Setamor (Novela) Captulo 33.
Publicado en Mar 09, 2011
Prev
Next
- ¡Parece que madruga usted demasiado! -refunfuñó la patrona.
- Si es necesario me voy a dar una vuelta -respondió, con cierto recelo, el joven licenciado.
- ¡Cómo va a salir a estas horas!. ¡Lo que se hace a destiempo a destiempo está hecho y el intentar corregirlo es sólo complicar más las cosas!.
Se fabricó un tenso silencio entre ambos.
- No le importaría...
La patrona no le dejó acabar la frase.
- ¡Depende!.
- No... si yo lo que quiero decirle es que si no le importaría prepararme un almuerzo para llevar.
- ¡Si lo paga!.
- No se preocupe por eso...
- Es que usted me recuerda mucho a mi hijo.
- ¿Se le murió?.
- Vive... y a doscients metros de aquí; pero es como si nunca hubiese existido... !si no fuese por los recuerdos!.
El joven licenciado sólo escuchaba. La patrona se sentó junto a él.
- Los recuerdos son traiciones.
- ¿Tan malos recuerdos tiene usted?.
- Los recuerdos, buenos o malos, son tiempo de traiciones. ¿No se ha dado cuenta, joven, de que los recuerdos nos encadenan el pensamiento?. Si no existiesen... ¡seríamos libres pero de verdad!.
El joven licenciado volvió a guardar silencio. La patrona se sirvió una copa de anís.
- Son las cadenas... joven... son las cadenas...
- Ya lo veo, ya.
- Por eso los humanos morimos antes. Si no fuese por los recuerdos quizás hasta podríamos ser eternos. Nos consumen la vitalidad y nos hacen cada vez más débiles; por eso se produce la vejez prematura. Si no hubiese recuerdos siempre seríamos niños. ¿Ha visto, usted, alguna vez a algún niño o niña quejarse del pasado?.
- No...
- Porque todavía no ha vivido la experiencia del recuerdo.
- ¿Será por eso por lo que no envejecemos hasta que entramos en el umbral de la juventud?.
- Exaxctamente. La mal llamada juventud es sólo el inicio del camino hacia la vejez total. ¡No existe la juventud!. Sólo existe infancia y vejez.
- Pensando así... podría ser...
- Pues no piense de otra manera porque estaría sólo pensando en imaginaciones...
La patrona sacó un pañuelo para sonarse las narices.
- ¡Vamos a ver!. ¡Qué le ha ocurrido con su hijo!.
- ¡Que me odia tanto como yo le odio a él!.
- No. Yo le pregunto cual es la causa y no la consecuencia.
- ¿Cómo dice?.
- Que cual ha sido el motivo de la discusión.
- ¿Llama usted discusión a algo que ya dura nueve años?.
- ¡Pues ha debido ser algo importante!.
- ¡Importante... importante...!. ¿A qué llama usted importante?. ¿Cree, acaso, que él es algo importante?.
- Si le odia tanto será que es muy importante para usted. No se puede odiar a algo o a alguien sin importancia. El odio se produce cuando existe un interés inalcanzado o lo que nos produce ese sentimiento tiene interés para nosotros. Lo que no tiene interés para una persona no le produce odio... ni amor... y, además, el odio es la reacción ante ese amor no materializado pero que sí existe. Usted ama a su hijo y él a usted; pero no saben materializarlo.
La patrona se apoyó sobre los codos y abrió, enormemente, los ojos para escucharle.
- ¿A usted le merece la pena odiar?.
Ella comenzó a gemir.
- Lopaso muy mal, joven, lo paso peor de lo que usted se puede imaginar.
- ¿Ve cómo imaginar es válido?. Ni aún imaginándome su dolor podría llegar a su comprensión total.
Ella se quedó, ahora, boquiabierta.
- Luego la imaginación  es, siempre, válida y valiosa. ¿Lo reconoce ahora?. Sólo si lo reconoce usted yo podría ayudarla... ¡si es ayuda, realmente, lo que está usted buscando!.
- Nadie me puede ayudar ya... pues son muchos los años y mucho el odio acumulado. Fíjese en lo que le digo. ¡Yo salgo a la calle sabiendo que él ya está trabajando y no nos vamos a ver!. ¿Y qué cree, usted, que hace él?. ¡Lo mismo!. Pasa cuando sabe que yo estoy encerrada en mi hogar.
- ¡Porque usted quiere!. ¿Se ha dado cuenta del tiempo que ha perdido discutiendo, usted misma, con su soledad?.
- No le entiendo...
- Ustedes dos envuelven sus recuerdos en un proceder llamado obstinidad. Se obsesionan con ser y sentirse desgraciados y, en el fonod, les gusta refugiarse en esa angustia. Eso sólo produce soledad más tarde o más temprano. Y lo digo por los dos. ¡O son ustedes masoquistas, idea que rechazo pero no del todo pues su entorno no produce ese resultado, o son ustedes más débiles de lo que quieren aparentar.
- Si lo supiésemos todo no sufriríamos...
- Pero de eso yo, le confieso de verdad, no sé nada pues no sé lo que es el odio. ¿Ve cómo le gusta hacerse compadecer?. Usted sabe algo muy importante... ¡que odia!... y eso es un conocer. La pregunta es... ¿odia sin querer o quiere odiar?.
La patrona ya no sabía a donde mirar.
- No se preocupe, señora. Mire a la copa. Ahí reside su respuesta...
- ¿Cómo? -y ella apuró de un trago el anís.
- Veo que sigue usted con las cadenas.
- ¿Y qué otra cosa puedo hacer?.
- La soledad reside en todos los últimos tragos. Ahora que tiene la copa vacía... ¡mírela!... ¿qué ve?. Usted pensará que no ve nada. Pues esa es la respuesta. No ve nada porque odia. El odio nos limita tanto que nos hace ignorantes de la realidad. Nos hace desconocer todo... absolutamente todo... porque en las copas vacías hay algo muy doloroso que se llama Soledad. ¿Existe o no existe la juvenutd?. Si usted odia... ¡no!... en caso contrario... ¡sí!.
- ¡Es usted la primera persona que se atreve a rebatirme esa cuestión!.
- Porque no deja dialogar a nadie... sólo se compromete hasta cierto límite y, cuando alguien intenta pasar de ese límite, lo rechaza. ¿Lo entiende o se lo explico de forma más sencilla?.
- ¡No.... no... si lo entiendo... de verdad que lo entiendo!.
- ¿Pero lo asume o no lo asume?.
- ¿Qué?.
- Que si reconcoe su error.
- En cierta manera sí.
- ¿Desea permanecer en él o desea superarlo?.
- No lo sé...
- ¡Pues hasta que usted no lo sepa no lo solucionará!. ¿Me puede preparar ya el almuerzo?.
- ¡Sí, enseguida se lo prepparo!. Pero... antes... le quiero plantear una última cuestion... ¡¡por qué no lo hace él que es más joven que yo y tiene más estudios aunque no estudos tan completos como los de usted!!.
- Si desea la verdad... ¡no se preocupe más de él!. ¡Démuéstrele que es capaz!. ¡Le avergonzará tanto que tendrá que pedirle perdón y claudicar ante usted!. ¡Tome la iniciativa... porque la iniciativa no tiene edad y sólo es propia de los más valerosos!. Hasta ahora han sido, los dos, unos cobardes. La cobardía no tiene nada que ver con ninguna clase de estudios, aunque no sean superiores, ni con ninguna clase de edad, aunque sean ustedes dos como niños maleducados, sino que es lo contrario de la sabiduría. ¡Quien dé el primer paso, de entre ustedes dos, resultará ser el más sabio!. Pero me temo que esto es como predicar en el desierto.
- Me gustaría mucho seguir hablando con usted.
- Ahora sólo necesita hablar consigo misma. Yo ya no puedo ayudarla más... puesto que hay un límite en estos casos que no se debe sobrepasar porque entonces no tendría validez nada de lo que hemos dicho. Combatir el odio es personal e intransferible y nadie, ajeno a ese odio, puede hacerlo como es mi caso. ¡Señora, no estamos desarrollando una película donde siempre aparece la figura de quien todo lo soluciona!. En la vida real los protagonsitas somos siempre nosotros mismos. Ningún héroe va a hacer el trabajo por ustedes dos. Háganse la idea, tanto usted como su hijo predilecto, que me parece que es su hijo predilecto y no me equivo tampoco al decir eso, de que yo soy un mero espectador con capacidad limitada. Mi límite se circunscribe al análisis; pero la solución deben hallarla sólo ustedes dos. No piense que yo soy Supermán. ¡Si es verdad que quieren solucionar el problema ya saben lo que tienen que hacer!. De lo contrario no pidan ayuda y sigan envejeciendo prematuramente con los recuerdos. Cuando quieran darse cuenta será demasiado tarde. Y no es una amenaza sino una advertencia. ¿Sabe lo que dijo cierto anónimo sobre esto?.
- Me deja usted de piedra, joven.
- Pues ni usted es de piedra ni yo tampoco. Un anónimo señaló lo siguiente: "Sobre advertencia no hay engaño". Así que no se llame usted a engaño ni tampoco él.
El joven licenciado se levantó.
- Voy a preprarar mi equipaje.
Pero él sabía que su equipaje era tan ligero que no necesitabba preparación.
- Es necesario que se den cuenta de que yo no soy su solución, aunque así lo quisieran. Demasiado cómodo sería el asunto entonces. Yo sólo puedo indicarles el camino... pero la respuesta es personal e intrasferible y el paso hacia la respuesta la tienen que dar ellos -eso era lo que estaba pensando el joven licenciado, mientras la patrona volvió con el almuerzo en una cesta.
- ¿Cuánto es? -preguntó repentinamente.
- Quinientas.
- ¿Y por la cesta?.
- La voluntad.
- Tome usted otras cien.
Pagó el almuerzo y dejó la cesta.
- Que se le olvida la cesta.
- ¿Sabe lo que le digo, señora?. ¡Quédese con su cesta y las cien de regalo que a mí nunca el dinero me sirve para que nadie, absolutamente nadie, me compre sentimientos. Los sentimiensot se tienen o no se tienen pero ni se compran ni se venden.
- Eso se dice del amor...
- Pues aplíquelo usted a toda clase de buenos sentimintos y ya está. Adiós.
El joven licenciado introdujo el almuerzo en su mochila y se marchó con su conciencia tranquila.
Caminaba, ahora, río abajo, en la dirección  opuesta a la que había tomado para llegar al pueblo. En principio parecía no tener sentido su caminar pero sí tenía un motivo. ¡Era que necesitaba visitar a su amigo, porque la soledad se había apoderado de sus sentimientos y sólo una total despedida podría volver a insuflarle deseos de seguir.
Se llegó hasta la tierra removida bajo la cuial descansaba el perrillo negro y blanco.
-¡Tú me ves y me oyes y me entiendes!. ¿Verdad que tú me ves y me oyes y me entiendes?. Yo creo oír tu respiración como cuando, pacíficamente cansado, liviano de lo inmensamente puro que eras, dejabas reposar tu presencia de esplendor, blanda y suavemente, sobre mi cuerpo. ¿Tú me ves!. Y sabes que estoy. ¡Tú me oyes!. Y sabes que te hablo. ¡Tú me entiendes!. Y sabes qué siente mi corazón. ¡Ojalá el corazón de los que se odian se trocara!. ¿sabes lo que me han dicho?. Que son muchos años acumulando odio... ¡cuántos siglos de odio permanecen en el corazón de los humanos!. Y, sin embargo, tú, tan liviano tú, tan sencillo tú, tan manso tú... tan sin importancia tú según dicen ellos... interpretabas una melodía perfecta de acompañamiento sin rencor. ¿Te acuerdas de mí?. ¿Te acuerdas de él?. ¡Tú siempre te acuerdas de tus amigos!. Cuando le veas dile que crecí... sí... a mi padre me estoy  refiriendo... y dile que nunca me he hecho viejo, que a pesar de todo... ¡no he envejecido!. Y ahora me toca vivir por él y por ti. Y cuanto más os vais, más vida depositáis en mí. Cuanto más lejos estáis más recuerdos poseo de vosotros dos... sí... me estoy refieriendo a ti y a mi padre... porque los recuerdos no nos envejecen cuando están faltos de odio. Vuestros recuerdos más me hacen descubrir que voy a alcanzar lo que busco. ¿Sabéis vosotros dos lo que yo busco?. ¡Lo sabéis!. pero parmanecéis en silencio porque a trav´ñes de este silencio es cómo lo lograré. ¡Hasta poder hacerlo público subido en la cima de mi descubrimiento!. Cuando eso ocurra sé que vosotros volveréis a mi como dos recuerdos sanos.
Cuando quedó en silencio, mientras la brisa jugaba con su pelo formulizando un juego de matáforas, parábolas e hipeérobles literarias casi imposibles, algo o alguien estaba junto a él. En un principio no descubroió su presencia, mas luego aquella presencia se hizo notar.
- ¡Hola!. ¿Cómo tú tan temprano por aquí?.
El labrador cejudo y mudo le acercó la bota de vino.
- Ya lo entiendo. ¡En tu honor! -y el joven licenciado bebió un instante en que parecía que el vino se engarzaba con su memoria -¡En tu honor y en honor de todos aquellos que, callados, hacen compañía al viento!. -y le devolvió la bota.
El labrador cejudo, sordo y mudo, en vez de tomarla, situó ambas manos en los hombros del joven licenciado y se le quedó mirando, fijamente, a los ojos.
- ¡Sigue! -decia el labrador con su mirada.
Y en aquel deseo silencioso encerraba una ansia de amistad.
- Gracias. Seguiré. Tengo que seguir! -e insitió en devolverle la bota de vino.
El labrador cejudo, sordo y mudo, se negó a cogerla.
- Es para ti... es lo único que puedo regalarte porque no poseo nada más valioso -y el humilde labrador se alejó dejando al joven licenciado con aquel precioso regalo entre sus manos.
Decidió sentarse sobre una piedra y al cobijo de la sombra de un peral que había arraigado en la ribera... pero no habían pasado muchos minutos cuando, junto con el lejano sonido de la compañía de la campana de la iglesia, aparecieron doce muchachos, rapaces pueblerinos, de edades comprendidas entre los catorce y los diceciocho años y que iban hablando en voz alta.
El de los dieciocho, que parecía ser el que los dirigía, fue el primero en darse cuenta de la presencia del joven licenciado.
- ¡Buenos días!  -saludó sacando a éste de su ensimismamiento.
- Hola... ¿cómo vosotros por aquí tan agrupados?. ¿No os quedáis en el puebo hoy eque es domingo?.
- ¡Tenemos el partido del siglo! -enfatizó un rubiales.
- ¿El partido del siglo?.
- Bueno... la derrota del siglo -corrigió el que dirigía al grupo.
- Vamos a ver... vamos a ver... ¿queréis un poco de vino?.
Todos tomaron un pequeño trago.
- Ahora... que me explique alguien qué es eso de la derrota del siglo...
- La historia es corta o larga... según se mire -razonó el de los dieciocho que dirigía al gruipo, rodeado por el silencio de los otros once.
- Cuéntamela como desees... corta o larga... el Tiempo me da tiempo para escuchar.
- Pero no tengo yo demasiado tiempo para narrar...
- Entonces cuéntamela corta.
- El comienzo de esto es tan lejano que ya arranca desde nuestros abuelos. Es una tradición que, tal domingo como hoy, todos los años, nuestro pequeño pueblo tiene que jugar al fútbol contra el gran pueblo vecino que está a cinco kilómetros en esa dirección -y señaló una carretera en buen estado que no era el camino que había recorrido el joven licenciado en ambas direcciones.
- Curiosa tradición -pensó el joven licenciado antes de seguir.
- ¿Y que os jugáis todos los años?.
- ¡La honra! -intervino el rubiales que era el único que se atrevía a opinar cuando hablaba el de los dieciocho.
- Lo peor es que nunca hemos tenido un terreno de juego propio y siempre tenemos que visitarles a ellos. Año tras año, des de quese inició esta tradición .. ¡hemos perdido siemrpe!. Así que ¡figúrate el ánimo que solemos llevar!.
- ¡Yo creo que alguna vez se romperá el maleficio! -volvió a intervenir el optimista rubiales.
- ¡Tú y todos sabemos que eso es imposible! -se le encaró el de los diceiciocho y, volviéndose al joven licenciado, continuó -la diferencia está en que ellos cuentan con más de doscientos o más de trescientos mozos para hacer el equipo, eso sin contar con los veraneantes que también pueden jugar y con el señor cura que les prefiere a ellos antes que a nosotros y que es también válido alinearles según el reglamento, hecho por el cura por supuesto, indica. ¡Así que es imposible vencer al pueblo, a los extanjeros y a la Iglesia!. ¡Esa es la gran mentira de esta tradición!. ¿Igualdad de oportunidades?. Eso es lo que dice el cura párroco mientras iemrpe les prefiere a ellos para jugar y nosotros ¿qué?... como sólo somos una aldea y solamente doce mozos para jugar al fútbol el cura les prefiere a ellos. ¡Así que es imposible ganarles!. ¿Igualdad de oportunidades?. !Que risa tia Felisa!.
- Es cierto. Por eso el cura párroco, siendo el mismo para el pueblo y para la aldea, sólo juega en el equipo de ellos... ¡y además es su figura principal! -siguió el rubiales.
El joven licenciado, ya en pie, seguía escuchando atentamente.
- Es que la Iglesia siempre ha estado del lado de los poderosos.
- ¿De dónde has sacado esa conclusión? -interrogó el joven licenciado al de los dieciocho años de edad.
- De la vida real... ¡sólo de la vida real!. Va uno a nuestra humilde parroquia y no ve absolutamente nada interesante en sus paredes... pero sin embargo en la fastuosa parroquia de ellos, entre otros adornos, se pueden contemplar banderines, regalos a lo largo de todas su paredes y las estqanterías repletas de trofeos y galardones. ¿Es eso igualdad deportiva?.
Al joven licenciado le entró la risa.
- No sé de qué te ries si es verdad.
- No te preocupes, capitán. ¿Vosotros no alináis forasteros?.
- ¡Aquí no viene a veranear nadie!. ¡Cómo vamos a alinear forasteros si éstos no vienen nunca!. Los únicos que tenemos son usted y ese maestro medio loco que viene aquí todos los años.
El joven licenciado comenzó a pensar...
- ¿Me admitís en vuestro equipo?.
- ¿Tú?. ¿Pero a ti te gusta jugar al fútbol?.
- Lo juego muchísimas veces.
- ¡Es que como te vemos tan pensativo!. Yo siempre he creido que las personas que reflexionan son intelectuales y a los intelectuales, que yo sepa, ni les gusta el fútbol ni saben nada de deportes.
- No te ofendas, capitán... pero todavía tienes que aprender mucho. Da la casualidad de que las personas que reflexionan suelen ser muy deportistas y los deportistas que reflexionan son siempre los mejores. El deporte es una reflexión aplicada al esfuerzo físico.
- Vamos a contigar contigo. Te dejaremos un par de botas que me sobran a mí y la vestimenta de nuestro eterno suplente -y el de los dieciocho señaló a un pequeño de doce años -la ropa le viene excesivamente grande a él.
El joven licenciado pareció dudar ante el ofrecimiento.
- Yo no quisiera que por mi culpa...
- ¡No te preocupes!. ¡No iba a jugar de ninguna forma!. Ya le he dicho que viene sólo para observar y aprender y sólo en caso de grave lesión o expulsiones podría saltar al campo... ¡pero sólo para estorbar porque aún no conoce bien este deporte!.
- ¿No sueñas con jugar? -se dirigió al de los doce años de edad.
- Yo sueño con ver ganar a mi equipo. Sé que algún día jugaré yo... pero antes...¡me gustaría ver ganar a mi euqipo! -y bajó la cabeza como a punto de comenzar a llorar.
- ¡Tenéis la moral muy por los suelos! -se dirigió el joven licenciado a todo el grupo.
Ante el silencio general continuó.
- Hay que romper las cadenas. No es cierto que siempre el pez grande se come al chico. ¡Nosotros vamos a demostrar que no siempre tiene por qué ser así... aunque lo haya sido siempre!. ¡Tenemos la oportunidad histórica de destruir esa creencia!.
- ¡Eso es imposible! -resopló un gordito que era el más pesimista de todos... si es que podía haber, en aquel grupo, alguno más pesimista que los demás... ¡excepto el rubiales!.
- ¡Vamos a intentarlo! -explotó éste.
El joven licenciado volvió a tomar la palabra.
- Para empezar entraremos en el pueblo rival cantando lo más alto y fuerte que podamos... y luego... ¡ya veremos qué sucede!.
Y marcharon cantando en voz alta y, cinco kilómetros más allá, entraron en el pueblo vecino cantando a todo pulmón bajo el asombro general de todos.
- ¡Hoy venimos a ganar, hoy venimos a ganar, y a todos vosotros, rivales, os lo vamos a demostrar!.
Fue un partido memorable que siempre quedaría ya grabado en la memoria de aquellos muchachos. La única victoria que, quizás, no volvería a repetirse nunca o quizás sí... pero aquel trofeo ganado luciría, en el bar de la pequeña aldea. Bar que regentaba el padre del muchacho de los dieciocho años de edad.
El joven licenciado y el de los dieciocho años caminaban, ahora, a dúo y hacia la carretera.
- ¡Te estaré siempre agradecido por lo que has hecho! -exclamó el de los dieciocho.
- Ganar un partido de fútbol no es una proeza fuera de lo normal.
- Me refiero a lo que, particularmente, has hecho por mí.
- No he hecho nada especial.
- ¡Tú y yo sabemos que sí!. Has sido, en la práctica, el motor y capitán del equipo. Tú lo has movido todo dentro del terreno de juego... sin embargo... no me has quitado la autoridad. He terminado el partido como si yo hubiese sido, realmente el capitán de siemrpe, y no sólo eso. El único gol, y ambos lo sabemos, lo podías haber marcado tú, sólo tenías que empujar el balón a la red, pero has tenido el gran detalle de cedérmelo para que fuese yo el que me llevase la gloria  de materializar nuestra victoria. ¡Eso sólo lo hacen quienes son verdaderamente nobles!.
Habían llegado ya a la carretera.
- Yo no hice otra cosa sino corresponder al detalle tuyo... al detalle de dejarme jugar en el equipo.
- Eso más que un detalle era una necesidad.
- Pero hay necesidades que superan el hecho de ofrecerlas.
Paró un camión.
- ¡Eh!. ¡Vosotros!. ¿A dónde vais?.
- ¡Solo voy yo! -respondió el joven licenciado.
- ¡Pues venga... arriba... que tengo prisa!.
El joven licenciado se volvió hacia el de los dieciocho para despedirse de él. Éste le entregó la bota de vino que llevaba sobre el hombro izquierdo.
- ¡Toma!. ¡La hemos vuelto a llenar!.
Y mientras le abrazaba siguió hablando.
- Quizás no volvamos a ganar nunca otro partido...
- O quizás sí. Lo más importante es que habéis demostrado que jugando con espíritu positivo es la única manera de conseguir un triunfo. Espero que, de ahora en adelante, vencedores o vencidos, salgáis siempre al terreno de juego sabiendo que sois capaces.
- Ahora porque son demasiado jóvenes pero yo te prometo que cuando pasen los años necesarios para madurar, y tengamos ya hijos y estemos rteunidos en el bar, yo me levantaré y señalaré tu figura en la fotografía del grupo. ¡Esa que nunca desaparecerá de la pared y que se pondrá sobre el trofeo conquistado!... y les diré a todos la verdad. ¡Que tú fuiste el verdadero capitán y el verdadero artífice del gol!.
- ¿Qué importancia puede tener eso?.
- La importancia del agradecimiento... ¿te parece poco?.
- Me parece digno.
Se separaron y el joven licenciado subió a la cabina del camión.
- ¡Para dónde vas! -voceó el camionero.
- Hacia el nordeste.
- ¿En busca de qué? -siguió voceando el camionero.
- De trabajo...
- ¡Pues allá que vamos!. ¡¡A volar!! -e imprimió una velocidad no aconsejable para aquel mastodóntico camión.
- ¿No te parece que vas demasiado deprisa?.
- ¡La carretera es para el más fuerte y el más fuerte soy yo!. ¡Tienes que saber que soy la autoridad en la autopista!. ¡Ten confianza en mi!. ¡Nací para ser conductor y soy el mejor conductor!. ¡Puedo dominar la velocidad como domino a las mujeres!. ¡Yo no soy el dócil camionero que sale en la publicidad!.
El joven licenciado guardó silencio y el camionero encendió el aparato de radio para escuchar las noticias.
Era ya el comienzo de la noche.
- ¡Las nuchachas de este pueblo ya no quieren más bailar porque dicen que nosotros no valemos para ná!. ¡Ay, Paraná!. ¡Ay, Paraná!. ¿Dónde estará?. ¿Dónde estará?.
Y el joven licenciado comenzó a sonreír ahora que recordaba que, por causa de aquella pequeña coplilla, habían tenido que huír del pueblo vecino y quedarse sin  participar del baile y de los festejos por haber ganado el trofeo, mientras el cura párroco fue arrojado por sus iracundos seguidores al pilón de la fuente de la plaza y todo el vino de la misa asaltado y bebido sin su permiso.
- ¡Empezaba a creer que había recogido a un zombi!.
- Aún pertenezco a este mundo... -siguió sonriendo el joven licenciado.
- ¡Parece que no te ha gustado mucho el hecho de compartir cabina con el as de los volantes y las faldas femeninas!.
- No es eso...
- ¡Así que he tropezado con un racionalista!.
- Tampoco es eso...
- ¡Mira... la noce está hecha para odiar o para amar!. ¡Para odiar o para amar de forma total... virilmente total... aplicando todo lo sensual y visceral que llevamos dentro!. ¿O no?.
- La noche está hecha para conocernos...
- ¡Tropecé con un recalcitrante!.
- Sigues sin acertar...
- ¡Lo importante es lo importante y yo no voy a discutir por una filosofía u otra!. ¡Estás ante el hombre más maravilloso que habrás conocido en toda tu vida!. ¡Ya es de noche y te voy a demostrar mis otras capacidades!. ¡Las amorosas!. ¡Yo soy "El Rey de las Brujas"!. ¡Ven conmigo y te enseñaré todo lo necesario para llegar a ser un hombre total!.
Paró el camión y bajaron ambos. El joven licenciado era alto, atlético y bien proporcionado en todas sus dimensiones corporales, pero el camionero presentaba el aspecto de un gigantón de algo más de dos metros y una corpulencia hercúlea fuera de la normal. Un verdadero coloso humano.
Frente a ellos la luz roja se encendía y se apagaba y el letrero de neón del bar americano "Las Brujas" destellaba también.
Eran tres. Una vestida de color oro, otra vestida de color plata y la tercera de color bronce.
- ¡¡Ya estoy aquí!!. ¡¡De nuevo estoy aquí!! -voceó bestialmente el camionero.
El local, por ser todavía temprano, estaba casi vacío. Sólo un vejete, apoyado sobre el final de la barra, servía de contrapunto al espacio vacío. Un vejete que se inclinaba  hacia adelante para no caerse producto de la borrachera y que ya apenas tenía edad para estar vivo.
La del vestido de color oro y la del vestido de color plata salieron, trotando y dando gritos histéricos, de detrás de la barra. Se engancharon al coloso y cada una se colgó de cada uno de sus musculosos brazos.
- ¡No perdamos tiempo! -y les golpeó en el trasero- ¡Cuando yo termine con vosotras ayudadle a éste! -y señaló grosera y despectivamente al joven licenciado -¡Necesita una buena dosis!.
Se introdujeron, alborotados con sus carcajadas, hacia el reservado del interior del local nocturno.
- No te preocupes... -le indicó la vestida de color bronce y que resultaba ser mulata.
- No me preocupo en absoluto.
- Así me gustan a mí los hombres. ¿Qué te sirvo?.
- Un cubalibre de ginebra.
En un anaquel, acoplado en la pared, se exponían una serie de pipas de fumar.
-¿Y eso? -las señaló el joven licenciado ya sentado ante la barra.
- La principal... ¡aquella que ves sobre las demás!... es invendible e intransferible. Perteneció a un verdadero hombre. A mi mulato. ¡Ese sí que era un hombre de verdad, algo parecido a ti por cierto, y no ese patán que tiene entontecidas a estas dos pobres de espíritu!. ¡Les saca las bebidas y duerme con ellas gratis!. ¿Y qué?. ¡Sólo es un patán... sólo un patán sin clase ni estilo!. A mí me odia porque soy mulata pero no sabe que me da verdadero asco y, por nada del mundo, me iría con él a la cama. ¡Para mí es un placer que no se haya fijado en mi persona!. ¡Así me evito tener que decirle que no!. Pero mi mulato... ¡y cuánto te pareces tú a él... sí era un hombre! -y se sirvió una copa antes de seguir.
- No te preocupes no te la voy a cobrar!.
El joven licenciado sonrió.
- ¡Me gusta tu forma de sonreír!. ¿Necesitas una compañera?.
- Ahora mismo para nada. En absoluto. No te ofendas por favor...no es porque seas mulata porque en eso no me fijo yo.
- Te comprendo, te entiendo y no tienes por que pedirme perdón. ¡En verdad que pareces un gran hombre y no como ese patán maleducado, machista y xenófobo!.
El joven licenciado guardó silencio por unos momentos.
- ¿Puedo fumar de mi pipa? -dijo después.
- Pero... ¿tú fumas en pipa?.
- Algo parecido. A veces. No trago el humo pero tengo un gran cariño a mi pipa.
Ella se le quedó mirando...
- Escucha, preciosa, dile a ese patán, cuando salga, que me he ido.
- ¿Te vas sin él?. ¿No sois amigos?.
- No. No somos ni tan siquiera conocidos. Tú sólo dile de mi parte que los patanes suelen ser charlatanes.
A la mulata le hizo gracia la frase y se puso a reír.
- Y los charlatanes solo son como los orangutanes.
La mulata siguió riendo.
- Y para terminar dile también que los orangutanes solo son haraganes.
- ¿Hasta para hacer el amor?.
- Pero ¿tú de verdad crees que eso que hace es hacer el amor?.
- Por supuesto que no. Sólo quería saber lo que opinas tú.
- Mejor no opinar sobre eso. No merece ni la pena perder el tiempo.
- ¿De verdad no me quieres por compañera esta noche?.
- Escucha. No tengo tiempo de explicártelo. Ya entenderás alguna vez que existimos los que buscamos pero no en las tinieblas de los locales nocturnos sino bajo las limpias luces de las estrellas del cielo. ¿Comprendes?.
- Comprendo. Pero no te vayas todavía... por favor...
- ¿Qué deseas de mi?. Ya te he dicho que no busco nada más que el amor noble y puro.
- Por favor. Escúchame. Necesito hablar con alguien y yo creo que tú eres la persona indicada para ello.
- Yo no soy nada interesante para ti.
- Quizás más de lo que crees. ¿Puedes escucharme un momento?.
El joven licenciado la miró de frente y vio que era sincera.
- Puedo.
- Pues, como te iba diciendo, mi mulato era la admiración de todas las mujeres que le conocían... ¡allí en mi lejana isla!. Tenía clase y mucho estilo y, además, no me engañó jamás como nunca engañó a ninguna otra mujer. Pero un día... cuatro matones como ese que está emborrachándose como un burro ahí adentro... me lo asesinaron tracioneramente. ¿Sabes por qué?. ¡Porque salió en defensa de una mujer que no era yo!.
- Y entonces te viniste para acá...
- Para olvidarme de todo aquello.
- ¿Piensas regresar?.
- Ahora ya sí. Tengo algún dinero ahorrado. Con un par de meses más y la ayuda de Dios... ¡me regreso a mi isla!. Para volver a empezar -y canturreó esa canción que resonaba, ahora, en el local.
-  Esta mañana me he levantado, de nuevo la pelota en mi tejado... el alma abierta, de par en par. El aire corta y ando perdida, son demasiados espacios vacíos para continuar así otro día más. Hoy me toca ser valiente y escuchar lo que me dice la gente, para variar... oy me toca ir hacia arriba, hoy me toca sonreírle a la vida, una vez más... Sé muy bien lo que tengo que hacer. Sé que tengo que morir para volver a nacer. Me quedan más partidas por jugar y derrumbar todo lo que tanto me costó levantar... para volver a empezar. Los trozos de mi sueño roto no encajan unos con otros, y como siempre es tarde para volver atrás... Tu ‘casi todo' para mi es ‘tan poco' y me regalas el sol, yo quiero verlo en tus ojos. Tus palabras suenan a ‘para de contar'... ya está bien de atormentarme. Sólo busco un abrazo donde quedarme a descansar. Hoy me toca ir hacia arriba, oy me toca sonreírle a la vida, una vez más...
Sé muy bien lo que tengo que hacer. Sé que tengo que morir para volver a nacer. Me quedan más partidas por jugar y derrumbar todo lo que tanto me costó levantar...
para volver a empezar. Hoy me toca ir hacia arriba, hoy me toca sonreírle a la vida, una vez más... Sé muy bien lo que tengo que hacer. Se muy bien lo que tengo que hacer.
Sé muy bien lo que tengo que hacer. Sé que hacer para volver a empezar. Para volver, para volver, para volver a empezar.
 
- ¿Sabes de verdad lo que tienes que hacer para volver a empezar?. ¿Estás totalmente segura?.
- Totalmente. Escucha. ¿Te gusta la pipa de mi mulato?.
- Es muy linda de verdad. Una pipa con estilo y clase.
- Te la regalo. Me caes muy bien desde que entraste a este local. Tómala. Es un regalo de corazón a corazón.
- No puedo aceptarla.
- ¿Por qúé?.
- Porque le pertenece a otro hombre o, mejor dicho, le pertenece al recuerdo de otro hombre y yo no soy quién para quitarte ese recuerdo.
- Pero... ¡si te la estoy regalando!.
- Escucha, linda. Yo no quiero ser ningún recuerdo paras ti. Si yo acepto esa pipa tendrás dos recuerdos de hombres. El de tu mulato y el mío. No. Recuérdale sólo a él. A mí no me recuerdes por favor.
El joven licenciado miró en el interior de su billetera. En esos momentos salían del reservado la vestida con vestido de color oro y la vestida con vestido de color plata.
- ¿Te vienes con nosotras? -dijeron, a la vez riéndose y haciendo guiños de ojos.
- No. Para nada. Y decidle a ese cretino, cuando despierte de su borrachera, que a mí me da lo mismo que sea "El Rey de las Brujas" e "El Emperador de Las Magas". ¡No le espero!. ¡Prefiero seguir yo solo!.
- Así. Esos es, valiente... -pensó la mulata.
Sólo le quedaba un billete de cinco mil y tres de mil. Mientras las otras dos se quedaron como pasmadas, él sacó el billete de cinco mil.
- ¿Cuánto te falta para el billete de regreso? -le dijo a la mulata.
- Aproximadamente casi dos mil.
- Toma. Cógelo. No es un regalo, sino cumplir con un compromiso cristiano.
- ¡Es más del doble de lo que necesito!.
- Hazte a la idea de que ese dinero lo has conseguido por algún otro servicio.
A la mulata se le saltaron las lágrimas cuando cogió el billete, pero el joven licenciado le puso su mano derecha sobre su mejilla izquierda y la besó en el otro lado de la cara.
- Besas muy lindo.
- Beso con sinceridad. Solamente eso.
- Una cosa antes de marcharte. El día que asesinaron vilmente a mi mulato él agonizó entre mis brazos y me dijo... "no te preocupes, nena, siempre te esperaré". No supe nunca explicarme por qué dijo eso.
- Porque creía en la existencia de Dios y lo que viene tras la Muerte...
- Entonces... ¿tú crees en el Paraíso?.
- Y en la Eternidad. !Que vuelvas pronto a tu isla!.
Y salió bajo un cielo ya tachonado de estrellas que titilaban sobre el sonido de los grillos mientras la mulata puso ahora la música  de la canción "Recuerdos de amor".
- Tienes razón, que las palabras no resuelven muchas cosas. Pero es lo mejor, debemos conversar. Al final, nuestro caso no es distinto de otros casos que acabaron mal y debo confesar que aunque sufrido ya, las noches que no estés sufriré aún más.
Necesito urgente que tú sepas de mis sentimientos. Llego a casa no te veo y tengo ganas de salir corriendo. Siento que la soledad y el silencio me abrazan. Mi alegría pasó, solo el recuerdo de amor, no pasa. Al final, nuestro caso no es distinto de otros casos que acabaron mal y debo confesar que aunque sufrido ya, las noches que no estés sufriré aún más. Necesito urgente que tú sepas de mis sentimientos. Llego a casa no te veo y tengo ganas de salir corriendo. Siento que la soledad y el silencio me abrazan. Mi alegría pasó, solo el recuerdo de amor, no pasa. Necesito urgente que tú sepas de mis sentimientos. Llego a casa no te veo y tengo ganas de salir corriendo. Siento que la soledad y el silencio me abrazan. Mi alegría pasó, solo el recuerdo de amor, no pasa. Mi alegría pasó, solo el recuerdo de amor, no pasa ...
 
El joven licenciado volvió momentáneamente a entrar en el local.
- Escúchame muy bien, linda. Nunca pienses en mí... piensa en él o en otro que algún día pueda sustituirle a él.
- ¿Y por qué no quieres ser tú ese otro?.
- Porque no soy de tu isla. Vuelve allí y sé feliz.
Dicho esto fue cuando, definitivamente, se marchó del club nocturno.
- ¡Ese sí que es un hombre! -explotó la mulata ante la incredulidad de las otras dos que no sabían nada de lo que entre la mulata y el joven licenciado había sucedido.
- ¿Te has enamorado de él? -le preguntó, por fin, la que iba vestida de rojo.
- Sí. Por un momento sí. Pero le he podido mirar de frente a los ojos. ¡Está ya conquistado por otra!.
Página 1 / 1
Foto del autor Jos Orero De Julin
Textos Publicados: 7132
Miembro desde: Jun 29, 2009
0 Comentarios 282 Lecturas Favorito 0 veces
Descripción

Novela de Ficcin con algunas realidades verdaderas.

Palabras Clave: Literatura Novela Ficcin Realidades Conciencia Conocimiento Cristianismo.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



Comentarios (0)add comment
menos espacio | mas espacio

Para comentar debes estar registrado. Hazte miembro de Textale si no tienes una cuenta creada aun.

busy