Herpetofobia
Publicado en Jun 25, 2011
Afuera la noche está apagada y el viento sopla intermitente. Veo cómo una cabecita se asoma por el marco de la ventana y se queda mirándome con sus par de inmensas canicas negras. Mira como fumo, mira como empiezo a detestarla. Ahora arrastra su cuerpito y entra para detallarme fija sobre la pared. Es una mediana lagartija que mueve sus patitas rápidamente. Me mira, mira el humo del cigarrillo y yo la veo que me muestra sus tripas a través de su cuerpito transparente. Mueve su cola y me asusto. Me quedo tiritando. No me muevo. Me asusta el animal. Ahora ve cómo tiene la ventaja y corre por toda la pared agitando su colita rayada. Se detiene cerca al librero. Ya está lejos de mí, ya puedo moverme. Tiro el cigarro y me levanto de la cama. Busco una escoba tras la puerta y voy acercándome poco a ese par de ojos negros que ya me miran aturdidos. Voy apuntando con mi arma y ella no se mueve, sigue quieta, como analizándome. Empieza a respirar aceleradamente y yo la copio, me ahogo de los nervios. Ahora apunto con el palo directo a su cabecita y disparo, ¡pum! ¡No le pego¡ Ella corre por su vida tras el librero y aparece nuevamente junto a la puerta. Vuelvo a disparar y siento cómo la punta de la escoba aplasta el cuerpito transparente y lo aniquila, lo mata, lo remata. La lagartija cae y en el piso se desprende de su cola que sigue moviéndose, me quiere atacar y está desesperada, pero yo la piso hasta que deja ese trauma inmundo de resistir y vengarse.
Pobres animales, no saben lo curiosos que se ven afuera. No sé porqué entran en mi cuarto, ya sea para hastiarme o porque buscan calor dentro cuando hace frío en la calle.
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Nooemar Hevia