De gorrin a gorrin (Diario)
Publicado en Jul 21, 2011
Días de escritura sin saber dónde está el límite; con la lluvia golpeando en los cristales de la ventana de la habitación como pidiendo la entrada libre. Entre mis dedos hay una especie de camino que veo en medio del invierno, con el cuerpo aterido de los fríos que componen un baile entre las luces del anochecer. En algún momento de aquellos años tuve un gorrión entre mis manos para darle un poco más de vida nada más. Quizás en la palabra más esté contenido el avance de un principio sin final. Escribo. Escribo sin dejar de pensar en el gorrión que yace en la jaula después de haber existido un poco más. Escribo siempre un poco más de lo que pienso, un poco más de lo que entiendo y un poco más de lo que siento.
A veces me levanto para poder escuchar la lluvia llamando a la ventana de la habitación y abro una especie de esperanza mientras me asomo al frío de la calle. Sé que arriba, en mi habitación, he dejado unas cuartillas todavía en blanco pero es necesario olvidar para poder recordar y, en el bar, hace más calor que en la casa. El gris del ambiente me hace meditar en el gorrión y su cuerpo sumergido entre mis manos; estas manos que ya no dejan de escribir un poco más. Y mientras bebo el café yo sé que más allá de donde alcanza el límite de mi vista hay algo por descubrir. Así que subo otra vez. El ascensor, como siempre, me aprisiona las ideas en unos pocos centímetros de la edad. Esta edad que me hace sentir que aún tengo que seguir creciendo para poder hacer un poco más de palabras nuevas, creadas solamente para decir que más allá del jardín que contemplo desde la ventana hay otro mundo sumergido en otras experiencias. Me llaman. Es para salir esa noche en busca de algún amor perdido que se resiste a desaparecer. Es mejor ir al encuentro para deshacer la falsa ensoñación de creer que en todas partes da lo mismo... no... no da lo mismo que el gorrión muera entre las fauces de una alimaña o hacerlo entre mis calientes manos. Los dedos no dejan de alimentar a estas teclas que se me van deslizando poco a poco... como si el manantial de las palabras nuevas tuviese una pauta de no pasar más allá. Pero dejo al gorrión descansando en su eterno sueño y acudo para romper la monotonía de hablar sólo con las fotografías que hay en la habitación. Posiblemente sea que, al pasar los años, aún sigo pensando tal como pensaba aquella vez. Recuerdo. En una sala de fiesta está la pregunta. En la otra sala, en la del comedor frío y desolado, dejo la nostalgia del gorrión eternamente dormido e invento una frase para poder salir de la encrucijada. Quizás ninguno de mis amigos haya comprendido por qué la dije... pero es que, al escribir, tienes que tener cuidado de no perder el guión de tus palabras nuevas. Es entonces, cuando la mirada de alguna mujer que se cruza en la oscuridad te hace ser lo que eres en su ensoñación, existen mas porqués para seguir escribiendo. No importa tanto si las voces que escucho son ajenas o son propias; quizás, tal vez, esto de escribir sentimientos no sea exactamente literatura sino algo más que simple literatura. Hasta es posible que la magia de escribir solamente consiste en haber nacido para poder vivir ciertas experiencias en las noches ocultas; pero la verdad existe y existen unas cuartillas que deben ser escritas para no dejar en blanco algo de este mundo en que todos tenemos siempre algo por lo que luchar. ¿Y en qué consiste luchar para mantener la vida de un gorrión un poco más?. Lo mas probable es que sea saber que no ser lo suficientemente profesionales nos hace crear más deprisa y de manera más libre. Pienso en esos escritores que tienen que ejercitarse a través de un número de palabras pulcras como si el sepulcro de sus sensaciones fuese su propio final y deben apurar el paso para hacer algo importante que les convierta en verdaderos. Para mí es lamentable que la verdad se tiña con las sombras de las palabras perfectas pero ruínes, muertas... mientras el gorrión se ha ido más allá... un poco más allá de sus primeras sucias líneas. Y me prometo a mí mismo que ninguna línea completamente mía esté oculta en las sombras de lo literariamente obsceno. Es mejor guiarse por la imperfección de escribir un argumento en el que todo gire más allá de lo académico para poder crear un poco más... un poco más que esos escritores de fama mundial que se han quedado en las orillas de mis caminos. Y entre el canto de un personaje que habla en francés, ante la mirada absorta de una mujer que me es tan desconocida como el futuro y el inventar una historia cualquiera que me salve del naufragio (por ejemplo que me he caído por las escaleras), no pierdo el ritmo de la ensoñación. Después ya habrá tiempo para recuperar el vocabulario de las ideas e idear otra historia diferente para volver a salir del laberinto. De gorrión a gorrión puede haber sólo un segundo lleno de años... solamente un segundo donde se nos ocurre una aventura que va más allá del horizonte de este jardín que contemplo mientras la lluvia ya me moja hasta las rodillas. ¿Y qué decir del viento?. Quizás sea que el viento ya no asusta tanto como antes; quizás este nuevo viento es lo que estaba yo buscando (aunque mis amigos no lo sepan) cuando invento historias de cómo salir indemne de los laberintos de la gran ciudad. En cualquier esquina de la noche puede surgir una sorpresa en forma de ensoñación y ¿qué hacer con la máquina de escribir y estos enormes deseos de seguir escribiendo, noche tras noche, unas historias interminables donde el principio es una sola condición pero el final tiene tantas condiciones como deseamos si es verdad que son nuestras propias historias?. He visto a muchos escribir como escriben sus maestros... porque adoran las palabras ajenas... esas palabras tan gastadas que ya sólo son repeticiones de la misma sucia idea. No. Siempre he registrado nuevas palabras en mi afán por llegar a escribir, día tras día, que no quiero ser como Don Camilo sino alguien que usa palabras nuevas, desconocidas, tales como el resurgimiento de mi yo mismo... ¿y por qué no inventar un neologismo para definir esta sensación de haber dado calor a un gorrión que ha cerrado sus ojos pero que ha abierto su corazón?. Podría escribir gorriota en lugar de gaviota o garrión en lugar de gorrión. Así me entretengo en esta juventud en que invento historias para salir de los quebradizos paseos nocturnos donde un resbalón te hace olvidar medio abecedario, otro resbalón te hace olvidar el abecedario completo y un callejón sin salida te hace recuperar la memoria. Y nacen, entonces, de nuevo todas las palabras viejas, las expulsas de tu corazón para poder recurrir al vestuario de tus personajes y te conviertes en un aventurero de la literatura que sólo sonríe mientras en la Academia de la Muy Señora Lengua Española nadie sabe por qué escribo así, todas las noches, mojándome bajo la lluvia por querer alcanzar el diálogo con la estatuaria de un caballero cualquiera que recoge el testigo de la nueva generación. Y este momento; el del gorrión yaciendo mientras he vivido lo suficiente para escribir que existe la vida, yo tomo de nuevo el ascensor, dormido como estoy a estas horas de la madrugada, y me dirijo al sopor diario de tener que trabajar solamente pensando en escribir un poco más allá de las palabras corrientes como cuentas bancarias... sí... cuentas de una historia material que sólo vive de los números perfectos y cuadrados, se la sílabas vulgares que son abismos de perfecciones buscando posicionarse en la cabeza de la Academia y que luchan por escribir un cuento más sucio que el de los demás. No. No deseo ser como Don Camilo. Y, sentado en el autobús o de pie agarrándome a la barra para no caer al vacío, regreso indemne para de nuevo salir a montar en trenes y perderme entre las nieblas del invierno buscando otra nueva historia. Y siempre el recuerdo de un gorrión con otro gorrión; hasta que al fin subo la cuesta y la bajo y me siento otra vez en la silla de mi habitación, frente a la máquina de escribir, de noche, uniendo palabras nuevas, conocidas por todos pero nuevas... que no se hilvanan tal cómo predican los académicos... pero que me sirven para escribir historias de un gorrión entre mujeres fatales para poder salvarse... y es que no saben si es Nebrija o Lebrija (hasta ellos no se ponen de acuerdo entre ellos) y por eso invento una vez más mi propio lenguaje que, de tan sencillo que es, es mi meta final mientras la lluvia ácida me empapa hasta los huesos y ellos, los ávidos del lenguaje pulcro pero sucio, sólo son vividores de la misma historia mil veces repetida... y yo... ya ven... sigo creando historias nuevas para salvarme de este mundo donde los peligros tienen tantas formas diferentes aunque sólo hablen el idioma de las inmundicias. Al final siempre llega el insomnio de los vecinos de butaca académica, las quejas del guardian del orden silábico, filología sin lógica y una filosofía que es ajena a mi forma y manera de crear historias inventadas para poder ser de nuevo yo en medio de mi propio yo. ¿Y si se mueren mientras yo sigo escribiendo algunas palabras nuevas?. ¿Y qué ocurre con este viento que hace mecer mis verbos encadenando paráfrases completas en lugar de incompletas paráfrasis?. No. No es sólo un juego de palabras. Quizás sea el soplo de Dios; aquel soplo con el cual creó, dentro del hombre y la mujer, el alma. Y mi máquina de escribir sigue haciendo historia cuando ya he sido expulsado del paraíso terrenal de la Academia. Es mejor seguir así, siendo solamente el niño que da calor con su mano a un gorrión que va a morir, mientras cuento cuentos mojándome bajo la lluvia.
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