Aquellas vacaciones de feliz infancia (Diario)
Publicado en Apr 12, 2011
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Campamento de Hoyo de Manzanares. El reparto de las camas era una batalla campal donde lo mejor era dejar que se peleasen por las literas de arriba, desde donde las caídas eran morrocotudas (como sucedió con Marianito soñando que había pasteles en el suelo) y quedarse con una cómoda litera de las de abajo para jugar con los sombreros de paja a darles vueltas al igual que la vida nos daba vueltas alrededor de nosotros mismos mientras yo imaginaba historias verdaderas de Diego Valor contra los verdes mekones. Quedarse en las literas de abajo era señal de inteligencia para no darse batacazos contra el suelo por soñar...
Y estaba el famoso fantasma de las habitaciones. Aquella bata blanca que alguien se había dejado olvidada, como se olvidan los lapiceros en cualquier lugar, que confundían, los más temerosos, con el fantasma del Campamento. Quienes eran  verdaderos fantasmas del Campamento eran los hijos del sargento Permuy a los que les servían comidas especiales llevadas en bandejas de alpaca con cubiertos de alpaca, mientras nosotros nos liábamos a lanzar las croquetas contra el coco de los temerosos. Croquetazos limpios, que no dejaban manchas salvo en la parte donde impactaban como proyectiles teledirigidos con radar. Más de uno se estará todavía rascando la cocorota.
Y lo emocionante que resultaba ir de cacería de renacuajos a las charcas de agua sucia que más parecían alcantarillas de desagüe que verdaderas charcas. Pero sí. Éramos felices recogiendo renacuajos para luego soltarlos a los pocos minutos después de habernos felicitado por la hazaña. Eran tiempos del tebeo "Hazañas Bélicas" y los de Caballería éramos más belicosos que los de Artillería, los cuales fardaban de caer bien entre las niñas mientras nosotros éramos el terror de ellas. Por eso nunca olvidaré que, en la fiesta de Santiago, los de Caballería goleasen a los de Infantiería para goce nuestro y terrible frustración de los artilleros que algunos quizás no se hayan todavía repuesto del todo y sigan visitando a los psicólogos para olvidar aquella paliza.
El caso es que ellos molaban de tener castillos entre los arbustos pero nosotros, rebeldes siempre, nos carcajeábamos de sus costumbres de pasar las escobillas para tenerlos limpios ante la anunciada visita de la princesa y sus cortesanas, mientras hacíamos nuestro alcázar inabordable en las derrumbadas cochineras, allí refugiados entre los ladrillos de color bermellón inventando cuáles serían las próximas perrerías que les tendríamos que hacer y mira que no escarmentaban.
Las duchas era un verdadero trago amargo porque el agua salía congelada y el jabón se resbalaba por entre los dedos y para recogerlo del suelo había que tener cuidado con las picaduras de los mosquitos, el ataque de las hormigas y la amenaza de alguna que otra lagartija que corría, asustada, en cuanto dábamos suelta al grifo. Agua helada. Agua congelada. Y tiritona hasta poder entrar en calor corriendo endiabladamente entre las rocas que tenían hasta musgo y alguna que otra boñiga de vaca mas plastas de humanoides.
Aquellas habitaciones eran lo más parecidas a las celdas de los correccionales pero no nos corrigieron el defecto de asustar a la princesa y su cortejo de cortesanas irrumpiendo en los limpios castillos de los de Artillería y dejando alguna plasta de nuestro recuerdo de que habíamos pasado por allí. En vista de esto, los de Artillería debían suspender las invitaciones a la reina y sus cortesanas porque les habíamos saboteado la entrevista. Por eso los de Artillería no nos podían ver a los de Caballería ni en pintura.
¡Y qué gozada cuando a alguien de nuestro grupo se le ocurrió introducirse en las lujosas y cómodas habitaciones de las niñas, esquivando la vigilancia de la madre superiora y resto de monjas, y metió una lagartija en una de las camas!. Fuimos descubiertos por los chivatos de Artillería y algunos tuvieron que pasar la noche, en calzoncillos, junto al poste de la bandera nacional. Las monjas y los soldados eran nuestra pesadilla. Las monjas porque nos vigilaban continuamente para no acercarnos demasiado a las habitaciones de las niñas y los soldados porque eran pelotas del sargento Permuy, de Artillería, al cual le adulaban para ganarse algún permiso especial (especialmente el soldadito Pepe que me hacía reír porque parecía salido de un tebeo), mientras nos vigilaban a los de Caballería como si espías de la KGB se tratasen.
Yo, por las tardes, miraba a las montañas cercanas y veía aquellos seres vestidos de blanco que deambulaban por entre las rocas como si fantasmas del atardecer fuesen. En realidad nunca supe si eran seres humanos o bichos de la prehistoria que pululaban por entre las montañas. Bien mirado parecían seres de ultratumba y aquello sí que producía miedo si es que se les daba por atacarnos por sorpresa. Pero no llegó la sangre al río y se limitaban a pasear desorientados de peña en peña con los prismáticos bien ajustados para vigilar cuáles eran nuestras acciones. Los de Caballería estábamos rodeados por todas partes y las culpas siemrpe nos las echaban a nosotros y total por no ser tan ridículos como Marianito y su compañía de artilleros.
Los domingos había visitas paternas y maternas y entonces poníamos caras de angelitos para salir bien guapos en las fotografías, tanto en las horas de comida como en las horas de estar paseando por el campo a través. Y bien que salíamos guapos fotografiados todos en aquellas inolvidables estampas, pues estampas parecían, que mi madre guardaba celosamente en el álbum familiar.
Dábamos por bueno que las vacunaciones surtían efecto y por eso no sufríamos de fiebres ni de extrañas melancolías. Estábamos flacos pero más sanos que los robles. Los mosquitos no podían con nosotros y los bichos de las aguas parecían apartarse cuando de beber agua de los riachuelos se trataba,
Y llegó el final. Un comandante de no sé qué cuerpo amenazó con matar a quien  fuera, incluídas las monjas que hacían sus servicios con las niñas, por algún problema de nostalgia y soledad que sufrió alguno de sus hijos y entonces el coronel dijo bata ya y cerró para siempre el Campamento. Recuerdo el regreso en el autocar del sargento Estalote y nunca olvidaré a "La Cafetera", la tartana donde viajábamos los de Caballería en las excursiones a San Lorenzo del Escorial y otras partes de la sierra. En fin. Campamentos de infancia nunca olvidados, siempre recordados y compuestos de estampas folclóricas familiares en forma de fotografías con añoranza que hacían suspirar a mi abuela, a mi madre y a mi hermana.
Hace pocos años pasé por allí. No queda nada. Sólo que en la atmósfera todavía se respira aquella época y aún se puede uno imaginar que no ha desaparecido todavía aquella tropa de niños y niñas jugando en círculo a la zapatilla por detrás mientras merendábamos todos pan con carne de membrillo y los domingos las partidas del bingo casero aficionado con bolas de madera y cartones de poner piedrecitas en lugar de tachar los números con el lapicero. Parece como si todavía fuese verdad pero sólo queda la presencia de las jaras y las retamas.
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Foto del autor José Orero De Julián
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Descripción

Página de diario personal

Palabras Clave: Diario Memoria Recuerdos.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Personales



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