Mi tibio encuentro con Borges
Publicado en Jan 19, 2011
En mis épocas de juventud, allá por los ‘80, era estudiante avanzada de la facultad de psicología de la provincia de Mendoza, Argentina. Decidimos con un grupo de compañeros viajar a Buenos Aires para asistir a unos seminarios, como una aventura de estudiantes, ansiosos de pasar unos días recorriendo la ciudad y gozando de la complicidad de la amistad y del entusiasmo de la juventud. Es así que desandando el camino, recorrimos los 1.100 kilómetros hacia nuestro destino final.
Con mucha ilusión hicimos ese viaje y nos alojamos en el hotel Dorá, en la calle Maipú, a metros de la Plaza San Martín. El hotel era de arquitectura clásica moderna, con una cálida recepción, finamente decorada en líneas clásicas y confortables, desde la cual se accedía a una luminosa cafetería colmada de pasajeros y gente en tránsito. En el centro del recinto, elevado en una plataforma circular, se erigía el restaurante del hotel, en perspectiva con la decoración anteriormente descripta, el cual gozaba de un excelente prestigio por la calidad de su gastronomía, accesible a los bolsillos de la época. Nuestra tarifa incluía desayuno y almuerzo o cena a elección. Nos decidimos por el almuerzo, de esa forma nos quedaba la noche libre para planificar diversas salidas nocturnas. En el tiempo que duró nuestra estadía, todos los días, a la hora del almuerzo, la mesa continua a la nuestra era ocupada por una pareja muy singular. La dama con su extrema delgadez y delicada figura, se desplazaba con pasos livianos elevados casi al ras del piso. Su acompañante, un hombre mayor, de gesto imperturbable y lento andar, ayudado por un bastón que definía su arrogancia, con sus ojos inmutables, enfocados en un horizonte misterioso, penetrando nuestras miradas como un reflejo de inusitada visión, dibujando en su rostro la mirada que registra todas las experiencias de una vida intensamente vivida. Se puede recrear la templanza de una persona en su fisonomía, su riqueza, su interior, su exquisitez. Mi asombro nacía y perduraba en el peculiar instante en el que el hombre llevaba el bocado de comida a su boca (prolijamente cortado por su compañera) y lo saboreaba como un ser corriente. En la simpleza de esa rutina se producía en mí una singular identificación. Yo, la más ingenua de las mortales, con mi joven vida a cuestas, con mis pequeñas aspiraciones, podía adueñarme de la magia que esa rutina me ofrendaba, y gozar de ese tiempo y espacio con un grande, sentir su imponente presencia, casi rozándome. Sólo me esforzaba en no dejar de observarlo, penetrando en un estado de trance existencial, no había imaginado que la genialidad se alimentara, que la genialidad compartiera su bocado con el resto de las personas almorzando distendidas en ese comedor. Abstraída de nosotros, la figura objeto de mi contemplación, se deleitaba con ese manjar que degustaba con avidéz. La extraordinaria simpleza de esa rutina me hizo amarlo y admirarlo aún más. Ella era su asistente (María Kodama, su futura esposa) y secretaria personal, no dejaba de atenderlo y acompañarlo con su silencio. Ese hombre, Jorge Luis Borges, ese día y los que siguieron, sentó un precedente en mí. Fue efímero, solo un roce, un gesto que aún conservo en mis recuerdos como un film clásico, sonidos guturales de su masticadura, la silenciosa fascinación de mis sentidos, un instante de magia robado al destino y la estampa de la genialidad compartiendo un lugar y un tiempo de vivencias conservadas como una de las más singulares de mi vida. _____________________________________________________________________________
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Carol Love
Cuando terminó todo me acerqué a Nélida Piñón porque realmente estuvo encantadora leyendo y ahí nomás, me agarró del brazo, del otro brazo la agarró a Kodama y me dijo: - adónde estarán los baños..? y allá fuimos buscando los baños: Kodama, Piñón y yo jajajajjaja... apenas entramos las saludé amablemente y me fui, no podía soportar escuchar el sonido de un fluido ilustre hacerse eco en las paredes del sanitario..!!!
terrible, un beso Elbi!