Los atolones enardecidos
se rompían...
Aquella tarde,
el mar,
un corcel herido  parecía...
¡Un magullado mar,  
donde miles de  aguijones
en su azulada carne
se le hundían!
Eran sus ocasos grises,
sin gaviotas,
sin soles,
sin alegrías...
Eran sus anocheceres lúgubres,
entre aguas revoltosas, 
que  a mi quebrantable y descarriada barca
arremetían...
... y yo,
un pescador atormentado,
retornando de un viaje tan  largo...
¡Con mis manos entumecidas
y vacías!
...y yo,
un pescador
 entre vientos borrascosos navegando...
¡Sin ancladero y sin guía!
¡En una vieja chalana a la deriva!
Pero alguien percibió mi alarido,
mi dolor y mi voz vencida...
Me extendió sus fortines brazos
y descubrí  su vigorosa mano amiga.
Transfiguró  mi torbellino
en delicada brisa,
y luego, hizo crecer en mí,
nuevas amanecidas...
...y yo,
pescador de locos sueños y sonrisas...
Miro al sol y su luminiscencia  
que  mitiga...
Ya pasaron los truenos
y la ventisca...
Y aunque sé,
que habrá otras tardes turbulentas
 en mis mares
y en mis dichas...
 Esa mano me da la fuerza
que mi alma necesita...