Sala de espera
Publicado en Apr 11, 2011
Ese malestar que un día se presentó y que recién nos dimos cuenta que ya existía, poco a poco se va transformando en un pensamiento permanente, un comentario obligado y una preocupación; cuando se llega a esta etapa, de hecho la primera con sentido, se toman en cuenta las opiniones y siempre el famoso síntoma lo tenían las personas más enfermas o las que ya han muerto, esta es la segunda etapa, la etapa sin sentido.
Dado los antecedentes y empezando a tener miedo, la etapa siguiente es la información por internet: ¡TERROR!, es horible lo que se encuentra, nuestro síntoma es grave, ¡MUY GRAVE! Y a este grave síntoma hay que agregarle la depresión que surgió vía internet. Allí, agotados y casi moribundos comenzamos a despedirnos de todo lo que queda por hacer y que tan vez no haremos, ¡hay tantos motivos por los cuales quedarse aquí! La solución está en Dios, en la iglesia y nuestra fe y esta es la peor etapa: la fe, nuestra fe, no nos alcanza para sanar. Rogamos, pedimos y pedimos y lo peor; prometemos y prometemos. Esta es la etapa de la esperanza donde nos volvemos buenos y valoramos a Dios, donde la vida tiene otro sentido y deseamos que no sea tarde. Por último, decidimos ir al médico y allí, en la sala de espera, entre promesas y ruegos, entre sudor nervioso y paseos enfermantes, entramos en la penúltima etapa, la del cara o sello. Nunca nos preguntamos en esta etapa por qué no empezamos por visitar al médico, creo que el gran síntoma de nuestra enfermedad es la autotortura y en base a ella vivimos y algunas veces morimos. Al salir del médico con un frasco de pastillas se nos olvidan todas las promesas, los valores y la religión pues estamos a salvo, a salvo por un tiempo... ya volveremos a esa sala de espera, ya volveremos y ojalá siempre salgamos con un frasco de remedios y menos amnesia.
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