgada que no vas a notar la diferencia. Abel compro el paco y en los pasillos de la Villa una pendeja de unos doce años le ofreció un pete por unas caladas. Era una paraguayita de ojos grandes muy bonita que llevaba puesta una remerita y una pollera corta (las plantas de sus pies descalzos extrañan la tierra roja y su estomago el chipa de la abuela). Abel pelo su miembro y ella lo empezó a chupar con autentico entusiasmo. A él no se le paraba. La paraguayita le mostró sus tetitas recién crecidas con unos enormes pezones negros y duros. Él le corrió la bombacha y coló unos dedos en la conchita mojadita de ella. En vano. Igual fumaron un paco. Se despidieron con un dulce beso en la boca. Cuando llego a la plaza Mara lo estaba esperando con un cigarrillo y una gaseosa. Ella se enojo porque fumo un paquito soló pero tenia demasiadas ganas de droga como para sostener otra pelea. Él la miro y pensó que era una puta de mierda. Ella lo miro y no sintió nada. Se besaron después de fumarse el paquito. A la altura de Centenario. Después de una larga, lenta y sudorosa paja, Ramiro acabo. Un chorro de semen salpico el asiento delantero que tenia garabateado con fibron un rustico Viva Perón. Se limpio la mano, la pija y la panza con unos pañuelos descartables. En Centenerario subieron cuatro choferes y un policía. Ramiro no pego un ojo hasta La Plata. Cuando se fue la noche Abel y Mara se tiraron a dormir sobre el pasto de la plaza. Los mosquitos zumbaban a su alrededor y la gente los esquivaba mirándolos con pavor. Retiro era un mundo de gente que iba y venia. Para los transeúntes Abel y Mara sobraban. El sol de verano ardía en el asfalto. Ardía, ardía, ardía. Después de acabar, te voy a mear en la boca y darte un largo beso. No quiero que pienses que no soy dulce.
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