Gabriel, el meño y la chavala inocente (Diario).
Publicado en May 24, 2011
Éramos, por orden alfabético, Bonifacio, Cesáreo, Gabriel, José y Máximo. No recuerdo a nadie más. El caso es que estábamos en el Parque del Buen Retiro de la ciudad de Madrid. Andurreábamos por allí como jugando a las pesquisas y... ¡claro está!... le descubrimos. El patinador, por llamarle de una manera decente, quería a toda costa violentar a la chavala inocente. ¿Qué hacemos? me dijeron los otros cuatro. Entonces ideé la idea, que en aquel momento me pareció la ideal, de lanzar piedras hacia donde se encontraba el de los patines pero sin tener la mala puntería de endiñarle a la chavala inocente. Como el de los patines no quería hacer caso de las advertencias que eran mucho más que serias, ideé la siguiente táctica: pasar continuamente por delante de él y, minuto tras minuto, irle diciendo que nos dijera la hora. En principio él creyó que estábamos perdidos pero... ¡quiá!... el único que se encontaba perdido ere él.
Hasta que, de tan mosqueado que estaba con nosotros, no se le ocurrió mayor infeliz idea que atrapar a Gabriel y mantenerlo como rehén para que le dejásemos el campo libre para abusar de la chavala inocente. De eso nada. Mandé a los míos que se quedasen guardándome las espaldas, cogí un buen meño de barro duro, llamadlo si queréis también mazacote endurecido, y le avisé: ¡O sueltas a Gabriel o te arreo tal meñazo en la cocorota de avestruz que tienes que te acuerdas para el resto de tus días!. El de los patines se asustó y dejó en libertad a Gabriel. Entonces fue cuando le dije: ¡Esto no ha terminado todavía así que haz el favor de soltar también a esa inocente chavala que no sabe lo que está haciendo!. El de los patines, nervioso y desconcertado, se tuvo que levantar del montículo donde quería cometer el infanticidio y, rezongando, me aseguró: ¡Nos volveremos a ver!. Por supuesto que nos volveremos a ver, donjuan de pacotilla. Así fue. Poco tiempo después me lo encontré en la Academia Altamira y le dirigí el siguiente mensaje: ¿Te acuerdas de la tarde de Gabriel, el meño y la chavala inocente, casi sifilítico?. Bajó la cabeza, aprendió la lección y se dedicó al patinaje de ruedas. Le vi en el Paseo de Coches del Buen Retiro de Madrid, haciendo el ridículo en la competición de patinaje sobre ruedas. ¡Que te sirva de lección, aprendiz!... le solté en medio de la competición. Nunca más supe de la chavala inocente pero creo que todavía se acuerda de mí. Yo sólo le pido a Dios que no me esté agradecida pero que si quiere recordarlo por mí no hay problemas. El de los patines seguro que no olvidó aquella tarde del Retiro de Madrid y, por supuesto, mi amigo Gabriel tampoco. Éramos, por orden alfabético, Bonifacio, Cesáreo, Gabriel, José y Máximo. No recuerdo a nadie más. Creo que cada uno tomó su propio destino y espero que la chavala inocente se haya casado ya con el verdadero hombre de su vida mientras el de los patines todavía está pensando en cómo conseguimos aquella amplia victoria. Para conocimiento de él digo lo siguiente: "No es de hombres bien nacidos los que en infanticidios están metidos". Aún estará, el de los patines, sudando cuando recuerda la tarde en que casi le abrí la cabeza con el meño de barro duro o, si queréis llamarlo de otra manera, el mazacote endurecido. Gabreel salvó el acabar con la cara hinchada, la chavala inocente salvó su virginidad y el de los patines bajó la cabeza y hoy espero que haya aprendido a respetar a las mujeres y a ser más hombre de lo que era.
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