Aquellas tardes ya vencidas... (Diario)
Publicado en Apr 05, 2011
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Aquellas tardes ya vencidas eran espacios largos de sopor de siesta somnolienta en las que el reloj se quedaba siempre atascado en la inercia del no hacer; en esa madeja de segundos inspirándose en el lugar exacto de lo que no existía. Una especie de insomnio producto del solitario juego con las cartas todavía por marcar. Tardes de juegos con reloj que recorría mis sentidos en forma de dados de las edades para completar el sinfin de las esperas. Las esferas. Yo miraba a las esferas tras los cristales del comedor y me zambullía en el vértigo del juego para reinventar una nueva existencia que no fuera solamente aquel no hacer nada. Por eso me hice pensador de la existencia.
Pasaban los tiempos de aquellas tardes ya vencidas y ocupadas en recorrer travesías silenciosas por el interior de mis creencias. Para mí el mundo era un infinito que debía descubrir y llenarlo de un por qué, un para qué y, sobre todo, un con qué... sí... un con qué hacer fructíferas las tardes cuando ya todos habían abandonado la nave en el alta mar de las concurrencias. Y las tardes ya vencidas recaían sobre esa rsponsabilidad de cruzar más allá del sueño o quedarse estancado en la inactividad de los que habían abandonado aquella forma de jugar a pasar el tiempo.
Entonces resurgí a través de todos mis sueños y comencé a concoer las largas travesías de los caminares silenciosos desde mi propia atalaya formada por una mesa de cristal, una decena de libros y un perro fiel y acompañante que sabía distinguir cuáles eran mis opiniones acertadas y en donde me equivocaba para terminar de componer la existencia en aquellas tardes ya vencidas.
Cruzando el mapa de las autopistas me dirigí a las pequeñas rutas por donde sólo caminan los filósofos del atardecer vacío para llenar el hueco de sus pensamientos con alguna materia de especial circunstancia. Mi circusntancia pasaba por dejar de ser yo para ser de nuevo yo. Paradojas de tardes ya vencidas en que el cerebro se unía al corazón y así poder viajar por historias inétidas contada al reloj de las intranscendencias. Y me hice transcedente de mi pequeña observación. Hasta que por la ventana de la sala entraba la luz de la luna y entonces era cuestión de seguir soñando los nuevos atarderceres de esas horas que parecían ser perdidas y, sin embargo, sólo eran los comienzos de un filósofo meditando por las riberas de los ríos hasta poder formar un conjunto con el cual presentame ante la sociedad y comenzar a decir que sí, que yo era mi otro yo y mi otro yo había desaparecido entre los juegos de naipes solitarios, entre los dados del azar trucados para que pudiera vencer lo que yo quería que venciera y aquel denso viaje por los ríos gallegos para poder despejar la incógnita de no sentir más timepo la soledad.
Me hice filósofo por las circunstancias originadas en aquellas tardes ya vencidas donde el sueño nunca llegaba a entorpecer a mis ideas y, repleto de ideles utópicos pero reales, comencé a ser yo sin mi otro yo. Mi otro yo se había perdido para siempre y aquellas tardes ya vencidas, con una copa de ponche sobre la mesa del bar, con un perro fiel que me acompañaba en los minutos del silencio y con unas decenas de libros para consultar mi futuro, yo me liberé de toda la soledad y me hice mi otro yo, ese misterioso yo que había descubierto mientras miraba brillar la luna entre las estrellas y mis dedos deslizaban, por las teclas de la máquina de escribir, una nueva aventura cada vez más firme, cada vez más segura, cada vez más cierta.
En efecto, las tardes ya vencidas, me convirtieron en filosofía única e intransferible pero yo deseaba transferir todo aquel conocimiento singular a través de los rayos del sol; así que tendría que esperar, noche tras nche de insomnios y desvelos, a que volviese a pasar la mañana rutinaria donde la muerte diaria me hacía perderme entre números, cuentas, saldos, correspondencias y un sinfín de datos siempre inacabados de todos los cuales me liberaba al llegar aquellas tardes ya vencidas en que mis pensamientos se concentraban en un leer historias que yo transformaba en un vivir historias. Y así, en el preámbulo de mi nuevo yo, yo me convertí en el otro yo, el de las incógnitas de la infancia que me desbordaban la mente llenándola de utopías que siempre se hacían reales, en los juegos solitarios y en los poemas que construía en base a palabras nuevas porque yo ya no era yo sino el otro yo, el que se había convertido en líder de los incoformistas sin saber del incoformismo nada más que un rechazo a las conductas de quienes me rodeaban con sus falsas vidas. Yo era el que representaba a mi propia imagen, la del otro yo ya se había perdido en inconclusas horas pasadas mientras vivía las experiencias más apropiadas para decidir romper el silencio y hacerme también líder de los imposibles a través del estudio siemrpe atento a cumplir con mis necesidades.
No era lo que ellos, los otros, los que escondían sus ideas en la pervertidas ideologías, querían de mí... así que me puse a elaborar mi propio yo, mi único y propio yo, en aquellas tardes ya vencidas, y me alejé de todos aquellos que me buscaban para qui fuese el falso líder de sus ideologías. No. Yo ya no era yo sino el otro yo de las ideas libres. Y de esta manera comencé a cambiar... caminando con la misma ensoñación de siempre...
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Foto del autor Jos Orero De Julin
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Descripción

Pagina de Diario personal.

Palabras Clave: Diario Memoria Recuerdos.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Personales



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