Setamor (Novela) Captulo 16.
Publicado en Jan 27, 2011
Por el andén irrumpió una banda del Movimiento de Jóvenes por la Paz. Eran unos veinticinco aproximadamente y pasaron destrozando todas las papeleras, arrancando los anuncios publicitarios y dando alaridos como salvajes: ¡¡Sí... sí... libertad... lo de la seta... es verdad!!. Luego, rápidamente, desaparecieron por una de las salidas ante la indignación de unos y la indiferencia de otros.
Un gran murmullo de conversaciones se extendió, como reguero de pólvora, entre los que esperaban la llegada del metro; mas cuando éste paró en la estación y entraron en los vagones, un total silencio se apoderó de todos ellos. El joven licenciado, recostado sobre una de las paredes del fondo, podía contemplar la escena: se miraban todos con todos, con unas miradas frías, inexpresivas... algunas eran somnolientas, otras demostraban cansancio y hasta las había que eran propias de la lujuria... pero todas eran herméticas y silenciosas. Allí estaban representadas todas y cada una de las edades: niños, jóvenes, adultos, viejos... pero todos en silencio. El joven licenciado pensaba. - ¿Por qué estas personas que, sólo hace unos segundos, se mostraban tan exultantes y dicharacheros, se habrán quedado, de repente, enmudecidos?. ¿Es que es necesario que estalle un escándalo para que puedan tener vida?. ¿No tienen una oportunidad ahora, cuando la tranquilidad les ofrece más motivo de comunicación?. ¿O es que tienen miedo?. Y si tienen miedo... ¿cuál es el motivo?. Se contestó a sí mismo. - Tienen miedo a su propia identidad. Necesitan hablar de lo que les excita pero no pueden hablar de lo que les apacigua su interior. Son libres... están en una sociedad libre... pero no sienten esa libertad... No la ejercitan a no ser que sea de forma violenta. ¡Qué paradoja!. Viven los silencios de la libertad pero no ejercitan su serenidad. El que verdadermaente es libre debe expresar la armonía que contiene la paz en su interior. O esto no es realmente la libertad. Cuando llegó el metro a la estación y el joven licenciado salía entre los demás viajeros, recomenzaron los murmullos. Él tomó la salida que le correspondía y, con las manos en los bolsillos de su pantalón, se quedó el último porque los otros caminaban más deprisa. El pasillo subterráneo era muy largo. En medio del trayecto, un cantautor de etnia negra rasgaba una guitarra y de ésta surgía una hermosa melodía desconocida para el público. Todos pasaban de largo. Era una hermosa melodía... pero todos pasaban de largo. Cuando el joven licenciado llegó a la altura del cantautor de etnia negra, éste comenzó a cantar la letra. El joven licenciado se detuvo en seco. ¡Aquello era "Los hijos de un momento"!. Se quedó escuchando la canción y mirando fijamente a los ojos del que la cantaba. Otros transéuntes comenzaron a reunirse, a su alrededor, completando un pequeño semicírculo que iba en aumento cuando llegaban nuevos tanséuntes. Al terminar la canción, el joven licenciado, mientras muchos llenaban, con monedas, la funda de la guitarra, se acercó al cantautor de etnia negra. - ¿Dónde la has aprendido?. - He corrido mucho mundo... En un país lejano se la escuché a una prostituta, ya apartada del oficio, mientras despachaba tras la barra del bar y yo fumaba y bebía vodka como un cosaco. Le pedí la letra y me la aprendí. Desde entonces dejé de fumar y de beber y recorro el mundo cantándola. ¿Quieres cantar conmigo?. El joven licenicado reconoció a la prostituta y se dio cuenta de que debió de amar mucho al anciano poeta extranjero y por eso ella seguía recordándole en aquel lejano país donde estuviera. Había sido la única, junto con el joven livenciado, de todos los bohemios que se reunían en la vieja taberna, que sabía la verdadera identidad del anciano. - Adelante -dijo el joven licenciado mientras el grupo de los oyentes ya era casi una muchedumbre. Y comenzó a entonar junto al cantautor de etnia negra. Al final de la canción éste se dirigió al joven licenciado. - Si después de mirarme a los ojos te sientes valiente y me dices adiós... - Te diré con el alma en la mano que puedes quedarte proque yo me voy -respondió el joven licenciado mientras dejaba caer un billete de mil en el interior de la funda de la guitarra. - ¡Te diré con el alma en la mano que puedes quedarte porque yo me voy! -repitió el cantautor de etnia negra. El joven licenciado dio media vuelta y salió del grupo. - ¡Ve con Dios, hermano! -le gritó el de la guitarra. Se abrió paso entre la muchedumbre y continuó su trayecto por el largo pasillo subterráneo. Antes de llegar a las escaleras de salida aún se oía la voz del cantautor de etnia negra. - ¡Y se marchó.. y a su barca la llamó Libertad!... La noche, a pesar de aquella época del año, se había presentado con una temperatura ideal para caminar por las calles. Los automovilistas circulaban en una y otra dirección con estrépito de claxon y ruído de tubos de escape. A pesar de ser una noche apropiada para el paseo, muy pocas personas caminaban por las calles. Era lo lógico de lo ilógico. Cuando apareció el lujoso automóvil conducido por la hermosa secretaria, ya hacía diez minutos que el joven licenciado esperaba, fumando de su vieja pipa, en la entrada de la empresa donde ambos trabajaban. Se hallaba recostado en una farola cuando el lujoso automóvil aparcó junto a él. - ¡Jajaja! -apareció, riéndose a carcajadas, la hermosa secretaria. - ¿De qué te ríes?. - ¿Cómo fumas de esa pipa?. ¡Pero si eso ya no se lleva!. ¡Jajaja!. El joven licenciado la miró sin contestar. - ¿Y esa gabardina?. ¿De dónde has sacado esa gabardina?. ¡Jajaja!. ¿La has sacado del baúl de tu abuela?. ¡Jajaja!. El joven licenciado seguía sin contestar; pero hacía grandes esfuerzos para no reír, porque aquella risa tan natural de ella era muy difícil que no se contagiase. - ¡Bueno, vale, me callo!. ¿A dónde vamos?. El joven licenciado apagó la pipa, la guardó en el interior de su gabardina y le indicó que entrase en el automóvil. Una vez dentro los dos, tomó un papel de publicidad que se encontraba en la guantera del coche. La hermosa secretaria miraba, curiosa, aquel papel. Por delante se anunciaba una boutique de vestidos de novia. Por detrás era un papel en blanco. Él trazó un sencillo plano en la parte trasera del papel y, mostrándoselo a ella, le indicó. - ¿Sabes dónde se encuentra la calle de la Nueva Vida?. - Pues no... pero puedo buscarla... - Con este plano no tienes pérdida. Obsérvalo. Sé que es una calle escondida y difícil de localizar; pero si conoces la zona... por cierto, ¿conoces la zona?. - Sí, sí. Bastante bien. - Si conoces la zona bastante bien, en seguida darás con ella. - ¿Y una vez allí?... - ¿Ves esta esquina en la Calle del Poema?. Pues allí hay una vieja taberna. ¡Allá vamos!. - ¿A una vieja taberna?. ¡Tú estás loco de remate!. - ¿No decías que no te daba miedo ningún camino?. - Sí... pero una vieja taberna... ¡Por lo menos me podías haber avisado antes!. - En esta vida tienes que estar preparada para cualquier coyuntura. Y, además, vas muy bien vestida. Ella vestía una minifalda de cuero de color negro, un jersey blanco que la remarcaba el busto y una cazadora también de cuero de color negro. - Por otro lado, allí se respeta a todas las personas. Nadie se va a meter contigo. Son buenos. Lo único que les importa, de las personas, es la cantidad de imaginación que puedan ofrecerles para despertarles. ¡Y tú vas a despertar a más de uno!. ¡Jajaja!. La hermosa secretaria jugó a que se hacía la ofendida. - ¡Vale, vale!. ¿Cómo se llama esa vieja taberna?. - Taberna. - ¿Sólo taberna?. Pero... ¿de qué siglo es?. - ¡Jajaja! -rió de nuevo el joven licenciado -Allí no existe el tiempo ni tampoco la edad. Y se pusieron en marcha. Al llegar al sitio citado, el joven licenciado exclamó. - ¡Dios mío!. No puede ser... - ¿Qué pasa?. ¡Me he equivocado de número?. Tú me escribiste el número trece y este es el número trece. - Pero... ¡no puede ser!. - Sí que lo es. No hay ninguna vieja taberna. En el luminoso pone "Recreativos El Porvenir" y está lleno de máquinas tragaperras. ¿Te habrás confundido tú?. - No. No me he confundido... se han confundido ellos... - ¿Quiénes se han confundido?. - Déjalo. Vámonos de aquí. - ¿A dónde vamos ahora?. - Donde tú quieras... donde tú quieras... - Pero no te pongas tan triste. Verás... ¡te voy a llevar a un sitio estupendo!. Allí va mucha gente joven y lo vamos a pasar pipa. Por cierto, no vuelvas a encender la pipa por favor, te lo suplico. Venga... ¡anímate!. El lujoso automóvil reemprendió su camino. - Se llama "La Gran Epopeya". Hasta su nombre me gusta; porque me recuerda a las famosas hazañas de los héroes legendarios. Pero el joven licenciado anduvo callado durante todo el trayecto y ella decidió no hacer más comentarios. El pub estaba repleto de personas. Aún quedaban mesas libres, pero iban acudiendo más y más. Jóvenes comprendido entre los dieciseis y los veinticinco años charlaban animadamente. Muchos en las barras y otros muchos sentados. La hermosa secretaria iba abriendo el camino. El joven licenciado la seguía de cerca. Ella le llevaba de la mano. - ¡Y éste quién es! -apareció, desafiante, un extravagante vestido de rockero con una botella de cerveza en la mano. - Mi amo -le cortó en seco ella. - No... -dijo el joven licenciado. - Bueno... el que va a ser mi amo. ¿Tienes algo que drcir, so pendejo?. El extravagante vestido de rockero le miró con odio. - ¡¡Bah!! -explotó de repente. - ¿Quieres que le parta la cara de un tortazo? -le indicó el joven licenciado a la hermosa secretaria. - No. Violencia no. Si le partes la cara de un tortazo no va a poder seguir bebiendo cerveza. - Pues es verdad... pero si tú quieres se la parto. - No es ese mi gusto para hacer las cosas. Y el extravagante vestido de rockero se marchó, todo cortado y corrido de vergüenza, asustado hacia una de las barras del local. - Cree que todas las chicas le pertenecen -la aclaró, en voz baja, la hermosa secretaria al joven licenciado. Sentado, por fin, alrededor de una de las mesas, ella se dirigió, nuevamente, a él. - ¿Te quitas la gabardina?. Aquí hace calor. Yo me voy a quitar la cazadora. Ya verás cómo ya no viene ningún otro imbécil. Ambos dejaron las prendas en el respaldo de una silla. La cazadora primero. La gabardina sobre ella. El joven licenciado lucía un jersey amarillo con una leyenda grabada: "Te Busco". Y el pantalón vaquero de color negro. - Espera... espera... que aquí nunca se sabe... Ella tomó la gabardina de él y sacó la cartera y el papel que contenía el último poema. Le ofreció la cartera a él y con el papel en la mano, bromeó. - ¡Vaya, vaya, vaya!. Un secreto. ¿Lo puedo descubrir?. - No. No puedes. Ella se lo devolvió. Un camarero se les acercó y pidieron dos refrescos, ella de naranja y él de limón porque el joven licenciado siempre tenía por costumbre llevar la contraria, como un juego sin importancia, a lo que pedían ellas. - Esto si es un ambiente de nuestra época -dijo ella después de sonreír por lo de la naranja y lo del limón. - Mi época es desde que nazco en adelante. - ¿Cuántos años tienes?. - Soy joven. Demasiado joven pero demasiado atrevido para romperle la cara a cualquiera de estos. - Que no... ¡que no quiero que hagas eso!. - Entonces... ¿qué pintamos tú y yo aquí?. - Mira. Escucha. Yo sólo tengo dieciocho. - ¿Ya tienes dieciocho?. ¡Jajaja!. Ella le miró sin reír. - ¿Es cierto que no tienes miedo a ningún camino? -siguió él. - Absolutamente cierto. - Entonces puedes leer el secreto... -y le entregó el poema. Ella permaneció durante un buen rato leyéndolo para sí misma. Luego volvió a leerlo, una segunda vez, pero más despacio. Él estaba mirándola con el rostro entre triste y distante. Admiraba aquella belleza más que nada por su decisión. - Es excelente. ¿Has conocido, de verdad, a algún suicida?. - A un suicida y a una suicida. Dos para ser más exacto. - ¿Y qué opinas?. ¿Es una valentía o una cobardía?. - Nada de esas dos cosas. Es, solamente, una desesperación... El rostro de él permanecía triste y distante. - Ese camino es el que no me atrevería a recorrer yo... - Dijiste que no tenías miedo a ningún camino. - Sí... pero quise decirte a ningún camino que me llenase de vida. El camino del suicidio me llevaría a la muerte. Y yo no tengo ninguna prisa por morir. El joven licenciado comenzó a sonreír. - ¡Eso ya está mejor!. Me han contado que eres capaz de escribir cosas hermosas y optimistas. Toma, toma... -y le dio un lote de servilletas de papel -¿por qué no me dedicas algo?. - Como qué... - Algo así como piropos pero que no se noten demasiado que son piropos. - Eso es muy fácil. El joven licenciado se la quedó mirando y volvió a sonreír. Ante aquella ingenuidad no podía hacer otra cosa. Tomó una servilleta, asió el bolígrafo que ella le ofrecía y comenzó a escribir. - ¿Estas segura de que quieres piropos que no lo parezcan?. - Sí. Eso es lo que quiero. Entonces él se puso serio y escribió. Suavemente entre tus brazos... dormido quisiera estar para soñar contigo almarios sin terminar. Tomó una segunda servilleta y siguió escribiendo sin detenerse ni un sólo segundo. Cuando mires, al pasar, hazlo hacia la ventana... pues tus ojos, al mirar, derriten a la mañana. Cogió una tercera servilleta y siguió con su tarea de escribir sin importarle para nada aquel ambiente. Ojos negros. Ojos profundos. Ojos sin antifaz. Ojos grandes. Ojos sinceros. Ojos para la paz. Volvió a coger una servilleta. Era la cuarta. Y escribió. Nueva compañera que el Destino hizo poner junto a mí, merece la pena estar vivo sólo por poderte sentir. Por último, sin pararse para meditar en nada, eligió otra servilleta. De nuevo dio rienda suelta a su escritura. Entre el aire y el viento te vas tú... parábola azulada del espejo y del Iris. La hermosa secretaria le miraba intensamente, entre curiosa, sorprendida y hasta provocativa. - Toma... -y él le entregó las cinco servilletas. - A cambio ¿de qué? -dijo ella. - ¿De verdad no te asusta ningún camino?. - Ninguno que me llene de vida. - A cambio de nada. Ella los comenzó a leer. Eran improvisaciones breves, sencillas y rápidas. Improvisaciones nada más. Terminó muy pronto su lectura y las guardó en su cazadora que se había vuelto a colocar para combatir el frío mientras él estaba escribiendo. - ¡Cada vez estoy más segura de que es cierto!. - ¿Hay algo de cierto en este mundo?. - Sí. Que eres un héroe de la supervivencia. - Vámonos- dijo, suavemente, él. - ¿Pero si son sólo las diez menos un minuto exactamente?. - Vámonos -la tomó de la mano y la llevó caminando hacia la salida del local. - ¡Que te dejas la gabardina!. - Déjala... ya no me sirve... - ¡Y la pipa!. - Ya no la necesito tampoco. - ¿Tampoco?. - Si. Tampoco. - Pues no te llego a entender del todo. - No es necesario. Ya me entenderás después. El extravagante vestido de rockero los vio pasar por su lado. Tragó el alcohol y no dijo nada. Sólo pidió otra cerveza. El tráfico era menos denso y, además, se había silenciado. Los anuncios de neón parpadeaban sus sueños. En aquellos momentos ningún transéunte caminaba por la calle. Un reloj, en frente, señalaba las diez de la noche menos veinte segundos. De un café-concierto colindante se escapaban las notas sinfónicas de "El Lago de los Cisnes". - Espera... -dijo ella- te mereces un premio... Rodeó con sus brazos el cuello del joven licenciado y se quedaron, ambos, mirándose a los ojos. Las palabras de ella habían sido limpias y su brillante mirada también. Y sincera. La mirada del joven licenciado, igual de sincera también. El reloj luminoso, en frente, señalaba las diez de la noche. Y se dieron un beso. Cálido, profundo, honesto. Todas las estrellas del cielo parecieron alumbrarse más. El reflejo de la noche destellaba sobre sus cabezas. Todo era música, amor, sinfonía... y las voces internas palpitaban en un único canto: "El Lago de los Cisnes" se había hecho realidad. Los brazos del reloj marcaban las diez de la noche y siete segundos. El amor puro y noble había destrozado todas las barreras del tiempo y de la edad. Sin palabras. Sin silencios. - Mira... una estrella fugaz -señaló ella mirando al cielo- ¿a dónde irá?. - Irá hacia ese punto del Universo donde sólo existe la Paz. - ¿Te ha gustado? -y volvió a mirarle. - Dentro de mil años este beso seguirá quedando eterno porque es una expresión sincera y, por ello, ocupa un lugar en la Historia. La atmófera cambió repentinamente. Nubes de tormenta, a gran velocidad, cubrieron el cielo. Un rayo centelleó en las alturas, le siguió un potente trueno y comenzó a llover. - ¡Si me besaran siempre como los besos de tu boca!... - Tu beso es mejor que cualquier vino. - ¿Para olvidar?. - No. Para recordar que seguimos adelante. - Nunca olvidaré que es mejor que el vino. - No olvides nunca besar así... Caía ya una gran cantidad de agua. Las gotas se confundíacon las lágrimas en el rostro de la hermosa secretaria. Él la acarició y con sus manos las limpió. Después... la estrechó contra su pecho. - No olvides nunca besar de esta manera. Pase lo que pase... no olvides nunca besar así... Se introdujeron en el lujoso coche. - Cada vez estoy más segura de que es verdad... - Mira... escucha... yo soy un hombre de carne y hueso. No soy ni un héroe legendario ni un ser mitológico. Tienes que darte cuenta de todo ello. Es importante saber que no debemos dimensionar más allá de lo necesario a las personas. - Es imposible. Tú sabes que la imaginación es lícita. Lo has demostrado siempre. - Sí. Es lícita. Pero hay que tener cuidado con la mitificación de las ilusiones. - Mira tú ahora. ¡Yo no entiendo eso!. ¡Yo sólo sé que eres fabuloso!. - ¡Jajaja! -rió espontáneamente el joven licenciado- Sigue siempre así... no te puedo pedir que no cambies tus características porque eso es inevitable pero... ¡no cambies nunca tus registros!. ¡De verdad!. ¡No los cambies!. - No los cambiaré. No te preocupes -y puso su mano derecha sobre el corazón de él mientras el brazo izquierdo lo levantaba como a manera de juramento. - !Jajaja! -expresó el joven licenciado. - Lo que me interesa se saber a dónde vamos a ir ahora. - A casa. - ¿A casa?. - A casa. Encendió el motor y comenzaron a circular. - ¿Puedo poner música?. - Por supuesto que sí. La radio lanzaba, en esos momentos, las notas de una bonita balada "country". - ¿Te gustan las baladas? -le interrogó ella. - Sí. Contienen mucho de ilusión. - Yo sé cantar -y se puso a tararear "Rosas en la nieve". Rápidamente llegaron al domicilio donde vivía el joven licenciado. - Cantas muy bien porque cantas con sinceridad. - Antes de que te vayas... verás... mañana es domingo y yo te pregunto si sería posible que quedásemos para salir juntos todo el día. Por ejemplo, a la sierra... - ¿No te das cuenta?. Yo no sé si voy a aceptar o no voy a aceptar esa oferta de trabajo. Necesito que aprendas una cosa: tú y yo tenemos todo el futuro por delante. A ti y a mí nos gusta, sin embargo, preocuparnos sólo por el día de hoy, como bien dice la Biblia, porque no sabemos lo que nos va a deparar la próxima hora, ni tan siquiera el próximo minuto ni aún el próximo segundo. Hasta ahí todo comprendido... ¿no es cierto?. - Hasta ahí todo comprendido y totalmente de acuerdo. - Quiero que no olvides eso: yo no sé si vas a ser mi secretaria o vas a ser la secretaria de otro hombre. Pero de lo que casi estoy seguro es de que algún día aparecerá alguien en tu vida que será más importante que yo. Que mi leyenda quedará sólo en tu recuerdo. Sólo te pido que no destruyas esa oportunidad si es verdaderamente limpia. Tú empiezas ahora el camino y yo hace tiempo que ando por él. Por un capricho de algún escondido reloj se han encontrado mi mito y tu fantasía. Pero los mitos siempre se desvanecen en el polvo de las experiencias. Cuanto más nos acercamos a ellos, más los vemos como son. Hasta que nos damos cuenta de que su realidad es más sencilla que su leyenda... y se nos diluyen. Nos damos cuenta que son irrepetibles pero también sustituibles. Vive. Vive siempre tal como eres y alcanzarás el verdadero valor de tus sueños. No dejes de ser, nunca jamás, fiel a ti misma. No evoques mitologías por más tiempo. Busca intensidades como la de esta noche pero... ¡por favor te lo pido!... que no sean nunca jamás sucias. Ella sonrió. - Pero si ya te he prometido que no cambiaré de registros. !Jajaja!. - Estoy hablándote muy en serio. ¡Que nadie, absolutamente nadie, te haga abandonar esa sonrisa tuya!. ¡Que ningún mito te la robe!. ¡No vayas más veces, nunca jamás, a "La Gran Epopeya"!. - Te juro que nunca jamás volveré a ir por alí... pero ¡yo quiero conocerte!. - Ahora mismo no puedo prometerte que nos veamos alguna vez más. Pero... ¿qué mas da?. ¡No olvides, pase lo que pase, lo que te he explicado!. Todos pertenecemos a nuestro propio mundo interior y el tuyo es muy limpio... ¡No lo olvides!. Y pase lo que pase nunca derrames una sola lágrima más de las necesarias. Yo también sé llorar. - Por eso... por eso mismo... por eso quiero conocerte... Él abrió la puerta del copiloto. - Yo espero verte más veces -siguió insistiendo ella. Él sonrió y le dio un beso en la mejilla izquierda. - Adiós... -dijo suavemente. Y salió para dirigirse hacia su somicilio. - Espera... ¡toma tu cartera!. En "La Gran Epopeya" el extravagante vestido de rockero, junto a un energúmeno vestido con fuertes y robustas botas militares, seguían bebiendo cerveza tras cerveza. Se les acercó un ridículo vestido con colgajos. - ¿Sabéis quien es ese cabrón que nos la ha quitado? -dijo el energúmeno vestido con fuertes y robustas botas militares. - Es el famoso joven licenciado en quien se basa la película "Setamor" -respondió, en unos segundo de lucidez mental, el extravagante vestido de rockero. El energúmeno vestido con botas militares se calló repentinamente, guardó silencio, comenzó a temblar y con el pulso semejante a alguien que sufre del mal de Alzheimer se tragó toda su cerveza de un sólo tirón. Al ridículo vestido con colgajos le pasó lo mismo. Y el extravagante vestido de rockero se desplomó sobre el suelo y barboteó antes de perder el conocimiento. - Yo... aplas... taré... esa seta... antes de... perdeeeeeer... a esa... chi... ca... Y perdió el sentido de las cosas sin que se diera cuenta de que ella, la hermosa secretaria, nunca jamás iba ya a volver a aquel repelente pub. "La Gran Epopeya" ya se había acabado para ella.
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