Tus ojos
Publicado en Jan 31, 2011
Vi tus ojos y callé, callé por el sentimiento que me embargó de momento, me quedé sin habla y sólo un nudo creció en mi garganta aguando mis ojos, me llené de un gozo inexplicable y de una ternura que jamás en mi vida, o al menos no que tenga presente, había sentido, sentí la necesidad de protegerte, de abrazarte y decirte con amor que todo estaría bien. Vi tus ojos y no eras tú quién yo imaginaba, no era la misma persona que toda mi vida contemplé, no eras tú quien miraba perdido en el infinito, quien sometía su pensamiento a recuerdos, a temores previos al hecho, era otra persona, la que siempre fuiste pero jamás me tomé un segundo para mirar, porque no lo mostrabas.
Vi tus ojos y tu mirada me envolvió, me sumí en esa brillosidad cristalina que inundaba tus ojos, en la humedad que nacía y amenazaba con volverse llanto; me perdí, y de pronto me vi sumergida en un mar de confusiones, cuestiones, sentimientos y miedos, mismos que sé compartimos tú y yo. Lo sé, suena descabellado y tonto, no preguntes cómo lo sé, pero así fue o es; descubrí una conexión extraña contigo, un no sé qué que ahora sale a relucir justo en el momento preciso. Lo sé, tanto tiempo contigo y apenas descubro esto, no me preguntes por qué, apenas trato de entender para qué. Pero ¡Dios!, tu mirada impactó mi alma, eras un niño asustado y perdido, sólo un niño tumbado en la cama de un hospital, un niño solamente queriéndose refugiar, gritando, suplicando auxilio, suplicando seguridad, cariño, suplicando que tomaran tu mano y te dijeran que todo está bien ya, que no hay más de que preocuparse. Y así lo hice, tomé tu mano sin mucha fuerza y el contraste fue más extraño aún, tu llanto infantil, tus ojos ahogados en lágrimas que, con fuerza, con ímpetu, intentaste reprimir, se encaró con tu piel arrugada, tu frágil piel senil, y volvió de pronto a mí tu imagen moderna, tu cabeza escasa de cabello y cubierta de canas, tu piel arrugada, tu cuerpo cansado, arrollado por el paso de los años, tu terrible audición, tu mirada cansada y dulce, y tu sonrisa, apenas mueca que se dibuja con pena, apareció. Ese eras tú, mi viejo, mi pequeño viejo de más de ocho décadas acumuladas, mi abuelo, ese hombre maravilloso que admiro, que imagino fuerte, que imagino alegre siempre, que aquí o allá mira la vida pasar con un mundo en su cabeza, que piensa y analiza con la sabiduría aquella que los jóvenes envidian, que se llena el corazón de orgullo, que tiene una palabra precisa en el momento adecuado, que no habla mucho, quizá porque no quiere, quizá porque no puede, quizá porque no halla el para qué. Eras tú, mi abuelo, tumbado en la cama, vulnerable, frágil, con las ganas enormes de mejorar, con las ganas enormes de seguir adelante porque así lo deseas, el que no se deja vencer pese a que otros ya no tengan fe, el que lucha hasta el final y no teme mostrar su miedo, su impotencia, porque sabe que aunque de pronto llore, que aunque de pronto los momentos le derroten, jamás dejará de creer, de intentar, de soñar. Porque eres un niño con cuerpo de adulto, que no quiere parar hasta que de veras no se pueda más. Y hasta en ese entonces, dichoso sonreirás.
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Esteban Valenzuela Harrington
Un abrazo,
Esteban