La Buscona (Novela) Captulo 6.
Publicado en Apr 07, 2011
- Señora Doña Simona de Barrufet, viuda de Don Andrés Castillo Botijara, más conocida como La Buscona, está siendo usted condenada a la pena de encarcelamiento de por vida hasta ver si es o no es ingresada, de manera perpetua, en el manicomio de Leganés y su hijo, de siete años de edad, internado en el centro de instrucción general de los padres capuchinos de la ciudad de Santander. ¿Es usted totalmente consciente de todo ello?.
- Sí, señor juez, soy consciente de todo. - Entonces yo, en nombre de los poderes que me confiere la Ley y como alto representante de la misma, le pregunto: ¿tiene usted algo que alegar en su defensa?. - No, señor juez, no tengo ya nada más que alegar. - Entonces, con el ya anteriormente mentado poder que me otorgan las leyes del Estado español, la declaro... - ¡Un momento, señoría!. - ¿Qué le sucede ahora, abogado defensor?. ¿No se da cuenta de que su defendida ya está declarada, por sí misma, culpable del horrendo crimen cometido contra la persona de Don Inocencio Filemón Sardina?. - ¡La defensa todavía tiene algo que alegar en pro de mi clienta!. - ¡Imposible, señoría!. ¡Yo, facultado por las leyes de la defensa del pueblo de Madrid, protesto ante la inadecuada e intemporal acción de mi colega el abogado defensor de la acusada!. - ¡Hago saber al muy sabio y muy docto señor abogado fiscal, al cual no considero por supuesto colega mío a pesar de todo ello, que todavía no he intervenido de la misma manera en que él sí lo hizo y pido a su señoría que se me de la misma oportunidad que él tuvo!. - ¡Señoría!. ¡Eso es imposible!. ¡El veredcito ya está dictado!. - ¡Señoría!. ¡La defensa exige que se cumpla la ley de la imparcialidad y exijo que se me dé la oportunidad de demostrar la inocencia o la culpabilidad definitiva de mi defendida!. - ¡Eso es imposible, señoría!. ¡Vuelvo a insistir que el veredicto ya ha sido dado!. - ¡Y yo digo que eso es ilegal si no se me da la igualdad de oportunidades!. - ¡Escúcheme bien, señor fiscal, togado de dominum vobiscum y sunsum corda, le refresco la memoria haciéndole saber que usted ya tuvo su oportunidad mientras el abogado defensor todavía no la ha tenido y, además, aún que yo sepa y sé bastante bien cual es mi oficio de juez supremo, no he dictaminado ninguna sentencia así que le doy la oportunidad al señor abogado defensor para que exponga lo que de buena ley le correspondiere exponer; en el conocimiento de que no todo lo dicho hasta ahora es la suprema verdad del suceso y de que, paréceme a mí, todavía hay mucho por descubrir en este oscuro caso. - Bien dice, señoría. A mí, como abogado defensor de la Señora de Barrufet, parécme también que el señor fiscal tiene demasiada prisa por dar terminado el caso, algo así como si se le estuvieran comiendo los huevos del desayuno, porque es menester saber que allá donde menos se espera salta la liebre y que esta vida, que es pasajera de nuestras vivencias, contempla, aplicando la legislatura que a su vez también contempla, que la buena justicia es de hombres bien nacidos y no es aconsejable correr en demasía pues como dice mi querida señora suegra con mucho saber por cierto, que a carrera de caballos corresponde siempre una parada de burros. - ¡Señor abogado defensor, aunque en principio y por los principios siempre se principia, no tenía previsto escuchar ya nada más de esta engorrosa, y por favor ruego a todos los aquí asistentes que se quiten la gorra porque es de mala educación tenerla puesta en un lugar cerrado como es este, y por dónde iba, por favor señor abogado defensor, que se ma ha ido el santo al cielo. - Iba usted por lo de la gorra que, paréceme a mí, que muchos son los que de gorra han entrado en la sala y de gorra se quieren marchar sin querer escuchar lo que tengo que decir. - Que yo sepa nadie se ha movido de su sitio, señor abogado defensor. - Lo digo por una persona y ya verá usted, al final, cómo llevo toda la razón o al menos la suficiente razón como para ver que quiere tomar las de Villadiego. - ¿A qué cuento viene ahora lo de tomar las de Villadiego?. - Me explico, señoría. Existen varias explicaciones al origen de esta expresión. Una de ellas es que podría estar relacionado con los privilegios otorgados por Fernando III el Santo a los judíos de Villadiego. En la encomienda se prohíbe detener a los judíos y se establecen penas para quienes les hicieran daño. Villadiego se consideró una ciudad refugio en tiempos de persecución. La protección del rey se señalaba mediante unas calzas amarillas que debían llevar puestas en todo momento. Este dicho también existe en el portugués, donde se dice "Dar às de Vila-Diogo". En relación a este dicho, existe en una de las columnas de entrada al Ayuntamiento una imagen en piedra de San Pedro encarcelado, junto a un soldado (Villadiego), y al lado la siguiente inscripción: Villadiego era un soldado que a San Pedro en ocasión de estar en dura prisión nunca le faltó del lado. Vino el espíritu alado, y lleno de vivo fuego le dice a Pedro: Sal luego toma las calzas. No argullas Pedro por tomar las suyas, tomó las de Villadiego. En resumen, y para no ser más monótono y aburrido que el fiscal aquñi presetne que más bien pareciera un toro embistiendo a troche y moche que un verdadero fiscal y que conste que a troche y moche sólo significa una cosa que sucediñose en la realidad y que se trata al parecer que antiguos leñadores cortaban los arboles, talandolos sin orden, medida ni reposicion. Asi es entonces que comenzaron a usar la expresion "cortar a troche y moche". Se infiere entonces que hacer algo a troche y moche es realizarlo en forma desordenada, sin objetivos, sin ideas previas y que ese ha sido el proceder del señor fiscal durante todo el juicio. - ¡Señor abogado defensor, aligere que se me duerme el personal y que ya tengo yo ganas de saborear algún bocado pues hambre me está entrando de tanto parlar y parlar y que quiero llegar pronto a Parla donde tengo una cita privada con mi esposa!. No tenía previsto escucharle pero do quiera estoy yo hay la justicia y por justicia tengo que darle la oportunidad que usted se merece pero ya, en este mismo momento, le pido que entre en el asunto y no en harinas ajenas que eso jamás lo hizo mi abuelo Matías, el molinero de Molina de Segura que vínose a los madriles de donde soy castizo representante. Así que aligere su discurso señor abogado defensor. - Gracias, señoría. Con su venía me toca a mí rematar la faena final como si de Cucharito se tratara pues ha de saber, señoría, que Cúchares es torero muy famoso. - ¿No me diga que va a contarnos la historia de Cúchares?. - Sólo para relajar los nervios, señoría. ¿Me prermite y va por la santa voluntad de mi querida suegra?. - De acuerdo. Si es para aligerar la carga de los nervios, puede usted contar la bografía del famoso Cúchares. - Francisco Arjona Herrera llamado "Cúchares" nació en esta ciudad de Madrid, España, el 20 de mayo de 1818. Es criado desde muy corta edad en Sevilla, donde su padre trabajaba como empleado del matadero. Huérfano desde los 10 años, ingresa a los 12 en la Escuela de Tauromaquia de esta ciudad, recibiendo los conocimientos del maestro Pedro Romero. Debuta en público el 26 de julio de 1833, en una corrida de Juan León. Debuta en Madrid el 27 de abril de 1840, con reses del duque de Veragua y de Manuela de la Dehesa, como banderillero de Juan León. Toma la alternativa en la misma ciudad el 27 de abril de 1842, aunque no hubo cesión de trastos. Desde ese momento emprende una rivalidad taurina con Paquiro, rivalidad desplazada posteriormente hacia José Redondo "El Chiclanero". Durante esta década es el favorito de gran parte de la afición, si bien su toreo comienza a decaer paulatinamente debido a una lesión en la rodilla. A pesar de esto continúa toreando y el 5 de agosto de 1857 inaugura, junto a su hermano Manuel, el coso de Cartagena. La inauguración oficial de la plaza de toros de Valencia (el coso taurino de la calle Xàtiva) se realizó durante los días 20, 21 y 22 de junio de 1859, en unas corridas en las que Francisco Arjona "Cúchares" actuó como único espada, lidiando reses de las ganaderías de Viuda de Zalduendo y de Nazario Carriquiri. Es el primer torero de la historia que se hace ganadero de bravo; fue a través de una partida de ganado que compró al duque de Veragua. - ¿Ha terminado usted ya, señor abogado defensor?. - Sí, señoría, ya he terminado con el entremés pero ahora viene lo más sabroso del almuerzo. - Le repito que sea mucho más breve ya que tengo que almorzar en Parla y estoy cansado de tanto parlar. - Gracias señoría... - De nada señor abogado defensor... - Que con las que usted se merece son las que usted tiene. - ¡Basta ya!. O entra definitivmaente en el asunto o doy por cerrada la sesión. - ¡No!. ¡Más aplazamientos no, por favor!. - Cálmese colega fiscal que no voy a producir ningún aplazamiento más y con la venia de su señoria pido que suba al estrado a declarar al señor fiscal. - ¡Protesto, señoría!. ¡La Ley prohibe que todo un señor fiscal como lo soy yo tenga que pasar el oprobio de prueba de ningún jaez y menos áun como declarante de un suceso del cual no sé absolutamente nada!. - ¡Señoría!. ¡Le recuerdo que, en caso de que exista alguna duda razonable, sí es lícito, legal y oportuno, llamar a declarar a cualquiera persona, incluído si fuere necesario al mismísimo Rey de España!. Y en este caso existe más de una duda razonable pues es la palabra de una mujer muy mujer ante un hombre más bien poco hombre y si el señor fiscal aduce ahora, en público, que no sabe nada del presente caso; ¿por qué ha dictaminado por su cuenta y riesgo ya la condena según él y saltándose toda su jerarquía, señor juez?. - Razonable sí que es pero le advierto que se ajuste a la mesura y el comedimiento a la hora de hacer sus preguntas. - ¡Y yo me niego, como si fuere el mismísimo Samaniego, a prestar declaración alguna pues ya mi actuación en este juicio ha quedado finalizado!. - Vaya... parece que mi colega de turno, el señor fiscal, sabe bastante de literatura cuando cita a Samaniego y, en ese caso, no me queda más remedio que decir lo que Samniego dijo en cierta ocasión: "Es de suma importancia tener en los trabajos tolerancia; pues la impaciencia en la contraria suerte es un mal más amargo que la muerte". Así que no se me impaciente usted, gran señor fiscal, que sólo son unas preguntas nada más y peor es la muerte de un inocente como el tal Inocencio Filemón Sardina que ser bien mirado por la sociedad; pues a veces resulta que hombre admirado es hombre remilgado y no es cuestión de remilgos en la hora de la verdad. ¡Señoría: bajo mi punto de vista, como abogado defensor que soy, exijo que el señor fiscal suba al estrado y jure, sobre el Código de la Ley y la Santa Biblia, que sólo dirá la verdad y nada más que la verdad. - ¡Le advierto, señor abogado defensor, de que si le hace subir al estrado de los declarantes al señor fiscal y luego resulta que es un perder el tiempo no más, hago que le retiren de por vida su licencia de abogado y va a tener usted que trabajar de vendedor de horchata. - Ya que habla usted de horchata yo he observado que, a lo largo de todo el proceso judicial, el señor fiscal ha mostrado tener sangre de horchata que significa tener un carácter calmoso que no se altera por nada. Y eso, para mí ha sido una contradicción cuando, a la hora convenida, se ha alterado tanto para pronunciar el veredicto de condena de mi defendida. Así que no debe tener temor alguno en contestar a mis preguntas. - Se expone usted demasiado, señor abogado defensor de esta causa. - A eso me expongo, señoría, pero quien no se moja los pies no cruza el río cuando no existe puente por donde pasar y se queda entonces entre Pinto y Valdemoro que los saberes populares dicen que existen varias versiones. ¿Me permite explayarme en ellas sólo para calmar los ánimos de mi defendida la muy honrosa Señora de Barrufet?. - Está bien. Pero que no sirva por perder el tiempo. - No será por perder el tiempo sino para definirme a mí mismo y que todos sepan quien soy. - Adelante entonces pero mire que si al final de todo no sirve de nada le enchirono, señor abogado defensor. - Seguro que alguna vez habéis escuchado aquello de "ESTAR ENTRE PINTO Y VALDEMORO" y os habréis preguntado, ¿qué significa esto?. Las versiones sobre su significado son evidentemente muy numerosas, ya que en un pueblo estas historias van cambiando con el tiempo y según la persona que lo cuente. Voy a contaros las más extendidas, dejando para el final la que está considerada como verdadera: Se dice que, antiguamente, Pinto y Valdemoro (son dos pueblos vecinos), estaban separados por un arroyo. En Pinto, había un hombre aficionado a la bebida y con poca sesera que solía ir por las tardes con unos amigos a las afueras del pueblo. Cuando llegaban al arroyo que separaba ambos términos, el borrachín se divertía saltándolo, canturreando a cada salto: "Ahora estoy en Pinto. Ahora estoy en Valdemoro". En uno de los brincos tropezó, cayó al fondo del riachuelo y exclamó: "¡Ahora estoy entre Pinto y Valdemoro!". Otra versión se refiere a la monarquía. Como se explica en la sección de Historia, los reyes de la dinastía de los Austrias, visitaban muy frecuentemente Valdemoro, ya que era su lugar de descanso en el camino hacia Aranjuez. Por lo visto, había situada entre Pinto y Valdemoro una casa de mala reputación, la cual frecuentaba uno de estos reyes con bastante asiduidad. Así, cuando alguien preguntaba dónde estaba el rey, por no decir el sitio verdadero, decía que estaba "entre Pinto y Valdemoro", palabras que todo el mundo entendía. Algunos expertos tienen esta otra opinión. Valdemoro es una villa de origen árabe y corte musulmana que en el año 1085 fue conquistada por Alfonso VI. Pinto también fue edificada probablemente por los árabes, aunque pronto cayó tomada por los cristianos. Posiblemente, de esta convivencia entre musulmanes y cristianos, cuya única frontera entre ambas poblaciones era el riachuelo, procede el dicho proverbial "Estar entre Pinto y Valdemoro". La versión que se tiene como más fiable, se refiere a la calidad de los vinos. Valdemoro tenía uno de los vinos con más calidad de todo el reino, hecho que se demuestra al ser el vino que se consumía en la Casa Real, y que además obtuvo numerosos beneficios por parte de ésta. En Pinto también tenían vino, pero de una calidad bastante inferior al de Valdemoro. De esta forma, cuando alguien tomaba un vino que no era ni bueno ni malo, decía: "está entre Pinto y Valdemoro". Por eso ahora la frase se emplea al referirse a algo que está entre dos cosas extremas. - ¿Y cuál es la moraleja, señor abogado defensor, si está usted en sus cabales o ha enloquecido de repente?. - La moraleja es que yo no soy de los de "entre Pinto y Valdemoro". Quiero decir que soy de Pinto o soy de Valdemoro; en otras palabras, o soy critiano o soy ateo pero no las dos cosas al mismo tiempo. Y en base a mis verdades cristianas es por lo que busco interrogar al señor fiscal. - De acuedo. Me convence su conducta. No se hable más de asuntos intrascendentes. ¡Le exijo a usted, señor fiscal, a que suba al estrado a declarar por las buenas o por las malas hago que la pareja de los guardias civiles aquí presenten le hagan entrar en razón!. - Como soy razonable y no tengo nada que ver con ninguna artimaña que estoy seguro me va a plantear mi colega el abogado defensor, salgo a declarar por mi propia voluntad para hacer que La Buscona termine sus días tal como se merece. - En esas estoy, colega fiscal, en esas estoy. - No me amilana, colega abogado. ¡Allá voy!. - Cuídese mucho, colega fiscal, de no ser usted quien termine donde todo termina. - ¡Le advierto a usted, señor abogado defensor, que está terminantemente prohibido dirigirse de esa manera al señor fiscal o le impongo una multa que le arde el pelo!. - !Veremos quien da más estopa a quien, defensor de causas perdidas, abogadorcito de oficio que no es usted más que un abogadorcito de oficio!. - Se equivoca usted conmigo, colega fiscal, porque yo no soy el abogado del diablo sino que creo en la Justicia de Dios. - ¿Se cree usted Dios cuando sólo es un pobre leguleyo que no tiene donde caerse muerto?. Escuche la siguiente cita: La ley es un asco, pero bien que nos da de tragar. - Escuche usted la mía: Fácil es ser bueno pero difícil es ser justo. - ¿Usted se cree bueno para algo? - Acierta usted, colega, soy Bueno. - Pues a mí me parece más malo que la carne de pescuezo de un señor juez. - ¡Como se atreve, insolente señor fiscal, decir eso de mí!. ¡Le voy a poner una multa a usted que también le va a arder el pelo!. - Hablando de pelos y ya que al final ha tenido la fineza de subir al estrado y después de haber jurado decir la verdad y nada más que la verdad, ¿no es cierto que usted se tiñe el pelo de castaño oscuro?. - ¡Esto ya es de castaño oscuro, señoría!. - Le ruego al señor fiscal que conteste a la pregutnta o le impongo una multa que se le caen los calzones. - Sí. Es cierto. Me tiño el pelo de castaño oscuro. - ¿Y puede usted decir a todos los aquí presentes de qué color es, verdaderamente, su pelo?. - Rubio. El verdadero color de mi pelo es rubio. - ¿No es cierto que, por eso, a usted le conocen en cieros ambientes barribajeros, chabacanos y marginados como "El Rubio"?. - Pues sí. Es un apodo que me ponen los que viven fuera de la Ley porque me tienen más miedo que al mismísimo Júpiter enfadado. - ¿Se cree de verdad que es Júpiter?. - Incluso más justiciero que Júpiter. - Entonces... ¿es cierto o no es cierto que usted se llama Pedro?. - No tengo por qué dar datos personales, señoría. - Denegada la petición. Responda simplemente sí o no y no de más datos sobre el asunto. - Sí. - Eso me recuerda a que Pedro llegó a negar por tres veces seguidas, antes de que cantara el gallo, que era seguidor de Jesucristo, por miedo de ser descubierto como tal. ¿Tiene usted miedo de algo, Don Pedro Rubio Malpica?. - Yo no tengo ningún miedo a nada, Don Julián Sáez del Castillo, pues nada tengo que ver en este asunto. - ¿Es cierto o no es cierto que usted nació en Barchín del Hoyo, de la muy digna provincia de Cuenca, y pasó una infancia frustrada porque le llamaban "El Barchinero" y no tenía éxito entre las chicas de su pueblo?. - Yo sólo digo que el vivo al bollo y el muerto al hoyo. -´Se cree usted muy ineteligente, señor fiscal, pero ¿es cierto o no es cierto que le da vergüenza que todos sepan que ha nacido en un pueblo de la muy digna provincia de Cuenca?. - Señor abogado, ¿es importante esa pregunta?. - Sí, señoría, es importante para demostrar algo que esconde el señor fiscal. - ¿Está usted seguro de que es importante para el sumario del caso?. - Si. Porque quiero dar a conocer parte principal de las maneras de actuar del señor fiscal. - ¿Seguro, señor abogado defensor?. - Totalmente importante y, en este caso, lo voy a demostrar en cuanto conteste el señor fiscal. - Sí. Es cierto que me da vergüenza reconocer que nací en la provincia de Cuenca. - Luego deduzco que es usted un sinvergüenza por ello. - Señor abogado defensor, le hago notar que está cayendo usted en una contradición. - Y yo le aseguro que no, señoría. - ¡Le advierto que si vuelve usted a sacar conclusiones de ese tipo le impongo una multa grave y cierro el caso!. - Señoría, lo que intento decir es que alguien que tiene vergúenza de su lugar de nacimiento es normal que sufre de un trastorno de personalidad, y para evitar que le llamen paleto porque cree que paleto es ser nacido en pueblo lo cual es falso porque paleto no significa pueblerino sino ignorante, falsifique papeles oficiales cambiando el lugar de nacimiento y haciéndose pasa por nacido en Madrid. - Petición aceptada, señor abogado defensor, pero modere un poco su procedimiento. - Está bien. ¿Es cierto o no es cierto que falsifica usted los datos en los documentos oficiales relativos a su personalidad?. - Pues sí. Pero eso no tiene improtancia, señoría. - Pues yo creo que sí es importante y merecedor de multa y presidio. - Dejeme, por favor seguir preguntando, señoría. El asunto de la falsificación de datos es cuestión de otras autoridades. ¿Puedo continuar?. - Siga, siga, que esto se pone interesante de verdad. - ¿No es cierto, señor fiscal, que le dan miedo las mujeres inteoligentes y por eso no ha mirado durante todo el proceso nunca a los ojos de La Buscona?. ¿Se puede saber donde fijaba su mirada?. - Eso es improcedente, señor abogado defensor, pues no tiene relación alguna aunque fuese uste el mismísimo Tomás de Aquino. - Aqui no, señoría. Pero es relevante por algo que voy a explciar cuando diga lo que yo ya he observado. - Es aceptable. Responda a la pregunta, señor fiscal. - A las piernas. - ¿Es cierto o no es cierto que hace eso porque es usted aficionado a correrse varios metros desde su casa a la Casa de Campo y desde la Casa de Campo a su casa?. - Sigo insistiendo, señor abogado defensor, en que a mí paréceme que no tiene importancia alguna tal asunto. - Si la tiene, señoría, y lo voy a decir al final. - Sí. Todos los días me corro varios metros desde mi casa hasta la Casa de Campo y desde la Casa de Campo a mi casa. - ¿Y por qué hace eso?. - Prefiero no contestar a esa pregunta. - No importa. Lo voy a decir yo. Usted se corre tanto por temor a un cuerpo. - ¿A qué cuerpo se está refiriendo, señor abogado defensor?. ¿Es que se está usted volviendo loco?. - No, señoría, siempre he sido una persona totalmente lúcida y lo que piense la gente de mí no me importa pues sólo doy importancia a quienes me conocen bien y los considero personas. Ya le digo que lo contestaré al final como colofón a mi interrogatorio. Ahora recuerdo, señor fiscal, que tengo en las mentes una letrilla del gran Don Francisco de Quevedo y Villegas, precisamente y ya que estamos enjuiciando a La Buscona, de El Buscón. Y perdone, señoría, pero no creo en casualidades de ese género sea el género que sea. ¿Me ha entendido usted?. - Señor abogado defensor, ¿de verdad no se está usted volviendo loco?. - No. Sólo quiero hacer un nuevo descubrimiento para demostrar que no es casualidad que esta letrilla pertenezca a El Buscón de Quevedo y esta sesión judicial pertenezca a La Buscona de mi defensa. La letrilla dice exactamente así: "Pidámosle sin falacia al alto Rey bien escoria, pues ve nuestra pertinencia, que nos guíe de su gracia, y después allá la gloria". - Amén, señor abogado defensor, amén. Conozco esa letrilla. ¿Ha terminado ya su interrogatorio?. - No, señoría. He recitado dicha letrilla porque a partir de ahora quizás a alguien no le haga tanta gracia el asunto. - Yo no estoy dispuesto a seguir escuchando tales insensateces, señoría. - Hasta que el interrogatorio no se de por terminado usted me hace la gracia de permanecer en el estrado. - Por eso cité lo de la gracia de Quevedo, señoría, y en cuanto a lo de la gloria también de Quevedo, lo digo porque ese es el verdadero nombre de La Marquina. Es Gloria y a mí me parece que al señor fiscal le gusta mucho la gloria, la fama y el creerse el mejor del mundo entero en esto de conquistar mujeres diciendo e intentando hacerlas creer que es torero de a veras cuando hasta una simple vaca campestre le hace mancharse los calzones de eso que todos sabemos cuando cunde el pánico en un cuerpo. Mire por donde ya he hilvanado la contestación de por qué me refería al correrse por culpa de un cuerpo. Y ahora, sin pérdida innecesaria de más tiempo pues es verede que el tiempo también se corre, unas veces a favor y otras en contra, vamos a ver, señor fiscal, ¿es cierto o no es cierto que usted se cree que tiene los poderes hipnóticoss de Rasputín para enamorar mujeres y, en este caso, a la Gloria me refiero?. - ¡Es usted un insolente!. - ¿Se cree o no se cree usted poseer los poderes hipnóticos de Rasputín?. - Conteste a la pregunta, señor fiscal, ya que estoy yo, en estos momentos, más perdido que un monje en El Molino Rojo de París que acaba de entrar en funcionamiento gracias a Josep Oller y donde a cada visitante se le escapa la olla de tanto ver chicas bailando el cancán. - ¡Buena la metáfora, señoría, aunque metáfora no es sino más bien una simple figura literaria y es que el asunto de la Gloria ha sido bastante simple de descubrir. - ¿Hasta dónde desea usted llegar, señor abogado defensor?. - Hasta mi casa vivo y salvo y a ver si es posible que hoy termine todo este trasiego que cualquier pasiego tiene libertad para ir al Molino Rojo mientras a mi defendida el señor fiscal le ha prohibido toda libertad y la ha enjuiciado cuando era usted, señoría, quien debía haberlo hecho. - ¿Se puede saber por qué saca usted ahora a relucir todo esto?. - ^Porque ha llegado la hora, aunque me sea muy dolorosa, de hacer mi próxima pregunta. ¿Es cierto o no es cierto que usted se cree más saleroso que nadie cuando se encuentra con la Gloria?. - ¡Nuunca he conocido a dicha señora!. - Claro... porque usted no conocía su verdadero nombre. - ¡Señor abogado defensor!. ¿Puede decirme ya hasta dónde quiere usted llegar?. - Le repito que hasta mi casa vivo y salvo y por eso voy a por una pregunta muy trascendental. ¿Es cierto o no es cierto que usted, gran señor fiscal de conductas ajenas, está locamente enamorado de La Marquina desde que La Buscona le dio unas rotundas calabazas en su intento de conquistarla a como fuere lugar por las buenas o a como fuere lugar por las malas, pero que fracasó en el intento y por eso se dedicó a enamorarse de La Marquina pero sin ninguna sensibilidad de por medio?. - ¡Usted no puede demostrar nada de lo que está diciendo!. - Tiempo al tiempo, colega, tiempo al tiempo. Por cierto, ¿es cierto o no es cierto que usted pertenece a la cofradía de los sacramentinos de Madrid?. - ¿Tengo que responder, señoría, a esa pregunta?. Yo creo que el Estado español respalda que ciertos datos sobre creencias religiosas no tengo por qué hacerlos públicos. - ¿Usted cree que son trascendentalmente importantes conocerlos, señor abogado defensor?. - Yo diría que son la clave de todo este asunto. - Usted se equivoca. - ¡Ya lo decía yo, señoría, gracias por comprender mi negativa a responder a eso!. - No. Si me refiero que quien se equivcoca es usted, señor fiscal, pues ha de saber que cuando se trata de asuntos tan graves como un asesinato, ese dato no sólo es obligatorio darlo a conocer sino imprescindible que lo haga. Le recomiendo que se limite sólo a decir sí o no. - Le vuelvo a hacer la prenta, colega fiscal, ¿es cierto o no es cierto que usted pertenece a la cofradia de los padres sacramentinos de Madrid?. - Sí. Y como nada temo puesto que nada sé del dichoso asesinato cometido por su defendida le aclaro que una cofradía es una asociación de fieles católicos que se reúnen en torno a una advocación de Cristo, la Virgen o un santo, un momento de la pasión o una reliquia con fines piadosos, religiosos o asistenciales. - No era necesario tanta explicación pero, ¡vayamos a por todas pluguiere Dios!, que me parece ya mucho dar vueltas pudiendo ir en recto al asunto cuestionado, ¿es cierto o no es cierto que usted, Pedro Rubio Malpica, tenía celos enfermizos de Inocencio Filemón Sardina porque La Marquina le prefirió a él antes que a usted y que por eso lo apuñaló hasta una docena de veces con premeditación, alevosía y nocturnidad?. - Eso es mentira. ¡Usted no tiene ninguna prueba de ello y se ha terminado el hacerme preguntas inoportunas!. - No hace falta hacer más preguntas. - ¿Y cuál ha sido el motivo de este interrogatorio al señor fiscal?. Le advierto, señor abogado defensor, de que si ha sido para enternecerme ante su defendida no lo ha conseguido y es posible que mande a las autoridades que le retiren su licencia de abogado además de pasar unos días en chirona. - No, señoría. Voy a demostrar que el verdadero asesino de Inocencio Filemón Sardina es el señor fiscal Pedro Rubio Malpica, conocido en el mundo del hampa como "El Rubio" y para decir eso tengo una prueba contundente. - Usted no tiene nada de nada contra mí y yo seré otro que me encargaré de hacer que usted no vuelva nunca a ejercer de abogado. - Esperen un momento señores y señoras. Resulta que el tal Inocencio Filemón Sardina, en sus titánicos esfuerzos pòr defenderse de las puñaladas agarró con su mano derecha el escapulario de cofrade que llevaba aquella noche Pedro Rubio Malpica, que se cree que pica muy alto cuando en realidad solo coge alguna varilla que otra de esas que nadie desea y por una perra gorda se obtienen, y tiró tan fuerte de él que se lo arrancó del cuello. Como resulta que, en aquellos momentos, ante el ruido y las voces del moribundo pidiendo auxilio, La Buscona salió a ver qué pasaba en la puerta, "El Rubio" no tuvo más remedio que darse las de Villadiego y, lo mismo que hace todos los días de correrse unos pocos metros trotando desde la calle San Roberto, en El Batán, hasta la linde con la Casa de Campo, se corrió fuera del escenario del crimen sin poder recuperar su escapulario. - ¡Eso sólo es una conjetura falsa!. Al no existir esa prueba es su palabra contra la mia y le recuerdo que mientras yo soy todo un doctor en jurispurdencia usted sólo es un abogadillo de oficio así que mi palabra vale más que la suya!. - No se me ponga tan vehemente, señor fiscal, puesto que resulta que ese escapulario es el que tengo yo aquí y lo muestro como prueba defintitiva. Si se observa a simple vista está lleno de sangre en su parte delantera y eso es porque el finado, antes de morir, se acercó el escapulario contra su pecho, a la altura del corazón, como pidienoo a Dios perdón por sus pecados cometidos con La Marquina. Y, para mayor abundancia, si vemos el dorso del escapulario descubrimos, con gran asombro, que Pedro Rubio Malpica, que no pica tan alto como él dice sino más bien pica entre la basura femenina que encuentra a su paso, tiene escrita la siguiente frase que ahora se la paso a usted, señor fiscal para que vea que es cierto, y que dice así: "Te amo Marquina y soy capaz de matar por celos". - Si esto es cierto, que ya lo veo que es verdad, ¿por qué La Buscona no dijo nunca nada a pesar de que estuve a punto de mandarla a cadena perpetua o incluso a morir en la horca?. - Eso demuestra el valor que tiene como madre y lo que una madre puede llegar a hacer, gracias al amor, por su hijo. Si se le pidiese el corazón para dárselo a su hijo estoy totalmente seguro de que esta fiel y cristiana madre lo daría con todo gusto y sin hacer asco alguno a perder la vida por su hijo. - Pero... ¿por qué no avisó a la policía?. - Por miedo a lo que le pudiera suceder a su hijo ya que en el mundillo de "El Rubio" hay veces que se llevan a cabo venganzas. - Está bien. Comprendido. En base a lo demostrado absuelvo de todos los cargos presentados por el señor fiscal Don Pedro Rubio Malpica a la Señora Doña Simona de Barrufet Ordóñez y, a cambio, según ha demostrado tan eficazamente el abogado defensor Don Julián Sáez del Castillo, ordeno y doy el veredicto final de que el citado fiscal Don Pedro Rubio Malpica debe ser internado de por vida en el Manicomio Provincial de Leganés. He dicho. FIN
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