INSOPORTABLE ILUSIN
Publicado en Mar 11, 2011
Como un hipnotizado adolescente se dirigió hacia la librería quizá con la excusa de comprar algún libro. ¡Nada de eso! Pues solo pensaba en ella, como si quisiera verla aunque sea solo por un instante. Su voz tan particular, tan calma aun sonaba en sus oídos.
Al llegar, toda esa adrenalina contenida comenzó a disiparse: estaba cerrado. Sin ningún cartel informativo al público. Volvió. Preguntó, no obstante, a una chica que salía de una casa de al lado de la librería, si sabía algo al respecto. Pero su respuesta fue insuficiente para él. Al día siguiente, desde su oficina, tomó el teléfono y marcó el número que estaba impreso en un folleto que ella le había dado en una oportunidad. Atendió. Era su voz, indudablemente. Le preguntó por el horario de atención al público. Pareció como si ella también lo hubiera reconocido. No por alguna razón en particular, simplemente por mera intuición. Fue tan amable como en aquellas dos o tres veces que se habían conocido en la costa atlántica, sobre la Avenida número tres. "Ahora no hay excusas" -se dijo- "debo ir". Decepción. Estaba con un muchacho casi de su edad. ¡Y está bien!... es lógico. Pero le invadió un interrogante: ¿Por qué no se lo había mencionado? Le había hablado sobre algunas cosas personales, sin embargo -"y teniendo en cuenta que ellas siempre perciben cuando un hombre las desea" - (pensó), en ningún momento lo había nombrado. Se había cuidado bien de eso. ¿Por qué? ¿Para qué? "Juro que unos metros antes de entrar a la librería me dije: ahora entro y la veo con alguien; probablemente su novio. Y así fue"... Ella se puso de frente a él, le atendió sonriente mostrándole casi de inmediato unos libros que había separado de Kafka, para él; dando a entender, tal vez, que efectivamente le había reconocido por teléfono, cuando llamó al mediodía. Todo así, en silencio. Como si debiera sobrellevarle lo imposible. Enseguida el muchacho se retiró del negocio acompañado por ella hasta la puerta y al salir le pidió permiso a él quien hundiendo la vista en los libros, no quiso ver esa despedida. Al volver se la pudo notar más distendida, más cómoda. Le habló de un libro que estaba leyendo sobre Kundera, pues ese escritor era un gusto que tenían en común. Fue entonces cuando decidió llevarse consigo -quizás- para siempre, su insoportable ilusión.
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Gustavo Milione
Gustavo Milione
jorge andres franco arias
Esteban Valenzuela Harrington
Buen relato, aunque tal vez le faltó un poco más de emoción.
Saludos,
Esteban