¡Qué felices eran los tiempos entonces!. Nosotros coleccionábamos gusanitos de seda que metíamos dentro de una caja de zapatos haciendo unos pequeños agujeros en la tapadera para que pudieran respirar. ¡Y qué emoción nos embargaba cuando les veíamos crecer y engordar comiendo las hojas de morera que cogíamos del Retiro de Madrid!. ¡Eran tiempos felices en que la avaricia y la envidia no existían!. Con cuánto misterio y placer abríamos la caja de zapatos para verlos crecer. ¡Si hasta teníamos al "Gusanito" como uno de nuestros muñecos preferidos!.

Los gusanitos crecían mientras escuchábamos los cuentos por las emisoras de radio, a eso de las horas en que se acababa la tarde y comenzaba la noche. Los veíamos crecer y convertirse, de pronto, en capullos de los cuales salían mariposas para reiniciar el ciclo. Fue un ciclo de mi vida lleno de imaginación y de sorpresas. Hasta que un día se escaparon de la caja de zapatos y llenaron de capullos el largo pasillo del hogar. Mi madre cogió tal enfado que nunca más tuvimos la ocasión de volver a coleccionar gusanitos de seda.

Pero en mi memoria quedará siempre impreso aquel tiempo feliz en donde todavía no había ni avaricia ni envidia. Volver a recordar aquello me hace siempre volver a empezar: la Calle Alcalde Sáinz de Baranda en Madrid, el melonero de todos los veranos, la feria de las fiestas madrileñas, los Reyes Magos... y aquella caja de zapatos, con pequeños agujeros en la tapadera para que pudieran respirar, llena de pequeños gusanitos de seda que crecían... crecían... seguían creciendo con las hojas de morera y, de pronto, se convertían en capullos para dar a luz a las mariposas.