La Condesa de Quito (Novela Corta) Captulo 5.
Publicado en Jun 13, 2011
Mar Caribe: 19 de julio de 1792.
El Español reposaba, tranquilamente y fumando tabaco importado de la isla de Tobago, con su recién estrenada pipa hecha de madera de cedro libanés, en el cómodo sofá del camarote de La Cubana. La luz de la luna llena entraba en la estancia y hacía nítida la visión de todos los objetos allí reunidos. Verdaderas obras de arte producto de los suntuosos botines coleccionados por la mujer pirata. Especialmente se fijó en que había allí, sobre la mesa de madera de roble que estaba arrinconada en el lado izquierdo según se miraba desde el sofá, un astrolabio del siglo XVI, uno de esos instrumentos que se utilizaban para observar la posición de los astros y determinar su altura sobre el horizonte y, junto a él, en la misma mesa, el querido catalejo de oro macizo que ella había recogido de entre las joyas robadas a los viajeros y viajeras de "La Capitana", el barco predilecto de los Condes de Quito. Cerca de la mesa se encontraba un mueble-bar esférico, de madera de chanul, que tenía dibujado en su redonda y barnizada superficie externa, una copia del mapa mundi que dibujó Américo Vespuccio, el navegante que, lo mismo que Cristóbal Colón, se había nacionalizado castellano a pesar de haber nacido florentino. La apertura del mueble-bar se abría separando, hacia arriba, los dos hemisferios dibujados. Lentamente se fue abriendo la puerta del camarote y, segundos después, hacía su aparición la bellísima Cubana que traía, cogida de su mano derecha, a la aún más bellísima Liliana de las Mercedes. - ¡Hola, Español!. ¿Qué te parece?. - Muy lindo el mapa mundi. - ¡Me refiero a ella!. ¿Es que estás ciego?. - Perdona... no sabía que estaba tan mal de la vista... - ¿Y éste es el famoso Español del cuál te he oído hablar tanto?. - Este es, condesita... ¿qué te parece?. Liliana de las Mercedes se quedó mirando a los ojos del más famoso pirata de los mares del siglo XVIII. - La verdad es que sí... - ¿Qué quieres decir con eso?. - Que tienes buen gusto con los hombres, Cubana. - ¿Y a ti que te parece ella, Español?. El Español no quiso hacer ningún comentario. - ¿No vas a dar las buenas noches a este bombón de mujer?. - Buenas noches, condesita... -dijo el Español dejando de fumar y lanzando la pipa haica la parte más lejana del sofá. - ¿Buenas noches, dices?. ¡A mí me daría vergüenza ser español y alcanzar la fama del más intrépido pirata jamás conocido?. - Será que estoy loco... - Pues no me extrañaría nada que lo estuvieses. - ¡No le hables así al Español, condesita, o serán las últimas palabras que digas viva!. - ¡No me das miedo, Cubana, ni menos todavía me da miedo él!. - Ya somos dos, condesita -respondió El Español- a mí tampoco me das miedo tú sino que produces placer a mi vista. - ¡¡Gamberro!!. - ¡Te estás comportando como una chica malcriada, condesita! -intervino La Cubana- ¿acaso no has aprendido nada del buen colegio dónde has debido estudiar?. La hija de los Condes de Quito apartó la mirada de los ojos del Español y, un poco aturdida, se enfrentó a la mirada de La Cubana. - Perdona... ¿tú sabes acaso en quçe colegio he estado yo?. - Seguramente que en el más caro de la ciudad de Quito. - Pues te equivocas una vez más porque estudio en la Universidad de La Sorbona de París. La Cubana, tan poco acostumbrada como estaba para hablar con mujeres superiores a ella tanto en lo físico como en los inmaterial, ironizó para salir de su asombro. - ¡Ah, sí!. ¡Claro!. ¡París mon amour!. ¿Dejaste muchos amores entre los franceses?. - ¡Déjala en paz, Cubana!. ¡En realidad no interesa saber dónde ha estudiado ni cuántos corazones ha podido romper!. Liliana de las Mercedes volvió a mirarle a los ojos. - ¡Tú seguramente has estudiado en algún colegio español de mala muerte porque no tienes ni la caballerosidad de levantarte cuando te encuentras ante una verdadera dama!. - Digamos que estoy bastante cansado y que no me puedo levantar no ante una verdadera dama sino ante dos. - ¡Vuelve a por otra, condesita!. ¿Ves cómo si tiene educación cuando se trata de halagar a las mujeres sin prejuicio alguno?. - Sólo es un degenerado. - ¿Has querido decir que soy un renegado?. - Sí. Además de degenerado eres un renegado. - No sigas con ese tono de prepotencia o te haré callar para siempre, condesita de la alta clase social -amenazó de nuevo La Cubana. - Bien. Dejen de pelear por tan poca cosa. Si es necesario levantarme me levanto. El Español se levantó. Entonces Liliana de las Mercedes pudo comprobar, con sus propios ojos, que además de guapo y atractivo poseía una espléndida figura varonil. Y se quedó en silencio mientras su corazón comenzó a latir algo más de lo normal en ella. La Cubana lo sintió. - Me parece que la has emocionado, Español. ¡Está a punto de correr a tus brazos!. La hija de los Condes de Quito reaccionó como si la hubiesen dado una imaginaria bofetada en pleno rostro. - Ni muerta quisiera yo estar en brazos de este hombre. - Al menos reconoces que es un hombre. - No discutran más por mi culpa, señoritas, por favor. Yo no merezco tanto elogio. - ¡Y además es vanidoso! -explotó, con aplomo, la hija de los Condes de Quito. En realidad disimulaba muy bien pues se encontraba aturdida. Aquel hombre era guapo pero, realmente, más que guapo era muy atractivo; especialmente por la personalidad que irradiaba todo su ser y que rompía los esquemas de un vulgar pirata nada más. Comprobó que le empezaba a interesar conocerle más a fondo de lo que ella estaba dispuesta a querer... pero le molestaba aquella serenidad que mostraba mientras la miraba fijamente a los ojos. Por eso desvió su mirada hacia el catalejo de oro macizo. - Sí. Efectivamente, condesita, es el catalejo de oro de tu querido padre. Ella se volvió, repentinamente, hacia La Cubana. - Si vuelves a pronunciar el nombre de mi padre con tanta ironía y delante de este bellaco soy capaz de sacarte los ojos y arojarlos al mar para dar de comer a los cocodrilos o, si lo prefieres, a un río amazónico para comida de los peces pirañas. - ¡Vaya genio que tiene la condesita! -ironizó ahora El Español. - Ya te advertí, Español, que es una mujer de armas tomar. Nada fácil de domar por cierto. Liliana de las Mercedes volvió su mirada a él. - ¿Creías que una futura condesa es tan simple como una de esas corderitas que tanto habrás conocido en profundidad?. - Futura Condesa de Quito y, además, futura Marquesa de Cataluña. - Tú lo has dicho, insolente rufián. Rezumo nobleza por los cuatro costados. ¿Y tú?. ¿Se puede saber qué clase de sangre circula por tus venas?. - Te puedo asegurar que es roja. Mi sangre no es azul sino roja. Aquella serenidad con la que él devolvía todos sus ataques la sacaba, por momento, de sus casillas; pero hacía enormes esfuerzos para que nadie lo notase. - ¡Ves, condesita!. ¿Te gusta o no te gusta El Español?. - Si fuera noble quizás hasta me podría gustar algo. - ¿Noble?. ¿Si yo fuese noble podría usted sentir hacia mí algo más que desprecio?. - Tú lo has vuelto a decir. ¡Eres despreciable!. - Me tutea usted demasiado, futura condesa y futura marquesa. - Es lo que hago con los hombres vulgares. - ¿Por qué es despreciable El Español, condesita?. Ella volvió a mirar de frente a La Cubana. - ¡Es imposible que tú sepas la diferencia que hay entre un hombre noble de la alta sociedad y un vulgar hombre pirata salido de alguna alcantarilla. - ¿Vulgar?. ¿Has dicho que soy vulgar del latín vulgaris?. Liliana de las Mercedes quedó, de nuevo, otra vez sorprendida. - ¿De dónde sabe un gañán como tú palabras latinas?. - A lo mejor es que aprendí latín por esos colegios de Dios. - ¿Acaso tú crees en Dios?. - Cambiemos de conversación... porque me aturde escuchar la palabra Dios -cortó la conversación La Cubana. - No. Espera, Cubana. Si es necesario hablar de teología hablemos como teólogos. La hermosa hija de los Condes de Quito ahora no sabía qué decir. - Dios está aquí -señaló El Español señalando con su mano abierta hacia el astrolabio. Pero La Cubana supo reaccionar ante el mutismo de Liliana de las Mercedes; la cual intentaba comprender a aquel hombre y no lo conseguía. - Si Dios está aquí... ¿por qué estamos hablando los tres como si esta fuese una guerra?. - Perdona, Cubana, pero te vuelves a equivocar. Esto no es ninguna guerra. Esto sólo es una batalla nada más. Las guerras quedan para los poderosos. - ¿Y tú crees que mi amado padre es de los que hacen la guerra?. - No. Yo estoy seguro de que no es de esos. - ¿Acaso tú conoces de algo a mi padre?. - Le conozco por haberte escuchado a ti hablar de él. La hija de los Condes de Quito no sabía si le había dedicado una galantería o se estaba burlando de ella. - No. No me estoy burlando. Ahora seguía sin saber cómo calificarle. - No sabes bien con quien te enfrentas condesita -intervino La Cubana. Liliana de las Mercedes no lo pensó más tiempo y contestó. - Estoy frente a un cobarde que nada más que hace enriquecerse con la piratería a costa de las vidas de las personas decentes. - Te estás equivocando de nuevo, condesita, si hubieras escuchado bien alguna que otra vez sobre la leyenda del Español te darías cuenta, en seguida, de que este hombre jamás mata a nadie. Ni tan siquiera está de acuerdo con tomar rehenes para pedir recompensas por ellos o ellas. - No me voy a deslumbrar con tus mentiras, Cubana. Tú y él sois nacidos el uno para el otro. Tú eres sanguinaria y él también lo es. - ¡No vuelvas a hablar de un hombre sin conocer nada de su vida!. ¡Cuando digo que El Español no hace derramar ni una sola gota de sangre de seres inocentes no estoy mintiendo sino que sé muy bien lo que digo. Quizás hasta él ha derramado sangre por los demás!. - ¿Cuánto te ha pagado por decir eso?. Entonces intervino de nuevo El Español. - ¿Tú crees que el dinero sólo sirve para comprar conciencias humanas?. - Eso al menos me da a entender ella. - No le juzgues tan mal. La Cubana puede ser sanguinaria pero también tiene sentimientos amorosos dentro de su corazón. Quizás esté muy equivocada pero no por eso deja de sentir. Tú tienes a tu padre y a tu madre. Ella no los tuvo jamás. Tú estudias en la mejor universidad de París y de Francia entera. Ella ni tan siquiera pudo acudir a la humilde escuelita de Caletones, en la provincia cubana de Holguín. Tú puedes ser virgen todavía a tus hermosos veinte años de edad. Ella perdió la virginidad a sus infantiles doce años de edad por culpa de un animal de dos patas que se sintió muy macho. ¿La comprendes ahora?. - Sólo comprendo que ningún ser humano puede quitar la vida a otro ser humano sea quien sea. - De acuerdo... yo también estoy de acuerdo con eso... pero ¿qué sucede con un ser humano a quien la sociedad le ha convertido en un ser sanguinario, como si fuera cualquier cosa sin haberlo querido en principio?. - ¡Ya está bien, Español!. ¡Yo no soy cualquier cosa!. -protestó, enérgica, La Cubana. - Demostración de que no sabe cómo tratar a una dama. - ¡Cállate tú también, condesita!. Tú estás acostumbrada a que te lisonjeen los petimetres de la corte virreinal. Él al menos sabe cómo se puede hacer sonreír a un ser tan depravado como yo. - ¡Eso!. ¡Tú lo has dicho!. ¡Este hombre sólo es un depravado bajo la máscara oculta de un caballero español!.¡Pero me da asco saber que es de mi propia nacionalidad!. - ¡¡Basta ya!!. ¡No te consiento ni un insulto más!. ¡Ahora vas a saber lo que tiene de hombre dentro de su corazón!. La Cubana se sentía herida en lo más profundo de su ser animal. Algo había en la mirada del Español cuando la dirigía a los ojos de Liliana de las Mercedes que la molestaba enormemente. Y cuando La Cubana se ponía celosa se convertía en una fiera. Así que, sin darle tiempo a la hija de los Condes de Quito para poder defenderse, la sujetó firmemente hasta dejarla inmovilizada por completo. La Cubana estaba tan irritada que, a pesar de los esfuerzos que hacía, Liliana de las Mercedes no podía liberarse de ella. La fuerza de La Cubana, en sus momentos celosos, era descomunal y la condesita no podía evitarlo ni hacer nada más. Entonces fue cuando La Cubana le comenzó a quitar la ropa hasta dejarla en paños menores. - ¿Deseas que la siga desnudando, Español?. ¡Puedo hacer que se quede tal como su madre la trajo al mundo!. - ¡Suéltala inmediatamente, Cubana!. ¡Y deja que se vuelva de nuevo a vestir'. ¡No consiento que vuelvas a hacer eso ni una vez más!. ¡O la dejas libre para que vuelva a ponerse sus ropas o entonces no tendré más remedio que actuar yo!. La Cubana, muy de mala gana pero asustada por la firmeza con la que hablaba El Español, dejó libre a Liliana de las Mercedes y mientras ésta se volvía a vestir nuevamente de pirata, ella comenzó a meditar ladinamente. Una sonrisa maligna se dibujó en su rostro mientras El Español la observaba detenidamente. - ¡Ya estoy vestida de nuevo!. ¿Creías que me iba a asustar por eso?. ¡Una Ordóñez y Sánchez Guerra nunca se asusta jamás!. - He cambiado de opinión, condesita... - ¿Qué estás tramando ahora, Cubana? -intervino El Español sin dejar de observarla. - ¡Algo mucho mejor de lo que tenía planeado!. Ya no me interesa pedir ningún rescate por ella. - ¿Así que la vas a dejar libre?. - No. Algo mucho mejor que todo eso. - No me importa morir. Sé morir con dignidad como siempre me enseñó mi apreciado padre. - Y eso es lo que te va a suceder. Mañana, cuando llegue el alba en el alta mar, te echaré a las aguas para que sirvas de alimento a los tiburones... pero antes de eso te ocurrirá algo mejor todavía... - ¿Qué estás maquinando, Cubana?. ¡Ya es suficiente!. - No, Español. Nada de que es suficiente. Antes de que mañana sea pasto para los tiburones hay algo que debe decididir por su propia voluntad. Para que aprenda que yo, aunque sea una mujer pirata, también sé lo que es la democracia. - No me importa lo que estés tramando, víbora. No me asustan tus amenazas. - Pues verás que no son amenazas precisamente. Tendrás que elegir tú sola. - Qué es eso que debo elegir. ¿La vida o la muerte?. Ya te he dicho antes que la muerte no me asusta. - Tampoco van por ahí mis pensamientos ahora. Tengo algo mucho mejor para antes de tu muerte. Así que eres virgen todavía... ¿no es cierto?. - Sí. Es cierto. Y me siento muy orgullosa de ello. - Pues no llegarás a la muerte sin haber perdido la virginidad. Te dejo elegir entre Silverado o El Español. Ya los conoces muy bien a los dos y especialmente a Silverado por el tiempo que has pasado en "El Botín". El juego consiste, condesita, en algo muy divertido. No tienes escapatoria posible pues será por las buenas o por las malas... así que elige a uno de los dos. Para eso tienes que dar un beso a la boca al preferido. - ¡Eres un víbora sarnosa, arpía!. - Insulta todo lo que quieras pero no hay ninguna otra alternativa. Aquel a quien elijas te llevará esta noche a la cama dentro de mi alcoba privada. Ya lo sabes. O eliges al Español o eliges a Silverado. Ninguno de los dos va a despreciar este regalo caído del cielo como si fuera maná... y tú podrás irte al otro mundo habiendo dejado de ser virgen. Liliana de las Mercedes sabía que La Cubana no estaba bromeando. Sabía que, si era necesaria, la forzarían y la violarían en contra de su voluntad. Por otro lado, ya que no había más remedio que elegir entre el muy atractivo y esbelto español y el muy gordo y vulgar inglés, prefería elegir al Español pues era muy superior a Silverado en todos los sentidos y no solamente por el físico. Así que rechazó de inmediato la idea de ir a besar a Silverado y se dirigió, lentamente, hacia aquel español que tanto le maravillaba y le dejaba misteriosamente atraída. Por fin llegó hasta escasos centímetros de la boca de él. - No tienes por qué hacerlo ni conmigo ni con él, condesita -le dijo éste en voz baja. - Gracias por el consejo pero quizás hasta sea agradable hacerlo contigo -le respondió ella. La futura Condesa de Quito se quedó, levemente, paralizada pero, al mirar otra vez de nuevo a los ojos del Español, sintió algo inexplicable. Era una atracción fatal y, aunque externamente le daban ganas de abofetear a aquel bravucón que hasta osaba darle consejos, algo en su interior le hacía notar una agradable sensación de estar allí, tan cerca de él, a escasos centímetros de su boca. Así que ya no quiso escucharse por más tiempo a sí misma... y le besó con ganas a pesar de que tenía una rabia contenida. El Español no recibió el beso de forma pasiva sino que, abarcando con sus brazos el fantástico cuerpo de ella, la atrajo hacia él mismo y continuó con el ya prolongado beso. La Cubana, que estaba observando la larga escena, se lanzó de repente con la intención de separarles; cosa que hizo tirando fuerte del brazo derecho de Liliana de las Mercedes. - ¡¡He dicho un beso pero no un beso eterno!!. Por otro lado, la hija de los Condes de Quito, agradeció que la separara de él porque sintió, asustada, que algo especial acababa de sucederle. No sabía exactamente cómo interpretar aquella nueva sensación hasta entonces desconocida por ella. Era producto del beso en la boca; pues era la primera vez que otro ser humano le besaba en los labios. ¿Era eso el amor?. - Y ahora, como lo prometido es deuda, y aunque me duela mucho más que a tí, Liliana de las Mercedes... ¡aquí está la llave, Español!... llevátela contigo que yo ya me estoy volviendo loca. Entrad en mi alcoba privada y cerrad con la llave por dentro para que nadie pueda molestaros. ¡Hazla tuya y goza con ella todo lo que puedas durante toda la noche, Español, goza con ella todo lo que puedas antes de que llegue el nuevo amanecer!. - ¿De verdad que se la vas a dar de alimento a los tiburones?. - Eso es tan seguro como que me llaman La Cubana. El Español la miró directamente a los ojos y supo que estaba diciendo la verdad; entonces fue cuando cogió la llave que ella le estaba ofreciendo y, tomando de su mano derecha a Liliana de las Mercedes, abrió la puerta de la alcoba e hizo entrar a ella. - Piénsalo bien, Cubana. - No me importa en absoluto. - Piénsalo mejor ahora que estás a tiempo. - ¡¡Que te repito que goces de ella toda la noche, desagradecido!!. - Yo jamás he sido un desagradecido. - Pues lo estás siendo quizás por primera vez en estos momentos ya que te la ofrezco en bandeja. - Está bien, Cubana, adiós. - Quieres decir hasta mañana... ¿no es cierto?... - Quiero decir adiós, Cubana, hasta que Dios quiera... La Cubana se tapó los oídos para no escuchar la palabra Dios. Entonces El Español entró en la pequeña alcoba privada de ella, cerró con llave por dentro y se quedó mirando a lo ojos a la bellísima hija de los Condes de Quito. Con un gesto le hizo saber que se sentara en la cama. Después él se sentó a escasos centímetros del cuerpo de ella pero sin llegar ni tan siquiera a rozarla. Un silencio absoluto se apoderó de toda la estancia. Proveniente del exterior llegaban los ruidos de la tormenta. El chocar de las olas contra "El Botín" era impresionante. Para El Español el tiempo se había detenido. Para Liliana de la Mercedes también. La Cubana reaccionó ante aquel, para ella, indeseado silencio y se dirigió rápidamente hacia el mueble-bar, abrió la esfera que tenía dibujada el mapa mundi del español Américo Vespuccio, sacó una botella de anís seco que estaba todavía por estrenar, la destapó con sus dientes y, sentándose en el cómodo sofá, quedó bebiendo de ella directamente... pero pronto se dio cuenta de que había demasiado silencio en la alcoba, al otro lado de la estancia, y ni corta ni perezosa se acercó a la puerta golpeándola fuertemente con su mano izquierda mientras en la derecha seguía sujetando la botella de anís seco. - ¡¡Eh!!. ¡¡Vosotros dos!!. ¡¡Quiero escuchar el ruido de la cama y el jadeo de la hembra!!. Los dos se encontraban todavía sentados sobre la cama, muy juntos pero sin rozarse. Liliana de las Mercedes estaba un poco asustada pero allí, al lado del Español, tenía una extraña sensación de seguridad, como si estuviese siendo protegida por él aunque pareciese una paradoja o una contradicción con lo que estaba sucediendo. - ¡¡Estoy hablando muy en serio!!. ¡¡Si no escucho, de inmediato, cómo hacéis el amor... ya sabéis que Silverado está ansioso por ocupar tu lugar, maldito Español!!. ¡¡Y de nada os vale que esté cerrada la puerta porque el inglés, con una sola patada, le basta para tirarla abajo!!. Liliana de las Mercedes, harta ya de todo aquello, se levantó de la cama dispuesta a decirle algo a La Cubana pero El Español fue igual de rápido, se levantó también y, abrazándola de nuevo, le puso su mano derecho tapándole la boca. Ella entendió que no debía hablar más de la cuenta. Entonces fue cuando él la atrajo un poco más hacia su cuerpo y le hizo saber por señas que hablase en voz tan baja que no pudieran ser escuchados por La Cubana. - Escucha, preciosa. Tenemos que conseguir engañarla... - Pero a mí no me importa, ya que voy a morir cuando llegue el alba, perder la virginidad contigo. - No digas sandeces y escucha bien... ¿sabes simular una respiración entrecortada y los jadeos que hace una mujer cuando está realizando un acto sexual con un hombre?. - Si quiero puedo hacerlo. He actuado muchas veces como actriz de teatro e incluso de cine en Francia. - Entonces este es mi plan. Túmbate sobre la cama mientras yo la muevo con todas las fuerzas de mis brazos hasta hacerla sonar y mientras tú comienzas a respirar profundamente y a jadear simulando que estamos haciéndonos el amor tal como ella dice. ¿Puedes hacerlo?. - Por supuesto que puedo hacerlo, pero insisto en que como al alba voy a morir... prefiero perder la virginidad contigo. - Te repito que dejes de decir sandeces. Haz lo que yo te ordeno. - ¿Y después... qué?. ¿Qué pasará en la mañana conmigo?. - En la mañana... cuando llegue el alba... sólo Dios dirá... - ¿De verdad que tú crees en Dios?. - Más de lo que te puedas imaginar. Pero ahora lo que más importa es engañar a La Cubana. - Lo mejor que podemos hacer es hacerlo de verdad. - Por tercera vez te pido que, por favor, dejes de decir sandeces. - ¡¡A qué estáis esperando, tortolillos!!. ¿Es necesario o no es necesario que avise a Silverado?. Viendo que hablaba realmente en serio y recordando a aquella bestia parda que era el gordo inglés al que llamaban Silverado, ella se tumbó en la cama y mientras El Español movía a ésta con todas sus fuerzas, comenzó a simular un orgasmo. - Está bien, Español... todo menos dejar de ser virgen con ese bruto y gordo inglés que parece haberse criado en la cochinera de una aldea de Yorkshire. - Eso es, condesita. Un poco de humor es necesario en ocasiones tan apuradas como esta. En verdad que parece criado en una cochinera de los Montes Peninos. - ¿Cómo sabes tú dónde están localizados los Montes Peninos?. - Quizás porque no soy tan analfabeto como tú crees; pero dejemos la charla y continuemso con la función. La Cubana, todavía pegada a la puerta, comenzó a escuchar los ruidos de la cama y la simulada respiración y jadeos que hacía, adrede, Liliana de las Mercedes. - Hazlos un poco más fuertes, condesita. Liliana de las Mercedes comenzó a aumentar aún mas sus simulados sonidos. La Cubana entendió que ya estaban en plena faena y comenzó a beber, otra vez, tragos de la botella de anìs seco. Después, sin dejar de beber, se fue al sofá y se dejó caer con estrépito sobre él. - ¡Qué suerte tienes, condesita, que te ha tocado el primer premio de la rifa!. ¡Pero ya verás mañana cómo las bocas de los tiburones te van a destrozar, poco a poco, tu hermoso cuerpo!. ¿Y yo?. ¿Qué hago yo aquí sentada como una boba, bebiendo más que un minero de Gales en día viernes por la noche mientras él, el único hombre que me ha sabido conquistar no me pertenece esta noche como no me ha pertenecido nunca hasta el día de hoy?. El alcohol hacía estragos en el ya muy deteriorado cerebro de La Cubana mientras ella seguía aún cada vez más con su patético monólogo. - ¿Ser o no ser?. ¡Ese es mi problema!. ¿Poder ser ella o tener que ser yo solamente?. Ni entiendo por qué lo he hecho ni por qué la he permitido gozar con El Español toda la noche. No me entiendo ni a mí misma. No soy precisamente un ejemplo para nadie... ¿y qué le voy a hacer?. No soy un ejemplo de mujer absolutamente para nadie salvo para los desesperados que buscan una noche nada más. Me comporto como si él fuera mío y sin embargo... pero goza... goza condesita... porque mañana, al llegar el alba, los tiburones se darán todo un festejo con tu precioso cuerpo. Ahora acabo de ser derrotada pero esto sólo ha sido una batalla. ¡Yo ganaré esta guerra!. Tarde o temprano él será mío y tú sólo el breve recuerdo de una noche de fiesta nada más. ¡Así es la leyenda del Español y eso debe ser su verdad aunque yo no la conozca!. ¿Ser o no ser?. ¡¡Ese es precisamente mi verdadero problema existencial!!. De repente se tambaleó bruscamente al dar el último trago de la botella y cayó estrepitosamente hacia su lado derecho desplomándose, totalmente sin sentido, sobre el cómodo sofá. La botella de anís seco rodó por el suelo del camarote hasta quedar exactamente debajo del astrolabio.
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