Setamor (Novela) Captulo 31.
Publicado en Mar 07, 2011
- ¡Vamos, amigo!. ¡Levántate ya, que tenemos que aprovechar la mañana para seguir adelante!.
El joven licenciado, sacando sus brazos de debajo de la manta, los estiró por encima de su cabeza. Con barba oscura, el joven licenciado había avanzado en el tiempo. Había avanzado, mejor dicho, en las intensidades del tiempo... y, por ello, su rostro había cambiado sutilmente aunque las partes principales seguían siendo las mismas. La mirada de sus ojos era más triste, pero mantenía la misma claridad, ¡incluso más claridad!,a fuerza de comprender y entender todo aquelllo que había ido observando en el interior de las personas. - ¡Vamos, amigo! -repitió. Por encima de su figura, las ramas del olmo se cimbreaban a causa de la brisa. Los pájaros, la grandiosa presencia de los pájaros, daban una exaltación a la mañana, de tal magnitud, que las horas se habían quedado varadas entre sus plumajes. La única posible, la única existente en aquellos instantes, era sólo el brillo del amanecer. El cercano río aún no despertaba. El joven licenciado se levantó. Tenía, por costumbre, respetar un poco más el sueño de los otros y decidió acercarse a la ribera para lavarse, todo entero, en el espejo del agua. - ¿Quién puede detener el destino que se abre en los horizontes? -se preguntó mentalmente. - Los horizontes son aquellos lugares donde el destino se hace eterno -se respondió él mismo. Por un instante le dieron ganas de gritar para sentirse vivo. ¡Gritar... gritar... gritar hasta hacerse sólo palabra!; pero su amigo dormía y era necesario despertarle en base al silencio porque, para ellos dos, el silencio era la comunciación. Y sabían respetarlo. Después del baño, vistiéndose nuevamente, se acercó al otro con la idea, ahora firme, de hacerle levantar. El sol ya brillaba y la marcha era larga. Tiró de la manta que le cubría. - ¡No! -fue su única exclamación. El perrillo blanco y negro yacía, sin vida, sobre el suelo. El joven licenciado recordó que, durante la noche, se había percatado que aquel comía algo que había entre las matas. Había muerto por ingestión de algún alimento envenenado. - ¿Por qué te has ido, amigo, por qué te has ido?. Suerte es tener un amigo de verdad y tú, sinceridad siempre, compañía siempre, presencia siempre, has sido mi verdadero y noble amigo. Amigo que no exigiste nada a cambio; solamente caricias era lo que buscaste de mí. No me impusiste dogmas, ni presupuestos, ni obligaciones... ni tan siquiera me impusiste correspondencias. Sólo me dabas compañía, respetando mis pensamientos. Y, es más, mis momentos tristes los convertiste en sensaciones alegres y en la felicidad me acompañaste participando plenamente de ella. Eso que has hecho tú... ¿cuántos humanos, seres superiores según ellos, serían capaces de igualar?, ¿cuántos hombres o mujeres entran en el territorio que tú supiste conocer?, ¿cuántos se adentran en el espacio interno del otro?. Y tú no sólo te internaste sino que me exploraste tanto que con sólo mirarme sabías descifrar todas y cada una de mis emociones. ¿Cuántos... cuántos seres humanos son capaces de acompañar así?. El joven licenciado quedó un momento en silencio. Las lágrimas corrían libremente y sin control. Era una forma de llorar tan absolutamente sincera que era una total forma de llorar. Sin complejos, sin mentiras... sin vergüenza... - Sé que ahora voy a tener que continuar... pero continuar en una soledad sin fronteras. Hace un momento adiviné que todos los horizontes albergan destinos eternos pero no es lo mismo un destino acompañado que un destino en soledad. No sé qué habrá más allá de este pequeño trozo de tierra donde te contemplo, ni tan siquiera sé qué me espera un poco más allá de este hermoso olmo... sólo sé que tú te has ido y ya no volveré a sentir tu presencia abierta junto a mi lado, ni interpretarte mis esperanzas y mis momentos, ¡todos mis momentos! -recordó al anciano poeta extranjero. - Fuiste el único que lo sabía... el único que sabía que él estaba equivocado y por eso permaneciste junto a él... pero luego te diste cuenta de que yo tenía otro porqué y te uniste a la lista de mis sentimientos. Gracias. Se levantó. - No puedo dejarte así. Y echándose la mochila de sus ropas a la espalda, tomó al perro entre sus brazos y comenzó a caminar. No sabía, como muy bien había dicho, qué podía ser del mundo unos metros más allá del olmo, pero el sol ya calentaba y tenía que seguir. A su alrededor sólo camino y campo... campo y camino... y sol... y sudor... y fatiga... y polvo entre las botas... y una profunda angustia de sed y hambre... y una sincera necesidad para con su fiel amigo. Así anduvo durante doce interminables kilómetros; sin más deseo que el de enterrar a quien, por fiel, no había dudado en seguirle hasta los límites de la amistad. Fueron doce kilómetros terriblemente duros más en su brazos reposaba aquella intensidad de la que había hablado tiempo atrás. Recordó a la humilde cantina de estación de ferrocarril donde alguien que escribía le señaló: "nos encontramos solos, tremendametne solos, en ese espacio donde antes estaban ellos y ahora sólo se llama Soledad. Nombrarse "amigo" no es la solución, sentirse amigo sí. ¡Y cómo se había sentido amigo aquel fiel parrillo blanco y negro!. ¡No!. ¡No podía abandonarle para que cualquier alimaña acabara con su cuerpo!. ¡Debía encontrar alguna manera para poder ocultarle a la vista de los predadores!. Él estaba buscando la ayuda de algún ser humano... pero los seres humanos parecían no existir. Sin embargo, al final de los angustiosos doce kilómetros, halló la respuesta. Vislumbró, al fondo del paisaje, a un labrador que faenaba en sus viñas. Hasta el propio terreno pareció cobrar vida. Al borde del desfallecimiento, aquel hallazgo, sin embargo, le dio más vigor. Aceleró sus pasos y la figura humana se fue haciendo más alcanzable. Ya muy cerca ambos, el labrador levantó la cabeza. Era fuerte pero seco. Se cubría con una boina. Y permaneció a la expectativa, como quien se dispone a la autodefensa de algún peligro. - Curiosa forma de entender la comunicación la de estas personas -pensaba el joven licenciado ante la mudez del labrador; pero no detuvo el paso porque lo que llevaba en su ánimo era más fuerte que la renuncia. El sol ya calentaba profundamente. - ¡Buenos días! -saludó el joven licenciado ante el mutismo del seco labrador. - ¡Buenos! -contestó, secándose el sudor de la frente con un pañuelo que sacó del bolsillo izquierdo de su pantalón de pana, el labrador. - ¿Podría usted ayudarme?. - Según... - Sólo quiero hacer un agujero en algún lugar posible. - ¿Para?. - Para enterrarle -y le acercó el perrillo blanco y negro. - ¿Podría ser? -volvió a preguntar el joven licenciado ante el silencio del labrador. - ¡Podría!. - ¿Me presta sus herramientas?. - ¡Se las presto!. Instantes después, mientras el labrador seguía con su labor entre las viñas, el joven licenciado, a unos cien metros de distancia, abría un pequeño foso y, depositando en su interior el cuerpo del animal, volvió a cubrirlo de arena. - Hasta siempre... yo sé quien eres tú y por eso, a pesar de la Muerte, no terminarás nunca de irte de mi lado. Sé que allá donde esté habrá un espacio para ti. Un espacio que siempre compartirás conmigo... Se acercó el labrador y el joven licenciado le devolvió el pico y la pala. - ¡Gracias por su ayuda!. - ¡Para eso estamos!. El joven licenciado se quedó mirando, fijamente, los ojos desgastados de aquel hombre. Ojos opacos, como escondidos, como las sombras de algún atardecer que se hubiese quedado prendida en ellos. - Tengo hambre ... -le dijo de repente. Y, ante el silencio del labrador, continuó. - Puedo pagarle -y sacó la cartera del bolsillo trasero de su pantalón vaquero. - No es necesario... ¡venga!. El joven licenciado siguió al labrador a través de las viñas y con cuidado de no pisarlas. Se introdujeron en el interior de la pequeña casilla donde se almacenaban las herramientas y el labrador tomó un talego de tela de donde sacó pan, chorizos y una especie de rodajas de tocino cocinado. - ¡Tenga! -le ofreció un pedazo de pan, dos chorizos y otras tandas rodajas de tocino. - Quiero pagarle. -No es necesaro -contestó el labrador. - Entonces... ¡quiero ayudarle en su labor!. - ¿Sabe usted de viñas?. - No... pero aprenderé. - Es fácil. Las uvas son como las mujeres: las hay agrias y las hay dulces -era la primera vez que el labrador se explayaba un poco en sus contestaciones -lo importante es saber escoger los racimos adecuados. Tomó uno que había sobre la mesa donde el labrador solía comer en los descansos de su trabajo. - Este es bueno. Son dulces. Pruébelas. El joven licenciado probó una. -¡En efecto!. ¡Son dulces!. - Como yo le decía, amigo... ¡lo importante es hace como que usted está eligiendo amigas. ¿Escogería a mujeres agrias?... claro que no... estoy seguro de que usted no. Pues así es como yo selecciono mis uvas. !En fin!. Yo tengo que seguir con la tarea. Tome usted todas las uvas que quiera y beba, sin reparo alguno, de aquella bota de vino que ve usted allí -señaló una rama que parecia un perchero de donde colgaba la bota- ¡Si quiere ayudarme... hágalo... ya que es una labor muy pesada pero muy sencilla!. - Ya estoy preparado -contestó el joven licenciado dejando de comer uvas. - ¿Seguro?. ¡Mire usted, joven, que hasta las dos y media de la tarde no vamos a comer y son, solamente, la diez de la mañana!. - Tanto tiempo llevo sin probar una buena comida que merece la pena esperar... - ¡Curiosa manera de ver las cosas! -contestó el labrador. - Lo que si voy a hacer es beber un trago... de agua... - ¿Es que no le gustas el vino?. - El vino es como una mujer. Agradable cuando es su momento. Mientras tanto es mejor verla de lejos... El labrador comenzó a reírse son ganas. - ¡Jajaja!. ¡Habla usted como si fuera uno más de esta región!. - Llevo mucho tiempo por aquí y por otros lugares parecidos. - Pero... ¿no es usted de ciudad?. - Soy de una ciudad llamada "Espacio". - ¿Del espacio?. ¿Es usted un extraterrestre?. - ¡Jajaja!. No... no... no es eso. He dicho de una ciudad llamada "Espacio" pero no de un lugar llamado "Espacio"... ¿comprende la diferencia entre ambas cosas?. El labrador se sacó la boina y, rascándose ligeramente el cabello, contestó. - No lo entiendo pero... ¡vamos al asunto!. - ¡Vamos! -afirmó el joven licenciado. Y estuvieron hasta las dos y media de la tarde, sin levantarse de las viñas. Y comieron después. Y luego volvieron a estar con las viñas hasta las nueve de la noche. Todo ello en silencio, solamente cruzándose breves palabras de aliento que eran consejos del labrador y aplicación de esos consejos por parte del joven licenciado. - Me ha servido usted, joven, de mucha ayuda. - Amor con amor se paga, me enseñaron ya hace tiempo... ¡y he procurado cumplir con esa frase allá donde quiera que Dios me ha querido llevar!. - Pero, siendo todavía tan joven... ¿cree usted en Dios?. - Sí, buen hombre. Creo firmemente en Dios y que Jesucristo me enseña a intentar ser como Él y que el Espíritu Santo habita dentro del alma de quienes son cristianos de verdad, por la verdad y sólo para la verdad. El labrador le dio un fuerte apretón de manos. Ambas diestras se fundieron en una sola pulsación por unos segundos. - ¡Esusted un joven honrado!. De los pocos jóvenes honrados que hay en verdad y dice usted la verdad. Eso es muy importante. Pecadores somos todos. Si decimos que nos tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nostors; pero quienes proclaman a Jesucristo ante los hombres, Él le proclamará ante el Padre. - ¡Quien le ha enseñado tanto de la Sagrada Biblia?. - Mi santa esposa, joven, mi santa esposa. - Eso es amor. - Vuelvo a repetir que me parece usted un joven honrado. Lo presentí cuando llegó con aquel perro entre los brazos. Sólo un honrado puede hacer eso... y por ello fue npor lo que le ayudé. - Si no hubiese sido así... ¿no me habría ayudado?. - ¡Quien sabe!. Hay cosas que nunca sabemos porque nunca las vemos. - ¡Lo cual no quiere decir que no existan!. - En efecto... ahora que me hace usted pensar creo que sí... así es... y así es la ignorancia de todos nosotros -sentenció el labrador- es como aquel que dice "si no lo veo no lo creo"... ¡pura ignorancia, se lo digo yo, joven, porque los sentires no se ven pero existir existen!. - Si yo no hubiese traido al perro entre mis brazos no quiere decir que mi hambre no fuera cierta... ¿de acuerdo?. - ¡Sí, joven, sí!. ¡Pura ignorancia la de los seres humanos... sobre todo la de los hombres especialmente porque a la mujeres hay que echarlas de comer aparte!. - ¡Jajaja!. ¡No diga usted barbaridades!. - No. Sin broma. Los hombres somos mil veces más pecadores que las mujeres aunque existan las excepciones que, precisamente porque son excepciones, confirman la regla. El joven licenciado miró al horizonte... - ¿Sabe usted que estoy pensando ahora?. - Imposible saberlo si no lo dice. - No sucede siempre así... pero en fin... lo que estoy pensando es que al famoso, al laureado y al poderoso se les da de todo aunque esté saciado mientras al que más necesita siempre se le niega cualquier ayuda; la más mínima ayuda o, por lo menos, hasta que lo demuestre fehacientemente y con diez mil papeles de por medio más algún dinero extra para aligerar los trámites. Usted ya me entiende, verdad... El joven licenciado volvió a mirar de frente al labrador. - ¡Es cierto!. ¡Pura necedad de necios la de este podrido mundo!. - ¿Por qué?. - ¡Yo no lo sé, joven!. Pero... ¡ea, ayúdeme a cargar las alforjas en las mulas que nos vamos!. Al salir al camino se encontraron con otros tres labradores que volvían con sus respectivas cargas. - ¿Cómo va esa pierna, cojitranco? -saludó el labrador compañero del joven licenciado a uno que cojeaba visiblemente. - ¡Arreando como podemos! -respondió el cojitranco. Otro, muy cejudo, le ofreció su bota de vino al joven licenciado. - ¡Cojala y beba... es sordo y mudo! -le sugirió el labrador con el que había estado trabajando en las viñas. El joven licenciado tomó un trago largo y la bota fue pasándose de uno a otro; mientras el cojitranco sacó un paquete de cigarrillos y repartió a todos. Todos comenzaron a fumar. Sólo que el joven licenciado jamás se tragaba el humo. - ¡Buena noche nos ha caido, eh, cojitranco! -volvió a expresarse el labrador compañero del joven licenciado. - ¡Confiemos en que no se nos tuerza! -respondió el otro. De repente, el más callado de todos, uno muy moreno y tan delgado como un junco, comenzó a canturrear una coplilla de la tierra. - Por los arenales vengo a los arenales voy... Por los arenales vengo sin saber quién soy. Con mis males dentro... Con mis males de hoy... Por los arenales muero en los arenales estoy... Por los arenales muero sin saber quién soy. Con mis años lentos... Con mis años de hoy. - Es ateo -le dijo, escuetamente, el labrador al joven licenciado. El joven licenciado no dijo nada sobre el asunto. - ¿Hay algún lugar donde pasar la noche? -preguntó a todos ya cuando ya el pueblo se divisaba en el horizonte. - Una posada -contestó el ateo. - ¿Cómo se llama?. - Posada. - Denominación que lo explica todo. Posadas. Simplemente posadas. Igual que las que José y María encontraron para que naciera Jesús pero el duro corazón de los hombres, y dejemos aparte a las mujeres como bien dice mi amigo, hizo que naciera en un pesebre. Ahora fue el ateo el que no supo qué decir. El joven licenciado sonrió sin malicia alguna. - Así somos nosotros -pudo al fin decir, tras un largo silencio, el labrador compañero del joven licenciado- ¡para qué complicarnos las existencias!. - Usted lo ha dicho, compañero -terminó de hablar el joven licenciado -para qué complicarnos las existencias a pesar de que sabemos lo que hay... como tanto usted me estaba explicando antes... El ateo siguió guardando silencio. El labrador que había trabajado y charlado con el joven licenciado también se mordió la lengua y ya nadie volvió a hablar más hasta que llegaron al pueblo. Los cinco entraron callados, completamente callados, en el pueblo. La Luna, reflejada en sus rostros, les hacía parecer cuatro fantasmas guiados, en el centro, por una especie de ángel salvador pues mientras las sombras se reflectaban sobre los ojos de los cuatro labradores, una especie de luz del cielo daba de lleno en el rostro, ahora casi infantil, del joven licenciado.
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