Setamor (Novela) Captulo 41.
Publicado en Mar 16, 2011
- Recógele...
- ¿A quién?. - Allá adelante, al fondo, veo a un anciano caminando con una mochila. - ¿Pero si no le conoemos?. - No es necesario conocerle. Yo veo a un anciano cansado. Si sólo ayudásemos a los conocidos seríamos unos hipócritas interesados. La ayuda desinteresada es la verdadera ayuda y lo demás es un egoísmo disfrazado de caridad. - No sé... no sé... La mujer que viajaba de copilota en el utilitario insistió. - Si no lo quieres hacer por ti, hazlo por mí y por las niñas. - ¡Recógele, papá! -intervino la niña de los siete años, que iba sentada, en la parte de atrás, junto a la abuela. - ¡Así podemos hablar con él! -intervino ahora la niña de los tres años que iba, jugando con su monito de peluche, al otro lado de la abuela. Cuando el automóvil utilitario, de color gris plateado, frenó a la altura del joven licenciado éste ya se encontraba en estado de agotamienTo y sucio de polvo de la mina. - ¿Necesita una ayuda?. ¿Cómo se llama usted? -le dijo la mujer, dándose cuenta de que era joven y, además, mucho más joven de lo que ella había creÍdo. - Sí -musitó él- pero sin nombre estamos cuando por la vida andamos. Entonces el señor que conducía el utilitario, atusándose el grueso bigote, pudo descubrir el enorme cansancio de aquel hombre joven y se sintió avergonzado,. - ¡Acomódate lo mejor que puedas! -siguió la mujer. La niña de los siete años se apresuró a abrirle la puerta. - Tú ven conmigo -y la abuela, tras dcirlo, tomó a la niña de los tres años y la sentó sobre sus piernas. -y tú córrete hacia acá, en el centro, para dejarle un sitio. Como todas las abuelas de este mundo, le gustaba organizar la parcela de jurisdicción que le correspondía. El joven licenciado se introdujo en la parte de atrás del utilitario, se sentó junto a la niña de los siete años, colocando la mochila entre sus pies, y el automóvil utilitario, de color gris plateado, reinició la marcha. - Vamos a la playa porque calienta el sol -le comentó la mujer. El conductor del grueso bigote seguía avergonzado y decidido a no decir nada durante el trayecto. Había recibido una pequeña lección par parte de su esposa. - Muy bien, yo también iré para la playa. En realidad es el mejor sitio donde puedo ir ahora. - ¿Es que no llevabas ningún destino concreto? -le dijo la esposa del conductor. - Sólo quiero llegar a la costa... pero el lugar me da lo mismo. - ¿Te gusta el mar?. - Quiero conocerlo... - ¿No has visto nunca el mar?. - Sí. Muchas veces. Pero no lo conozco... - Lo que quieres decir es que buscas enrolarte en algún barco... ¿no es verdad?. - No había pensado en eso, pero sí... es una perfecta manera de conocerlo. Me ha dado usted una gran idea. -¿Eres el hombre del saco? -intervino, espontánea e ingenuamente, la niña de los tres años. - No... no soy el hombre del saco. El hombre del saco ya no existe porque hace muchísimo tiempo que se murió. - ¿Enotnces por qué vas tan sucio?. - Porque vengo de jugar mucho. ¿A que tú te ensucias mucho cuando juegas mucho?. La niña de los tres años cambió de conversacion para salir del apuro. - ¿Quieres jugar con Pipo?. - ¿Quién es Pipo?. - ¡Es éste! - y sacó al monito de peluche que escondía detrás de ella. - ¡Está muy triste Pipo!,. - Porque no tiene ninguna amiga... no le quiere ninguna porque dicen que es muy feo. - ¿Tú crees que es muy feo?. - ¡Es muy guapo!. - ¿Y tú quieres, de verdad, que tenga una amiga?. - Sí... porque si sigue así se va a morir de tristeza. ¿Tienes tú alguna Pipa para él?. El joven licenciado no pudo contener su risa. - Yo tengo una pipa pero no vale para tu monito. - ¿Por qué no?. - Porque no tiene corazón ya que es de madera. - Pero Pinocho también era de madera... - Pero recuerda que Dios le regaló un corazón. - ¡Ah, ya entiendo!. Por eso tu pipa no sabe amar de verdad. - Cierto... como le ocurre a muchas personas. El conductor del grueso bigote no se atrevió a decir nada aunque supo que el joven licenciado había adivinado su malestar. - ¿Tú quieres que Pipo tenga una compañera? -volvió a preguntarle el joven licenciado a la niña de los tres años. - ¡Sí!. - ¿Sabes lo que tienes que hacer para conseguirlo?. - ¡No!. - Cierra tus ojitos y pídelo... La niña de los tres años cerró sus ojos y los abrió rapidísimamente. - ¡Así Dios no te lo va a dar! -intervino la niña de los siete años. - ¿Tú crees que Dios no se lo va a dar?. - ¡Lo ha hecho muy deprisa y eso no vale!. - Para pedir algo a Dios sólo es necesario sentirlo con el corazón. Dios escucha y a Él no le improta el tiempo que tengas los ojos cerrrados -el joven licenciado hablaba del Dios en el cual confiaban aquellas dos niñas; porque se daba cuenta de que para hablar con la infancia era necesario participar de la fe de la infancia. - ¿A Dios le da tiempo de concoer lo que le ha pedido tan deprisa mi hermanita?. - A Dios le da tiempo de concoer lo que se le pide; porque Dios sabe hasta lo que pensamos y sabe todo lo que sentimos. Y si eso es capaz de hacer... ¿cómo no va a saber lo que le pedimos?. - ¿Por qué estás tan triste?. - Las personas que nos hacemos mayores nos equivocamos en muchas cosas. Por eso tardamos más en encontrar lo que pedimos. cometemos muchos errores y yo he concoido a muchas gentes que tienen esos errores. Por eso estoy triste. - ¿No estás triste por tí?. - No. Estoy triste por los demás... - ¿Quieres que te cuente un cuento para que no estés tan triste?- El joven licenciado volvió a reír. -¡Déjale ya!. ¡No le molestes tanto!- protestó la abuela. - Todo lo contrario, abuela, todo lo contrario. ¡Estoy deseando que alguien me cuente un cuento!. Y luego se dirigió, otra vez, a la niña de los siete años de edad. - Pero luego tú me dejas que os cuente otro cuento a ti y a tu hermanita pequeña... ¿vale?. - Vale. La niña de los siete años comenzó a pensar. - ¿Qué te sucede?. - Es que tengo que buscar un cuento muy bonito para que dejes de estar triste. El joven licenciado hacía esfuerzos para no reír ahora porque sabía que un niño 0 una niña, cuando quiere que se le escuche, se ofende mucho si se ríen los demás. Así que era necesario aguantar la risa y escuchar, en serio, a aquella niña. - ¿Empiezo por "había una vez" o por "en un país muy lejano"?. El joven licenciado seguía aguantándose la risa. - Empieza de la manera más bonita que se te ocurra. - ¡Pues verás!. Diesel era un niño muy pequeñito y muy travieso que nunca estaba cuando su mamá le necesitaba. - Sé que está vivo... ¿pero dónde?. ¿En qué jaleo se habrá metido que hace ya cinco años que no sabemos nada de él? -hablaba, en voz baja, la madre del joven licenciado mientrass lavaba los utensilios de comer. - O estaba jugando al balón, o se había ido a pasear por las afueras de la ciudad o estaba metido debajo de la cama... -seguía la niña de los siete años, mientras su hermanita, con los ojos bien abiertos, se llevaba la mano a la boca todo sorprendida y la abuelita no paraba de sonreír. Por delante de ellos, la madre de las niñas escuchaba con suma atenciòn mientras su esposo, el del grueso bigote, se esforzaba por no confundir el camino. - ¿Qué estará haciendo? -seguía pensando, mientras lavaba, la madre del joven licenciado. - ¿Y sabes que hacía Diesel debajo de la cama?. Se ponía a soñar en que un día, de mayor, se iría a un bosque encantado y descubriría a una princesa; porque él sabía que en todos los bosques encantados.. ¡en toditos!... hay siempre una princesa que pasea por la orilla de un lago. La hermanita de los tres años de edad atendía, según avanzaba el cuento, con más y mayor atención. Y ya no se taaba la boca sino que tenìa unas enormes ganas de preguntar... y preguntó. - ¿Las princesas también están encantadas?. - ¡No, boba!. ¡Las princesas son de verdad!. - ¿Con quién estará? -terminó la madre del joven licenciado de lavar los utensilios de comer mientras seguía pensando en él. -¡Pues para no aburrirte demasiado!... ¿sabes qué pasó un día?. El joven licenciado ya casi no podía evitar el empezar a reír. - ¿Qué pasó?. - Pues que Diesel ya no apareció nunca más porque se había ido a un bosque encantado y se había casado con una princesa. - ¿Y qué hace ahora? -preguntó el joven licenciado poniendo una cara como de estar sumamente interesado. - ¡Juega al fútbol con los criados del castillo!. - ¡Jajaja! -él ya no pudo aguantarse más y soltó la carcajada. - ¡Pues vaya cuento! -protestó la niña de los tres años que no entendía nada de eso del amor. Y se echó a dormir sobre el regazo de su abuelita. - Ahora me toca a mí contarte el mío. - ¿Cómo se llama?. - ¡Cocoluto El Magnífioc!. - ¡Alaaaaaaaá! -se maravilló la niña de los siete años. - En el país de Jululandia reinaba un emperador llamado Cocoluto que, debido a sus grandes conquistas con las que había conseguido levantar un Imperio fabuloso, era conocido por todos como El Magnífico. Un día Cocoluto El Magnífico, que regresaba a su fabuloso palacio con su gran ejército y una enorme cantidad de esclavos, pasó junto a la ribera de un lago y descubrió a un humilde hombrecillo el cual no se habia levantado para hacerle reverencias. Mandó parar a todo su cortejo y, furioso e iracundo, se acercó al hombre que descansaba, tomando el sol, recostado en el tronco de un árbol: "¿Por qué no te has arrodillado ante mí, Cocoluto El Magnífico, dueño y señor de todo lo que te rodea?". El humilde hombrecillo, sin levantarse, le contestó: "Prefiero contemplar el caminar de éstas hormigas que el desfile de tu innumerable ejército". Cocoluto El Magnífico se enfureció aún más: "¡¡Si no me dices, ahora mismo, algo que me haga pensar, te convierto de inmediato en uno más de mis esclavos!!". El hombrecillo respondió: "Puedes esclavizar mi cuerpo pero nunca lo podrás hacer con mi espíritu. Ante ti se arrodillan todos los hombres y mujeres del reino pero te hablan con miedo y te odian porque son tus enemigos y, sin embargo, ante mí no se arrodilla nadie pero me hablan con confianza y me aman de verdad porque son mis amigos". Cocoluto El Magnífico se quedó pensativo.: "Me voy al palacio pero volveré dentro de una semana y entonces sabrás si me has hecho pensar o no". A la semana siguiente el humilde hombrecillo vio a Cocoluto El Magnífico que ahora venía sin ejército, sin esclavos y sin sus vestiduras de gala. Cocoluto El Magnífico se acercó ante él: "Llevabas toda la razón. Hasta mi esposa y mis hijos me odiaban; así que le he dejado mi gobierno al primogénito de todos ellos y he abandonado la Corte para siempre. ¿Me dejas vivir a tu lado?". "Yo me llamo Másfeliz" -le contestó el humilde hombrecillo- "y desde ahora te digo que, si quieres, puedes vivir a mi lado todo el tiempo que desees". ¿Y sabes que hizo Cccoluto El Mafgnífico?. Pero la niña de los siete años estaba cansada y se durmió en esos momentos. El joven licenciado puso su cálida mano izquierda sobre la cabeza de la niña para bendecirla por su ingenuidad infantil. - ¿Qué hizo? -preguntó, muy interesada, la abuela mientras las dos niñas ya dormían profundamente. - ¡Que vivió muchísimos años con Másfeliz y fue más feliz que nunca podría haberse imaginado!. Este es un cuento que me narró mi abuelita, mucho antes de morir, cuando yo tenía la misma edad que esta niña -y señaló a la de los siete años tras apartar su mano izquierda de la cabeza de ella. - Su abuelita era muy inteligente. - Más o menos como todas las abuelitas. - Gracias. - Muy buen cuento -intervino la madre de las dos niñas. - ¡Uy que susto, abuelita! -se despertó de repente la niña de los tres años. - ¿Qué te pasa, cariño? -contestó ésta mientras la acariciaba el rostro. - ¡Crei que Pipo se había ido!. - No. Pipo está aquí, con todos nosotros. Y la niña volvió a cerrar sus ojitos mientras abrazaba, fuertemente y contra su pecho, al monito de peluche. - ¡Son las dos joyas más maravillosas que poseo! -volvió a intervenir la madre. - ¡En verdad que son dos tesoros! -aumentó la abuela- ¿verdad que son muy lindas?. - Son hermosas porque son felices -respondió el joven licenciado, Ahora el esposo del grueso bigote fue el que, por fin, intervino. - ¡Me alegro de haber detenido el automóvil y haberte reocgido!. Lo hice por mi mujer y mis hijas, pero ahora he comprendido que un acto de amor se debe hacer sólo por amor!. Quiero aclararte que mi esposa y yo estábamos pensando en divorciarnos pero tú, a pesar de lo joven que eres, me has abierto los ojos. ¡No cometeré estupidez!. El conductor del automóvil de color gris plateado y su bella esposa se envolvieron en un beso en la boca. - ¡Nunca me separaré de ti, princesa!. ¡Jamás! -le dijo, arrepentido, él. - ¡Yo tampoco de ti, mi amor! -dijo ella. Y de esta manera comenzaron a entrar al pueblo costero. - ¿Podríamos parar un momento? -solicitó el joven licenciado. - Desde luego que sí. Eso está hecho -contestó el padre de las dos niñas mientras aparcaba en un lugar apropiado y dentro de un lugar permitido. Junto a la acera de un pequeño bulevar. - Son sólo unos minutos nada más. - ¡Tómate el tiempo que quieras! -le dijo el del grueso bigote. El joven licenciado salió del automóvil. - ¿Te vas ya? -se entristeció la niña de los siete años. - No. Ahora mismo vuelvo. Y se encaminò hacia la tienda cruzando a la acera de enfrente. - ¡Quisiera comprar un bañador para mí y unos regalos muy especiales para dos personitas muy especiales. - Elija lo que quiera -le señaló la dependienta. Pocos mintuos después salió de la tienda y volvió hacia donde estaba el automóvil debidamente aparcado y sin saltarse, para nada, las leyes de circulación. Entró, de nuevo, en la parte trasera del automóvil - ¡Mira! -le enseñó una monita de peluche a la niña de los tres años- ¡Pipo ya ha encontrado una compañera!. ¡Es su Pipa!. -¡¡Qué bvien!!. ¡Pipo ya puede jugar con alguien y dejará de estar triste para siempre!. -¡Era verdad que Dios la había escuchado! -intervino la niña de los siete años. - ¿Tú no quieres nada?. - Yo no me he dado cuenta y no le he pedido nada a Dios... - No importa. Dios escucha también los deseos que no se le piden cuando somos muy distraídos pero somos buenas personas. ¡Toma!. ¡Desenvuelve este paquete!. - ¿Qué es?. - Espera. ¿Te gustan los deportes?. - Mucho. Y además soy la mejor futbolista del equipo femenino de mi escuela. - Entonces ábrelo sin miedo. Ella lo abrió con el entusiasmo sano y noble de la infancia. - ¡¡Un cuento!!. ¿Cómo supiste que me encanta leer?. - Me lo dijo Dios -y el joven licenciado sonrió. El cuento se titulaba "El futbolista feliz". - Ahora me tengo que ir ya. - ¿No quieres quedarte a vivir con nosotos? -le dijo la niña de los siete años. El joven licenciado volviço a sonreír ante aquella espontaneidad tan noble e ingenuamente infantil. - No puedo. Yo también tengo una casita. - ¡Nunca te olvidaré! -dijo la niña de los tres alños cuando él ya había salido del cohe con su mochila al hombro y el paquete con su bañador en la mano derecha- ¡porque gracias a ti Pipo ya nunca estará triste!. - Yo tampoco te olvidaré porque gracias a ti hemos recompuesto nuestro matrimonio sin caer en la desesperación absurda del divorcio! -le dijo la mujer del conductor del grueso bigote. Éste le dio la mano. - ¡Simplemente gracias!. Con eso te lo digo todo. - ¡Adiós, amiguito del alma!- le despidió la niña de los siete años. - Dios siempre te acompañará -intervino la abuelita. Y él se dirigió hacia la playa. Estaban ante el televisor. - ¿Será feliz nuestro hijo? -le preguntaba la madre del joven licenciado al padre. - ¿Pero estás segura de que vive?. - Vive. Yo sé que vive. Lo que no sé es si es feliz o no es feliz. - A pesar de todo, él siempre ha sabido serlo bajo toda clase de cirunstanciaa a favor o circunstancias en contra. Tiene la capacidas espiritual de un joven sano. Él siemrpe ha sabido ser joven y hombre a la vez y ha sabido serlo con total intensidad salvando toda clase de tentaciones. Si vive estoy seguro de que seguirá siendo ambas cosas sin ninguna meta final. Es de esa clase de hombres, entre jóvenes y niños, que creen en la Eternidad y la saben vivir. Yo sé que sabe captar las emociones más nobles y son esas las que les dan la libertad y hacen felices a los seres humanos. - No puedo olvidar sus sonrisas de niño travieso... -gimió la madre. - Yo tampoco puedo olvidar su libertad y su capacidad de ser un verdadero hombre -y el padre del joven licenciado abrazó a su esposa
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