Setamor (Novela) Captulo 15.
Publicado en Jan 26, 2011
El padre, sentado en su butaca preferida, se sentía alegre. Sin embargo, la madre mostraba una tristeza parecida a la de la muerte.
Los tres, sentados alrededor de la mesa, se miraban sin pronunciar palabra alguna. Los asuntos del silencio se reflejaban en los ojos alegres del padre, en los ojos tristes de la madre y en los ojos profundos del joven licenciado. Y todos ellos se quedaron mirando, fijamente, al periódico que descansaba sobre el cristal de la mesa. Fue el padre el primero que se decidió a cogerlo. - ¡Toma, hijo mío, búscame la página cuarenta y tres y leela en voz alta, por favor!. El joven licenciado, obediente, buscó la página cuarenta y tres y comenzó. - Juicio por una causa perdida. - ¡No, esa noticia no!. La de más abajo. - Notas de Sociedad. - Esa... esa misma... - Mañana, en la Iglesia de los Mártires, se celebrará la boda de... - No sigas... ¿sabes a qué boda se están refiriendo?. - Por supuesto. La fotografía no engaña. - Bueno, pues no hace falta que sigas. Yo te lo voy a explicar con mis propias palabras. El joven licenciado, obediente, cerró el periódico y lo volvió a depositar sobre el cristal de la mesa del salón. Los ojos del padre olvidaron, por un momento, su alegría; pero los de la madre parecieron tomar un nuevo brillo, el de la nostalgia, mientras musitaba. - Con nuestros oídos hemos oído lo que tu padre te va a contar. El joven licenciado la miró un instante. La madre parecía sonreír. - Bueno, vamos al grano, hijo mío -dijo el padre. El joven licenciado no comentó nada. Esperaba la noticia mientras comenzaba a caer una fina lluvia en el exterior de la casa. - ¿Sabes por qué te he pedido perdón?. El joven licenciado seguía sin responder. - ¡Porque me equivoqué, hijo mío, me equivoqué! -y acercó una copa de su coñac preferido a sus labios. - La lluvia cae porque las nubes no pueden sostenerla. Así ocurre con las teorías humanas. - Lo malo es que a mí no se me ha caído ninguna teoría, hijo mío... ¡se me ha caído una creencia!. - Pues hay creencias firmes. - Pero la mía no lo era... La madre miró al padre. El padre miró al periódico. El joven licenciado miraba al cristal de la mesa y éste parecía indicarle: "Te van a dar la luz de una confidencia". - Hijo mío -siguió el padre sin levantar la vista- ¿sabes por qué se casa el director de cine con tu prometida?. - Supongo que será por amor. - No. Por interés. Por conveniencia. Por el qué dirán y por lavar, ambos, sus conciencias. - Eso es moneda muy corriente en la sociedad. - Hijo mío... ¡esa mujer no te interesaba!. ¡Te quería engañar y a mí me engañó del todo!. Tenía muchas prisas por casarse... El padre tomó otro trago de su coñac preferido. - Siendo prometida tuya había tenido relaciones sexuales con él. Y sabía que estaba embarazada. Y yo, engañado, creía en su fidelidad. La madre tomó aliento y musitó. - Nunca la perdonaremos... - Madre, perdonar no está en tus manos ni en las mías. Y tampoco en las tuyas, padre. Perdonar es una capacidad fuera del alcance de los seres humanos a no ser que consigamos situarnos en el lugar del pecador. - ¿Y tú eres capaz de colocarte en el lugar de esa mujer? -enrojeció el padre. - Creo. - Pue entonces sigo sin comprenderte. - Pues no es a mí a quien tienes que comprender sino a ella. El joven licenciado tomó el periódico y lo abrió, casualmente, por la página de sucesos. "Ahorcada por celos". - A esta mujer la conozco yo. - Es que no he terminado de contártelo todo, hijo mío. Aún hay algo más escandaloso. - El escándalo es producto del orgulo, padre... ¡Y tú tienes demasiado orgulo!. Ambos levantaron la mirada y se quedaron observándose fijamente. - ¿Os sirvo un café? -intermedió la madre. - ¡¡A mí con coñac!! -explotó el padre sin desviar su mirada. El joven licenciado sí miró a la madre. - No te molestes por mí. Yo no necesito ahora ningún café. Gracias. - ¡Para que te enteres, hijo!. La ahorcada resulta que era una lesbiana enamorada de tu prometida. ¡A saber lo que pudo ocurrir entre ellas!. Ahora... ¿qué me dices?. - Lo mismo que antes. No creo que los sentimientos se deban exponer con el odio. La comprensión es un acto de justicia y no de falsa compasión. - ¡Yo no tengo compasión de ninguna de ellas!. - Pues, al menos, no opines aunque sea por una vez en tu vida. El padre se levantó intempestivamente. - ¡Me voy a dormir!. ¡Contigo sigo sin poder comunicarme!- - Será porque no lo deseas... será porque te da miedo enfrentarte a cosas que no conoces y no quieres aprender porque consideras que lo sabes todo. - ¿Y tú lo sabes todo?. - No; pero estoy aprendiendo. La lluvia había amainado. Todos se fueron a dormir y la copa de coñac quedó, a medio consumir, abandonada sobre el cristal de la mesa. Un rayo nocturno la hizo brilar mientras un felino, en el exterior, maullaba sus celos. A la mañana siguiente, cuando el joven licenciado acudió a la oficina, ya no quedaba nadie de sus anteriores compañeros. Muchos habían sido cambiados de lugar o dados de baja en la empresa. Y no sólo el personal sino que el mobiliario, en todas las plantas del edificio, había sido renovado. Se respiraba un aire juvenil en los diversos Negociados. Pocos, de los cientos de empleados que allí trabajaban, conocían personalmente al joven licenciado; pero todos habían oído hablar de él y por eso, al verle por vez primera, sentían una enorme curiosidad y deseos de acercársele. Todos le miraban pasar, pero nadie se atrevía a dirigirse a su persona mientras él caminaba hacia el despacho del jefe de personal. Éste seguía siendo el mismo de antes. Al entrar al despacho, también renovado, le contempló sonriente, relajado, feliz... parecía otro hombre. - Siéntate, por favor. El joven licenciado, obediente, se sentó frente a él. - Por favor, señorita -avisó por el interfono- ¿puede usted pasar un momento?. Al abrirse la puerta apareció una hermosa secretaria. Aún más hermosa que la prometida. Era casi perfecta; si es que la perfección existe en el cuerpo humano. Era hermosa de cuerpo, pero sobre todo su rostro era de una belleza que iumpresionaba. El joven licenciado quedó absorto. El jefe de pesonal sonrió profundamente. - Te habrás dando cuenta de que hemos cambiado todo el material de oficina -ironizó. - Dicen que para no morir es necesario renovarse... -contestó el joven licenciado. La hermosa secretaria le sonrió abiertamente. Era su sonrisa de una total naturalidad. No reflejaba hipocresía ni, por supuesto, era la sonrisa irónica del jefe de personal. - ... que es lo mismo que nacer de nuevo -siguió el joven licenciado. Ella se le quedó mirando sin entender bien aquella frase, pero reaccionó. - Usted dirá... -se dirigió al otro. - Mire, señorita... tiene usted delante a quien tanto hemos estado esperando. La hermosa secretaria se sonrojó. - No se preocupe y acostúmbrese a él. Desde que tome posesión de su nuevo cargo pasará a ser usted su secretaria. - Espere... espere... -protestó el joven licenciado. - No. Es un acto de justicia lo que hacemos contigo. No basta con que te pidamos perdón... que lo hacemos... sino que es necesario recompensarte con algo que te mereces más que los demás. Tú nunca protestaste del trabajo. Ni regateaste ningún sacrificio por esta empresa. Lo que te damos no es un regalo. Es algo que te has ganado a pulso, día a día, hora a hora, minuto a minuto. Siempre fuiste fiel, obediente y desinteresado. Hace muchos años que te hemos estado observando y tu integridad no se puede poner en duda ni la hemos puesto nunca. Muchas veces te enfrentaste a nosotros pero no era por otra cosa sino por pedir justicia social. Y eso lo valoramos más que la cobardía de otros. Para nosotros siempre fuiste un ejemplo a seguir; pero te dejamos libre para saber hasta dónde podías llegar. Has demostrado que supiste llegar aún más lejos de lo que te pedíamos. Hombres como tú son infinitamente necesarios para nuestra empresa. No ha sido decisión de tu padre sino que todo el Consejo de Administración, por total unanimidad, lo ha decidido. Tú te mereces ese despacho y esta secretaria. En los tiempos actuales es casi imposible hallar una fidelidad y una entrega como la tuya. Conocemos a todos los componentes de nuestra querida empresa y sabemos todo sobre ellos, sobre su comportamiento y hasta sobre sus pensamientos. Estábamos buscando a cierta persona con unas determinadas características y esa persona sólo eres tú. Sabemos valorar tu sacrificio y no podemos dejar que nos abandones. No es una oportunidad que tú te merezcas sino una oportunidad que esta empresa se merece. Nos eres indispensable y lo has demostrado. No queremos, por otro lado, que sigas ofreciendo tanto a cambio de nada. Si te mereces lo que te ofrecemos no es por ninguna circunstancia extraña sino porque es justo y has sido el único que ha reunido méritos para ello. Nadie, absolutamente nadie de esta empresa, duda ni puede dudar de que es a ti a quien te corresponde esta mención. Pero... espera. Sabemos que vienes, todavía, un poco cansado, así que tienes diez días de permiso para descansar lo suficiente. Por el trabajo que vas a realizar no te preocupes puesto que tienes suficiente inteligencia y, además, tendrás asesores que te van a enseñar... ¡ah!... y no aceptamos tu renuncia bajo ninguna excusa, así que... ¡señorita, acompáñele a su casa en el coche que la empresa ha puesto a su disposición!. Sabemos que no has querido nunca aprender a conducir pero... ¡ella es, también, una excelente conductora!. ¡Ni hablar de excusas!. Y levantándose le abrió la puerta del despacho. - Hasta dentro de diez días que, indispensablemente, te necesitamos aquí. ¡Hala... hala... no hay nada más que explicar!. El joven licenciado se levantó, dio la mano al jefe de personal, dejó salir primero a la hermosa secretaria y diciendo un significativo adiós, la siguió ante la admiración de todos los trabajajdores. Al llegar a la calle un lujoso coche esperaba, aparcado, en la acera. El joven licenciado abrió la puerta para que subiese la hermosa secretaria y luego rodeó la parte delantera y se introdujo igualmente en el asiento del copiloto. - ¿A dónde vamos? -dijo la hermosa secretaria. El joven licenciado le indicó el domicilio familiar y el coche inició su camino. - ¿Puedo contarte algo? -interrogó ella. La hermosa secretaria aún era todavía más bonita ante el volante. Su minifalda ofrecía un espectáculo verdadermaente maravilloso. La luz de la mañana reflejaba en sus ojos destellos tan naturales como su bello rostro. Realmente era muy hermosa. - ¿Sabes lo que más me entusiasmaba cuando era niña? -siguió ella ante el silencio de él. - No me lo digas. Te gustaba jugar a que eras sirena encantada y un príncipe valiente te iba a cortejar al fondo marino para darte el beso salvador. - No... ¡jajaja!. Realmente era hermosa... porque realmente era natural... - ¡No... no... jajaja!. Verás. ¡Jajaja!. Te lo voy a explicar. Desde muy niña, y hasta ahora, lo que siempre me ha encantado ha sido la Mitología. - ¡Jajaja! -rió ahora el joven licenciado. - ¡Sí, sí... no te rías!. ¡Jajaja!. No te rías. La Mitología. Mis héroes eran siempre Ulises, Hércules, Prometeo... hasta Polifemo ha sido héroe mío. - Pero... bueno... ¿estás hablando en serio?. Verás que a mí también me atrajo siempre la Mitología. - ¡Y tan en serio!. Siguieron unos segundos de silencio. Y en ese silencio el joven licenciado se atrevió a mirarla plenamente a los ojos. Aquella luz natural que se reflejaba en ellos hablaba mejor que mil palabras. Era, realmente, la luz de la ingenuidad. Así, al menos, le parecía a él. Y era, realmente, una ingenuidad no premeditada. - Pues verás... ¿sabes por qué te cuento esto?. Ahora que vamos a ser compañeros de trabajo me gustaría conocerte sinceramente y de verdad. Todos los que estamos trabajando en la empresa sabemos mucho de ti. Hemos tenido tiempo de escuchar comentarios, leer noticias, contemplar la película, opinar mucho sobre tu singular personalidad y... ¿sabes una cosa?... ¡te has convertido en un mito!. Eres, para todos nosotros, un mito viviente. Yo quiero conocerte a fondo para saber cuánto hay de mito en ti y cuánto de ser humano. Saber si eres un héroe legendario o sólo un idealista sin futuro. El joven licenciado apartó su mirada de ella, miró hacia el frente y contestó. - ¿Tú qué ves en mí?. - Ahora mismo un enigma. Por eso espero tener la fortuna de poderte descifrar. - Para descifrar enigmas es necesario abandonar lo lógico y adentrarse en los caminos del misterio. - A mí no me da miedo ningún camino. El automóvil llegaba, en esos instantes, al domicilio donde vivía el joven licenciado con su padre y su madre. El joven licenciado tendió la mano, para despedirse, a la hermosa secretaria y ella, sujetándola unos segundo más de lo normal, le preguntó. - ¿Puedo quedar contigo esta noche?. El joven licenciado sonrió entre tímido y sorprendido. Pero no dudó. - Sí. Quedamos. Te espero a las nueve en la puerta de la empresa. No te preocupes por mí, llegaré en el metro hasta allá. Te espero. - ¡Allí acudiré!. Abrió la puerta. Encendió el salón y entró en él. Se asomó al pasillo. Estaba umbrío, como siempre. La atmósfera, en el interior de la casa, era exageradamente fría. El pasillo tenía una longitud extremadamente profunda. La casa era demasiado grande para tan sólo tres habitantes; pero el pasillo hacía desaprovechar demasiado espacio. Se notaba cierta discordancia entre el pasillo y el resto del hogar. No era, exactamente, un desaprovechamiento del espacio sino algo más espriritual. Se quedó mirando hacia el fondo. Sus ojos se fueron acostumbrando a la umbría y comenzó a distinguir los pocos ornamentos que adornaban las paredes. A su mente llegó aquel diálogo que tanto le había atormentado en el pasado. - Espera un momento, papá. Yo no veo las cosas de la misma manera. - ¡Pues tienes que verlas!. No hay más camino que el que, lógicamente, debemos escoger... - Pero a mí no me importa ver las cosas en forma distinta a como las planeas tú. Hasta ahora sólo he seguido la línea que marcaste en el suelo. Pero, a veces, me despego bastante de ese suelo y entonces comprendo que no es tu línea la que yo deseo ni, por supuesto, la lógica para mí. - ¡Estás muy equivocado!. Los hombres deben ejercitar su propia voluntad, ¡es cierto!, pero la única voluntad válida es la que desarrolla el deseo indomable de llegar a lo sobresaliente. Y... para ello... es necesario la dedicación total. En el camino de un hombre de conocimiento el punto sobresaliente es lo que vale. - Mis esfuerzos buscan ese punto sobresaliente y, sin embargo, sé que no es el mismo que tú has pintado al fondo del pasillo. Apretó los dientes. Se subió las solapas de la gabardina y salió de casa... Había decidido ir a la buhardilla. Eran las cuatro de la tarde cuando el joven licenciado golpeó en la puerta. En un principio nadie respondió a la llamada, pero él sabía que alguien había dentro porque un leve murmullo de palabras le llegaban a sus oídos. Alguien hablaba, musitando, dentro de la buhardilla. Era evidente. Golpeó de nuevo en la puerta y ahora sí... ahora una persona se acercó para abrir. - ¡Hola! -le saludó, sorprendida y alegre, la muchacha del teatro. En un principio no la reconoció. - ¿Quién eres tú?. - Te dije que te esperaría y aquí estoy. Entonces supo quién era. Estaba mucho más sexy. Vestía un chándal deportivo de color lila y unas zapatillas de tenis. Había cambiado, completamente, su peinado. Olía a un perfume sofisticado que la hacía embriagadora. - Me dije, para mí, que esta buhardilla nunca sería una cárcel de soledades... y aquí estoy yo también. Entonces apareció él... con un trote ligero, moviendo enérgicamente rabo y cuerpo, se enroscaba y desenroscaba entre las piernas del joven licenciado que se agachó para acariciarlo. - ¡Hola, amigo!. ¿Cómo estás?. Y el perrillo blanco y negro gemía, ladraba, corría, iba, volvía... Desde arriba la muchacha del teatro continuó. - Se ha quedado un poco sordo. Desde que te llevaron ha permanecido muy triste. Le notarás algo más flaco pero es que comía poco. Yo le he querido dar todos los mimos imaginables, pero parece que él se ha quedado en otro tiempo, envuelto en la añoranza... algo así como le ocurría al viejo poeta extranjero. El joven licenciado se irguió. - ¿Qué dices?. Tú conocías bien al anciano poeta extranjero y sabes perfectamente que no era un hombre triste. Él era bohemio equivocado... pero feliz. Por eso no era viejo sino anciano. Que sintiese sobre él todo el peso de la conciencia universal y sufriese por ello no le apartó nunca de la alegría. Una alegría equivocada pero alegría al fin y al cabo. ¿Cómo le llamas ahora viejo?. - Verás... no te enojes... la vida ha cambiado mucho desde que te fuiste. - Yo nunca me fuí... - Bien... desde que estuviste en otro lugar. El joven licenciado la volvió a mirar fijamente. Ambos se miraron mutuamente. Quedaron en silencio, observándose, entre íntimos y desconocidos, entre amigos y recelosos, entre atraídos y distantes... con ansias de tomarse pero con una prudencia desconocida entre ellos. Ambos tenían ganas de abrazarse y devorarse a besos... pero ninguno se atrevía. No había habido distancia alguna otras veces, pero ahora parecía abrirse una brecha compuesta de dudas. Ella le miraba con ansias pero con miedo; y él la veía con deseos pero con prudencia. Algo pasaba. En el otro tiempo ni el miedo ni la prudencia anidaban en su relación. - ¿Será verdad que la vida ha cambiado mucho? -se interrogaba, para sí mismo e indeciso, el joven licenciado. Ella le tomó de la mano y le introdujo hacia adentro. - Ven... no te quedes en la puerta. Tengo muchas cosas que contarte. Tengo que ponerte al día en muchos acontecimientos. Tengo unas ganas enormes de tenerte a mi lado y charlar... charlar como antes hacíamos... Todo estaba cambiado. Ahora, más que buhardilla podía decirse que aquello era todo un estudio de alto estilo. La televisión, a bajo volumen, retransmitía un partido de tenis. El joven licneciado no acertaba a explicarse todo aquello. Fue ella quien le indicó que se sentase en el cómodo tresillo y, una vez sentados ambos, comenzó a explicarle. - ¿Te gusta mi nuevo look?. - ¿Tu nueva imagen?. - Buenso, sí... mi nueva imagen... - Estás más linda. - ¿Te importa que hablemos sin apagar el televisor?. - Que me improte a mí no es más importante como que te importe a ti. - Te veo más serio que de costumbre. Verás... la vida ha cambiado mucho en estos últimos meses. - ¿La vida o tu vida?. - Bueno, sí... mi vida. Por ejemplo, conseguí un trabajo súper y gracias a ello compré la buhardilla para nosotros. Pero antes, y reconócelo, no era habitable; así que decidí decorarla con este alto estilo art-deco... ¿te gusta?. El joven licenciado no acertaba a contestar. - Decidí cambiar mi look, perdón mi imagen, porque es razonable sacar partido de todas las posibilidades. El joven licenciado seguía sin contestar. - ¡Despierta de una vez!. Ya nada es igual. Aquello no tenía posibilidades y lo que no tiene posibilidades termina por desfasarse. Antes éramos distintos porque no habíamos encontrado salida a nuestra identidad. - Pero habíamos encontrado el amor. El locutor levantó, en esos momentos, la voz: ¡¡Smatch y set a favor del resto!!. - ¡Dios mío!. - No te preocupes. Al fin y al cabo es sólo un partido de tenis. Pero... ¡qué partido!. El del siglo. Mira... es de mixtos. El número uno mundial formando pareja con la número dos y la número uno mundial junto al número dos. Si te das cuenta, la número dos es una tía sensacional, guapísima, atractiva... y la número uno ¡ya ves!... ¡un verdadero adefesio!. - Sí. Ya lo veo, ya... - ¡Mira, mira!. La fea no hace más que enviarle bolas envenenadas a la guapísima pero el número uno ¡es impresionante!. ¡Cómo se cruza y salva el punto!. ¿Verdad que es impresionante?. - ¿Quien?. ¿La número dos?. ¡Por supuesto que es impresionante!. - ¡El partido!. ¡Me estoy refiriendo al partido, so bobo!. - ¿Y tú prefieres ver eso a gozar los instantes del silencio?. - Ya no me interesa el silencio. De todas formas no creas que no te esperé. Este lugar no lo ha pisado ningún otro hombre desde que saliste tú. Lo único que quiero es ofrecerte placer y gozo. La vida hay que vivirla... según viene. Ahora está de moda el tenis y la ropa que llevo es más actual que la anterior. Yo he cambiado para que me veas más guapa. - ¿Y el teatro?. - ¡Ah... eso es otra historia!. Peleábamos continuamente. Ya sabes, que si yo soy mejor actor que tú, que si triunfas gracias a que te llevas el mejor papel del reparto... en fin... ¡lo de siempre!. ¡Lo normal en estos casos!. Hubo deserciones, el grupo se desgajó y decidimos, los más jóvenes, formar otro grupo diferente. De más actualidad. Que estuviese de moda. - ¿Qué quiere decir eso de que estuviese de moda?. - Bueno... esto... que actuase de cara a los gustos del público y no por nuestra opinión. El público es quien paga y hay que ofrecerle lo que pide. Asi que... El "así que" martilleaba las sienes del joven licenciado. - ... ahora nos dedicamos exclusivamente a la comedia y la astracanada. ¡Ah!. Y nos contrata la televisión... - ¿También la televisión?. - Sí... sí... ¡es fantástico!. Allí realizamos programas musicales y con mucho humor. La televisión es el futuro. ¡Ya la gente... - ¿Por qué dirá la gente y no el público? -se preguntó a sí mismo el joven licenciado. - ... no va tanto al teatro!. Para nosotros es más cómodo acudir a la televisión. y nos da más nombre. Acabamos de firmar un contrato para hacer programas que se van a exportar al extranjero. ¡Es la fama!. Oye bien... ¡la fama!. Y por supuesto que también deseamos darte un lugar a ti. La oferta es apetitosa... ¡no la rechaces!. - ¡Dios mío!. - Pero bueno... ¡desde cuándo crees tú en Dios!. - Exactamente desde que tenía siete años de edad. - ¡Bah!. Anímate. El futuro está ahí... a nuestro alcance. Somos jóvenes y a nuestra edad tiene un mérito increíble alcanzar la fama. - Y que fue de todo aquello... - Hemos tenido que cambiar. Era necesario. O nos quedábamos fuera o cambiábamos. Así que elegimos lo mejor... ¿no te parece?. El "así que" ya le molestaba en demasía. Miró hacia la puerta del dormitorio y alli estaba él... dormitando en el umbral con la cabeza entre las patas delanteras. En esos momentos se cortaba la retransmisión del partido de tenis y comenzaban los spots publicitarios. Hablaba una voz varonil: "Si continúa usted en onda... siga nuestra onda (casa de confort con la familia observando el vídeo de "Setamor")... "No haga otra necesidad. No se pierda la mejor... ¡Siga a la moda!. Nuestras setas con nata son la moda!"... "Querer es poder" (automóvil de lujo con mujer impresionante sobre el motor)... "lo querido es poderoso" (joven apuesto que se acerca con el llavero en la mano)... "toma lo que te mereces"... (mujer impresionante y joven que se miran y se introducen en el automóvil)... "¡y a poder!" (automóvil que sale a toda velocidad). - Queridos telespectadores y telespectadoras... volvemos a Flushing Meadow. - Escucha... estoy desconcertado. Tengo que descansar un momento. ¿No te importa? -y se levantó para dirigirse a la habitación. - ¿Quieres que te acompañe?. - No... sigue viendo el tenis. Creo que está en la parte más interesante del partido. El partido del siglo. No te lo pierdas por mi culpa. ¿Tienes un periódico?. - Sí... pero de sucesos. - Es igual. Sólo es para leer un poco. Ella le dio el periódico y él se fue hacia el dormitorio. El perrillo blanco y negro le siguió. Ya no era el viejo camastro sino una estupenda cama con toda clase de comodidades. Se hundió en el colchón y tomó el periódico. ¡Allí estaba su cuerpo!. Flotando en el vacío y mirándole como acusador. Todo rodeado de encinas... Se despertó del largo y pesado sueño. Tomó una cuartilla que se encontraba sobre la coqueta mesilla de noche y comenzó a escribir. ¡Cuánto dolor colgado en las encinas!. Un aire desgarrado en los latidos eres tú, suicida de las brisas. Un aire desgarrrado e inerte que pende del péndulo arbóreo. Si mañana se abrieran las compuertas y el zócalo de la razón se obstruyera tú serías la primera en conocer la fuerza centrífuga del viento. Tambaleándose en el aire de la despedida tú vendrías a reinventar la vida con un nuevo mensaje de emociones más allá... más allá de las fronteras y de los naranjos en flor y de las primaveras... Dejó el periódico sobre la mesilla. Guardó el poema en el bolsillo interno de la gabardina, que no se había quitado en ningún momento, y descubrió que allí seguía su querida pipa. - La pipa y el perrillo blanco y negro son lo único que queda de mi buhardilla. Se irguió con rapidez. Ordenó al perrillo blanco y negro que se quedase allí y salió a la sala. - ¿A dónde vas?. - Tengo una cita. La muchacha del teatro se levantó como impulsada por un resorte y se acercó a él agarrándole del brazo izquierdo. - Pero... ¿volverás?... ¿verdad que volverás?. - Volveré. Y salió.
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