Setamor (Novela) Captulo 17.
Publicado en Jan 29, 2011
Cuando el joven licenciado subió al piso, se vilumbraba luz por debajo de las rendijas de la puerta.
- O están mis padres en casa o se dejaron la luz encendida -pensó para sus adentros. Deseó que fuese la segunda opción porque ansiaba estar a solas con sus pensamientos. Abrió la puerta con la llave y... en efecto... no había nadie en el interior de la casa. Pasó al salón y contempló la escena: allí estaba el enorme cuadro donde se distinguía a una dama andando por el camino que conducía al puente de piedra, el río, los árboles, las casas grises y pardas... Allí estaba el diploma paterno, encuadrado en madera dorada... Allí estaba la mesa de cristal y los sillones y el vaso de coñac... Tomó el vaso, que estaba completamente vacío, y lo contempló con sumo interés. - ¡Cuánta soledad debe esconderse en el fondo de un vaso! -volvió a pensar para sí mismo. ¡Y se decidió!. Se acercó al mueble bar, sacó la botella de aquel coñac preferido por su progenitor, llenó la copa y se sentó en el sillón también preferido del padre. Tomó un trago. - ¡Qué fuerte está! -exclamó para sus adentros. Se dio cuenta de que en su mano izquierda llevaba la cartera de sus documentos y, abriéndola, comenzó a curiosear en ella. Entre los papeles, le despertó sumo interés una tarjeta algo arrugada. Le dio la vuelta y leyó. Era la que aquel parado le había entregado cierto día en que el hambre les devoraba a ambos. Se fijó, detenidamente, en la dirección. A su mente llegaron las palabras. Estaba rememorando. - Gracias, joven. ¡Ten!. Esa es la dirección de mis padres. Si pasas por este pueblo algún día... díles que me ayudaste y serás recibido como si fueses yo mismo. Serás amado... porque amor con amor se paga. Depositó la tarjeta sobre el cristal de la mesa y cerró los ojos. Una especie de sopor se apoderó de él. Y comenzaron a bailar las escenas de dos imágenes en su mente. Ambas eran nítidas... sobresalientemente nítidas... y se sucedían a bastante velocidad. Aparecían, primero, la jovencísima morena que había conocido en la lujosa residencia, y después su padre. - ¡Búscame para ser feliz! -le decía ella sonriendo. - ¡Búscame para conseguir el triunfo! -le decía él con rigidez. - ¡Búscame para ser feliz!. - ¡Búscame para conseguir el triunfo!. - ¡Búscame para ser feliz!. - ¡Búscame para conseguir el triunfo!. - ¡Búscame para ser feliz!. - ¡Búscame para conseguir el triunfo!. - ¡Búscame para ser feliz!. - ¡Búscame para consguir el triunfo!. - ¡¡Basta ya!! -gritó, desesperado, mientras abría los ojos despertando del sueño. Tomó otro trago de coñac y entonces fue peor. Ahora eran las fotografías de todos los que habían sido sus compañeros y compañeras en la lujosa residencia. En principio desfilaban de forma pausada, despacio, sin prisas... pero luego las fotografías de todos y todas, absolutamente todos y todas las personas que había conocido allí... comenzaron a discurrir de forma más rápida y sin ningún orden correlativo. Luego comenzó un estrepitoso baile apareciendo y desapareciendo de su mente como si fuera un torbellino de imágenes. Era una sucesión vertiginosa, sin orden ni concierto, alternándose cualquier rostro con cualquier otro rostro. No aparecía nunca el de la jovencísima morena que había escapado de aquel lugar. Todo era un desfile continuo, a velocidad estrambótica, de rostros y más rostros. Hasta que la incesante ruleta de fotografías acabó deteniéndose en una de aquellas. Le reconoció en seguida: ¡era la del silencioso!. Le miraba fijamente, sin dirigirle palabra alguna, como esperando que el joven licenciado le diese alguna orden. - Espero que hagas una gran labor -musitó éste. Y se quedó profundamente dormido, con las manos cruzadas sobre el pectoral del jersey amarillo, a la altura de aquella leyenda que decía "Te Busco". Eran las once de la noche. En la lujosa residencia, donde el tiempo parecía haberse detenido, todos habían cenado un poco más tarde y se reunían, sin ninguna ausencia, en el salón donde tenían por costumbre charlar y distraerse con algún que otro juego. El día siguiente sería domingo. Desde la marcha de la jovencísima morena y del joven licenciado, un ambiente nostálgico, como de melancolía colgando en sus corazones, habíase apoderado de todos ellos y ellas. De todo menos de uno... El maduro canoso, sentado alrededor de una gran mesa, rompió la monotonía. Junto a él, el silencioso, el elegante y el muchacho atractivo. - ¡¡Ya está bien!!. ¡Que se hayan ido no quiere decir que se haya acabado el mundo!. Además... ella no tenía deseos de ofrecernos nada a nosotros y él era un pesado desesperante. - ¡Ella me ofrecía mucho a mí... aunque no lo supiera! -protestó el muchacho atractivo. - Aunque no lo supiera ella... ¿o tú?. Si te gustaba tanto... ¿por qué la dejaste escapar?. ¡A mí no me abría ocurrido lo mismo!. El muchacho atractivo comenzó a sonrojarse. - Estás muy equivocado -musitó el silencioso- A ti también te ocurrió lo mismo. - ¿Que a mí me ocurrió lo mismo?. ¿Que estoy muy equivocado?. ¿Quién te crees que eres tú?. ¡Nadie comparado conmigo!. Y ahora que se ha ido el joven licenciado... ¿quíén te va a dar ánimo?. ¿Qué te creías?. ¿Te creías acaso que a mí me había derotado alguien?. - La jovencísima morena sí. - Pero si la vencí. - Ya. ¡Que equivocado estás!. Yo opino que porque ella no quiso ganarte ya que tenía sus pensamientos en otro lugar. - ¡Vuelve a tu silencio que es lo que mejor se te da!. ¡O es que acaso crees que una persona de mi categoría va a sentirse rebajado por un don nadie como tú?. Todos los demás fueron tomando sillas y, acercándose a la mesa donde se discutía, formaron un numeroso círculo. Todos y todas estaban allí... más o menos cercanos o cercanas... pero todos y todas estaban allí. Menos la chiquilla que no sabía sonreír. Ella siempre estaba lejos de todos y de todas. La mesa se convirtió en un ring imaginario. - ¡Calma... calma!. ¡Seamos todos damas y caballeros!. Ya sé que las mujeres están guardando silencio pero si hay algo que dilucidar entre los hombres, demostremos a ellas que no nos comportamos como locos. Hay maneras elegantes para resolver disputas. Mi padre, cuando yo era pequeño, siempre me decía que los altercados entre hombres deben ser observados en silencio por las mujeres pero, por eso mismo, deben resolverse a través de los buenos modalesm -intervino el elegante. - ¿Sí?. ¿Cuáles son esos buenos modales?. ¡¡Tú eres solamente un engreído!! -le dirigió una autoritaria mirada, mientras le respondía, el maduro canoso. - Ante todo... calma... Todos estamos aquí como paladines de alguna escondida causa. Los paladines siemrpe han sido perfectos caballeros y más cuando hay damas delante. Tenemos muchas formas para superar nuestras diferencias. Se me ocurre que una forma elegante para resolver este conflicto es jugando a algo donde se dirima quiénes son los triunfadores y quiénes son los perdedores -le respondió el elegante. - Si estuviese entre nosotros el joven licenciado -dijo el silencioso- no hablaría así... pero... bien... yo acepto esa fórmula. Acepto. - ¡Yo acepto si es una partida de ajedrez entre nosotros dos!. - ¡No va a ser de ajedrez! -le respondió, completamente tranquilo, el silencioso. - ¿Por qué?. ¿Me tienes miedo acaso? - No. En absoluto. Pero, por esta vez, no te vas a salir con tus caprichos. Es necesario que te acostumbres a saber que aquí no nos vamos a dejar, por más tiempo, esclavizarnos por tu prepotencia. Y además... ¡has ofendido a estos compañeros! -y señaló al muchacho atractivo y al elegante. -Eso es fácil de arreglar -puntualizó el elegante- Jugaremos al mus y ellos serán compañeros de triunfo o de derrota. En el otro bando estaremos tú y yo y también seremos compañeros de triunfo o de fracaso. El maduro canoso no pudo resistir una enorme y desagradable sonrisa. - ¡No saben que soy campeón nacional! -pensó. Y se frotaba las manos mientras respondía. - Acepto. No digáis luego que juego con ventaja. ¿Aceptas ser mi compañero? -le interrogó al muchacho atractivo. Éste se recuperó. - De acuerdo. Formaremos una inexpugnable pareja. Los espectadores y espectadoras callaban pero sus miradas convergían en aquella mesa. Electrizados por la carga de emotividad que la discusión había desatado. Se movían nerviosamente en sus asientos; pero nadie se atrevía a intervenir. Era una lucha de hombres ofendidos contra hombres ofendidos. Había que respetar el desenlace. - ¡Que seas muy feliz, bonita!- hablaba la madre del joven licenciado mientras besaba a la novia que era aquella que fue la prometida de su hijo. - ¡Que triunféis! -dijo el padre del joven licenciado mientras le daba la mano al director de cine. Y, saliendo del espléndido chalet donde se celebraba la recepción y el festejo, se dirigieron al automóvil. El chófer ya estaba dentro... esperando. La tormenta arreciaba. - ¡Vamos a casa sin demora! -dij el padre una vez todos dentro.- ¡Y como el camino es tan largo pon música para entretenernos!. - ¿Cuál prefiere, señor?. - Una de tipo ligero... porque no estoy ahora para oír ruídos altisonantes. Para altisonancias ya tenemos bastantes con esta sociedad actual. Y comenzó a sonar la radio. - ¡Blanca y radiante va la novia!. - ¿Qué guapa estaba ella? -hablaba la madre. - ¡Le sigue atrás su novio amante!. - ¿Qué elegante estaba él? -siguió hablando la madre. - ¡Paso a la grande! -el maduro canoso. - ¡Paso! -el silencioso. - ¡Paso! -el muchacho atractivo. - ¡Envido! -el elegante. - ¡Cinco más! -el maduro canoso. - ¡Tranquilo! -el silencioso. - ¡Órdago! -el elegante. - ¡Acepto! -el maduro canoso- ¡Jajaja!. ¡Cuatro reyes y soy mano!. ¡Y van 1-0!. Murmullos de admiración en el coro. Mirada de orgullo en el maduro canoso. Mirada de placer en el muchacho atractivo. Mirada de desesperación en el elegante. Ninguna expresión en la mirada del silencioso. - ¡Y al unir sus corazones!. - ¡Qué emoción!... -y la madre soltaba lágrimas. - ¡Pedirá perdón al decir que sí!. - Que Dios te perdone, hija mía -y la madre soltaba más lágrimas. - ¡Paso a la grande! -el director de banca. - ¡Y yo! -el silencioso. - ¡Yo también! -el muchacho atractivo. - ¡Queda en paso! -el elegante. - ¡Paso a chicas! -el maduro canoso. - ¡Y yo! -el silencioso. - ¡Yo también! -el muchacho atractivo. - ¡Envido! -elegante - ¡Cinco más! -el maduro canoso. - ¡Tranquilo! -el silencioso. - ¡Órdago! -el elegante. - ¡Acepto! -el maduro canoso -¡Jajaja!- Jajaja!. ¡Cuatros ases, soy mano y la chica es mía!. ¡Y van 2-0!. Murmullos de admiración en el coro. Mirada de orgullo en el maduro canoso. Mirada de placer en el muchacho atractivo. Mirada de desesperación en el elegante. Ninguna expresión en la mirada del silencioso. - ¡Y al besar la cruz pedirá perdón!. - ¡Eres una santa! -la madre soltaba ya un río de lágrimas y se sonó las narices con un pañuelo. - ¡Pues era a mí a quien querías!. - ¡Hijo mío, hijo mío! -la madre seguía secándose las falsas lágrimas con el pañuelo. - ¡Hipócritas!. ¡Somos unos hipócritas!. - ¡Por qué, cariño? -la madre dejó de disimular sus falsas lágrimas. - ¡Porque somos unos hipócritas!. No teníamos que haber ido a esa maldita boda. Pero... ¿qué hemos hecho?. Ir. ¿Por qué?. ¿Por qué?. - Por muchísimas razones. Son, a pesar de todo, nuestros amigos. Además, era un acto de cortesía y buena educación. Buenos modales abren grandes puertas. Teníamos que perdonarles y hacer la paz como manda el cura. Y hemos conseguido una gran cantidad de contratos que te van a elevar muchísimo en las finanzas. ¿No merece la pena todo ello?. - ¡Hipócritas!. ¡Somos unos hipócritas!. ¡¡Quita esa estúpida canción!!. ¡Apaga esa maldita radio!. Y el chófer cumplió la orden al instante. - ¡Paso a la grande! -el muchacho atractivo. - ¡Y yo! -el elegante. - ¡Hala! -el maduro canoso. - ¡En paso! -el elegante. - ¡Envido a la chica! -el muchacho atractivo. - ¡Cinco más! -el elegante. - ¡Que sean diez! -el maduro canoso. - ¡Las vemos! -el silencioso. - ¡Pares sí! -el muchacho atractivo. - ¡Y yo! -el elegante. - ¡Yo tambén! -el maduro canoso. - ¡Igual! -el silencioso. - ¡Envido! -el muchacho atractivo. - ¡No voy! -el elegante. - ¡Envido más! -el silencioso. - ¡Que sea órdago! -el maduro canoso. - ¡Aceptamos! -el silencioso. - ¡Trío de ases! -el muchacho atractivo. - ¡Dos ases! -el elegante. - Dúplex de reyes-caballos -el maduro canoso- !Jajaja!. Ganamos. - ¡Cuatro reyes! -el silencioso- Ganamos nosotros. - ¡Ya llueve menos! -el elegante- ¡Y van 2-1!. Silencio en el coro. Mirada de estupidez en el maduro canoso. Mirada de intranquilidad en el muchacho atractivo. Mirada de alegría en el elegante. Ninguna expresión en la mirada del silencioso. - Ya hemos llegado, señor... - ¿Tú eres feliz?. - Yo... sí señor... me conformo con lo que tengo. Soy feliz. Ua esposa que me ama. Una esposa a la que amo. Dos hijas. Sí señor... soy feliz. - ¡Qué afortunado eres!. - Gracias... señor... El chófer salió urgentemente y tomando un paraguas abrió la puerta a la madre del joven licenciado. El padre de éste salió por su propio pie. Y la madre y el padre entraron en el portal. Al llegar al piso descubrieron que alguien se encontraba dentro. - No irás a discutir ahora con el chico... - No. No tengo ganas ni para eso. Sólo deseo echarme en la cama y dormir. Y, si es posible, pasar un mes entero dentro de la cama sin acordarme de nada. - Necesitas un descanso, cariño... - Necesito otra cosa, querida. Pero ni sé que cosa es esa ni en dónde encontrarla. Estoy muy cansado. Estoy muy cansado...¡de verdad!. - Verás cómo mañana ves todo mejor. Necesitas descansar. Mañana la vida seguirá siendo la misma y, por supuesto, tú serás también el mismo. Tienes una salud de hierro y esto no es el fin del mundo. Abrieron la puerta, se dirigieron hacia el salón y... ¡le encontraron allí!... profundamente dormido en el sillón preferido del padre y con los brzaos cruzados a la altura de la leyenda de su jersey amarillo: "Te Busco". Frente a él, la mesa de cristal y, sobre el cristal de la mesa, la copa de coñac a medio tomar, la cartera con sus documentos y la tarjeta de visita del parado. - ¡Pobrecillo!. ¡Va a coger frío!. ¡Le voy a despertar!. - No. No le despiertes. -Entonces voy a por una manta para cubrirle -y la madre aligeró el paso por el largo y umbrío pasillo. - ¡Paso a la grande! -el muchacho atractivo. - ¡Y yo! -el elegante. - ¡Hala! -el maduro canoso. - ¡Vale! -el silencioso. - ¡Paso a las chicas! -el muchacho atractivo. - ¡Y yo! -el elegante. - ¡Hala! -el maduro canoso. - ¡Vale! -el silencioso. -- ¡No llevo pares! -el muchacho atractivo. - ¡Ni yo! -el elegante. - ¡Yo sí! -el maduro canoso. - ¡También! -el silencioso. - ¡Envido! -el maduro canoso. - ¡Cinco más! -el silencioso. - ¡Se ven! -el maduro canoso. - ¡Juego no! -el muchacho atractivo. - ¡Ni yo! -el elegante. - ¡Yo sí! -el maduro canoso. - ¡Sí! -el silencioso. - ¡Paso! -el maduro canoso. - ¡Envido! -el silencioso. - ¡Diez más! -el maduro canoso. - ¡Órdago! -el silencioso. - ¡Acepto! -el maduro canoso. - ¡Treinta y dos!- otra vez el maduro canoso -¡Hemos ganado!. - ¡Treinta y uno! -el silencioso- Ganamos nosotros. - ¡Ya llueve menos! -el elegante -¡Y van 2-2!. Silencio en el coro. Mirada de indignación en el maduro canoso. Mirada nerviosa y crispada en el muchacho atractivo. Mirada de felicidad en el elegante y aplausos. Ninguna expresión en la mirada del silencioso. Mientras la madre se perdía por el fondo del largo y umbrío pasillo, el padre se quedó contemplando a su hijo. Se sentó en otro sillón, frente al joven licenciado, tomó la copa de coñac y bebió de un trago todo el líquido que faltaba por consumir. - ¡Yo te enseñé a caminar!. ¡Te cubrí de lujos y regalos!. ¡Te pagué todos los estudios!. ¡Te llevé a la empresa!. ¡Te elegí como sucesor de todos mis negocios!. ¿Dónde me equivoqué... díme... dónde me equivoqué?. Apareció la madre con una manta y cubrió el cuerpo del joven licenciado. - ¿Sucede algo?. ¿Con quién hablas?. El padre del joven licenciado se levantó. - Sí... eso... vamos a dormir que falta nos hace -le indicó la madre. - ¡Nunca nos entenderemos!... Pero... ¿sabes una cosa?. Le admiro. - Porque es tu hijo. - No. Porque es valiente. La madre, sin que su esposo se diese cuenta, introdujo un gran fajo de billetes en la cartera de documentos del joven licenciado, apagó la luz y se dirigió a su alcoba en donde ya se estaba desvistiendo el padre del joven licenciado. - ¡Paso a la grande! -el silencioso. - ¡Yo también! -el muchacho atractivo. - ¡Y yo! -el elegante. - ¡Hala! -el maduro canoso. - ¡Paso a la chica! -el silencioso. - ¡Yo tambíén! -el muchacho atractivo. - ¡Y yo! -el elegante. - ¡Hala! -el maduro canoso. - ¡Pares sí! -el silencioso. - ¡Yo también! -el muchacho atractivo. - ¡No! -el elegante. - ¡Sí! -el maduro canoso. - ¡Paso! -el silencioso. - ¡Yo también! -el muchacho atractivo. - ¡Queda en paso! -el maduro canoso. - ¡Juego sí! -el silencioso. - ¡Yo no! -el muchacho atractivo. - ¡No! -el elegante. - ¡Sí! -el maduro canoso. - ¡Envido! -el silencioso. - ¡Tranquilo! -el muchacho atractivo. - ¡Envido más! -el maduro canoso. - ¡Cinco más! -el silencioso. - ¡No... tranquilo... tranquilo! -el muchacho atractivo. - ¡Y cinco más! -el maduro canoso. - ¡Órdago! -el silencioso. - ¡¡No entres!! -el muchacho atractivo. ¡Estamos a un punto y ellos no tienen ninguno en su haber y yo tengo cuatro chicas!. ¡¡No entres!!. ¡Hemos ganado!. El maduro canoso miró al elegante. El elegante sudaba de puro nervioso como se encontraba. Se frotaba con las manos la barbilla. Miró al muchacho atractivo. El muchacho atractivo sudaba completamente fuera de sí y con los nervios destrozados. Se retorcía las manos. Miró al silencioso. El silencioso no tenía ninguna expresión en su mirada. Pensó antes de hablar. - ¡¡A mí nadie me humilla y menos un pelagatos como tú!! -explotó el maduro canoso. - ¡¡¡No entres!!!. ¡¡¡No entres!!!. ¡¡¡No entres!!! -repetía, desesperado, el muchacho atractivo- ¡Tengo cuatro chicas!. Al maduro canoso el sudor le caía a chorros haciendo surcos en su cara. - ¡¡A mí nadie me humilla y menos un pelagatos como tú!!... así que... ¡¡¡acepto el órdago al juego!!!. ¡¡¡Tengo treinta y una!!!. ¡¡¡Jajaja!!!. ¡¡¡Hemos ganado muchacho!!!. - ¡Espera! -dijo el silencioso mostrando sus cartas- Treinta y una también pero... ¡ahora soy yo la mano y no tú!. Mortal silencio en el coro. Abatimiento total del muchacho atractivo que se derrumbó sobre la mesa mientras gimoteaba. - Tenía las cuatro chicas... tenía las cuatro chicas... yo tenía las cuatro chicas y se lo dije... Enorme felicidad en el elegante que, brincando, soltaba aplausos sin parar. Mirada expresiva... ¡al fin!... en el silencioso. Mirada de odio en el maduro canoso. - ¡¡No puede ser!! -explotó el maduro canoso mientras pegaba un puñetazo sobre la mesa que hizo que en el cristal apareciese una larga grieta. Tembló toda la sala. - ¡Un corrimiento de tierra... Virgen santa... Dios mío... un corrimiento de tierra! -gimió la anciana vestida de negro. - Pero no digas bobadas... ¿es que no ves cómo se ha puesto de animal este del maduro canoso? -le respondió, una vez más entre risas, la anciana vestida de blanco. - ¡¡Sí puede ser!! -intervino el silencioso elevando por primera vez suvoz- Escucha. Todos estos y todas estas que ves ahora, a nuestro alrededor, te tenían miedo por tu pésimo carácter y tu violenta forma de ser... so bruto... pero yo les haré olvidarlo. ¡Espera un momento y verás!. Se puso en pie y, dirigiéndose a todos y todas en general, continuó. - Escuchad; ¡os voy a contar un cuento que me enseñó el joven licenciado!. Había una vez siete enanitos en un bosque. Vivían en una enorme seta durante todo el año, porque aquella seta era muy especial y no moría nunca. Sus nombres eran: "Gruñón", Triste", "Débil", "Tímido", "Abúlico", "Simple" y "Soñador". Pues bien, "Gruñón" era el mayor y el más fuerte; pero tenía un grave defecto: ¡era dictador!. A todos les mandaba callar cuando a él le venía en gana. A la hora de trabajar él descansaba mientras les hacía sudar hasta echar el resto. Les mandaba cultivar fresas que luego comía sólo él dejando para los demás los restos. Y cuando llegaba el ocio y el momento de jugar les infligía serios correctivos. Los que a él le venía en gana podían jugar y los que no le caían bien les castigaba al aburrimiento. ¡Y ay de quien le ganara!. Hablaba mucho y les atemorizaba. Los demás dependían, enteramente, de él. Bueno; todos menos "Soñador" quien sufría, como los demás, los caprichos de "Gruñón" pero, a pesar de que era al que más admiraba, "Gruñón" no podía nunca dominarle del todo, porque "Soñador" soñaba en grande. Iban creciendo y mientras "Gruñón" se hacía cada vez más déspota con sus hermanos... "Soñador" soñaba cada vez sueños más grandes. Hasta que llegó un día en que "Soñador" contó parte de sus sueños de liberación al resto de los sometidos y todos comenzaron a confiar en él. Le nombraron su nuevo líder. Y "Gruñón" tuvo que hacer las maletas y marcharse a otro bosque con la compañía incondicional de "Abúlico" y "Simple". "Triste" aprendió a reír. "Débil" aprendió a ser fuerte. Y "Tímido" aprendió a ser decidido. ¿Y sabéis cuál era el gran sueño que les hizo liberarse?. ¡Era un canto que "Soñador" les dedicó a quienes quisieron seguirle!. ¡Era el "Canto de la Liberación con L grande de Libertad!. Y decía así: "¡Soñar... Soñar... Soñar es un gran placer!. ¡El Sueño es de perdedores que saben... saben... por fin vencer!". - Le vienen a buscar- interrumpió, en la sala, la recepcionista de la portería dirigiéndose al maduro canoso. - Y ahora yo os digo a todos vosotros... ¡¡a cantar el "Canto de la Liberación"!. Todo juntos, instantáneamente, se pusieron en pie y, al unísono, cantaron. - ¡Soñar... Soñar... Soñar es un gran placer!. ¡El Sueño es de perdedores que sabe... saben... por fin vencer!. La chiquilla triste que siempre se sentaba, solitaria, en la mesa del fondo del comedor, no cantaba... pero su rostro se iluminó de una bella sonrisa.
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