Setamor (Novela) Captulo 29.
Publicado en Mar 02, 2011
- ¿A dónde vamos?.
- Al número 44 de la calle Recuerdos -le señaló el joven licenciado. - No le importa que ponga música... ¿verdad?. - La música es una compañía fiel. - ¡Y que lo diga!. Yo faeno por las noches y ella, la Música con eme mayúscula, que es como mejor se define, viene a ser mi madre, mi esposa e incluso mi hija durante esas horas. Yo no engañaría nunca a mi esposa pero cuando oigo Música... ¡me imagino cada cosa!. El joven licenciado sonrió. El taxista le observó por el retrovisor. - ¡No se ría... no se ría... que es verdad!. - Lo sé por experiencia propia. - O sea... ¿quiere usted decir que no soy un tipo raro?. - A todos los que nos gusta la Música, con eme mayúscula, nos ocurre eso. - ¡Pues me quita usted un peso enorme que gravita, todas las noches, sobre mi conciencia! -dijo, burlón, el taxista. - Pues gravite usted todo lo que le guste ya que gravitar hace ser más libre a la persona humana... pero no gravite usted demasiado no vaya a ser la cosa grave. El taxista volvió, ahora, la cabeza hacia atrás. - No... no gravite usted nunca hacia atrás... sobre todo cuando vaya manejando un automóvil... no vaya usted a parar precisamente fuera de la parada... - ¿De dónde saca usted esas frases?. - No se preocupe usted ahora de eso sino de los semáforos. Lo importante no es saber de dónde salen las ideas sino en dónde entran. - ¡Me deja usted alucinando!. - Pues ya es usted lo suficientemente mayor para andar alucinando por ahí todas las noches. - Bueno. Es que... - Es que le da usted demasiado al asunto. - Pero... ¿se puede saber de qué me está usted hablando?. - De las alucinaciones. O es que usted se cree que no sé distinguir entre cine y alucine... - Bueno. Yo... esto... - Ni esto ni aquello. Lo que tiene usted que tomar, de vez en cuando, es el aire fresco de la sierra. El taxista se vio pillado. - Me ha pillado usted, joven. - No. Yo no le he pillado... pero tenga mucho cuidado con que le pille algún día un policía. - Nunca he llevado, hasta ahora, a un cliente que me haga pensar tanto de una manera tan sencilla y cordial. Lo dejaré. - No. A mí no me hace falta que me deje porque yo voy a una dirección correcta. Lo que tiene usted que dejar es lo que me está entendiendo y no me refiero precisamente al volante porque si es así nos la pegamos. - Lleva usted razón. Lo dejaré. - Así que la Mùsica, con eme mayúscula es, al mismo tiempo, su madre, su esposa e incluso su hija... vaya vaya... ¿qué se cree usted?. Yo no he nacido hoy. Mañana puede que nazca de nuevo pero hoy soy como soy. Así que usted tranquilo mientras yo vaya dentro de su taxi. Después puede usted seguir engañándose a sí mismo si lo desea. - ¿Sabe que es usted un gran cliente?. - ¿Porque le digo una verdad?. Si quiere le digo otra... - No. Otra no por favor. - Pero... ¿no le gusta a usted la otra?. - ¡Vaya por Dios!. ¡Me ha vuelto usted a cazar!. - Es que he visto a muchos taxistas en mi corta vida. - ¡Por lo bien que me cae, si no fuera por mi parienta, hasta le regalaría el viaje!. - Escuche usted bien, sabio taxista, ni acepto que me regale el viaje ni lo aceptaría aunque no existiese la otra. Es por su parienta o es por su clienta... - ¡Dios mío!. ¡Ahora que digo yo!. - Decirme no tiene que decirme nada. Así que, si no le importa, dejemos el tema. Cierto es que cada viaje cuesta dinero. Es lógico. Lo que sucede es que hay viajes de ida y vuelta y viajes sin retorno... - ¿A qué se está refiriendo usted ahora?. - A los vuelos que dicen los que dicen que vuelan. ¿Es usted uno de ellos?. El taxista no contestó. - No hace falta que me diga nada. Es lógico. La noche, el bar, las mujeres, el camello, la cama, el engaño, la traición... ¿no le parece que son suficientes elementos para constuir una película realista?. - Sí. - Quisiera conocer un viaje de esos sin que cueste dinero... pero no... no existen viajes de ese tipo que salgan gratis. ¿Cuánta fortuna lleva usted gastada ya?. - ¿Me puede usted recomendar como salir de eso?. - Por ejemplo besar a su verdadera esposa... solo usted... - Me está usted diciendo que mi esposa... - Le estoy diciendo que ella tiene el mismo derecho que usted a pagarle con la misma moneda. - ¡Me dan ganas de invitarle a una copa para seguir hablando de ese tema!. - No se preocupe; yo también me lo estoy pasando distraído... porque ha de saber que soy tan distraído que hago como que no me entero... - Pero... ¡se puede saber qué pasa ahora!. - Que el taxímetro va a demasiada velocidad y el taxi casi va andando. - ¿Se ha dado cuenta?. - Desde el principio. - Bueno. le cobraré la mitad de lo que marque. - Mire usted... a mí me importa menos que un pimiento que usted haga trampas con el taxímetro... porque comprendo que tiene usted que ganar para su esposa y para la otra... así que volvamos a la Música con eme mayúscula que dice usted. - ¿Ha oído usted algo de "Los hijos de un momento"?. - Cuando se refiere a los hijos de un momento se está refiriendo a los hijos de ella o a los hijos de la otra... El taxista volvió a guardar silencio mientras se puso rojo de vergüenza. - Conozco un par de canciones: "Los hijos de un momento" y "Alameda de los pasos perdidos". -¿Quiere que le ponga la cara B de la cinta?. - Sí. Ya sé que tiene usted mucha cara. El taxista no quiso darse por aludido pues contra aquel joven no podía luchar. - ¡Hay una canción titulada "Luna llena" que es también buenísima!. El joven licenciado adivinó que alguien, que él todavóa no sabía quien había sido, estaba dedicándose a grabar, musicalmente, los poemas más conocidos que él había publicado en la taberna vieja que ya no existía. A su memoria le llegó el recuerdo de aquel que escribió el anciano poeta extranjero cuando quiso definir, equivocadamente, al amor. El anciano poeta extranjero se equivocó pero él no estaba dispuesto a equivocarse. Nada de morir aferrado a un falso reflejo. Su búsqueda era cierta y verdaderamente sólida. No naufragaría en el empeño. Ni, por supuesto, pensaba ahogarse. - ¿Puedo leer la letra? -le preguntó al taxista. - Por supuestísimo. Cuando oía la palabra rimbombante de "por supuestísimo" le daba un poco de asco el asunto. - Diga mejor por supuesto, por favor. - ¿Algún mal recuerdo?. - ¿Sabe usted algo?. Los traidores siempre dicen por supuestísimo. - ¿Por qué hacen eso?. - Porque con el "por supuestísimo" creen esconder habilmente el puñal de la maledicencia. ¿Sabe usted lo que es la maledicencia?. - Supongo que los que hablan mal por detrás. - Exacto. De ahí que tengan que decir un grandilocuente "por supuestìsimo" en vez de un sencillo "por supuesto". El taxista comprendió. - Bien. Sigamos con lo nuestro. ¡Aquí está! -y le alargó el folleto donde se habían imprimido todas las letras de las canciones que componían el disco. Leyó los títulos. Sólo observó, a primera vista, cinco de las doce canciones que componían el contenido. Las recordó: "Los hijos de un momento", "Alameda de los pasos perdidos", "Vieja Taberna", "Suave sueño de farol" y la citada "Luna llena" que estaban escuchando. - Sabe usted, señor taxista de la esposa y la otra, ¿qué quiere decir en realidad luna llena?. - ¿Es que quiere decir algo más que lo que dice la canción?. - Si. Está relacionado con los cuernos de esos toros que atacan por la noche. - No. Por favor. Otra vez no. - Pero si ahora no me estoy refiriendo a usted... - Lea, por favor, lea. - Está bien. Leeré ya que no le gusta hablar de los cuernos de la luna llena. - Es que la luna llena no tiene cuernos. - Será que los oculta... porque cuando está en fases menguante y creciente vaya que sí los tiene... curioso verdad... menguante y creciente... no lo olvide ni me olvide jamás. Ante el silencio del taxista que se creía más sabio que el joven licenciado porque tenía muchos más años que él, éste leyó en voz alta. - Yo sabía que no entenderías este llegar del día soñado en que no hacen falta alegorías de lenguaje extraño y raro. Hablan de traducciones de amor aunque el dolor sea el claro motivo que canta el cantautor. Pero aprenderás que los días en que de lejos se oye una oración son la más bella creación de todas las melodías. ¡Luna llena de enamorado que, en el pozo inalcanzable, te ha alcanzado, mujer amable, como estrella de su canción, el poeta de lo amado como se ama el amor!. Y mientras él vive de sueño tú te ha hecho su mansión. Un canto, un sueño, una pasión de la que él es el único dueño. ¡Luna llena de enamorado que, insólita y descubierta, tien abierta la puerta de su corazón dorado!. A ti yo siempre he brindado estas distancia completa y cuando he dado la vuelta te he visto siempre a mi lado. ¡Luna llena de anamorado simplemente poeta! El taxista quitó el disco con la canción que había escuchado ya un par de veces. Mientras tanto, el joven licenciado se dio cuenta de que aquellas canciones debieron de haberse grabado porque alguien recopiló sus letras provenientes de adaptacioens de poemas suyos y que ahora circulaban, de boca en boca, entre los bohemios de las tabernas. Hechó una ojeada a la lista de canciones. Las otras siete eran: "Ausencia", "Guitarra bohemia", "Mundo", "En el silencio de todas las horas", "Descansa el fiel humano" y "Muriendo". Ahora recordaba todas ellas por haberlas compartido con la muchacha del teatro. ¡Eso era!. Aquella muchacha era punto clave para la elaboración del disco. Habiendo sido su confidente durante un par de años aproximadamente, tuvo la oportunidad de recopilar poemas que el joven licenciado le había compartido y, ahora, unida a un par de hombres, que él suponía sólo dos conocidos nada más, estaba produciendo discos en base a ellos. - Ya hemos llegado... ¡y no acepto propina de quien me hace pasar un buen y provechoso viaje!. - Curiosa forma de entender el negocio... - Sí. Curiosa forma que tengo yo de hacer las cosas cuando me demuestran mis errores. "El Último Rincón" era, exactamente, el lugar más apropiado que necesitaba, en esos momentos, el joven licenciado. La entrada, con ocho escalones hacia abajo, daba a una especie de pequeño bar que era una copia exacta de la ya inexistente vieja taberna. ¡Era exactamente igual!. El mismo mostrador, los mismos taburetes, el mismo reparto de espacio, la misma coloración de las desnudas paredes y... ¡el mismo reloj!... sólo que ahora ya funcionaba y marcaba correctamente las horas. Había sólo una diferencia notable: al fondo de la taberna se encontraba un arco de pared y, pasado el mismo, una sala de mediana extensión donde, sobre una pequeña tarima con piano incluido, actuaban los cantautores rodeados de numerosas mesas y banquetas. Sólo alguien que hubiese tenido mucha relación con la antigua y desaparecida vieja taberna de los bohemios podía haber regentado, o al menos haber construído y decorado, aquel local. Hubo algo que le confirmó más esta teoría. Que en la pared del arco que formaba la entrada a esta sala existía un letrero anunciador que rezaba así: "Todas las noches actuaciones desde las 23,40". Pensó. - Las doce menos veinte de la noche. Y entonces se autoconfirmó que alguien que él conocía de aquellos tiempos dirigía el local. - ¡Eres el número uno!. Aquella mujer, encargada de recibir a los que llegaban al local, era de mediana edad pero se conservaba fresca porque su rostro delataba armonía. - El número uno... ¿de qué?. - Es que como yo no me aburro nunca... cuando no tengo nada en qué pensar acostumbro a ir numerando a todos los clientes que llegan cada noche. Tú eres el número uno porque has llegado el primero -respondió con una amplia sonrisa- Y espero que seas el último en salir. - Hoy no... hoy no seré el último en salir. - Quizás seas también el número uno en eso -rió, abiertamente ya, la encargada del local. - ¿Puedo ya ir sentándome?. - Date prisa en hacerlo... porque aunque seas el número uno esto se llena repentinamente todas las noches y te podrias quedar sin puesto. ¡No es broma que se llena todas las noches en que hay actuaciones!. - ¿Qué clase de personas suelen venir?. - Aquí no hay clases. Vienen los que se aman. - ¿Y son muchos los que se aman?. - Los suficientes como para llenar el local. - Me voy a por la mesa. Sirvame una cerveza. El número dos era un personaje tan oscuro que ni tan siquiera dio las buenas noches. Se había bajado de un coche de color negro y, ocultando sus rostro con sus ropajes, se había sentado envuelto en la penumbra del local. Cuando la encargada se le acercó le había pedido, en tono muy baso, un güisqui seco. Llevaba otra botella, con un extraño brebaje, del que tomó un largo trago. Se ubicó a suficiente distancia del joven licenciado y oculto para no ser descubierto por éste. Visto de espaldas asemejaba, con aquel encasquetado sombrero, una especie de gavilán. Se le notaba totalmente exhausto y cuando se ubicó frente a su mesa soltó una especie de queda exclamación que vino a sonar como un disparo de pistola con silenciador. - ¿Cuándo va a cabar esto? -fue lo que murmuró. La encargada respondió. - Ni tan siquiera ha comenzado todavía, señor... - Llámeme solamente señor. Inmediatamente después fueron llegando el tres, el cuatro, el cinco... y así hasta un total de cincuenta personas de ambos géneros. Este era el número máximo... ¡bien apretados todos!... que soportaba "El Último Rincón" para poner el letrero de "Completo". El joven licenciado, mientras tanto, leía los profundos versos del libro que le había regalado la hermosa secretaria. Entonces fue cuando llegaron los propietarios del local. - ¡Está aquí!. ¡Sentado en la mesa número siete! -les indicó la encargada. - ¡Sírvenos tres cócteles de champán! -le dijo el más alto. - !Del mejor! -le especificó el más bajo. - Pero él ya ha pedido una cerveza... - Nada de cerveza -le ordenó el más alto. - Hemos dicho que champán del mejor -le ordenó el más bajo. - Está bien... está bien... pero... como se enfade... - No se va a enfadar -le dijo el más alto. - Por supuesto que no se va a enfadar -argumentó, definitivamente, el más bajo. - ¡Hola!. ¿Qué tal? -se le acercó el más alto. - ¿No nos conoces? -completó el saludo el más bajo. - ¡Vosotros dos! -exclamó, sorprendido, el joven licenciado- !Era de quienes menos me lo podía yo imaginar!. - Pues imagínatelo como sabes hacerlo... hasta convencerte de que, en realidad, somos nosostros -puntualizó el más alto. - !A sentarnos, a brindar y a charlar mientras comienza el espectáculo! -se animó el más bajo mientras la encargada les servía los cócteles de champán. - ¡Sabíamos que más tarde o más temprano nos localizarías! -seguía, exultante, el más alto. Y el más bajo, no menos exultante, añadió. - ¡Eres extraordinario y, por eso, para nosotros, es un hoonor que estés aquí!. Los tres miraron a las copas que reflejaban la imagen del pasado pero sin desesperación sino, más bien, con la tranquilidad que ahora les acompañaba a todas partes. Oculto, tras el muro que dividía la sala en dos espacios, se hallaba el perseguidor. - No lo hagas... -le dictó la voz de su conciencia. Pero para él era más superior su propia ley pues bebía, implacable, de una copa muy diferente a las alegres de los otros tres. Bebía de la copa del odio. Parpadeaba, incesantemente, sin escuchar aquello que le gritaba en su interior. - No lo hagas... -volvía a dictarle la voz de su conciencia. Pero él se escabullía de sus propios reproches intentando autoconvencerse de que iba a destruír algo maldito. - No lo hagas... -volvió a dictarle, por tercera vez, como si del canto de un gallo se tratara, la voz de su conciencia. Sin embargo no debía de ser muy convincente su conciencia puesto que, cada vez, parpadeaba con más intensidad. ¡Si le viesen sus seguidores y seguidoras allí, oculto en la penumbra y carente de cualquier seguridad!. ¿Qué representatividad podría tener si esa hipótesis del amor se hiciese realidad?. ¡Él se creía tener la obligación de irradiar firmeza ante los suyos y, sin embargo, estaba acobardado y escondido!. ¿Qué valor podría, alguien así, imponer su juicio?. - ¿Cómo os va? -preguntó el joven licenciado. - Verás... ¡nos va excelentemente!. Pero no hacemos nada relacionado con espectáculos de homosexualidad ni de travestismo. ¡Odiamos esa clase de representaciones! -dijo el más alto, que siempre era el primero de los dos en dar su opinión. - Hemos aprendido a aceptarnos como somos y, lo mismo que hemos conseguido el respeto de los demás, también hemos llegado a la conclusión de respetar a los demás. Hemos abandonado la provocación porque hemos comprendido que no tenemos ningún derecho a dañar a otros. No queremos perjudicar la moral de nadie y, mucho menos, ser fuente de perversión para la juventud. Nosotros, que tantos derechos exigíamos a la sociedad, queremos ser honestos... y lo somos. ¡Debemos respetar el derecho de los demás a no ser como somos nosotros!. ¡Si algún pecado cometemos que sólo sea nuestro y nuestra sóla la responsabilidad ante el juicio de Dios! -se explayó el más bajo. - ¿De Dios? -interrogó el joven licenciado. - De la posibilidad de que Dios exista... -corrigió el más alto. - Dices la verdad. Dios existe -afirmó el joven licenciado. - ¿Cómo sabes tú eso? -le interrogó el más alto. - Porque hablo todos los días con Él. - Hemos hallado el camino de la tranquilidad moral -intervino el más bajo- ¡y eso es bastante importante!. ¡Eso deberían aprenderlo muchos que son como nosotros éramos!. Además... aunque creas lo contrario... tú has sido una pieza clave en nuestra conclusión. Nos aceptaste como éramos y nos diste la lección de que deberíamos ser conscientes de no sentirnos tan culpables como nos sentíamos y que, para ello, el primer paso que debíamos dar era no inmiscuirnos en la libertad de los demás. ¡Ahora detestamos a los homosexuales que provocan y a los que comercian públicamente con eso y con el travestismo!. Si queremos ser respetados tenemos que hacernos respetar. ¡Esos espectáculos son denigrantes y los primeros denigrados seríamos nosotros mismos ahora que ya hemos cambiado!. - Tú lo has dicho. El más bajo de los dos siguió. - Aquí sólo admitimos cantautores que vienen a ofrecer, al público, la belleza de sus interpretaciones, el contenido natural de sus profundos mensajes monógamos y no esas aviesas intenciones de otros que sólo son unos frustrados por su condición. ¡Es hora de aceptarnos para poder cambiar y de respetarnos los unos a los otros en todos los aspectos sociales y personales!. ¡No debemos desligar lo uno de lo otro!. Hemos cambiado... de verdad que hemos cambiado... ¿Qué opinas de todo esto?. - Dios existe -se limitó a volver a confirmar el joven licenciado. - Entonces... ¿crees en los milagros de Jesucristo? -le interrogó el más alto. - Vosotros sois una muestra de ello. Se apagaron las luces y se encendió el escenario. El alto y el bajo se subieron a él, mientras en la calle se levantaba un tremenda ventolera. - ¡Queridas amigas y queridos amigos!. Hoy, como todas las noches especiales, volvemos a reunirnos, una vez más -estaba hablando el más alto- para sentirnos libres a través de la voz que ha dejado de ser un silencio. Libres a través del canto de la Naturaleza y libres a través del sentimiento verdadero. - ¡Pero hoy tenemos una visita de excepción! -continuó el más bajo- En la mesa número siete está alguien que ha sido alma y corazón, sin él saberlo, de este "último rincón". Esperemos que llegue el día en que nuestro pequeño local alcance la grandiosidad, no de tamaño pero sí de espíritu, suficiente para poder impulsar un nuevo enfoque vivencial. Hoy tenemos a quien, queriendo o no queriendo, que eso a nosotros no nos interesa analizar, ha creado la corriente artística de las vivencias eternas. No es una corriente artística ortodoxa ni heterodoxa sino una corriente artística basada en una especial manera de vivir y entender lo que se vive. Partiendo de la antigua bohemia nos hemos introducido en este nuevo construir ideas libres a través de utopías realizables. Se llaman milagros. A pesar de quienes, todavía, quieren cortar nuestro acento singular y colectivo a la vez, nosotros seguimos adelante. Ha llegado la hora de decidir que nosotros estamos aquí, totalmente transformados en lo que no deberíamos haber cambiado nunca. Él lo ha dicho. Dios existe. Jesucristo es Dios. Por eso él está entre nosotros y, aunque sabemos que no le gusta el aplauso y que huye de él... ¡nosotros se lo vamos a dar... porque se lo merece!. Efectivamente, sinceros y encendidos aplausos caldearon el ambiente. Iba a comenzar la función. La oscura figura del perseguidor oía a su conciencia y se removía, inquieto, en su taburete. - No lo hagas... -la escuchaba con toda claridad. - Tengo que acabar con todo esto -murmuró en voz alta, ahora ya más tranquilo y sin hacer caso a la voz de su conciencia, aprovechando el ruido de los aplausos. Siempre empezando el alto y siguiendo el bajo, comenzaron una presentación que todos los asiduos conocían pues era siempre la misma pero que nunca cansaba. - Con la voz aturdida en los espacios de la soledad sólo es humo lo que se escapa como una pirueta de incógnitos viajes. La soledad es la parte más sencilla de la vida y se suele convertir en agua de amor. Por eso mis ojos se iluminan de vibraciones que influyen en tus sentidos. Sé que es peligroso dudar en el vacío, pero yo no dudo y el viento de la noche me ha convertido en manantial de agua. - No acierto a medir esta hora. En la noche rozo, con la punta de mis dedos, tu piel. Hay una luna blanca que nos mira, poco a poco, con impasible recuerdo de añoranzas. No acierto a medir esta hora verde, de árbol desconocido, que me nace y me recorre la creencia de ser un hombre con rendijas, como un pájaro unánime que siesga el alba. - Yo te lo puedo explicar. Es la hora sin pausa-naufragio de las cosas que eternizan las dimensiones y me devoran a la sombra de tu cuerpo. - No acierto a medir esta hora alimentada con flores de cien hojas y otras presencias. - Es la hora de las raíces prisioneras de mis sueños que me hacen sentir su frutos, tan futuros, que se quedan en el huerto de mis esperanzas. Por eso pienso que, simplemente, es la hora cercana de nuestros alientos. - Mañana la tarde se reunirá con el tinte púrpura de un errante cielo. Y la gente se volverá a mirarme. Yo extenderé mi cuerpo a través de la brillante niebla y mantendré, delante de las flores, bajo el vacío cielo, los preciosos aleteos de esta noche que viene a ser como aleteos de primavera en desesperada huida. - Si pudiera arruinar mis plumas volando bajo el sol, alborotado entre nuestras calles favoritas de la zona vieja de la ciudad, me deleitaría con esa primavera que imaginas. - Imagino esa primavera porque es el eco de todos tus poemas. - Si pudiese, finalmente, flotar más furioso que ningún otro poeta y encontrar, jadeante, la nube dorada donde se esconden las bandadas de pájaros rebeldes, plasmaría, a través de cada papel, algo así como "el cielo emprende inocentemente un viaje de esperanza sobre las estrellas inalcanzables". Al término de este diálogo, el joven licenciado descubrió que la muchacha del teatro había estado grabando todas sus confidencias; pero no se molestó puesto que sabía que aquello era algo importante como para no quedarse en el olvido. Había aprendido que los mensajes deben existir para ser escuchados... pero solo los mensajes factibles de ser comunicados. Y eso era lo que había hecho aquella muchacha. Los otros dos continuaron. - En honor a nuestro invitado especial vamos a pedirle a nuestra primera artista de hoy que nos congratule ofreciéndonos las canciones del disco "Los hijos de un moomento". ¿Puede ser?. La explosiva latinoamericana que, en aquellos momentos subía al escenario, asintió. - No sólo lo voy a hacer, sino que lo voy a interpretar como si fuese la última vez que mi voz pudiera sonar y necesitase hacerlo para despedirme de este mundo de la canción. Todos los asistentes a "El Último Rincón" estaban enamoradísimos de la esplendorosa latinoamericana... y no solamente de su linda voz. Con esa fantástica voz, acompañada de un guitarrista que subió tras ella y se acomodó en un alto taburete, desmenuzó, una tras otra, todas las canciones del disco. Desfilaron, continuamente, "Los hijos de un momento", "Alameda de los pasos perdidos", "Vieja Taberna", "Suave sueño de farol", "Luna llena", "Bohemia de noche azul", "Ausencia", "Guitarra bohemia", "Mundo", "En el silencio de todas las horas", "Descansa el fiel humano" y "Muriendo"... y en cada ocasión los aplausos eran tremendamente obsequiosos para ella. Antes de terminar "Muriendo", el joven licenciado, que seguía solo en su asiento, se levantó y, aprovechando la atención del público para con la explosiva latinoamericana, se deslizó hacia la salida. La oscura figura del perseguidor hizo lo mismo, siempre con su sombrero puesto. Cada canción, cada frase, cada palabra... habían alimentado de recuerdos al joven licenciado. Desde "Los hijos de un momento", que le hacía cercana presencia del anciano poeta extranjero y ahora se daba cuenta de que había servido de base para todo su planteamiento vivencial, hasta "Muriendo", que venía a ser algo así como un canto póstumo pero de algo que debería volver a nacer con algún otro registro pero no con la muerte. Mientras caminaba por las calles, con las manos otra vez dentro de los bolsillos de su pantalón, desfilaron por su imaginación la recién pasada tarde junto a la hermosa secretaria, con la sobrecarga emocional que toda despedida supone para quien va en búsqueda de algún objetivo prioritario... las noches de alterne, como detenidas y grabadas enla imagen de una botella de vino con cañas en el tapón de corcho... los sueños viajeros, representados por el asiduo acompañante del anciano poeta extranjero que había logrado hallar su buen puesto en la sociedad... los amores asidos pero no alcanzados, reflejos lunares de ilusiones sin terminar... los paseos de la soledad, que eran esperanzas ancladas en algún jardín como esperando que alguien las llenara de compañía... la ausencia de un mundo ya incompleto para él, necesitado de una rebeldía para transformarse... la ausencia de un verdadero amor sólo vislumbrado, necesitado urgentemente de un relevante encuentro... el canto sesgado de alguna guitarra, mientras alguien dormía reposando sobre un mostrador de desilusiones... el sentido universal de patria, algo así como el patrimonio personal de cada ser humano yuxtapuesto al sentido personalista descubierto en cada intimidad... el silencio compañero, medidor de todas las intensidades temporales de cada acción... el recogimiento de los pliegues espirituales en cada ser humano, que al final se evaporan para llegar al último misterio de la Vida y jamás de la muerte. ¡Estaba allí como esperando su regreso!. Igual que una madre amorosa o una cariñosa hermana o, quizás, como una esposa fiel... pero ¡estaba allí!. Todavía con su plenitud vital, la seta parecía que no se perjudicaba con la edad sino que, ahora, estaba aún más bella. El contrapunto de la hermosura radicaba en los deshilachados pedazos del pañuelo verde que, aquel día, le habían colocado, en el cuello, al joven licenciado. Unos deshilachados pedazos de pañuelo que se habían quedado enmarañados en algunos arbustos como resistiéndose al destino de no volver, nucna más, a ser lo que fueron. Era el contraste de la existencia: el sí y el no dándose compañía. Vida y muerte en un idéntico espacio en el que todos deberían convivir pero que ahora se había modidificado para ser solamente vida y nada más. ¡Tanta lucha!. ¡Tanto enfrentamiento!. ¡Tanta victoria o tanta derrota!. Y total, para terminar siendo, solamente, los mismos los unos que los otros. Los mismos en el sentido humano de la palabra. Y se preguntó. - ¿Existe otro sentido superior a lo humano que nos pueda identificar singularmente a cada uno y cada una?. Se acercó a la seta y la acarició. ¡Aquello era la respuesta!. Una caricia, un contacto, un intercambio de sentires. Eran expresiones de lo meramente humano y, además, no sólo era la caricia, el contacto y el intercambio de sentires sino, también, la verdadera esperanza. - Esperanza... ¿de qué? -preguntó, mentalmente, a la seta. Ella le contestó con una expulsión de vibraciones que recorrió, suavemente, el cuerpo del joven licenciado haciéndole recordar aquellos veinte minutos que estuvieron luchando para vivir o para morir. - Tiene que haber algo más... -musitó. Oculto tras el tronco del árbol más viejo del jardín, la oscura figura del perseguidor había descubierto el secreto. Sabía ya el lugar exacto donde iba a cumplir su venganza. Además, estaban solamente el joven licenciado y él. Ahora sólo era cuestión de buscar un momento de distracción. Cuando aquel joven se descuidase un poco... ¡él tomaría, para sí, la gloria de haber acabado con sus planteamientos!. Se equivocaba pero no se daba cuenta. Estaba totalmente agotado y eso era la desventaja que tenía frente al fresco vigor del joven licenciado. Se puso a meditar. No se daba cuenta de que la seta física no era la verdadera significación de todo aquel asunto. Por eso sólo esperaba el momento más oportuno... para fracasar por completo. Por no querer enfrentarse, cara a cara, con aquel ser humano que tanta vitalidad poseía. - A pesar de lo que pudiera decirme... ¡tengo que atacar a traición, con alevosía y nocturnidad!... porque así está escrito en el misterioso libro de la Vida y de la Muerte -se autojustificaba para combatir su cobardía sin darse cuenta de que arrancando a la seta no arrancaba absolutamente nada más que una seta pero no el amor. La ciudad, vista desde lo alto del jardín, en medio de la noche, parecía muy vieja y muy pobre. Los ricos millonarios bien que se habían procurado otras zonas más acondiconadas. - ¿Reparto proporcional el de ellos? -se preguntó el joven licenciado. Y se respondió. - Pero debe ser inversamente proporcional... porque sólo unos pocos tienen lo mejor. En el aire flotaba un respetuoso silencio hacia aquel pensamiento y los árboles, como entendiendo el mensaje, comenzaron a transmitir. Ellos sí sabían que muchísimas herencias residían, únicamente, en los íntimos engaños, impúdicos engaños donde el amor a los demás brillaba por su ausencia. Las cimas de los árboles, desde sus alturas, podían distinguir, pefectamente, la diferencia de los barrios. Fue por ello, escuchando el pensamiento del joven licenciado, por lo que comenzaron a transmitir (¡órdenes del aire!) toda una profusión de sonidos que circundaban a la gran ciudad: de hoja en hoja (en sus escrutinios los poetas desconocidos se ufanaban), de jardín en jardín (en sus habitaciones los niños humildes soñaban). El mensaje se decodificaba para que los noctámbulos paseantes pudieran entender. Y todo ello porque, aquella noche, en algún lugar se estaba fraguando una especie de rebeldía. Mientras tanto, el joven licenciado se había sentado, en el suelo, junto a la esplenderosa seta. Había abierto el libro de poesía norteña que le había regalado la hermosa secretaria y se había concentrado, profundamente, en su contenido. Mas tarde cerró los ojos, vencido ya por el cansancio, y comenzó a pensar en la Vida cansado ya de decir que la muerte no existía. Memorizaba frases del último verso que había leído, mientras recordó que el anciano poeta extranjero, había muerto por equivocar el camino. - Cuando cierre mis ojos para abrirlos mañana... mil preguntas nacerán de mi cabeza como símbolos para ser descubiertos -meditó. Pero no podía asustarle el miedo porque la esperanza la llevaba muy dentro de su alma. - Cuando cierre mis ojos para abrirlos mañana... nacerá el Todo. ¿Ya no habrá Amor sobre la Tierra?. La Nada es imposible. Cuando cierre mis ojos para abrirlos mañana... me introduciré, con naturaleza, en el atrio de la nostalgia pero puedo vivir atrapando el tiempo; puedo creer que la herencia del Padre me señaló... y puedo vivir una angustia ciega, una agonía de la lucha cuando cierre mis ojos para abrirlos mañana. Hablo de la paz. Hablo de la humildad que es ley de oración y clima de misterio. Este es el mensaje: si todos amamos nos amamos... ¿a qué tener miedo?". Cerró los ojos para despertarse a la mañana siguiente y se quedó profundamente dormido, a escasos metros de la seta. - ¡Llegó, por fin, mi ansiado momento! -explotó, internamente, la triste figura oscura que acechaba tras el viejo árbol; sin darse cuenta de que aquello no sería el final sino el verdadero principio de la Eternidad. Se acercó al cuerpo durmiente del joven licenciado y sacó el cuchillo. La mano le temblaba mientras un sudor espeso y frío perlaba su frente. Levantó la hoja de acero y, brutalmente, la hundió. Un chasquido agudo y seco en medio de la noche mientras el ruido de la desbandada de los pájaros hirió la profundidad del silencio. - ¡¡Lo han matado!! -chilló, histéricamente, la madre del joven licenciado. - ¡A quién han matado! -se despertó, bruscamente, el padre mientras encendía la luz de la alcoba. - A nuestro hijo... ¡lo han matado!. - ¿Cómo sabes tú eso?. - ¡Lo he sentido!. ¡He sentido un soplo brutal en mis entrañas!. - ¡Lo que te pasa es que estás excesivamente nerviosa... eso es lo que te pasa... y lo único que ocurre de anormal esta noche!. - ¿Y si lo han matado de verdad? -gímió ella. - Si lo han matado de verdad... lo cual es falso... hay que agradecerle a Dios... porque en la vida ha sido un hombre edificador. Si lo han matado de verdad... lo cual es falso... no habrán podido matarle nunca ni para siempre. !Quedará por encima de la Muerte y continúa vivo!. Me lo dice el corazón porque es vital para quienes le entendimos. Apagó la luz y abrazó a su llorosa esposa. - Yo creo firmemente que no ha muerto -la consoló- y, además, para nosotros permanecerá siemrpe vivo pero no porque lo deseemos nosotros sino porque es designio de Dios que viva. La hoja de acero del cuchillo, ahora, se hincaba una y otra vez en la arena y alrededor de la seta. La oscura figura lo que estaba intentando no era matar al joven licenciado sino arrrancar todo aquello del sueño de la seta. Aquel símbolo universal era, para él, algo superior a su inteligencia y, por eso, quería destruirlo de raíz. Unos temblores espasmódicos convulsionaban su patética figura mientras continuaba con su destructora labor. Por la boca le chorreaba una especie de babilla que sembraba sus labios de una espumilla blanquecina horrorosamente perfilada. Estaba al borde de un ataque de epilepsia. El corazón le golpeaba, con estrépito, dentro del pecho. Cuando acabó de destapar toda la arena que pudiese servir a la seta como una defensa, agarró a ésta por el pedicelo y, de un solo golpe, la arrancó por completo del suelo. Pero surgió algo con lo que no contaba. Por alguna razón inexplicable para él... ¡no sabía cómo desprenderse de ella!. Su mente le incitaba. - ¡Arrójala!. ¡Arrójala!. ¡Arrójala!. Pero su mano derecha era incapaz de realizar aquel sencillo acto de arrojarla lejos de sí. Era algo como una corriente extraña que provenía de la misma seta y que dominaba por completo a su voluntad. Tuvo miedo... ¡un tremendo y pavoroso miedo a morir!. Y, de repente, sin apenas darse tiempo a ningún otro planteamiento, se puso en pie, arrojó el cuchillo que tenía sujeto en su mano izquierda, lo más lejos que pudo y, falto de toda razón y fuera de contexto, se lanzó a una estrepitosa fuga a través del jardín. Comenzó la tormenta. Aquellas gruesas gotas iniciales fueron lo suficientemente vivificadoras para que, al caer sobre el rostro del joven licenciado, éste abriera sus párpados. - ¿Qué pasa? -pensó en décimas de segundo. Lo que pasaba era que la lluvia le estaba anunciando que era la hora de levantarse y caminar, ahora, verdadermaente con sentido. ¡Era la lluvia de la Vida!. Lo primero que descubrió, al despertar, fue una profunda ausencia. ¡La seta ya no existía!. Alguien la había arrancado y en su lugar sólo se podía distinguir un hoyo del tamaño de las manos de un hombre formando un cuenco. Era un hoyo que, sin embargo, iba rellenándose de agua. Se quedó absorto, mirando simplemente ese agujero que iba tomando más y más vida a través del aguacero. ¡Pero su amiga la seta ya no existía!. A él le doliò esa ausencia tremendamente pero al ver cómo el agua de la vida volvía a cubrir el hueco se animó. Él había triunfado sobre la maldad. A las dos de la madrugada la noche se transformó en algo terrible. Después del viento había llegado la tormenta; pero ninguna estúpida violación le apartaba su sueño de la cabeza. ¡Menos mal que el destino acabaría dando su veredicto a favor del Bien!. Más allá de las dos de la madrugada se iban situando, en su justo lugar, ambas conciencias; sólo que el joven licenciado era fuerte y valiente como para poder soportar, mientras el otro, el oscuro y sombrío, nada más hacía que huir. El primero estaba decidido a seguir viviendo y notaba calor. El segundo estaba estremecido, como si un frío dolor profundo le estuviera destruyendo por dentro. El joven licenciado, pacíficamente, reflexionaba e intentaba comprender preguntándose. - ¿Por qué?. La oscura figura del sombrío corría sin ningún sentido. Sin poderse desprender de la seta, iba falto de una conciencia a la que recurrir y sólo obedecía al ciego instinto de la ocultación. ¡Tan desesperada era su huída!. - ¡¡Por que!! -explotó la voz del joven licenciado en medio del jardín. - ¡No lo sé!. ¡No lo sé! -retumbaba la voz del sombrío por las calles de la gran capital. Su carrera era cada vez más estrepitosa. El sombrero voló de su cabeza y se coló por el agujero de una alcantarilla. La oscura figura corría sin ninguna orientación. Atravesaba calzadas, aceras, calles pequeñas, anchas avenidas... todo de una manera alocada e irrefrenable. Entre automóviles que frenaban para no atropellarle, la seta permanecía sujeta, profundamente, a su mano derecha. Hubo muchas veces que intentó desprenderse de ella pero... ¡no podía!. Era como un cuerpo total que estuviese dispuesto a fusionarse, por completo, con él. ¿Qué extraña circunstancia le impedía desasirse de aquello que él creía haber matado?. La seta, en su mano, parecía tener más vida que antes. Era, efectivamente, lo mismo que le había ocurrido, en su momento, al joven licenciado. Sólo que éste la amó mientra el sombrío la odiaba. Era la inquebrantable resolución de vivir. Tan larga y agónica carrera no podía tener otro final: primero chocó, de costado, aunque en el último segundo quiso evitar el golpe, con un automóvil de color gris perla conducido por un señor adulto y su esposa al lado. Salió rebotado hacia su lado derecho y, justo en el momento en que iba a caer al suelo, un atomóvil de color amarillo limón, conducido por un jovencito acompañado de su novia, le expulsó violentamente contra la acera. El amasijo quedó, inerte, bajo la marquesina del cine Ideal. - ¡Yo no tuve la culpa... usted lo vio! -gemía el jovencito. - ¡No te preocupes!. ¡Yo tampoco tuve la culpa... se nos echó completamente encima! -le ayudó el señor maduro mientras le ponía su mano derecha sobre el hombro. Acompañados, ambos, de sus femeninas parejas, marcharon a socorrerle. - ¡Dios mío... pero si es un cura! -enfatizó la señora madura. - ¿Qué tiene en su mano derecha? -preguntó la jovencita novia del joven. - ¡Parece una seta! -inquirió el señor maduro. - ¡Es una seta! -corroboró el joven atreviéndose a agarrarla. Y la seta ya no vibró más. Hsbía acabado su ciclo vital. -¡Perdón! -suplicó el cura. La escena parecía ser observada por los hermosos ojos de la figura de aquella ya famosísima actriz que, desde el gigantesco letrero anunciador de "Setamor", parecía estar reconociendo a quien se había unido en sagrado matrimonio. -¡Perdón! -volvió a suplicar el cura. Y expiró. Seguía lloviendo. El agujero se llenó, por completo, de agua limpia y vivificadora. Entonces el joven licenciado decidió marcharse de allí. Caminaba como si anduviese borracho pero no era nada de eso. Lo que pasaba es que caminaba así, en zigzag, porque no quería explicarse el asunto como hombre sino como poeta; porque el hombre, en su concepto genérico y filosófico, le había defraudado. - Allí donde quiera que vayas, mundo total... mundo que llenas, por completo, las almas... allí de donde vengas rotundo ¡un pleno amanecer proclamas!. Con un movimiento imperceptible de su mano izquierda rozaba los vegetales: plantas y arbustos eran acariciados. - Rozan la Verdad, pero acostumbrados a destruir no saben amar lo que es natural. Ninguna otra clase de emoción es tan digna... pero, en su estupidez, destruyen todo aquello que significa la Paz y la Belleza. Si yo pudiera hacerles entender, de una vez por todas, que el camino que han elegido no es el que desemboca en la Plaza de la Felicidad, no tardaría ni un momento en hacérselo saber. Pero ellos tienen oídos y no saben oír, tienen ojos y no saben ver... Esta última conclusión la había escuchado, muchos años antes, en su infancia. - Papá, mamá, algún cura o algún maestro... -meditó. - ¡Eso es!. ¡Mi maestro!. Efectivamente, al joven licenciado le había impartido, su ya maduro maestro, sencillo pero sabio y honesto, aquella enseñanza. Entre números enteros, números quebrados, geografía e historias, aquel su querido maestro de la infancia también le había hecho desarrollar su innato amor por las letras y, por supuesto, aquella última conclusión del Amor. A su memoriqa llegaron, aún vagos todavía, múltiples recuerdos de redacciones, cuentos, narraciones, pequeños relatos, poemas breves... y algo parecido a una aproximación infantil a la idea de Dios a través de la imagen de Jesucristo. Miró al cielo cuando ya la tormenta se había aplacado definitivamente. - ¡Dios!. ¡Existes!. Y se marchó en cualquier dirección porque supo que las grandes ciudades no tienen puntos cardinales en realidad, sino puntos de referencias.
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