Cada tanto que camino por la calle la gente no quita la vista de mí. Me miran como si fuera un punto negro empotrado en una pared blanca: fuera de lugar. Mi cabello rubio alborotado, mis converse mal amarrados combinados con un vestido corto no da una buena impresión.
Entro a un estacionamiento mientras los vigilantes me ven con cara de desagrado. Yo simplemente saco la llave de mi coche y presiono un botón; en ese instante suena la alarma de mi viejo pero perfecto auto escarabajo de los años 80. Destartalado pero útil.
Salgo de ahí y me dirijo a las afueras de la ciudad. En el medio del camino tiro mi celular hacia un lago.
Sigo mi camino sin ninguna perturbación. Subo el volumen a mi radio de segunda mano y canto con toda mi ser mis canciones favoritas así como esas que ni siquiera sabía que existían. ¿Como yo: una chica rica de ciudad con unos padres empresarios le podría parecer perfecto algo tan insignificante? No lo sé. Es algo imposible de saber.

Me dirijo a aquel lugar donde el tiempo se detenga y encapsule dentro de un globo todos mis deseos.

Llego a un campo donde no hay más que pastos tan verdes que mis ojos perdieron el matiz por segundos. Bajé una bolsa que contenía millones y millones de globos de distintos colores así como varias hojas de papel.
Me senté en el medio de aquel perfecto campo y comencé a escribir por cada hoja un deseo: Felicidad, amor, esperanza, perseverancia, paz, errores, lágrimas, sonrisas, besos, caricias. Todo eso deseaba y esperaba conseguir. Cada hoja de papel la metí dentro de un globo distinto. Inflé y amarré. Entre nota y nota se me fue pasando el tiempo. A las cinco en punto estiré mi mano, la cual agarraba la infinidad de globos, y los solté. Lloré y sonreí al mismo tiempo.
Locuras deben estar pensando mis allegados pero yo no soy loca, solo soy feliz.