Me esfuerzo inútilmente por conseguirlo pero la verdad, la terrible verdad, es que nadie puede verme ni oírme. Voy por la calle con el corazón volcándoseme de lado a lado. Zas. Zas. Late con fuerza y parece estallar. Intento tocar a todos los viandantes con los que me cruzo para decirles que estoy aquí, junto a ellos, sintiendo el mismo tibio calor del sol en las mejillas y con la misma ansiedad de comunicarme... pero nadie siente mis manos posarse sobre sus hombros. Nadie me sonríe. Nadie me responde. Nadie me escucha. Yo no existo o ninguno de ellos existe.
Si yo soy el muerto, entonces estoy definitivamente condenado a vagar errante como un espectro; sin destino alguno al que llegar, sin lugar alguno donde ser reconocido por los demás. Esto es una verdad terrible. Pero igual de terrible es que yo esté realmente vivo y que todos los demás sean los que están muertos.
Empiezo a relatarles, a todos ellos, lo que mis ojos ven. Mis palabras, en medio de la calle, resuenan con ecos estruendosos... pero nadie parece escucharme y todos caminan como autómatas. Yo también camino así.
¿Yo no existo?. ¿No existe ninguno de los demás?. Al final decido ir a tomar un trago al primer bar que me encuentre en mi deambular callejero, pero no encuentro absolutamente nada y me doy cuenta de que el mundo entero está muerto. Yo estoy en la misma situación que todos los demás. Realmente es terrible pensarlo... pero toda la humanidad ha muerto.