La Buscona (Novela) Captulo 5.
Publicado en Apr 06, 2011
- Les advierto a todos los aquí presentes que no estoy dispuesto a que sigamos perdiendo días. Hoy les prometo a todos que, al final del día, dictaminaré sentencia definitiva y nadie podrá revocar mi decisión. Quedamos en que la acusada se encontraba de nuevo en Madrid, habitando con La Marquina en la casa de citas de esta señora del mal vivir, así que yo ahora le pregunto a usted, señora de Barrufet... ¿qué fue de su vida desde aquel entonces y cómo sucediéronse los acontecimientos para llegar a matar a puñaladas a un inofensivo cliente?.
- La defensa protesta porque está usted, señoría, tomándose la justicia por su mano y condenando a mi defendida afirmando que fue ella quien asesinó al individuo mentado pero en mi mente tengo claro que ella no lo fue así cómo que usted no tiene ni idea de por donde andan los migueletes. - Le tengo que decir a la defensa que pido perdón por mi aceleramiento pero hoy estoy de muy mal humor y que conste que yo no me llamo Miguel ni acepto que nadie me llame miguelete. - Todos sabemos que usted se llama Judas y espero, pues mientras hay vida es de esperar que la gracia de Dios cubra a las personas que son inocentes, que sea usted como Judas Tadeo y no como Judas Iscariote. - ¡Se ha levantado usted hoy muy peleón, abogado defensor!. - Me he levantado más bien muy despierto y perdone que le corrija de nuevo, señoría, pero por si no la sabe vuesa merced miguelete no lo digo como diminutivo de Miguel sino que usted, que tan de cerca está con las autoridades, debería saber que miguelete, que deriva de la palabra miquelete, según los más eruditos seguidores del habla hispana refiérese o bien a un individuo perteneciente a la milicia foral de la provincia de Guipúzcoa o bien a un antiguo fusilero de montaña en Cataluña; pero mire usted por donde, los que hemos tenido que convivir junto a los gitanos, que no son todos unos santos benditos como la gente dice ni tampoco unos malechores indeseables como otros opinan, sabe que los hay de las dos especies; pero todos ellos denominan miguelete a un miembro de la guardia civil. ¿Sabe usted acaso eso?. - Por las barbas de Neptuno que yo diría que hoy se me ha torcido la mañana de tanto sufrir molestias estomacales por la noche pasada que no me han dejado pegar ojo con ojo y ahora mismo paréceme que todo esto es sólo una aguja de marear como decía don Francisco de Quevedo y Villegas en sus continuas peleas poéticas contra don Luis de Góngora y Argote. - Eso paréceme también a mí, señoría, que es necesario saber escuchar lo que confiesa mi defenddia antes de hacer de los pensamientos habladurías malsanas. - Está bien. Siga usted, señora nuestra. - ¡Venga ya con tanta sorna que tanto va el cántaro a la fuente que un día se rompe!. Si no soy señora suya, que es usted un alto magistrado con grande fortuna en su pecunio personal, menos lo soy de todos estos que a saber qué clase de rufianes podría o pudiese haber entre todos ellos. - No se alborote el gallinero, que debemos ser compasivos con la enajenación mental que está sufriendo esta señora. - Vuelvo a protestar, señoría. La defensa no puede aceptar que usted llame loca a mi defendida. - Perdón otra vez por mis meteduras de calzones; pero es que paréceme a mí que ya el loco lo estoy yo. Prosiga usted, bella dama. - No me cambie el discurso ahora, señor juez, que lo de bella dama sé que lo soy y no hace falta decirlo puesto que creérmelo no me lo creo aunque lo sea. El caso es que, con aquella clase de vida que llevaba, quedóme yo muy flaca y por eso del querer engordar un par de kilos me dediqué a la bella arte de la pintura pero, mire por donde, fue peor el remedio que la enfermedad pues ni sabía pintar ni tan siquiera sabía dibujar; con lo que pasó lo que hubo de pasar. - ¿Y qué es lo que pasó, señora?. - Ya estamos bien. Ya va mejor la cosa pues señora soy. - Señoría, la acusación le hace saber que esta señora lo único que debe estar intentando, según me viene a las mentes, es ganar tiempo para despertar lástima y así quedar absuelta de todos los cargos. - Mire que me está usted ya cargando la paciencia, señor letrado, fiscal de chichinabo. - Señora, mantenga la lengua ante el fiscal o tendré que multarla a usted también. Qué quéreis decir con eso de chichinabo que me suena a lenguaje tabernario y barriobajero. - Perdone que le corrija, señor juez, pero chichinabo no pertenece al lenguaje barriobajero sino al lengujae castizo de los viejos madrileños de toda la vida tanto de los nacidos en esta bella ciudad o los criados siempre en ella y es, en el lenguaje coloquial del Barrio de Villaverde Bajo, donde repito que me crié desde que tengo uso de memoria, simplemente una locución adjetiva que une la palabra chicha con la palabra nabo. - ¿Ya me está otra vez usted enredando con sus dichos?. - Ya le dije, señoría, que la prudencia aconseja no escuchar demasiado a las mujeres. - Sin hacer caso para nada al señor fiscal y centrándome mismamente sólo en usted, señor juez, le debo aclarar, que aclarando es gerundio, que chichinabo se refiere a algo que no vale nada o, para ser más explicativa, señor juez, es una expresión que hace referencia a una comida pobre compuesta de chicha y nabo, dos alimentos de poca sustancia. Así. como verá vuecencia, excelentísimo y excelso juez, ya ve que no tengo nada de qué arrepentirme y no voy a confesar pecado alguno por haber llamado de esta manera a este hombre tan cargado de hombros que parece más bien el perchero de la casa de mis abuelos que si se le mira bien, además de panzudo es como algo cheposo de espalda por efecto visual de sus hombros tan descarriados y que no me preocupa que siga pensando de mí que soy mujer descarriada pues ya una ha visto y oído tantas cosas en esta vida que todo resbálame y no me compunjo por ello. - Es verdad que le veo algo cargado de hombros al señor fiscal pero le advierto que la justicia tiene un basta y basta de decir disparate y medio. - ¿Usted cree que es un disparate la existencia que he tenido que llevar?. Pues debe saber que, una vez fracasada como pintora y dibujante, no me quedó otra que hacer trabajos de servicio de criada en casas de mucho renombre pero, eso sí, asl llegar las nueve de la noche siempre volvía, incólume y nunca mancillada, a la casa de citas de La Marquina. - Insisto en saber si usted se considera culpable del pobre e inocente Inocencio Filemón Sardina cuyo cuerpo, apuñalado salvajemente una docena de veces, se encontró justo ante el portal de la vivienda de Zurbano en donde ustedes dos, su amiga La Marquina y vos, vivían tan azarosas existencias. - Señor juez, no quiero que por culpa de mi silencio la defensa vuelva a llamarle la atención poniéndole con las vergüenzas subidas al rostro y prefiero yo, como fiscal acusador, dar las conclusiones finales a este horrendo crimen. - ¿Desea contar algo más la acusada o pasamos a fallar el veredicto?. - Sólo quiero preguntarle a usted una cosa, señor juez, ¿sabe bien lo que es un escapulario?. - Bien del todo no lo sé pero por lo que mis neuronas me señalan debe ser o debiera ser, si en cristiano estamos hablando, cualesquiera de estas dos cosas: o bien una tira o pedazo de tela con una abertura por donde se mete la cabeza, y que cuelga sobre el pecho y la espalda, que sirve de distintivo a varias órdenes religiosas o más bien un objeto devoto formado por dos pedazos pequeños de tela unidos con dos cintas largas para echarlo al cuello. ¿Se puede saber a qué viene esa pregunta tan absurda a estas alturas del juicio?. ¿Es que ha perdido usted definitivamente el juicio?. - Señoría, vuelvo a advertir que, como abogado defensor de la encausada le llamo la atención porque está usted sacando conclusiones de algo que no se ha demostrado que sea verdad. Por lo aquí oído y escuchado por todos, mi defendida no sólo tiene todos sus sentidos en perfecta condición sino que ha demostrado en todo momento cordura, cultura y una gran dominio personal a pesar de ser tan injustamente agraviada; a lo cuál llama usted locura, señor juez. ¿No será que la locura está en el corazón del desalmado que quiere cargar las culpas en cuerpo ajeno o bien por envidia de no poseer dicho cuerpo o bien por total falta de sentido humano?. - El colega defensor habla demasiado bien, señoría, pero yo he de dar ya mi opinión clara y rotunda de cómo sucedieron los hechos. ¿No es verdad, doña Simona de Barrufet que usted estaba enamorada de don Inocencio Filemón Sardina y que por causa de que el mentado Inocencio Filemón Sardina estaba enamorado no de usted sino de su amiga La Marquina y que por eso, en un ataque de locura mental y desesperación animal usted, la noche en que él llegó para gozar de los favores de ella, usted le asestó hasta doce puñaladas en su cuerpo repartidas entre el corazón y el pecho ensañándose con un cuerpo humano que ya estaba herido de muerte desde la primera puñalada y que no pudiendo ocultar el cuerpo, por la presencia de su íntima amiga, lo dejó tirado allí mismo, en la misma puerta de entrada a su vivenda mientras tiraba el arma homicida por la alcantarilla de la calzada para hacerla desaparecer?. Así que si la acusada o el abogado defensor de la acusada no puede mostrar su inocencia yo pido para ella la cadena perpetua sin ningún perdón y sin que jamás vuelva a salir de la cárcel a no ser que sea internada de por vida en un manicomio. - ¿Puede la acusada defender su inocencia o doy por válido el veredicto, doña Simona de Barrufet?. - Señor juez, aprendí de mi ex compañero y ex amigo y casi ex novio José Bueno que es quien me enseñó a tener templanza en los momntos más trágicos de mi vida y él y yo sabemos por qué lo digo, a guardar silencio cuando peligra la vida de un ser humano antes de asegurarse una persona de que no va a suceder nada con su hijo. - ¿Es que tiene usted un hijo?. - Exacto. Tengo un hijo de tan solo siete años de edad y por eso no puedo decir ciertas cosas hasta que no vea, con total seguridad, de que no corre peligro su vida. A mí no me importa pasarme toda mi vida en la cárcel, en el manicomio o que me ajusticien con una soga al cuello pero... por favor... ¿puede dictaminar un pequeño receso de media hora para que yo pueda hablar con mi abogado defensor?. - Ya hemos pasado demasido tiempo con el caso y ha hablado usted todo lo hablado y por hablar con él. No le haga caso señoría y que acepte la susodicha toda su culpabilidad que el niño bien podrá pasar la vida con su padre si es que el padre es conocido. - ¡Si vuelve a lanzar una ofensa de esa naturaleza contra mi defendida le juro que por santo Tomás Moro, mártir, patrono de los abogados, que le meto tal piñazo en su bocaza que va a tener que ir hasta Pernambuco a recoger todo sus dientes en un cucurucho de esos que venden los comerciantes para meter las aceitunas que compran las amas de casa!. - ¡Calma!. ¡Calma!. Por favor nada de peleas. A ver, Buscona, sin malicia alguna se lo digo. ¿Puede usted demostrar quién es el padre de esa criatura de tan sólo siete años de edad?. - Es mi hijo y no tengo por qué dar explicaciones a nadie pero jamás he dicgo yo que su padre fuese mi ex compañero, ex amigo y para los curiosos impertinentes mi ex novio José Bueno el padre de él, puesto que no lo es ni jamás he mantenido relaciones sexuales con él. Imposible que un niño venga de la nada. Por lo menos en estos tiempos que vivimos, y del futuro nada se sabe, los hijos deben de haberse engendrado según la naturaleza, o sea, en otras palabras más cristianas, del producto de la relación sexual entre un hombre y una mujer y eso nunca jamás lo ha habido entre José Bueno y yo. En cuanto a quién es el verdadero padre no tengo por qué decirlo ni lo voy a decir. Así que si debo ser condenada que sea ya mismo pero le ruego que me ofrezca un receso de tan sólo media hora para hablar con mi abogado defensor Don Julián Sáez que sí es un verdadero caballero y al cual debo contarle algo muy urgente y a la par, puesto que de pares estamos hablando, o sea de un hombre y una mujer, muy trascendental para el futuro de mi hijo. Después de eso haga usted la sentencia tal como Dios le de a entender. - Está bien. Le concedo esa media hora de gracia. - ¡Protesto señor juez!. Yo, como letrado en jurisprudencia, ya he expuesto mi teoría sobre cómo sucedieron los hechos y que, por suepuesto, es la verdad de toda esta historia. ¿A santo de qué se le va a otorgar esta media hora de receso?. Seguro que es para intentar que su abogado defensor vuelva a insistir en alargar el juicio un día más. Nadie tiene la culpa de que sea una mujer del arroyo. - ¡Si vuelve usted a insultar una vez más a mi defendida le meto tal sablazo en la jeta que va a parar su cabeza hasta el tacho de la basura; so penco!. - ¡Está bien!. ¡Haya calma!. Es justo y hasta humano conceder a la condenada esa media hora que pide como última voluntad antes de ser encerrada en la cárcel o, si así lo sugieriesen los muy señores doctores psiquiatras del Estado nacional, en un manicomio. ¡Receso de media hora concedido!. Dentro de media hora todos de nuevo aquí y le advierto, abogado defensor, que no me voy a dejar engañar para nada ni por nadie. - Estoy de acuerdo, señoría. La justicia es la justicia y todos debemos admitirla como tal.
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