Recuerdo el ángel que me dio el impulso de acercarme
y aun más, el temblor divino en mis labios
para arrebatar un suspiro inquieto hasta quemarme.

Aún recuerdo cuando nuestra respiración
se abrazaba en el silencio, embriagadas de perfume
planeando una admirable conspiración
contra el vil tiempo que nos consume.

Veo nuestros labios retorcerse en agonía:
Tempestad de placeres comprimidos,
mezcla de locura y lujuria, en fatal ironía.
—¿Cómo he de olvidar aquel mutismo corrompido?—

Percibo en mi boca aquella débil violencia
¡Oh, bello ángel, antaño amante de la luna!
Haz devuelto a mi corazón su antigua turbulencia.