Setamor (Novela) Captulo 27.
Publicado en Feb 28, 2011
La hermosa secretaria se agarró a la mano izquierda del joven licenciado.
- Presiento que hoy va a ser, para mí, un día muy especial. - Todos los días son muy especiales -la corrigió el joven licenciado apretando firmemente la mano de ella. - ¿Realmente son todos los días muy especiales? -y le miró a ls ojos. - Siempre que así lo deseemos. Ella quedó pensativa, durante unos segundos, y meditó. - Este hombre no sólo sabe muy bien lo que quiere, sino que sabe muy bien lo que dice. - Lo sorprendente no es tan extraordinario -terminó de argumentar él como adivinando el pensamiento de ella. - Me encanta su sencillez, su espontaneidad y su humilde sabiduría -siguió meditando la hermosa secretaria. El personaje del coche de color negro, ya a punto de sucumbir ante el insomnio, se puso a la expectativa. El joven licenciado y la hermosa secretaria estaban cruzando la calzada y se acercaban hacia donde estaba él. Rápidamente se ocultó, de nuevo, con el periódico. Ella desasió la mano derecha que tenía asida el joven licenciado. - ¡Este es!. Al personaje del coche de color negro le golpeó, repentinamente, el corazón y le acometió un ligero temblor. ¿Había sido descubierto?. - Es un regalo de mi padre. - Es justo que sea un hermoso regalo -y sonrió el joven licenciado- pues a la belleza se la debe corresponder con la belleza. La hermosa secretaria adivinó, rápidamente, el sencillo piropo. - Si no te conociese un poco pensaría que lo dices sólo para que te admire. - La apariencia es una manifestación de la vanidad humana. - Y yo sé que tú puedes ser cualquier persona menos un vanidoso, puesto que no sabes vivir con la vanidad. La hermosa secretaria abrió la puerta delantera del flamante automóvil rojo y el joven licenciado, debido al poco espacio que quedaba entre éste y el coche de color negro, decidió dar un rodeo por el segundo de ellos. Tropezó con el retrovisor del coche donde seguía escondido, tras su periódico ya bastante arrugado, el perseguidor. - ¡Perdón!. Y siguió sin apenas observar a aquel siniestro personaje que tan embebido parecía estar con el ya arrugado periódico y que destilaba un extraño olor cadavérico con sus gordezuelas manos, la única anatomía de su voluminoso cuerpo que pudo aprehender el joven licenciado a través de sus retinas. Desde una ventana de la sexta planta del edificio donde se erradicaba el Banco que habían abandonado ella y él, el padre observaba la escena hasta que el flamante automóvil de color rojo, seguido por el coche de color negro, se perdió por el fondo de la calle. - ¡Quién pudiera, al menos, hacerlo una vez en la vida!. - ¿Cómo dice usted? -le preguntó el jefe de personal que se encontraba sentado ante la lujosa mesa donde el padre del joven licenciado despachaba las documentaciones de peticiones de créditos. - Sólo estaba pensando en voz alta. - Si quiere que le sea sincero... yo también me he hecho, hace unos minutos, esa misma pregunta. - ¿Y qué respuesta se ha dado a sí mismo?. - Que las decisiones más firmes y convincentes de la vida no las tomamos los que tenemos el mal llamado poder económico. El padre del joven licenciado soltó el cortinaje y se volvió para observar al jefe de personal. - ¿Qué ve usted cuando se observa al espejo?. - Todo lo opuesto a lo que ven los empleados cuando se enfrentan conmigo en el despacho. - ¿Será que sólo somos imágenes no reales?. - Será... - O quizás que sólo somos lo que no queríamos ser cuando teníamos la primera ilusión de nuestros proyectos de vida. Es curioso cómo nos desviamos del sueño y cuanto más nos desviamos de él más prisioneros somos de la cruda realidad. - Esa filosofía me suena a impregnación de su hijo. - Sí. Es verdad. Hasta ahí llega su poder de convicción. - ¡Qué gran directivo pudo haber sido!. - ¡Y qué buen líder es!. - Tal vez vuelva... - En realidad y en el fondo de la cuestión, si le soy yo también sincero, casi no deseo que vuelva. - ¿Por qué? - Porque vale demasiado... - Entonces... ¿qué hacemos con el informe? - ¡Tírelo a la basura! - Pero.. ¡nos ha costado un enorme esfuerzo completarlo! - ¡¡Le he dicho que lo tire a la basura!! - Pero... - Ni pero ni pera. Todo lo escrito en él es mentira. No va a haber, absolutamente, ningún informe. Voy a imaginarme que nunca ha trabajado aquí. - Pero eso no es verdad... - También he aprendido de él que la imaginación puede ser cierta si la sabemos interpretar bien. - ¿Cómo la de una representación teatral?. - No. Como algo más importante. Como una representación de nosotros mismos sin personajes ajenos a nosotros mismos. Tan perfecta representación que deje de ser un simulacro y, lo mismo que hace él, llegue a convertirnos en personajes, en verdad, reales. ¿Sabía que lo que somos sólo es un reflejo y lo que podríamos conseguir, si nos desligásemos de tanta realidad, sería ser la verdad de nosotros mismos?. - Estoy absolutamente sorprendido. Oyéndole, ahora mismo a usted, me parece que estoy ante su hijo. - Porque, en el fondo, no es un ser tan extraño. Si le supiésemoes entender nos daríamos cuenta de que es muy diáfano y que lo que expresa no son símbolos, ni alegorís, ni tan siquiera son metáforas. Lo que está expresando son lógicas aplastantemente hermosas. - ¿De dónde ha sacado ese caudal de contenidos su hijo?. - Lo saca, exclusivamente, de su interior. Yo no le he educado así... sino que él se ha esforzado en sumergirse, profundamente, en su inteior. Como muy bien dice, la mayoría de las personas sólo somos nadadores de superficies. Cuando se hunde hacia dentro no es que se esté ocultando; es que está alimentándose de algo que también está a nuestro alcance. Pero nosotros tenemos miedo de ahogarnos sin darnos cuenta de que esa forma de búsqueda sólo es enriquecimiento y que merece la pena intentar el riesgo de sucumbir. ¡Nos aferramos demasiado a la falsa seguridad de lo superficial y es porque tenemos pavor de que nos tachen de vivir en la locura!. ¡La locura es la nuestra... porque perseguimos a los que saben ser libres y enjuiciamos sin saber enjuiciar cuando ni tan sólo sabemos en dónde ponemos verdaderamente nuestro juicio!. Y todo ello porque nos guiamos a través de las teorías que han escrito seres humanos de superficie. ¡Tanta psicología aplicada a la empresa y olvidamos que cada uno de nuestros trabajadores y nuestras trabajadoras, que foman la parte más importante de ella, tienen una definición propia!. ¿Cómo nos hemos atrevido a medirles en base a porcentajes, en base a medidas aritméticas, en base a niveles matemáticos y en base a fórmulas de producción?. Él también me ha enseñado que un ser humano es más espíritu que materia... ¡y nosotros lo estamos aplicando al revés!. ¡Estamos sobrevalorando lo material y hemos dejado, en un rincón oscuro, al espíritu!. ¡Estamos quedándonos ciegos, de verdad que nos estamos quedando ciegos!. Y es por eso por lo que cuando nos enfrentamos con el espejo vemos lo que somos y no lo que los demás contemplan de nosotros. - ¿Y ahora qué hacemos? -preguntó, angustiado, el jefe de personal del Banco. - ¡Tendremos que atrevernos!. Y el padre del joven licenciado se concentró en revisar la documentación, más dirigiéndose al otro, le ordenó. -¡Puede usted ya marcharse a su despacho!. - ¿Puedes detener un momento el automóvil, por favor?. - ¿Qué se le habrá ocurrido ahora? -pensó la hermosa secretaria. Pero, sin preguntarle nada, aparcó junto a la acera. Se encontraban en una zona comercial como otra cualquiera de esas calles que, pertenecientes a los barrios de las clases medias, parecen no significar nada y a la vez, parecen significarlo todo. Y es que en las zonas urbanas pertenecientes a las grandes ciudades en donde viven las clases medias, ésta doble dicotomía es, precisametnte, lo común. - ¿Deseas acompañarme?. - ¿No tengo más remedio?. - Nunca jamás digas eso. Ejercita tu libertad. Si lo deseas ven conmigo pero si no quieres no tienes por qué acompañarme. - ¿Pero qué intentará hacer? -volvió a preguntarse la hermosa secretaria. Sin embargo, nuevamente en silencio y otra vez usando sólo su propia voluntad, salió del flamante autommóvil rojo y le acompañó. Caminaron unos cuantos metros en dirección opuesta a la que habían recorrido. Él con ambas manos metidas en los bolsillos de su pantalón. Ella, siempre en silencio, a escasos centímetros de él; pero sin tan siquiera rozarse. Vista la escena, cualquiera podría pensar que era una de esas múltiples parejas de enamorados que han tenido un enfrentamiento verbal, una discusión por cualquier nimiedad. El joven licenciado paró, bruscamente, ante una tienda de ropa. Ella se detuvo, igualmente, y observó el rótulo comercial - "Creaciones Para Ti" -memorizó internamente. - ¿Se puede saber qué hacemos aquí? -se atrevió, por fin, a preguntarle. - Es para mí... -le indicó él mirando al escaparate. - ¿Qué es para ti?. - Ese jersey. Entonces ella pudo observar y descubrir el artículo. Un jersey completamente amarillo con una leyenda que decía: "Te busco". - ¡Pero si vas muy elegantemente vestido!. Él volvió a repetirle. - Es para mí... Y empujó la puerta hacia adentro, penetrando en el inteior del establecimiento y seguido, de cerca, por ella. - ¿Cómo lo sabías?. - Lo he visto al pasar con el automóvil. - ¿Puedo atenderles en algo? -se les acercó la empleada, un poco nerviosa ante la intrusión de aquella pareja que, con el más mínimo esfuerzo de observación, se notaba palpablemente que formaban parte de la alta sociedad. Ya se sabe que, en las grandes ciudades, tanto las gentes pertenecientes a las clases bajas como las gentes pertenecientes a las clases altas producen recelo entre las gentes paertenecientes a las clases medias. Y aquel era el síntoma que se apreciaba en el rostro, demudado por culpa del nerviosismo, de la empleada. - Quisera el jersey del escaparate y este pantalón -y señaló un vaquero de color negro que formaba parte de un gran surtido de otros similares; lo cual es otra característica propia de las gentes de las clases medias de las grandes ciudades. - ¡Dios mío!. ¡Vaya cambio! -pensó la hermosa secretaria sin atreverse a hacer nigún comentario. La empleada, que seguía recelosamente nerviosa, puesto que a las gentes de las clases medias de las grandes ciudades es muy difícil hacerles desaparecer los recelos, se acercó con ambas prendas. - Puede probárselos, si desea al fondo. - ¿Al fondo de qué? -sonrió el joven licenciado. - Al fondo del local, por supuesto. - ¿Podrías esperarme un momento? -le señaló, el joven licneciado, a su hermosa acompañante. - Por supuesto... -respondió ella mientras, en su cerebro, estaba desarrollándose alguna idea a la vez que sus ojos repasaban la mercancía del local. El padre del joven licenciado no hacía mas que observar, continuamente, el reloj. Era la primera vez, a lo largo de su larga actividad profesional, que estaba deseando terminar la jornada cuanto antes. Por un momento apartó de su vista el informe que estaba estudiando. Dejó su mente en blanco y comenzó a recordar algo de su pasado que, oculto en su interior, se hacía ahora nítido y reconocible. - ¡Cuando sea mayor, papá, quiero ser aviador!. Y miraba al cielo mientras el abuelo del retrato familiar parecía observarle con una extraña sonrisa. - ¡No vueles tan alto, hijo. Es por el suelo por donde siempre debes andar!. Tomó otra vez el informe y, automáticamente, lo volvió a apartar hacia un lado. Otra escena de su infancia le acudía al cerebro. - ¿Por qué no podemos acariciar a las estrellas, papá?. Y el abuelo de la foto familiar parecía de nuevo observarle con la misma extraña sonrisa. - ¡Porque son inalcanzables!. Volvió a tomar, otra vez, el informe y volvió a apartarlo por tercera vez. De nuevo el recuerdo entraba en su cerebro. - ¿El hombre llegará a la Luna alguna vez, cómo dejó escrito Julio Verne, papá?. Por tercera vez observó cómo el abuelo materno parecía dedicarle una extraña sonrisa desde el cuadro de la fotografía que colgaba de la pared, justo detrás de la mesa de trabajo de su padre - ¡Jamás, hijo mío, jamás!. - Te equivocas, papá. Hay muchos seres humanos que han llegado ya a la Luna. - ¿Quiénes?. ¡Eso es imposible, hijo mío!. - Vuelvo a insistir que te equivocas, papá. - Pero... ¿quiénes son todos esos que han llegado ya a la Luna?. - Todas las parejas de enamorados que he visto yo besándose, por las noches, en el parque. Ellos y ellas. Parejas de hombres con mujeres que están en la Luna. Y ahora, sin embargo, él se dio cuenta de que se había equivocado lamentablemente. -¡Me voy a tomar café!. Y abandonó, inmediatamente su despacho, aquel lujoso despacho donde tantos años había perdido porque le habían convertido en un hombre demasiado importante en la sociedad. - ¿Sabes dónde está la señorita que me acompañaba?. - Se está probando ropa. A él le sorprendió, pero guardó silencio. - ¿Es su mujer? -dijo la empleada del establecimietn. - Es una mujer -le respondió él de manera lacónica. La empleada del estasblecimietno entró de nuevo, hacia la parte de atrás del mostrador y comenzó a colocar artículos en las estanterías mientras no dejaba de observar a a quel enigmático personaje. La hermosa secretaria apareció. Se había colocado un ceñido pantalón vaquero blanco y un jersey, también blanco y ajustado a su escultural cuerpo, que llevaba grabada otra leyenta. Era un letrero, en color negro, que decía "Sólo soy naturaleza pura". - ¿Te gusta? -le preguntó la hermosa secretaria al joven licenciado. - Eres tan hermosa que todo te sienta bien -le dijo, admirado, éste. Y volviéndose hacia la empleada del establecimiento sacó dinero. - ¿Me cobras todo?. Una vez pagado todo volvió a dirigirse a la empleada del establecimiento. - ¿Tienes novio?. - ¡Sí!. ¡Nos casamos dentro de tres meses! -contestó exultante de alegría aquella muchacha con una amplia sonrisa. No acertaba a comprender por qué aquel pesonaje se había transmutado de repente, pero sintió una gran alegría que le dirigiese aquella pregunta tan personal de aquella manera tan familiar y sin rodeo alguno. - ¿Él es más o menos de mis medidas?. - Casi exactas. - Entonces regálale el traje, la camisa y la corbata que he dejado en el probador. Para aquella empleada del establecimiento resultó ser una agradable sorpresa. - ¡Gracias!. - ¿Por qué?. - Porque me hizo nunca esta clase de regalos. - ¿Lo dices por lo material o por lo espieritual? - No entiendo... me estoy refiriendo a la ropa - Yo también. - Entonces.. ¿por qué citas a lo espiritual? - Porque lo espiritual es la sublimación de lo material y están, por ello, unidos por un lazo llamado sentimiento. ¿Sabes qué es un sentimiento?. - No me he parado nunca a definirlo. - No lo definas nunca. Vívelo siempre. - ¿Y todo eso qué tiene que ver con el regalo?. - Algo muy importante. Quien necesita urgentemente un sentimiento es quien merece un regalo material porque los espiritual está de su lado. La empleada del comercio quedó en silencio y pensativa. - ¡Es verdad que vale un imperio! -pensó ahora la hermosa secretaria. - Mis ropas, que están en el otro probador, te las regalo yo. Tómalas como regalos de boda de una mujer a otra mujer. La empledada del establecimiento estaba a punto de llorar de alegría. - ¡Que seas muy fleiz en el matrimonio! -se despidió la hermosa secretaria. - Y en la vida -se despidió el joven licenciado. Salieron a la calle en la dirección donde se encontraba el flamante automóvil rojo. - ¡A mi padre le da hoy un soponcio o un patatús!. ¿Tú que opinas?. - Un patatús. Ella rió por el chiste. - ¿Siempre eres así?. Él se rió de buena gana ante aquella inocente expresión. - No es chiste. Un soponcio es fácil de superar en breves minutos. Un patatús necesita años para ser superado. - ¿Es que no me vas a dejar ponerme seria?. ¡Verás cuando se entere mi padre!. - ¿Por qué? -le dijo escuetamente. - No soporta los pantalones vaqueros ni los jerseys con leyendas impresas. Los considera horteradas vulgares... así que... ¡cuándo nos vea!. - Querrás decir cuando te vea. - ¡No... no!... cuando nos vea... porque hoy estás invitado a comer en nuestra casa. - No lo harás como contrapartida al hecho de haber pagado yo la cuenta... - ¡Yo nunca invito para corresponder a otros regalos! -se enojó ella- ¡Invito porque soy sincera!. - Perdona... no interpretes mal mi comentario. Has de saber que muchas veces lo que se dice no es lo que se entiende. Y, de nuevos amigos, entraron en el flamante automóvil de color rojo. El padre del joven licenciado intentaba, una y otra vez, organizar el trabajo del día pero todos sus pensamientos se agolpaban, ocasión tras ocasión, en aquella infancia que no le dejaba ningún resquicio para atender a la actualidad de su vida. - ¿Pueden ya pasar? -le interrogó, desde la puerta, el jefe de personal. - ¡Que pasen!. - ¿De uno en uno?. - ¡Ni hablar!. ¡Todos juntos!. ¡Así se van a enterar todos al mismo tiempo para si hay alguno que se le olvida los demás se lo puedan recordar!. Los cuatro pasaron y, sin esperar la orden, se sentaron en las sillas que, para tal ocasión, había colocado la secretaria del padre del joven licenciado en el despacho. - ¡Ustedes dirán!. - ¡No estamos dispuestos a admitir ninguna renuncia que haya sido provocada por usted! -espetó el de las largas barbas. - ¿A qué renuncia se refiere usted?. - ¡¡Sabemos que su hijo se ha ido porque usted le ha presionado!! -intervino la ardiente del grupo. - En primer lugar... señorita... o lo que sea... ¡baje usted la voz cuando esté dentro de mi despacho porque yo no soy sordo y ustedes deberían ser mudos cuando estén frente a mi!. Y en segundo lugar... señorita... o lo que sea... ¿qué sabe usted de mi hijo?. Sus causas no son sus causas... ¿me ha entendido bien?. ¿Cree que usted sabe interpretar sus deseos mejor que yo?. La ardiente tragó saliva y bajó la voz de inmediato. - Eso ha dado usted a entendernos... - Lo que ustedes entiendan, o crean entender, no demuestran nada... o por lo menos nada importante... Intervino, entonces, el más mesurado de los cuatro. - Pero tendrá que reconocer que no es normal lo que ha ocurrido con nuestro compañero -y cambió, astutamente, la palabra hijo por la de compañero- no es normal que alguien que ha sido propuesto para un alto cargo se vaya, por su propia voluntad, de la empresa. - Quizás -confirmó el padre del joven licneciado- pero en ese quizás cabe hasta el hecho de que él no sea tan igual a ustedes y entonces sí sea normal el hecho... ¿me comprende o se lo aclaro de otra manera más dura?. - Pues no... no le entiendo... - Pues es más fácil de entender de lo que, en un principio, parece. Es muy probable que a cualquiera de ustedes cuatro, que se autodenominan líderes del proletariado, una oferta así les cambiaría de ipso facto su forma de entender las relaciones laborales y conste que lo puedo afirmar porque ya ha ocurrido con algunos. De eso estoy totalmente seguro. Sin embargo... ¡ya ven ustedes!... ningún compañero de ese compañero -y cambió, inteligentemente, la palabra hijo por la de compañero- lo ha entendido así. Para muestra le puedo citar varios ejemplos. Los cuatro componentes del minúsculo grupúsculo quedaron en silencio. El padre volvió a la carga. - Mi hijo -y, de nuevo cambió, inteligentemente, la palabra compañero por hijo- no se ha aprovechado, para nada, de que sea el hijo del mandamás como ustedes me llaman- ¿Quién de ustedes haría tal cosa?. ¡Pregúntenle a sus conciencias antes de venir a pedirme explicaciones sobre un proceder que desconocen absolutamente. Les repito, y guardénselo bien en sus memorias, que sus causas ya no son las causas de mi hijo o quizás nunca lo hayan sido. ¿Entendido especialmente por parte de usted... señorita... o lo que sea?. - Vámonos... -dijo el bajito en voz bajita. - Pueden ustedes marcharse y yo les aconsejaría que la próxima vez, antes de venir a reclamar algún asunto, por mucho quu ustedes lo consideren injusto, se tomen algçún tiempo de reflexión interna antes de decir majaderías. Los cuatro se levantaron y marcharon, cabizbajo, camino de la puerta. - Una última consideración. ¡Desearía, si es posible, que ustedes cuatro mostrasen un poco más de interés laboral como él sí hacia... me conformaría con que trabajen la cuarta parte de lo que él trabajaba... ya que son los que más me exigen... y me parece muy bien esa postura!. Así que prediquen con el ejemplo antes de plantearme ninguna otra cuestión. Él lo ha hecho siemrpe así. Pidió reivindicaciones para los demás pero trabajó mucho más que los demás. Así que menos gandulear... que se les ve el plumero... como se les ha visto a un montón de reivindicadores sindicalistas y puedo nomobrarles un listado muy grande de los que se han dejado comprar por unas pocas pesetas. Se marcharon por el pasillo. - ¡Si es que nos falta él que es nuestro verdadero líder! -decía el bajito- ¡Él si hubiese sabido defender nuestra postura! -y en su cerebro resonaba la voz del joven licenciado. - A partir de este momento sois vosotros quienes tenéis que seguir adelante... y no sólo por vosotros sino, más que nada, por todos los demás aunque os claven puñales por la espalda. - Lo hicieron contigo y sin embargo, les demostraste amor.. -dijo en voz alta - ¿Con quién estás hablando? -se inquietó el de la largas barbas. - Con él. -¡¡Te has vuelto majara!! -gritó la ardiente del grupúsculo - ¡Mierda, mierda, mierda! -explotó el bajito sin poderse contener. - ¿A ti te gusta regalar flores?. - Si son pensamientos... sí -contestó el joven licenciado. - ¡Qué pena!. Esto sólo son rosas... - No importa -él arrancó una- todas las flores son pensamientos... -y se la entregó a ella. Con la hermosa secretaria se encontraba tan a gusto que su mejor deseo sería no tener que abandonarla nuca. El camino subía, lleno de sombras, rosas, hierbas, cansancio y anhelos. El joven licenciado meditó. - Entre tanta sombra, una mujer que habla de un modo natural. Se metió, nuevamente, las manos en los bolsillos de su pantalón y un retazo de aire fresco azotó su frente moviéndole, inesperadamente, aquel su rebelde flequillo. Se hizo el silencio. - ¡No! -determinó para sus adentros, recibiendo esa placidez sin nombre y esa serenidad armoniosa que había adquirido después de tantas batallas. - Te la entregué para que no te aburrieras... -le dijo, repentinamente, a ella. Un espontáneo reír expresó la hermosa secretaria. Le había estado observando silenciosamente. - ¡Tú estarás siempre al lado de la vida alegre pero sana, esa vida serena de quien sabe hallar expresiones para cualquier clase de preocupación!. - ¿Yo estoy preocupado en estos momentos? -le preguntó él. - Tú y yo sabemos que sí. Me refiero, sin embargo, que esta vez se han vuelto a equivocar contigo de la misma manera en que se han equivocado miles de veces. Te han querido perjudicar y lo único que han hecho es que te has fortalecido. El paisaje verde se ondulaba bajo el aire, ahora más fresco y recio, y se convírtió en algo así como un sueño florido... o como un recuerdo zigzagueante, entero y redondo, verdadero y profundo. - ¿Quieres que te haga una proposición? -sonrió ella. - ¿Honesta o deshonesta? -siguió bromeando él. - En principio es honesta aunque los machistas opinen que una proposición de una mujer a un hombre tiene que ser siempe, de manera exonerante, deshonesta. ¿Tú que crees?. - Si me dices cuál es esa proposición quizás yo te ayude a resolver la duda. - ¡Te invito al cine! -expresó, ella, repentinamente. - Totalmente honesta -respondió él sin dudarlo. - ¿Y si te dijese que es para ver "Setamor"?.´ - ¿Por qué precisamente "Setamor"?. - Porque sé que no tienes ningún interés en verla. - ¿Cómo sabes tú eso?. - Es fácil. A pesar de estar basada en algunos acontecimientos que te incumben personalmente... hasta ahora, que yo sepa, a nadie le has interrogado nada sobre ella. - Pues es cierto. No tengo ningún interés en verla. - ¿Y si te dijese que es una verdadera obra de arte?. El joven licenciado volvió a mirarla a los ojos. - ¿La has vistó tú?. - La he visto... y es una verdadera obra de anrte. - ¿No hay otra mejor en las carteleras?. - Ahora mismo no. Hay muchas grandes películas pero como esta no. - Pues no es que tenga nada contra ella. Y, si te voy a ser sincero, apenas me había dado cuenta de su existencia aunque ya me habían hablado que estaba proyectándose al gran público. ¿Tienes mucho interés en volver a verla?. - Acompada de algún otro quizás no, pero acompañada de ti sí. Hacía ya un rato que habían salido del establecimento donde habían cambiado toda su vestimenta y se paseaban por la gran vía de la gran capital donde se ubicaban las principales salas de cine de la ciudad. - Como la están proyectando en casi todos los cines de esta avenida... ¿por qué no ahí mismo? -y ella señaló al Cine "Ideal". - ¡Ideal! -dijo él, jugando con las palabras. Ella volvió a reír ante aquel chiste tan sencillo y pensó - Ya no sé si es un bromista bohemio o un genio sin límites. El padre del joven licenciado llamó a su secretaria. - Señorita... ¡ya no voy a seguir despachando en el día de hoy!. - ¡Se va usted mucho más pronto que de costumbre!. - Sí. Algún día tenía que ser. Pásele estos documentos al subdirector general y que los resuelva él La secretaria particular quedó anonadada. Era la primera vez que sucedía tal aocntecimiento. Jamás el padre del joven licenciado había delegado en nadie más a la hora de hacer su trabajo - No se preocupe. No estoy enfermo. Quizás he dejado de esta renfermo hoy... - No le entiendo, señor... - Estamos tan metidos en los agujeros negros de la cotidianeidad que no sabemos entender los asuntos más claros de nuestras existencias... - Sigo sin entender nada... - En otra ocasión se lo explicaré. Ahora, aunque sólo sea por hoy, voy a seguir un consejo que alguien, mucho más joven que yo, ha tenido el valor de planteamre. Y hasta es posible que no sea sólo hoy cuando lo vaya a seguir... El padre del joven licenciado salió del despacho, circuló por los pasillos, montó en el ascensor, bajó al primer piso, salió por la puerta principal del edificio, cruzó la calle y se internó en el jardín donde, solitario pero sumergido en algún mundo mágico, el viejecito leía y leía, sin desmayo alguno, las páginas de "sus libros". - ¿Puedo sentarme a sui lado?. No encuentro otro banco que tenga tanto espacio libre bajo el sol. - ¡Por supuesto que puede usted hacerlo!. Espere un momento a que aparte alguno de estos libros. ¡Ya ve!. Suelo leer con tanta fruición que me olvido de saber en dónde los voy dejando y, al final, ¡todos desperdigados!. El padre del joven licenciado sonrió. - ¡Espere que le ayude!. Luego el vijeecito siguió leyendo, ahora páginas de "El Principito", mientras el otro quedó totalmente absorto, con la mente en blanco y mirando la arboleda que para él era algo más. - Una arboleda perdida -pensó... - Perdone... -se le dirigió el viejecito después de un buen rato -¿Le gustaría oír ésto? - Lea... lea... ¡estoy interesado!. El viejecito leyó. - "Conozco un planeta donde hay un Señor Carmesí. Jamás ha aspirado una flor. Jamás ha mirado a una estrella. Jamás ha querido a nadie. No ha hecho más que sumas y restas. Y todo el día repite como tú "¡Soy un hombre serio!. ¡Soy u hombre serio!". Se infla de orgullo. ¡Pero no es un hombre; es un hongo!". - ¿Un qué? -preguntó el padre del joven licenciado. - ¡Un hongo!. - Quizás... - ¡Escuche, escuche esto otro!. - "Te juzgarás a ti mismo -le respondió el rey- Es lo más difícil Es mucho más difícil juzgarse a sí mismo que juzgar a los demás Si logras juzgarte bien a ti mismo eres un verdadero sabio". - ¿Un qué?. - ¡Un verdadero sabio!. - Quizás... - ¿Y qué opina de esto otro?. - En tu Tierra -dijo el principito- los hombres cultivan cinco mil rosas en un mismo jardín... y no encuentran lo que buscan. No lo encuentran... -repondí. Y, sin embargo, lo que buscan podría encontrarse en una sola rosa o en un poco de agua... Desde luego -repondí. Y el principito agregó: Pero los ojos están ciegos. Es nesesario buscar con el corazón". - ¿Con qué?. - ¡Con el corazón!. - Quizás... - Por último... ¡escuche esto!. - "Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Compran cosas hechas a los mercaderes, pero como no existen mercaderes de amigos, los hombres ya no tienen amigos". - ¿El qué?. - ¡Amigos!. - Quizás... El viejecito volvió a su silenciosa lectura mientras el padre del joven licenciado se reencontró, de nuevo, absorto con sus pensamientos, Así estuvieron durante unos cinco minutos. - ¿Viene usted muy a menudo a leer aquí?. - Dios me regaló una salud de hierro, señor. Desde que mi esposa murió hace dos años no he faltado ni un sólo día. Hoy cumplo, exactamente, dos años en esta actividad. - ¿Y por qué hace eso?. - Al principio lo tomé como un refugio... como una manera de sepultar la soledad... pero luego se me fue haciendo algo así como una vía de escape... y ahora es muy apasionante, Ahora lo vivo tan intensamente que yo formo parte de ellos. Ya no son libros escritos por tal o cual autor o autora; ahora son "mis libros"... los libros qu tal o cual escritor o escritora han escrito para mí. - ¡Curiosa forma de entender la lectura!. - Sí. Es muy curiosa. Y también es muy curioso que, después de dos años sin poder hablar con nadie de estos temas, hoy ya es usted la segunda persona con quien lo hago. - La otra sería, quizás, algún viejecito solitario como usted. - ¡De viejecito nada!. Por su edad... ¡hasta podría ser su hijo!. - Seguro que ha sido mi hijo -meditó el padre del joven licenciado. Después volvió a dirigirse al viejecito. - Es tremendo. Yo trabajo en ese edificio que ve usted ahí enfrente. Incluso mirando por la ventana podría haberle visto... de lo cerca que estábamos... y, en setecientos treinta días, no hemos podido conocernos absolutamente para nada. Hasta es probable que nuestros cuerpos se hayan rozado alguna vez por las calles... ¡pero somos dos perfectos desconocidos!. - Hay una teoría que habla de ello... -contestó el viejecito. - ¿También sabe usted de Sociología?. - Leo muchas cosas. También Sociología. - ¿Me podría resumir esa teoría que no he llegado a leer nunca?. - Es la "Teoría del Desamor". No es que venga, expresamente, en ningún libro leído por mi. Es algo que he deducido de varias conclusiones. Para podérselo explicar... ¿acepta usted que le cuente una especie de cuento como solía hacer Jesucristo con quienes deseaban escucharle?. ¡Es muy breve!. - Adelante... ¡estoy deseando saber de su "Teoría del Desamor"... aunque sea a través de un cuento como narrado por Jesucristo!. - Eso es. Tómelo de esa manera - Bien. Adelante - Érase una vez dos seres, hombre él y hembra ella, de ¡no importa qué edad!. Ambos buscaban el amor pero tenían el gran impedimento de que vivían en la Gran Ciudad. Buscaban y no encontraban. Un día él iba subido en un0 autobús y, observando por la ventanilla... ¡la encontró!. Ella estaba esperando en un paso de peatones. Se miraron fugaz pero intensamente. Directamente a los ojos. Comprendieron, en décimas de segundo, que se habían enamorado el uno de la otra y la otra del uno; mas el conductor del autobús no quiso parar a pesar de las desesperadas peticiones del hombre. "¡He hallado el amor!. ¡He hallado el amor!. ¡Pare usted, por favor!". El hombre se desesperaba, insistiendo una y otra vez con esa su angustiada petición... pero cuando más suplicaba que le dejasen bajar, más argumentaba el conductor del autobús que la Ley estaba de su parte y que era totalmente imposible dejarle bajar hasta que no llegasen a la próxima parada. El autobús se marchó muy lejos, la hembra cruzó y continuó su camino, pensando en su interior, ¡"era él!". Y ya nunca más se volvieron a encontrar... ¡Habían perdido la ocasión de amarse por culpa de la Ley!. - ¿Eso ocurrió en la gran capital?. - Eso está ocurriendo continuamente en esta ciudad, sí, en la gran capital de este país que creemos tan avanzado. - ¡Qué horror!. - ¿Se asusta, usted ahora, a sus años?. - ¡Es que es la priemra vez que pienso en ello!. Mi hijo me había hablado algo así pero yo no le entendía. ¡Ahora entiendo lo que me quería explicar!. ¡Y yo no le dejé! -sollozó el padre del joven licenciado. - No se preocupe tanto. Imginemos que esto es sólo un falso sueño y que uno de estos días vamos a despertar... - Oiga -Se recuperó el padre del joven licenciado- ¿a qué horas viene usted aquí?. - ¡Todos los días a las siete y media de la mañana!. - ¿Le puedo proponer un trato?. - Si es honesto... - ¿Me aceptaría que yo, a las siete y media de cada mañana, le invitase a café en el bar del Banco que está ahí enfrente?. - Pero... - No se preocupe. Yo soy el director general. Sólo sería cuestión de veinte minutos. Sin darse cuenta ni saberlo estaba hallando la respuesta que el anciano poeta extranjero le había planteado a su propio hijo: la teoría de "los viente minutos que nos faltan para ser felices". - ¿Por qué desea usted hacer eso?. - ¡Porque los necesito!. ¡Necesito esos veinte minutos de charla con usted para poder, a partir de mañana, iniciar de esa manera mi jornada laboral. ¿Acepta?. - De acuerdo. - Entonces... ¿trato hecho? -le extendió la mano al viejecito. - Trato hecho -se la estrechó éste. - ¿Qué te ha parecido? -interrogó la hermosa secretaria una vez ya en la calle. - Extraordinaria... - ¿Verdad que está muy bien hecha?. - La chavala sí. - Golfo... - No. En serio, reconozco que me había equivocado al juzgarla precipitadamente. - Lo cual quiere decir... - Que no hay que sacar conclusiones sin haber conocido aquello de lo que se desea... sacar conclusiones -rió el joven licenciado, - Y la actriz principal... ahora hablando en serio... ¿qué conclusiones has sacado de ella?. - Como actriz es sensacional. - ¿Y como mujer?. - ¿Por qué me pregutnas eso si ya he dicho que está muy buena?. - ¿No fue tu novia?. - No. - ¿Pero si todos sabemos que estuvistéis comprometidos para casaros?. - No niego que nos conocíamos y estuvimos saliendo juntos. Tampoco niego que estuviera apalabrada nuestra boda... pero hubiese sido un grave error. - ¿Tan grave hubiese sido casarte con una muejr así?. - No hubiésemos resistido mucho timepo. Eran artificales nuestras relaciones. Yo era demasiado joven para saber amarla... - ¿Por culpa de quién?. - Con el timepo llegarás a comprender que existen algunos errores que no tienen culpabilidad. - ¿Y el resto de los errores?. - El resto de los errores, los que cometen muchos ignorantes, desgraciadamente sí. - Y... ¿puede ocurrir que en un mismo error se encuentren ambas circunstancias?. - Puede... puede ocurrir... - Eso no lo entiendo. - No he tenido ninguna experiencia en ese sentido pero a veces es mejor no entender... o dejar de entender sólo hasta cierto punto. ¿Me has comprendido ahora?. - Si no tuviste esos errores... ¿por qué los conoces tanto y tan bien?. - Las experiencias ajenas también nos enseñan, preciosa. - ¿La experiencias ajenas, guapo?. Volvió la risa a ella y la sonrisa a él. Hasta que se puso tremendamente serio. - Sí. Es totalmente cierto que se aprende más de un error propio que de mil aciertos ajenos... ¡así que figúrate lo que se puede aprender de mil errores ajenos!. La hermosa secretaria no pudo hacer otra cosa que sonreír y darle un suave beso en la mejilla izquierda. El joven licenciado no sólo la había vencido sino que, más importante todavía que eso, la había convencido.
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