La niña de las estrellas (Novela). Capítulo 7.
Publicado en Jul 23, 2011
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El tiempo había cambiado, de repente, en Fontainebleau. Después de aquella comida en que Liano di Milano había querido tracionar a Marianne Duguesclin cambiándola por su hermana pequeña Elianne y, sin haber logrado más que el desprecio por parte de ésta y el rechazo del Condestable Don Armand Duguesclin ante tal pretensión, lucía un sol resplandeciente en el patio de armas del castillo donde ahora, a las cinco en punto de la tarde, todo era fiesta, jolgorio y alegría. Decenas y decenas de caballeros de toda Europa habían acudido al llamado Torneo de Espadachines para conseguir casarse con Marianne, Maurice, Rose o Monique, las cuatro hijas del Condestable que estaban ya en edad de casaderas. Alrededor del patio de armas se habían levantado las gradas repletas de elegantes caballeros y multitud de damas europeas que, en edad de casamiento, buscaban oportunidades entre tanto caballero y galán de la alta nobleza allí reunidos.
En la grada que servía como tribuna principal del acontecimiento se encontraban sentados un total de trece personajes. En la posición central de dicha hilera de personalidades ilustres se encontraba un jovencísimo monarca francés, de tan sólo quince años de edad, y con fama de ser violento y agresivo quizás por su calamitoso estado de salud y sus complejos de inferioridad. Era Luis XIII al que ya le llamaban, irónicamente, El Justo. A la derecha del monarca francés se encontraban sentados, desde lo más cercano a la punta extrema, el Condestable Armand Duguesclin, sus hijas Marianne, Maurice, Rose y Monique colocadas en orden de sus edades y Charles (marqués de Albert, duque de Luynes, de treinta y ocho años de edad) un político francés, condestable y primer duque de Luynes, uno de los dos favoritos de Luis XIII.
A la izquierda del monarca francés se encontraban sentados desde el lugar más cercano a él hasta la punta extrema, su madre y regente María de Médicis, Madame Duguesclin (esposa del Condestable Armand Duguesclin), Elianne, los dos favoritos de Mária de Médicis (el florentino Concino Concini y la florentina Leonora Dori, ésta última hermana de leche de la mismísima Regente), que ocupaban los cargos más altos y más importantes del Reino de Francia gracias a la protección personal de María, y un tal Jean Armand du Plessis, conocido como Richelieu, que era un prelado eclesiástico francés, nombrado ya obispo de Luçon, con mucha ambición por llegar a ser el verdadero regidor del Reino de Francia si alcanzaba a ser nombrado arzobispo y que en aquel momento sólo contaba con 31 años de edad.
El monarca Luis XIII fue el primero en prepararse para hablar públicamente.
- ¡¡Silencio todo el mundo, que va a hablar Su Majestad Luis XIII!!.
- Gracias por su aviso, Condestable Don Armand Duguesclin, pero me valgo yo solo para hacer callar a tanta multitud de parlanchines y comadres.
- Vos no sois capaz de levantar la voz más allá de diez metros de distancia y dudo que seáis capaz de haceros entender claramente, pues sois tartamudo de nacimiento y además os pierde la cantidad de banalidades que decís en vuestros parlamentos.
- No trate así a su hijo, Alteza, se lo ruego yo que también soy madre y sé lo que sufren los hijos o las hijas cuando se les pone en ridículo públicamente.
- Vos no sabéis de la misa la mitad, Madame de Duguesclin... así que dejadme que haga yo lo que mi hijo es incapaz de hacer.
- Madre... yo estoy ya preparado para hablar en público...
- Además de tartamudo os falta energía en la voz... así que dejadme a mí dirigirme a esta multitud.
- ¡¡Silencio, por favor, que va a dirigiros la palabra su Alteza María de Médicis, Regente del Reino de Francia desde la muerte de su esposo el muy recordado Enrique IV que Dios tenga en su Gloria!!.
- Gracias, Don Armand Duguesclin, gracias.
Entonces fue cuando un silencio absoluto, ante la ira retenida de Luis XIII, se apoderó de todo el patio de armas y de todo el Castillo de Fontainebleau.
- ¡¡Queridos y amados conciudadanos y conciudadanas de Francia, así como queridos y amados conciudadanos y conciudadanas que, procedentes de países extranjeros, habéis acudido a este evento y certamen de expadachines; queridos y amados nobles caballeros que váis a poner a prueba vuestra fuerza, valor y honor para ser aceptados por las cuatro bellezas femeninas aquí presentes, las muy elogiadas y deseadas hijas del Muy Noble Condestable Don Armand Duguesclin, en estos momentos, cuando el reloj de la torre del Castillo de Fontainebleau marca exactamente las cinco horas y treinta minutos de esta memorable tarde del día 9 de enero del año 1616, cuando tantos avatares y desgracias ocurren por toda Europa, tengo el agradable honor de dar por iniciado, para gusto, alegría y solaz esparcimiento de todos los aquí reunidos, el Combate de los Espadachines que desean alcanzar el honor antes citado. Que comiencen ya los combates y que sea Dios quien quiera que sean los afortunados triunfadores. La mano de estas cuatro beldades bien merecen la pena poner en duelo las espadas!!.
En aquel momento en que se impuso el silencio tras las palabras de la Regente María de Médicis, se levantó, de improviso, la jovencísima Elianne.
- ¡Protesto!. ¡No es esta la forma adecuada de que las damas francesas o de cualquier otro país se casen!. ¡Esto no es amor!. ¡Es hora ya de saber y dar a entender a Europa que las mujeres tenemos el derecho natural de elegir con quiénes queremos unirnos en matrimonio!.
María de Médicis quedó estupefacta antes de dirigirse a Madame de Duguesclin.
- ¿Quién es esta preciosa mujer que habla de esa manera?. Parece la mismísima Juana de Arco revivida. ¿Es acaso de Orléans?.
- No la hagáis caso, Alteza... sólo es una niña impulsiva... que no comprende todavía que las leyes están hechas para cumplirse.
Pero María de Médicis no podía dejar de observar a la bellísima Elianne que era mucho más hermosa cuanto más enfadada estaba. Hasta que por fin pudo volver a hablar.
- ¡¡No debemos hacer caso a insolentes niñas que todavía no comprenden el mundo de los adultos!!. ¿Quién es el primer caballero que desea entablar combate por una de las cuatro hermosas hijas del Condestable Don Armand?.
Liano di Milano se lanzó el primero al centro de la plaza de armas.
- ¡Yo soy el ilustre caballero Don Liano di Milano y he venido desde Florencia para combatir por la mano de la bella Marianne!. ¿Alguien osa enfrentarse a mí para impedirlo?. ¡Les recuerdo a todos los caballeros aquí presentes que soy El Espadachin Invencible!.
De inmediato surgió un nuevo caballero en el centro de la misma plaza.
- ¡Y yo soy el ilustre caballero Don Darío de Ruán, francés desde mi nacimiento y hasta mi muerte cuando Dios así lo quiera, y he venido desde esa histórica ciudad para luchar contra vos o contra quien lo desee además de vos!. ¡Me llaman El Ruano de Hierro!.
- Vaya... veo que, además de feo, sois suicida... eso ¿os viene de nacimiento o habéis crecido entre tantas frustraciones con las damas que estáis dispuesto a morir como decisión final para acabar con vuestro sufrimiento de fracaso tras fracaso?.
- Vos teneís más larga la lengua que vuestra propia espada. Estoy seguro de que sólo sois capaces de ser admirado por las que todavía no son mujeres sino solamente adolescentes alocadas. Repito que acepto vuestro reto.
- ¡¡Pero pongo una condición!!.
- ¿De qué condición queréis hablar si ya las bases del Torneo están bien claras?.
- Es una condición que el Condestable ya me ha concedido por su libre voluntad y a fe que no miento. ¡¡Yo combatiré no sólo por la bellísima Marianne sino también por sus tres hermanas, las también muy bellas Maurice, Rose y Monique!!.
- ¡¡Eso es del todo imposible!!. ¡¡Está terminantemente prohibido por las leyes y la iglesia francesas que un hombre se case con cuatro mujeres en el mismo día!!.
- ¡¡Pero resulta que, como ya he pactado con Don Armand Duguesclin, las tres hermanas de Marianne, si es que salgo vencedor de este Torneo, pasarán a ser esposas de mis hermanos Facio di Milano y Ximo di Milano y mi tío Nito del Molinorum!!.
- ¿Habéis aceptado esa condición?.
- Si, Alteza Regente de este país. Lo he aceptado porque sé que es imposible de alcanzar. Algún otro espadachín acabará con Liano di Milano.
- Este hombre no sabe lo que dice, Eleorona Dori.
- ¡Calláos por favor, Concino Concini!. Hay aquí demasiados franceses que están ya muy hartos de nosotros los florentinos. Así que hablad bajo o mejor guardad silencio no sea que seamos cabezas te turcos.
Concino Concini se echó las manos al cuello.
- Tengo por muy bien preciada mi hermosa cabeza así que os haré caso y guardaré silencio absoluto.
Elianne se volvió a sentar, pero su bellísimo rostro era todo un poema de lo enfadada y, a la vez esplendente, que estaba.
- ¿Preparado para morir, Ruano de Hierro?.
- ¡Preparado para triunfar, Espadachín Invencible!.
- ¡¡Por la Bella Florencia!!.
- ¡¡Por la Dulce Francia!!.
- ¡Dans une vérité que l'aujourd'hui sera inoubliable pour l'histoire européenne!.
- ¿Qué ha dicho el marqués de Luynes, señor Condestable?.
- Algo muy umportante, Majestad Luis XIII, acaba de decir que en verdad el día de hoy será inolvidable para la historia europea.
- Quatre si belles femmes méritent quatre chevaliers vaillants.
- ¿Y ahora, señor Condestable?... Perdonad pero bien sabéis que estoy algo sordo...
- Ahora acaba de decir, Alteza, que cuatro mujeres tan bellas merecen cuatro caballeros valientes.
- Que le Dieu répartisse une justice et chacune d'elles une portée ce qu'il désire à l'intérieur de son coeur.
- Perdonad, señor Condestable... pero no escucho bien pues se encuentra algo lejos...
- No os preocupéis, Soberano de Francia, acaba de terminar diciendo que Dios reparta justicia y cada una de ellas alcance lo que desea dentro de su corazón.
Ambos caballeros luchadores por la belleza y extraordinaria sonrisa de Marianne sacaron sus espadas y comenzó, entonces, una terrible batalla. Las armas chocaban la una contra la otra levantando estrepitosos sonidos de duro acero golpeando con duro acero, mientras los dos rugían llenos de descomunal fiereza. A cada estocada fallida le seguía otra fallida estocada y así ambos iban turnándose en el ataque y en la réplica. Aquel duelo parecía no tener fin. Pasaban los minutos... largos minutos... y ningún espectador o espectadora podía saber, si se le preguntaba, quién sería el vencedor. Liano di Milano atacaba con mayor dureza, pero Darío de Ruán se defendía hábilmente y, de vez en cuando, ponía en serios apuros al florentino. A veces parecía que éste último triunfaría al final pero, otras veces, parecía que el final sería favorable al francés. A veces el caballero florentino arrinconaba al caballero francés, pero otras veces era el caballero francés el que acorralaba al caballero florentino. El sol calentaba ya con fuerza pero, debido a las anteriores lluvias, había partes del suelo enlosado del patio de armas del castillo de Fontainebleau que se encontraban ligeramente mojadas, sin haberse acabado de secar. Fue ese el motivo por el cual, en uno de sus ataques, Darío de Ruán perdió el equilibrio e intentó recuperarlo pero ya bajando la guardia; lo cual fue astutamente aprovechado por Liano di Milano para herir, gravemente en el brazo derecho, al Ruano de Hierro, El brazo derecho era con el que el francés moanejaba su espada que, debido a la grave herida, cayó de la mano de Darío de Ruán. Del brazo derecho de éste comenzó a brotar la sangre. El caballero francés se encontraba, arrodillado, ante el caballero florentino.
Elianne volvió a levantarse impulsivametne.
- ¡¡No le matéis!!.
Liano di Milano se quedó mirando admirado a aquella bellísima jovencita antes de responder.
- ¡Vaya!. ¡Parece que tenéis corazón para los perdedores!. Menos mal que no es por vos por quien estoy luchando porque, en ese caso, sería todo un cargo de conciencia no hacer caso a tal petición... ¿y vos que decís, dulce Marianne?.
Marianne Dusguesclin no perdió la compostura.
- Haced lo que os diga el corazón y espero que tengáis, de verdad, corazón... ya que váis a ser mi esposo.
Liano di Milano desvió de nuevo la mirada hacia el arrodillado Darío de Ruán.
- ¡Voved a coger la espada!. ¡Todavía no he terminado con vos!.
- ¡¡Dejad, al menos, que yo le cierre la herida antes de que continúe luchando!!.
- ¡Vaya!. ¡Otra vez la bellísima Lianne demostrando tener corazón suficiente como para querer a un perdedor!. ¡Parece que la hermosa Lianne tiene sólo corazón para los derrotados!. ¡Bien!. ¡Está bien!. ¡Hacedlo si tanta pena os da!.
- ¡¡No me da más pena él que vos, Liano di Milano!!. ¡¡Vos si que me dáis pena de verdad!!.
A Liano di Milano se le hincharon las venas del cuello pero, a duras penas, pudo controlar su impulso de atravesar allí mismo el cuerpo de Darío de Ruán. Tanto era el descontrol que sufría cuando Elianne le despreciaba...
Ella bajó al suelo del patio de armas y se dirigió, con su pañuelo rojo como único recurso, a limpiar y poder cerrar la herida de Darío de Ruán.
- ¡Por Dios!. ¡Os ruego que os déis por vencido antes de que muráis bajo su espada!.
- Gracias, Lianne... si yo fuese merecedor de vuestro amor por supuesto que me daría por vencido en este mismo instante si, a cambio, pudiese ser vuestro esposo.
- Suceden muchas cosas que lo impiden. Primero, que en este Torneo para nada está puesto en juego mi casamiento ya que tan sólo tengo dieciséis años de edad. Segundo, que no es esta la forma de enamorar a una dama. Y tercero, que ni estoy enamorada de vos ni estoy enamorada de nadie.
- Entonces... dejad de intervenir. Si mi destino es morir habré de morir aquí mismo... pero dejad de intervenir ya que a vos ni os viene ni os va nada de todo esto.
- Me interesa más de lo que creéis.
- Guardaos los actos humanitarios para quiénes los necesiten. Y ahora iros a vuestro lugar en las gradas más importantes y guardad silencio porque voy a continuar luchando con el brazo izquierdo.
- Sabéis que yo no he elegido ese lugar privilegiado entre la nobleza. En todo caso será porque así lo ha querido Dios... y también sabéis que manejando la espada con la mano izquierda seréis vencido en el primer envite.
- ¿Qué importa ya?. Vuelvo a insistir en que si fuese a cambio de alcanzar vuestro amor me rendiría ahora mismo.
- Y vuelvo a repetir, por última vez, que yo no amo a niguno de los aquí hoy presentes. Si tengo algún amor me es desconocido y, desde luego, no está entre todos estos caballeros. Ni amo a nadie ni tengo todavía prisas por casarme.
- Entonces nada más tenemos que hablar los dos. Seguiré luchando por el amor de Marianne.
Elianne volvió a subir a ocupar su sitio junto Madame Duguesclin.
- ¿Estáis seguro de que queréis seguir luchando u os declaráis por derrotado y os perdono la vida?.
- ¡Nunca un espadachín francés se da por derrotado antes de tiempo!. ¡Todavía puedo manejar la izquierda!. ¡Sólo soís un fantasma!. ¡Nada más que un fantasma, don Liano di Milano!. Pero a la hora de la verdad ni sabéis amar a una dama ni nunca habéis sabido cómo se debe amar a una dama. Posiblemente algún día, en el futuro, otro caballero os lo haga saber...
- Entonces... ¿a qué esperáis para demostrármelo vos mismo?.
- Esperaba mucho más del día de hoy, pero voy a demostraros que también sé luchar por Marianne.
El combate se reanudó pero, en el primer envite, el ruano perdió la espada y quedó de nuevo a merced del florentino.
- ¡¡Perdonádle la vida!!.
- ¡Vos seréis el Rey de Francia y por eso sois llamado El Justo, pero es justo que debéis aceptar la justicia. Si yo no le mato hoy a él... él me matará algún otro día a mí!...
- ¡No!. ¡No es esa clase de corazón lo que esperaba yo que tuviéseis!.
- ¡Bella Marianne!. ¿No os dáis cuenta de que quiero acabar cuánto antes con esta matanza?. Si mato a Darío de Ruán ningún otro caballero tendrá la osadía de volver a retarme jamás en la vida!. ¡Lo hago por vos!.
Y Liano di Milano, sin más pérdida de tiempo, hincó la espada en el corazón de Darío de Ruán quien instantáneamente, quedó tendido sobre las losas del patio de armas del Castillo de Fontainebleau.
- ¿Alguien más quiere enfrentarse conmigo para robarme la mano de Marianne Duguesclin?.
Un sepulcral silencio hizo enmudecer a todos y todas los que allí se encontraban... hasta que Don Armand Duguesclin tomó la palabra.
- ¡¡El Torneo ha terminado!!. ¡¡El caballero Don Liano di Milano es merecedor de mi hija Marianne!!.
- ¡¡Olvidáis a las restantes, Condestable!!.
- ¡¡No!!. ¡¡No las he olvidado... así que haced el favor de no hablar tanto ni antes de lo necesario!!. ¡¡Se hará con ellas tal como os lo prometí!!. ¡¡Maurice será la esposa de Facio di Milano!!. ¡¡Rose será la esposa de Ximo di Milano!!. ¡¡Y Monique... la pequeña Monique!!.
- ¿Qué sucede con la pequeña Monique, Condestable?.
- Os aviso por última vez que no habléis antes de tiempo, Liano di Milano... ¡¡La pequeña Monique será la esposa de vuestro tío Nito del Molinorum!.
- ¡¡No!!. ¡¡Yo no deseo ser la esposa de un viejo carcamal que tiene ya los dos pies más cerca de la tumba que de vivir algunos años más!!.
- ¡¡Debéis aceptar lo convenido, bella Monique!!.
- ¿Y qué sabéis vos, engreído caballero Liano, de lo que a mí más me conviene?. ¡Sólo sois un cruel caballero que no tenéis corazón suficiente como para perdonar la vida a quién tan valientemente ha luchado por nosotras y ha ofrecido su vida a cambio de nuestra libertad!. ¡No cantéis victoria antes de tiempo pues segura estoy de que alguien os hará pagar por esto!.
- ¡¡No hay más que hablar, hija mía!!. ¡¡El Torneo de Espadachines se da por terminado!!. ¡¡Las bodas se celebrarán, Dios mediante, en este mismo lugar, dentro de una semana justa!!. ¡¡El día 16 de enero de 1616 para ser exactos!!. ¡¡Quien desee quedarse aquí hasta dicha fecha serán bienvenido y bien servido!!... ¡¡Pero quien desee marcharse hoy mismo las puertas de este Castillo están abiertas tanto para salir como han estado abiertas para entrar!!.
Un grupo de voluntarios bajó al suelo del patio de armas y, ante la vista de todos y todas los allí presentes, retiraron el ya cadáver de Darío de Ruán, hasta el interior del Castillo de Fontainebleau.
- ¡¡Su Alteza Luis XIII y yo, su madre y regente de Francia, María de Médicis, no podemos estar presentes pues debemos partir ahora mismo hacia París para atender asuntos de Estado!!.
María de Médicis escudriñó la mirada de Elianne. En efecto... ¡era la viva imagen de la heroína Juana de Arco!.
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