Ecos de Jadraque (Diario).
Publicado en Jul 17, 2011
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José Luis es un compañero. Es más que un compañero. José Luis es un amigo. Es más que un amigo. José Luis es un hermano. Es más que un hermano. Yo hace tiempo que he vuelto del servicio militar obligatorio (justo en la misma compañía número 44 de Alcalá de Henares hicimos el trienio del campamento José Luis y yo, con la única diferencia de que él lo hizo en la promoción anterior) y ya tengo cicatrices cerradas en mi alma. Heridas hondas, profundas, duras de soportar y propias de esos que meten puñaladas de envidia, puñaladas de falsedad, puñaladas de innobles...
Así que cuando José Luis me invita a Jadraque no tengo ningún inconveniente porque los ecos de Jadraque me llaman a saber un poco más de este caminar sediento de conoceres. Pensares y conoceres para olvidar heridas y las ciciatrices que dejan en el alma. Así es mi vida cuando acudo a Jadraque, en esa cercana Guadalajara de la miel y los pinares.
Jadraque es un municipio de la provincia de Guadalajara, a 48 kilómetros al Nordeste de la ciudad de Guadalajara y a 106 kilómetrso al Nordeste de Madrid. Es un topónimo de origen árabe: "Xadraq". Situada en el valle del Henares, su prominente castillo proporciona una vista del valle que han convertido este pueblo en parada turística obligada de La Alcarria. A 4 kilómetros de Jadraque, se encuentra la localidad de Castilblanco de Henares, que actualmente se encuentra asociado al Ayuntamiento de Jadraque como pedanía. Su principal monumento es el denominado Castillo del Cid.
Son las fiestas de Jadraque de algún año de los 70. Pensar en los 70 supone tener que olvidar asuntos de amor y asuntos de desamor. Así es la dualidad en estos años 70 en Madrid. Quizás tenga que sumergirme del todo en la Historia para poder recuperar mis sueños que parecen perdidos y, sin embargo, todavía laten dentro de mi corazón.
Wikipedia me acompaña: El castillo del Cid o de Jadraque es una fortaleza española situada en el término municipal de Jadraque (Guadalajara). Desde su altura vigila una extensa zona de la vega del río Henares, con las sierras del norte de Guadalajara al fondo. Aunque vulgarmente reciba el elocuente nombre de Castillo del Cid, dicho héroe castellano nunca estuvo ligado directamente a él. Su apelativo se debe a que en él vivió el primer Conde del Cid, Rodrigo Díaz de Vivar y Mendoza. Con unos antecedentes prehistóricos, durante la Alta Edad Media, en época andalusí, fue una posición defensiva de la que restan escasos vestigios; al igual que de los pertenecientes a los posteriores siglos plenomedievales. En el año 1469 el cardenal Pedro González de Mendoza intercambió con Alonso Carrillo, el castillo de Maqueda por el de Jadraque. Pedro González de Mendoza era entonces obispo de Sigüenza,y miembro del linaje Mendoza; una de las familias nobiliarias que más se distinguieron por su protección a las artes durante el Renacimiento. El actual castillo de Jadraque es casi íntegramente obra del último tercio del siglo XV, es decir, del último grupo de castillos-palacio medievales, ya en vías de desaparición en esta época. Su reforma en el siglo XV se debió al maestro de obras Alberto de Carvajal, ayudado por canteros del Norte de España. Este maestro de obras también dirigió la reforma del castillo de Puebla de Almenara (Cuenca). Es probable que las trazas de la reforma fueran dada por el arquitecto Juan Guas, aunque su intervención no está documentada. La obra de reforma afectó en gran manera a casi todo lo que allí hubo con anterioridad, pues incluso se llegó a rebajar el terreno natural del cerro. Sólo la que fue una gran torre pentagonal en proa fue aprovechada en la obra del nuevo castillo bajomedieval (probablemente hacia mediados del siglo XX casi toda esta torre fue desmontada para así servir de cantera). No duró mucho tiempo la etapa de esplendor del castillo. Muerto Rodrigo Díaz de Vivar y Mendoza, marqués del Cenete y Conde del Cid, su única hija se casó con el duque del Infantado y, por lo tanto, quedó incluido en el patrimonio de la rama mayor de los Mendoza, que fueron abandonándolo a su suerte. La guerra de Sucesión reactivó su valor como fortaleza, desapareciendo para siempre su carácter señorial. Ya en el siglo XIX, pasó a ser propiedad de los duques de Osuna. En 1899, el ayuntamiento de Jadraque, lo compró por 305 pesetas, cuando arruinada la Casa Infantado-Osuna, sus bienes fueron subastados. Desde fines del siglo XX, se vienen realizando en él obras de rehabilitación. El castillo forma un enorme rectángulo, de unos 70 por 18 metros de planta, incrementada hacia el sur, por un patio de armas, con lo que su longitud total se acerca a los 100 metrso. Ninguna de sus torres sobrepasa actualmente la rasante general de sus muros. Algunos autores han apuntado erróneamente, que el castillo no contaba con torre del Homenaje. Sin embargo, las fotografías aéreas históricas y las recientes excavaciones arqueológicas (dirigidas por D. Manuel Retuerce Velasco y D. Germán Prieto), han permitido sacar a la luz la existencia de esa torre principal, que podría ser en orígen de planta cuadrada y que en época posterior (indeterminada), se le añadió una proa. De todas maneras, la torre pudo reformarse o ampliarse a finales del siglo XV, ya que no debemos olvidar su marcado carácter simbólico y la necesidad de dotar a la fortaleza de Jadraque, de la nueva imagen del recién creado señorío del Condado del Cid. Exteriormente, el castillo tiene cuatro torreones circulares y uno rectangular alamborado. Sólo la esquina del sudeste carece de torre de ángulo. Todo el rectángulo, esta rodeado por una barrera pétrea que se adapta a las necesidades del terreno y a la forma del recinto interior. Esta adaptación de la barrera, muy frecuente en la fortificación bajomedieval castellana, ha inducido a algunos investigadores a suponer la intervención de Juan Guas, aunque no es un dato determinante. Todas estas características, así como las terrazas con las que se coronan el adarve, los torreones y la zona residencial que existió en la parte más septentrional, coinciden con la corriente italianizante de la época renacentista, sin perder la majestuosidad de castillo de la Meseta".
El amigo de Jadraque me lo presenta José Luis sin protocolo alguno; sólo un apretón de manos para ver en él las ganas de vivir a pesar de la enfermedad. Son años duros para algunos pensadores. Por eso el amigo de Jadraque me hace pensar más allá de la Historia: "en cada rincón de un año cualquiera las cicatrices del alma se llenan de sentires y de pensamientos". No sé. Quizás hasta mereciese la pena sentir aqueñas pualadas entrar por la espalda y quedar en el interior del corazón para poder así olvidarlas nada más penetrar. Es cierto. No recuerdo tener ningún deseo de venganza cuando paseo por las calles de Jadraque y sólo siento que en la conciencia de algunos me hayan borrado para siempre. Es mejor mirar las calles de Jadraque, antes de que el amigo de José Luis muera soltero pero no solo en la vida.
El Día de Jadraque tiene un hueco señalado en el calendario. Se celebra el fin de semana anterior al 13 de septiembre, en vísperas ya de las Fiestas Patronales. Se aprovecha para dar el Pregón de Fiestas y presentar a la Reina y Damas de Honor de las Patronales que tienen lugar del 13 al 18 de ese mismo mes. Toros, verbenas, peñas, música, charangas, actos culturales, deportivos y sobre todo mucha fiesta rebosa Jadraque esos días por los cuatro costados.
En aquel año de los 70 el Día de Jadraque me enseñó algo mucho más importante que guardar rencor (no creo haber guardado rencor a nadie) y que es guardar la sonrisa dentro del alma para sacarla a pasear por las calles en días de fiestas. Aunque las cicatrices nos hablen del pasado, las sonrisas nos hablan de los sueños. Y es mejor soñar. El amigo de Jadraque, aquel que me presentó José Luis sin más protocolo que un apretón de manos antes de que se muriese, me hace intuir que las verdaderas proezas de la vida no consisten en correr delante de los peligros en forma de toros bravos sino tener el honor de haber sabido expresar metáforas como "el alma es la laguna de nuestras expresiones". Los ecos de Jadraque me traen a la memoria sus sencillas calles repletas de fiesta: Calle Mayor, Barrio del Peaje, Juan Casas y Camino de las Escuelas por ejemplo. Un recorrido carnavalesco para mantener el olvido escondido en la memoria y salir a la búsqueda de alguna nueva aventura recordando al amigo que vestía con el traje de los meleros antes de marchar a los cielos.
Quizás los ecos de Jadraque le recuerden a más de uno que no está hecha la miel para la boca del asno. Y no. No es ni venganza, ni rencor, ni ira. Solamente es que estoy pensando que camino por las calles de Jadraque junto a José Luis, aquel amigo de José Luis que ya no está presente y junto a la Historia para decir que sí... que ya no tengo cicatrices en al alma porque el alma se me renovó con cada puñalada que entraba por mi espalda, se hundía en mi corazón y dejaban, cada vez más, mi cuerpo libre de traumas. Quizás los traumas eran los que clavaban puñales para matar auqnue luego escondiesen las manos. Los ecos de Jadraque me hacen de nuevo un nuevo ser humano en cualquier año de los 70 de Madrid mientras sigo esperando la llegada de mi verdadero amor.
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Foto del autor José Orero De Julián
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