Setamor (Novela) Captulo 35.
Publicado en Mar 10, 2011
La camioneta hizo su entrada en la Plaza Mayor. El abigarrado grupo de hombres negros comenzó a movilizarse con nerviosidad general. La camioneta realizaba, entonces, las necesarias maniobras para situarse en la dirección que el conductor deseaba. El joven licenciado se puso en pie y desentumeció sus músculos; se colocó de mejor manera sus ropas y, tomando la mochila, comenzó a dirigirse hacia aquel grupos de hombres a los que había estado observando y que, a su vez, le miraban con cierto recelo y reticencia.
- Buen día -se dirigió a uno, con zapatillas de color lila, que parecía ser quien dirigía a los demás -¿sois vosotros los que váis a trabajar en las viñas?. El de las zapatillas de color lila se quedó, en un principio, a la expectativa. Después observó la mirada del joven licenciado y respondió secamente. - ¿Estamos haciendo algo malo?. ¡Tenemos los papeles en regla!. - No... yo sólo lo pregunto porque me uno a vosotros. ¡Yo también tengo los papeles en regla!. El de las zapatillas de color lila rompió a reír a carcajadas. - ¡Hermano!. ¿Cómo se te ocurre?. - Cómo se me ocurre qué... - ¿Tú conoces bien el ambiente de este pueblo?. - ¿Trabajar junto a vosotros es cuestión de ambiente?. El de las zapatillas color lila tardó un poco en reaccionar. - ¿De verdad estás hablando en serio?. - No creo que trabajar sea una broma. A mí me gustaría vivir sin hacerlo... pero hasta ahora no lo he podido conseguir. ¡Quizás algún día lo logre!. El de las zapatillas de color lila volvió a reír a carcajadas. - ¡Hermano!. ¡Me caes bien!. Y le ofreció las palmas de sus manos para que el joven licenciado las golpease en señal de saludo. Así lo hizo éste y, a la vez, colocó las suyas para que el de las zapatillas de color lila repitiese el saludo. - ¡Nos vamos a entender! -dijo el negro mientras las golpeaba. - ¡¡Vamos, vamos!!. ¡Todos para acá... de uno en uno... y enseñando los papeles!. !Quien no los tenga que se olvide! -bramó el capataz saliendo de dentro de la cabina una vez que el conductor de la camioneta la había colocado en su posición adecuada. Luego continuó bramando. - ¡¡Tengo prisa y hoy no quiero discutir con nadie!!. Todos fueron cumpliendo la orden y subiendo, a medida que pasaban el control, a la cajuela de la camioneta. El último en hacerlo, antes de llegarle el turno al joven licenciado, fue el de las zapatillas de color lila. - ¿Tú que quieres? -le espetó el capataz a bocajarro. - Tengo los papeles... -contestó el joven licenciado. - Los papeles... ¿de qué?. ¡¡Yo no soy nigún funcionario del Estado!!. - No hace falta que me chille porque resulta que no soy sordo ni tonto. El otro siguió bramando pero con una voz más baja. - ¡Aquí estoy para coleccionar negros para las viñas y no para atender a otras cosas!. - Yo no soy una cosa. - Perdón... quise decir blancos. - Yo vengo a trabajar a las viñas y tengo los papeles en regla. - Vamos a ver si me entero. ¿Estás de broma o hablas en serio?. - Es cierto que hablo en serio. - ¡Quiero explicarte algo!. Y, acercándose al joven licenciado, bajó todo el tono de su voz para no ser oído por los de la cajuela de la camioneta. - Damos muy mal de comee, es muy escaso el salario y se trabaja de sol a sol... así que lárgate porque esto es una labor sólo para negros hambrientos. - Pues sí es una labor sólo para negros hambrientos -respondió también el joven licenciado en voz muy baja -considéreme uno de ellos. - Me parece que no me has entendido... - Me parece que el que no me has entendido has sido tú. - ¡De acuerdo!. ¡¡Sube conmigo a la cabina y no olvides lo que te he dicho!! -volvió a bramar el capataz. - Que le repito que no me chille porque ni soy sordo ni tonto. El capataz volvió a bajar del todo el tono de su voz. - Muy mal de comer, escaso salario y trabajar de sol a sol. - No te preocupes... porque resulta que tengo buena memoria... - Me da la sensación de que no vamos a ser amigos. - Yo prefiero estar en paz conmigo mismo y ser sincero porque sé que si la amistad de alguien me llega no tendré que hacer nada extraño para conseguirla. Así es la amistad. Si no somos usted y yo amigos es que no llega dicha amistad. Lo importante es no tener que mendigarla para que nuestra conciencia no nos lo reproche. - ¡Parece que he tropezado con un filósofo!. - No me levante la voz. A mí me parece que no ha habido ningún tropiezo hasta ahora porque, que yo sepa, aquí no ha ocurrido nada. Esperemos a ver qué ocurre después. El capaz entendió el mensaje. - ¡Bien!. ¡Sube!. ¡Ya veremos si ocurre algo o no ocurre nada durante esta semana!. - Que no me levante la voz no vaya a ocurrir algo en este mismo instante. - ¿Me estás amenazando a mí?. - No le estoy amenazando sino que le estoy avisando. - ¿Es que hay algún traidor entre los negros?. - Es que hay algún traidor entre los blancos. El capataz se puso nervioso. Aquel joven estaba dispuesto a descubrirlo. - ¿Qué quieres descubrir?. - Que yo sepa lo que tengo que descubrir sólo será lo que tengo que descubrir... pero usted ni se entera... y si ocurre algo espero que sea beneficioso para todos. El capataz subió tras el joven licenciado y el conductor de la camioneta la puso en marcha. Segundos después ésta abandonaba la Plaza Mayor, subía por la Calle del Torno, bajaba por la Calle del Abrevadero y, pasando por el mismo recorrido que habìa efectuado, a pie, el joven licenciado aquella madrugada, salió del pueblo por la carretera que se dirigía hacia el cementerio. Desde aquella cabina, con los tres personajes en total silencio y con el total silencio de los que se apretaban en la cajuela de la camioneta para darse calor unos a otros, el joven licenciado pudo volver a reconocer las casas de los pobres, el comercio de ultramarinos. la ventana de la cocina donde se perfiló una figura femenina, la motocicleta muy utilizada que dormitaba, todavía, en la pequeña planicie, la fuente con el recuerdo del perro vagabundo, la tahona-panadería desde donde seguía saliendo el olor del pan... puesto que por allí pasó la camioneta ya a bastante velocidad... la cancela donde quedaron las miradas de una joven pareja de enamorados que, suponía él, algún beso habrían formado boca con boca y aquel ¿por qué? que sólo pudo responderse con un "pudo haber sido de otro modo pero es mejor que no haya sido de otro modo". Al vislumbrarse las tapias del cementerio, el capataz, amenazante todavía, exclamó mirando al joven licenciado. - ¡Algunos marchan hacia la muerte dejando la vida atrás!. Pasaron el cementerio y el joven licenciado le repondió mirándole a los ojos. - Y otros van hacia la vida dejando atrás la muerte. El capataz no entendió nada y no tuvo más remedio que desviar su mirada hacia el cristal de la ventanilla lateral. La neblina se había ya levantado y el campo irradiaba una especie de vitalidad que se hacía cómplice de la frase dicha por el joven licenciado. - ¿Qué sabes tú de la vida? -inquirió, interesado, el conductor de la camioneta. - Sé intentar vivirla y en ese intento es donde reside la verdadera esencia de lo que somos; pero intentando vivirla de verdad y con la verosimilitud de quien quiere gozar por estar vivo. Yo no entiendo la vida sujeta a cadenas de esclavitud sino al hilo que nos hace movernos libremente pero sin abatirnos. - ¿Como una cometa?. - Exacto. Como una cometa. Y recuerde siempre que los extremos diferentes son la esclavitud y la liberación. ¿Me comprende bien?. - Sí... sí... pienso que le he comprendido. - Pues ahora haga un poco de esfuerzo mental y entiéndalo. En esos momentos llegaron a los viñedos. Se detuvieron ante una especie de gran barracón, algo así como un hangar, que debería ser el domicilio de aquellos trabajadores durante toda aquella semana. Y entonces fue cuando el joven licenciado descubrió el fusil, que había intentado ocultar y encubrir el capataz entre sus ropas. - ¿Y eso?. - Eso es porque nunca se sabe lo que puede suceder con este tipo de gentes -el capataz señaló hacia donde iban los hombres negros y luego bajó, rápidamente, al suelo pero con el arma en la mano derecha. - ¡Venga, rápido holgazanes, todos a tomar el desayuno y enseguida a trabajar!. ¡Tenéis que terminar en una semana justa!. ¡Ya lo sabéis de sobra!. ¡Si no cumplís con total exactitud no hay salario!. ¡Aquí no venís a descansar!. - Este hombre tiene muy poco de racional y bastante de animal -pensó el joven licenciado. Pero bajó y se mezcló con todos los hombres negros. El gran barracón, especie de hangar, era un mortal silencio. En el ambiente flotaba una especie de recelo incontenible. El de las zapatillas de color lila permanecía, estático, mirando fijamente al joven licenciado que se encontraba sentado delante de él. El resto de los hombres negros desayunaban sin exclamar ni una sola palabra. Parecían mirar tristemente a los tazones pero observaban, atentos, el rostro del de las zapatillas de color lila que era, ciertamente, su lider. Desayuno escaso. Miradas tristes. - ¿Me pasas la mantequilla? -se dirigió el joven licenciado al más negro de todos; a aquel que tenìa la piel profundamente negra y la mirada más triste de todos ellos. El de las zapatillas de color lila asintió con un imperceptible movimiento de cabeza y luego, dirigiéndose a todos, con voz profunda exclamó. -¡Adelante!. ¡No tengáis miedo!. Podéis hablar todo lo que deseéis. Es un amigo. El de la piel más negra de todos ellos y con la mirada más triste le pasó la mantequilla al joven licenciado y el gran barracón, especie de hangar, comenzó a vivir con las expresiones alegres de los trabajadores negros.
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