La niña de las estrellas (Novela) Capítulo 8.
Publicado en Jul 29, 2011
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A la mañana siguiente, en Fontainebleau había vuelto a cambiar el tiempo. Ahora el frío era más elevado que en jornadas anteriores y en la Sala Principal del Castillo se encontraban, bien abrigados y hablando de los pormenores de las próximas bodas, el Condestable Don Armand Duguesclin, el obispo de Luçón llamado ya Richelieu y el caballero Liano di Milano, mientras comían un desayuno completo y repleto de viandas. El caballero Liano se encontraba nervioso.
- Salvo el Rey Luis XIII y la Regente María de Médicis, todavía no se han ido de Fontainebleau ningún caballero ni dama alguna. Todos están a la expectativa de los próximos festejos.
- Si, Don Armand, pero a mí, a mis hermanos y a mi tío, nos urge rápidamente casarnos con sus preciosas hijas.
- De todas formas tenemos que saber qué opina el obispo de Luçón aquí presente.
- Yo creo que es necesario esperar a ver qué dictamina Su Santidad Paulo V y, además, es necesario dar un plazo de tiempo por si alguien no está de acuerdo y tiene algo que alegar en contra de estos matrimonios.
- ¡Eso no es posible!. Ni yo, ni mis hermanos y mucho menos mi tío, estamos dispuestos a esperar más tiempo del debido.
- Lo debido es la semana que yo he decidido esperar.
- Si, Condestable, pero no queremos que nadie entorpezca el asunto.
- ¿Es que tratáis vuestras bodas como asuntos?. ¿Qué clase de asuntos, Don Liano?.
- Perdonad, señor obispo, pero no quise decir eso...
- También me preocupa algo más, Don Liano.
- ¿Qué puede ser eso que tanto le preocupa, señor obispo?.
- Que pienso lo que muchos otros franceses.
- En verdad que los franceses pensáis demasiado...
- Y vos pensáis más bien poco. Escuchad, caballero Liano... ¿era o no era necesario matar al caballero francés Darío de Ruán?.
- Era necesario, señor obispo.
- Quizás para vosotros, los florentinos, sí lo era... pero ya Francia entera está hartándose de lo que los florentinos y toscos pensáis qué es necesario para los franceses y francesas. En otras palabras, no puedo permitir esas bodas hasta dentro de una semana.
- Yo digo lo que ha dicho el gran William Shakespeare: "Tan a destiempo llega el que ve demasiado deprisa como el que se retrasa demasiado". ¡Sólo admito tres días de espera nada más!. ¡Con permiso o sin permiso de Su Santidad Paulo V!.
- Y yo os digo que tengo que esperar a lo que diga Su Santidad Paulo V para poder bendecir vuestra unión y las de los demás y le hago saber lo que ha dicho el gran Miguel de Cervantes: "No hay recuerdo que el tiempo no borre ni pena que la muerte no acabe".
- ¿Por qué citáis a la muerte en un día de felicidad como éste?.
- Porque vos distéis muerte en un día tan feliz como ayer y puede ser que la próxima vez otro sea quien se cobre dicha deuda.
- ¿Os estáis refiriendo acaso al fantasma de Darío de Ruán?.
- ¿Vos creéís en fantasmas, Don Liano?.
- Yo no. ¿Y vos, señor obispo?.
- Yo tampoco... pero a veces Dios los hace aparecer de forma inesperada...
- ¿A qué clase de fantasmas os estáis refiriendo, marqués de Richelieu?.
- A fantasmas tan reales como vos, como Don Armand Duguesclin y como yo mismo. Quizás no tardemos mucho en recibir alguna visita inesperada que nos atormente la conciencia y no nos deje dormir en paz.
- ¡Eso es imposible, señor obispo!.
- Para Dios no hay nada imposible.
El edecán del Condestable llamó a la puerta.
- ¿Quién osa interrumpir ahora?. ¡Adelante, edecán, pero espero que sea algo importante!.
El edecán abrió la puerta y se introdujo en el interior de la Gran Sala Privada del Castillo de Fontainebleau.
- Don Armand, aquí se encuentra un caballero que desea hablar con vos.
- ¿En privado o públicamente?.
- Me ha dicho que le es indiferente ese tema; que de una forma o de otra sólo quiere que le escuchéis con testigos o sin testigos.
- Señor Armand Jean du Plessis... ¿creéis que es conveniente dejar que nos acompañe un desconocido caballero?.
- Llamadme, por favor, simplemente obispo de Luçón o, si deseáis simplificar, solamente marqués de Richelieu... pero creo que sí es conveniente pues de esa manera dejará de ser desconocido y, además, considero importante conocer a fondo a dicho caballero y lo que desea pediros.
- Yo no estoy de acuerdo. Aquí, en estos momentos, lo único importante es terminar de ponernos de acuerdo en lo referente a mi boda con Marianne Duguesclin y la boda de sus tres otras hijas, Condestable.
- Pues yo estoy de acuerdo con el señor obispo de Luçón en que será muy interesante conocer a dicho caballero. Posiblemente sea algo importante lo que viene a pedirme. Edecán, dejad que pase dicho caballero.
Ante el gesto aprobatorio del edecán, Osé de Cervantes Saavedra entró en la Gran Sala Privada del Castillo de Fontainebleau, donde se encontraban, bien calientes y en pleno festín con sus desayunos, los tres comensales.
- Espero no interrumpir algo importante y perdón por haberos molestado en horas de vuestro suculento desayuno pero... ¿podría sentarme entre ustedes?. Vengo cabalgando toda la madrugada y no he podido tomar bocado alguno.
- ¿Quién sois vos para pedir tal cosa?.
- Calma, Don Liano di Milano, calma... porque nunca el Condestable Duguesclin ha negado bocado alguno a cualquier caballero de la alta nobleza. ¿Sóis acaso un noble francés, caballero?.
- Vengo desde la Abadía de Saint Denis pero no soy francés, Don Armand.
- ¿De la Abadía de Saint Denis?. ¿Qué haciáis vos en dicha abadía?.
- Nada importante de momento. Sólo descansé un poco junto a los padres benedictinos.
- Por un momento pensé que buscábais algo concreto por allí.
- Buscaba algo concreto pero creo que no tiene nada que ver con lo que estáis hablando esta mañana.
- ¿De dónde sois, caballero?.
- ¿Podría sentarme, primero, junto a ustedes?. Estoy realmente cansado.
- ¡Por favor!. ¡Pensad que estáis en vuestra propia mansión!. Sentáos en la silla que queda libre.
Osé de Cervantes se sentó a la izquierda de Liano di Milano y frente a Armand Duguesclin.
- ¿Deseáis un buen desayuno, caballero?.
- Gracias señor Condestable... pero me conformo solamente con un caliente café con leche nada más.
- ¿No queréis acompañarlo con ricos bocados?.
- En verdad que se lo agradezco, señor Condestable, pero sólo suelo desayunar café caliente con leche sin más acompañamiento deebido a que muchos otros seres humanos ni tan siquiera tienen para desayunar una simple hogaza de pan.
- Está bien. No hablemos ahora de exámenes de conciencia pues tendríamos que dejar de estar felices y, sin embargo, hoy es una fecha feliz para mí y mis hijas.
El Condestable Duguesclin hizo sonar la campanilla que se encontraba sobre la mesa y, rápidamente, volvió a aparecer su edecán.
- ¿Desea algo, señor?.
- Haced que traigan un café con leche, pero bien caliente, a este caballero.
- Verá, Señor Condestable, prefiero que esté templado y no tan caliente.
- ¡Pero si hace un frío que pela!. ¿Es que no sentís el frío?.
- Estoy acostumbrado a las temperaturas extremas. El mucho calor o el mucho frío no hacen estragos en mi físico.
- En verdad que tenéis un físico envidiable. ¿Me podéis estrechar la mano?.
- Con mucho gusto, Don Armand, con mucho gusto.
El Condestable comprobó que la mano derecha del caballero Osé de Cervantes realmente despedía un muy agradable calor natural pero la soltó de inmediato porque hasta quemaba.
- ¿También es igual de caliente vuestra mano izquierda?.
- Totalmente igual, Condestable.
- ¿Y no lleváis guante alguno?.
- No suelo usar guante alguno, Don Armand.
- ¡Es sorprendente!.
En esos momentos una linda camarera entraba en la Gran Sala Privada del Castillo de Fontainebleau, dirigiéndose hacia la pequeña mesa que estaba situada junto a la encendida chimenea y a cuyo alrededor se encontraban sentados los cuastro personajes.
- ¿Para quién es, señor?.
- Si no le importa es para mí, linda señorita.
La camarera se ruborizó por unos segundo pero dejó la bandeja delante de Osé de Cervantes a quien dirigió una discreta sonrisa.
- Viniendo de parte de un hombre tan guapo como vos es mucho más que un piropo.
- Simplemente he dicho la verdad.
- ¿Se puede saber de dónde sois y quién sois en realidad?.
- Es un placer decirlo, señor obispo, creí que nunca me lo iba a preguntar nadie de forma tan directa. Soy español, de la ciudad de Madrid, y me llamo Osé de Cervantes Saavedra.
- ¡Válgame Dios!. ¿Sois vos ese caballero andante del cual se viene diciendo ya que es el hijo legítimo del gran Don Miguel de Cervantes Saavedra?.
- El mismo, marqués Richelieu. Veo que estáis al día en cuestión de chismes y zarandajas del mismo estilo.
- Servicio de información, caballero, servicio de información. Debéis saber que quien desea llegar muy alto debe tener la vida muy ambiciosa.
- Si esa frase viniese de parte de una bella dama me haría temblar de miedo pues bien es sabido que existen algunas de ellas que suelen exagerar bastante. Pero, al parecer, señor obispo, vos debéis estar pensando en llegar demasiado arriba; mas tened cuidado porque quien sube demasiado deprisa se suele agotar antes...
- ¿No estaréis queriendo decir que yo ando liado en cuestiones de mujeres?.
- Lo único que quiero decir, marqués Richelieu, es que las mujeres marcan a los marqueses y a los que no son marqueses cuando se desea que las mujeres nos marquen. ¿Habéis comprendido ahora algo mejor lo que os quiero decir?.
El Condestable Duguesclin no pudo por menos que soltar una carcajada pero, rápidamente, se justificó.
- Caballero, para ser hijo de Don Miguel de Cervantes Saavedra tenéis un gran sentido del humor. Perdón, señor obispo, por un momento creí que estaba escuchando una comedia teatral.
- Exacto, señor Condestable, exacto. He de decir que esta vida, muchas veces, hace moverse a muchos personajes como si estuviesen representando una comedia teatral que, a veces, se tuerce tanto que termina en tragedia bastante cómica por cierto.
- Cambiemos de tema, caballero, por favor. ¿Cómo se encuentran sus Altezas Reales Don Felipe III de España y Doña Margarita de Austria?.
- Señor obispo... ¿no tenéis tan excelente servicio de información?. ¿Cómo es posible que no os hayan puesto al corriente de los asuntos privados de Don Felipe III de España?.
- No lo hago por interés alguno, caballero... de buena fe quiero saber cómo se encuentra su Alteza Real.
- Pues como siempre. Entreteniéndose mucho con la caza, el teatro y la pintura.
- ¿Y vuestro padre?. ¿Cómo se encuentra el gran Don Miguel de Cervantes Saavedra?.
- Más o menos como el gran Don William Shakespeare. En otras palabras, ambos tienen ya pocos meses de vida.
- ¿Es que sois acaso adivino?.
- ¿Caramba!. ¡Creía que os había comido la lengua un gato!. ¿Sois vos el grande y famoso entre las damas casaderas caballero Liano di Milano?.
- Sí. Y no tengo por qué darle la mano a quien se cree mejor que yo.
- Yo no me creo mejor que vos. Yo me creo diferente a vos.
- Pues, al parecer, yo tengo mejor concepto de las mujeres.
- Exacto, don Liano... vos llamáis conceptos a las mujeres mientras yo las llamo solamente mujeres.
- ¿Sois acaso un caballero filósofo al estilo de los que narra vuestro padre o solamente un caballero bromista?.
- No estáis acertando en nada, don Liano, pues sólo soy un caballero interesado.
- ¿Se puede saber en qué estáis interesado?.
- Vos sois florentino... ¿no es cierto?.
- De la flor y nata de Florencia.
- Demasiada flor y demasiada nata...
- ¿Otro chiste fácil?.
- No. No es ningún chiste. Ya que tanto me estáis observando desde que he entrado por esa puerta deberíais haber comprobado que no traigo chistera. Lo de la flor lo digo por vuestra cabellera pues me hace recordar a la Gorgona de la Mitología griega y lo de la nata lo digo porque parecéis demasiado tierno con las jovencitas que no tienen más de diecíséis años de edad... ¿o me equivoco?. Si fueséis español seguro que os habríais llamado Don Juan Galán Gallardo pues al parecer tenéis fama de ambas cosas entre las quinceañeras con las que he podido hablar.
- ¿Acaso me estáis provocando?.
- Vos tenéis obsesión con eso de las provocaciones. ¿A cuántas damas habéis provocado a engaño, caballero Liano di Milano?.
- ¡Os ruego que cambiemos de tema, caballero Osé!.
- Estoy de acuerdo Condestable... y en cuanto a vos, caballero Liano... ¿os gusta el arte?.
- Un caballero de armas tomar como lo soy yo no tiene apenas tiempo de pensar en otros asuntos. Me gusta el arte vivo y no las naturalezas muertas.
- ¿No os gustan las naturalezas muertas?. No pensásteis lo mismo cuando matásteis al caballero Darío de Ruán.
- Era necesario.
- Era una necedad. De lo necesario a lo necio no existe, a veces, más cosa que de necedad deriva lo que se cree necesario... pero lo que se cree necesario, don Liano, no es lo que debemos entender que sea necesario.
- Me hacéis un lío con vuestras palabras.
- Os hacéis demasiado lío, don Liano, con todo esto de luchar por una dama... pero... vamos a ver... es totalmente cierto que sois florentino... ¿me equivoco?.
- No os equivocáis en ese punto.
- A eso voy. Si sois de Florencia... ¿sabéis quiénes fueron los artistas que pintaron esos tres cuadros que existen en la pared de enfrente?.
- ¡Os repito que no tengo tiempo nada más que para cuestiones de caballero armado!.
- Pero si sois florentino deberíais al menos saber que esos tres pintores fueron también de Florencia.
´- Desde esta distancia no puedo leer las firmas.
- Muchas veces no es necesario ver las firmas para saber quiénes pintan los cuadros. Sólo por los colores que usan deberíais haberos dado cuenta de que fueron compatriotas suyos.
- ¿Se puede saber en dónde habéis aprendido tanto de pintura?.
- Tuve una buena maestra.
- ¿Una mujer os enseñó tanto de pinturas?.
- Don Liano, si fueséis tan conocedor de damas como decís, sabriáis que las mujeres saben mucho de pinturas y enseñan de pinturas mejor que ningún hombre. Pero no las quinceañeras sino las que ya tienen más de quince años de edad.
- Ni os comprendo ni me interesa comprenderos.
- Pero sí os puede interesar lo siguiente. Observad el cuadro que hay a la izquierda. ¿Sabéis de quién es?.
- Comno habéis dicho antes, debió ser algún florentino.
- En efecto. Lo pintó Giovanni Battista di Jacopo, llamado Rosso Fiorentino o, dicho en español, Rojo Florentino. Fue uno de los fundadores de la Escuela de Fontainebleau. ¿A qué escuela habéis ido vos, gran caballero Liano?.
- No necesité nunca ir a una escuela. Tuve maestros privados.
- ¿Ninguna mujer entre ellos?.
- Repito que a un caballero como yo no le da clases ninguna mujer.
- Salvo, ayer mismo, cierta chiquilla que observó vuestro duelo.
- ¿Cómo os habéis enterado de eso?.
- Solamente escuchando algunas partes de lo que todos comentan por el interior de este castillo.
- ¿Y qué os han dicho sobre esa tal jovenzuela?.
- Dejemos de momento ese tema. Es mucho más interesante descubrir las cosas que se ven a través de unas pinturas. ¿Qué observáis en ese cuadro que os cito?.
- Nada de particular. Nada que me llene de emoción.
- Y sin embargo se titula "La dama y el ángel". ¿No os llama la atención ese título?.
- Sigo sin comprender nada.
- Vayamos por parte. En la parte superior se ven dos figuras de ángeles humanos... ¿son ángeles o son humanos, caballero Liano?.
- Supongo que ángeles.
- Y yo supongo que humanos. Por ejemplo, si nos fijamos en la parte central del cuadro hay ahí una cama matrimonial con sábanas y almohadas blancas. Si las figuras aladas fuesen verdaderos ángeles, Fiorentino no hubiese pintado esa cama matrimonial... luego son dos seres humanos que no tienen pecado alguno... ¿Podríais imaginaro a la bellísima Marianne como la figura femenina de los dos?.
- ¿Cuál es la figura femenina?.
- Por la posición en que se encuentran... la de la izuquierda y, si os fijáis bien, está en posición de escucha mientras habla el personaje que está a la derecha.
- Pues es cierto. Podríamos ser la bellísima Marianne y yo mismo.
- Pero hay algo que no cuadra. Si vos fuéseis la figura alada de la derecha deberíais tener mucha más cultura de la que estáis demostrando tener... porque... ¿qué está haciendo con la boca abierta?.
- Supongo que hablando.
- ¿Algo más?.
- Nada más.
- Os falta daros cuenta de que no está hablando sino leyendo, cosa muy diferente, y que la figura femenina le escucha con tanta atención porque está hablando de algo interesante para ella.
- Demasiado análisis para mí.
- Falta algo esencial. ¿Seguís pensando que esa cama se pintó para representar vuestra boda con Marianne?.
- Ahora que me lo hacéis pensar... pues sí... podría ser cierto...
- Sólo que existe otro detalle que lo cuestiona. ¿Es posible que un ángel tan bello como Marianne quiera ir a la cama con un ángel tan culto como el de la derecha?.
- Pues sí.
- Pues entonces dudo que Rosso Fiorentino estuviese pensando en alguien como vos para ser esposo de la bellísima Marianne. ¿Y qué opináis de la cortina que se encuentra a la izquierda?. ¿Es Marianne la que oculta algo tras ella o es el ángel que os creéis ser el que lo hace?.
- Me estáis empezando a fastidiar.
- Está bien. Pasemos al cuadro de la derecha. ¿Quién es la dama que se ve pintada ahí?.
- Una muy bella. ¿Podríamos decir que es Marianne?.
- Exactamente es Diana y el cuadro se denomina "Diana cazadora"... ahora bien... si Marianne fuese la mujer pintada en ese cuadro y supongo que podría serlo... ¿por qué huye hacia el monte?. ¿Será que tiene miedo de alguien y ha decidido no casarse con ningún varón?. 
- Entonces no es Marianne.
- ¿En qué quedamos?. ¿Es Marianne o no es Marianne?.
- Ya empezamos otra vez con el lío.
- Sois vos quien os liáis solamente, don Liano. Primero deberíais haber sabido que el pintor es otro compatriota vuestro. El florentino Francesco Primaticio. ¿Ahora os atreveriáis a confirmar que podría ser Marianne o podría ser otra mujer superior a Marianne?. Si Marianne fuese el ángel anterior ahora estamos ante una diosa. ¿Es superior un ángel a una diosa o es superior una disosa aun ángel?. ¿Y quién creéis que podría ser esa diosa representada por Primaticio que prefiere irse al monte con su galgo corredor antes que entrar en el círculo cerrado de los cortesanos?.
- No tengo ni idea de lo que me queréis explicar.
- La solución debe estar, por lo tanto, en el cuadro que se encuentra en el centro. ¿Sabéis quién lo pintó?.
- ¡No!. ¡No, no y no lo sé y no, no y no me importa saberlo!.
- Calma, caballero Liano... un buen experto en mujeres no se pone tan nervioso a no ser que oculte algo en su interior.
- ¿Qué estáis queriendo decir?.
- Escuchad. Estoy intentando hacer sólo una teórica composición de lugar. El cuadro lo pintó Nicola dell'Abate y se llama "El rapto de Proserpina".
Liano di Milano se apretó las manos para contener su ira y en su rostro surgieorn las priemras gotas de sudor.
- Tened mucha más calma, don Liano. Un caballero que domina el arte de las mujeres no suele ponerse nervioso ante una simpe teoría. Os pregunto lo siguiente. ¿Creeéis que hay alguna mujer más bella que Marianne?.
- Supongo que la habrá.
- Si suponéis que la habrá es que estáis afirmando que la hay.
- ¿A dónde queréis llegar con todo esto?.
- A una sola pregunta y contestad simplemente sí o no: Si sois el mayor donjuán europeo y buscáis conquistar a la más bella de todas y la más bella de todas fuese potra diferente a Marianne pero que se niega a perteneceros... ¿seríais capaz de raptarla para saciar con ella vuestro apetito carnal?.
- ¡Diablos!. ¿Hasta dónde queréis llegar con toda esa majadería?.
- A una sola cuestión. Que sí. Que es cierto que intentaríais hacerlo. Vuestra vanidad es tan grande que jamás aceptaríais la negativa de la mujer más guapa que habríais conocido. Pero... ¿por qué sudáis tanto?. Es sólo una hipótesis teórica. Cosas de analizar cuadros pictóricos nada más. Ya os afirmé antes que se aprende mucho de las pinturas cuando en las pinturas aparecen mujeres. Mirad bien el cuadro y relajáos por favopr. Se llama "El rapto de Proserpina". ¿Podríamos llamarlo acaso "El rapto de Marianne"?.
Liano no supo que repsonder.
- ¿O quizás el nombre de Marianne lo podríamos cambiar por el nombre de otra más hermosa que Marianne?.
Fue cuando el Condestable tuvo que intervenir.
- Caballero Osé de Cervantes... supongo que no habéis venido a molestar nuestra reunión con temas sobre pintura, análisis de pinturas y aplicaciones de comportamiento social partiendo de la pintura... ¿me equivoco?.
- Por supuesto que otro es el motivo que me ha traído hasta aquí.
- ¿Y cuál es ese motivo?.
- Competir en el Torneo de Espadachines por la mano de una de vuestras hijas... digamos que, si Dios lo quiere, por la mano de la bellísima Marianne.
- ¡Imposible!.¡Es totalmente imposible ya que el Torneo de Espadachines ya se ha terminado y el vencedor he sido yo!.
- Dice la verdad el caballero Liano di Milano. Ya dí por terminado el Torneo de Espadachines y ya están mis cuatro hijas comprometidas. Es por eso por lo que esta noche se celebrará buna gran fiesta con baile incluído.
- Un momento, Condestable, tengo que hacerle una última pregunta al caballero Liano.
- ¡No deseo contestar a ningua pregunta más!. ¡El Torneo de Espadachines ya se ha acabado!.
- Pues tenéis la obligación de contestar a mi última pregunta.
- Caballero Liano, el caballero Osé de Cervantes tiene razón. Entre caballeros no podemos dejar una pregunta en el aire. Si somos caballeros de bien debemos contestar a todas.
- Gracias por entenderlo así, señor obispo. Mi pregunta es la siguieente: ¿cómo fue posible que un solo caballero luchase, al mismo tiempo, por las manos de cuatros damas en vez de por una solamente?.
Liano di Milano sacó a relucir una irónica sonrisa antes de contestar.
- Muy sencillo, caballero Osé de Cervantes. Le hice ver al Condestable Duguesclin que en el programa del Concurso no se hablaba nada de por cuántas damas podría combatir un caballero y como no había nada de eso escrito él aceptó mi petición. No es que fuesen las cuatro para mí sino que las otras tres son para familiares míos y... ¡está totalmente aceptado entre los caballeros espadachines luchar en el nombre de familiares de primera línea cosanguínea!.
- Es cierto. Yo fui quién acepté esa condición.
- Pues yo voy a razonar de la misma manera. En el programa del Concurso sólo se indica que se inicia el día 9 de enero de 1616 pero no pone nada de cuándo se acaba. Y, poor otro lado, de todos nosotros es conocido que antes de celebrarse una boda hay que dar un plazo prudencial de días por si alguien tiene alguna reclamación en contra. Como en el programa no se indica cuándo se acaba el Torneo de Espadchines y como ese plazo de días prematrimoniales acaba de comenzar y hasta la próxima semana no se celebran dichas bodas yo quiero combatir contra el caballero Liano di Milano no sólo por la mano de la bellísima Marianne sino, como él ha hecho, por las manos de sus otras tres bellas hijas.
- ¡Eso no es legal, Condestable!.
- Yo opino que eso es tan legal como lo que vos me hicísteis aceptar. Si entonces tuve que decir que vos llevábais razón ahora tengo que decir que el caballero Osé de Cervantes también lleva la razón. Sucede que los graderíos están todavía sin desmontar. Sucede que el plazo de reclamaciones dura hasta dentro de una semana. Entonces... ordeno que el Duelo de Espadachines continúe mientras haya alguien que os quiera hacer frente, caballero Liano di Milano.
- Yo, cómo autoridad eclesiástica, también estoy de acuerdo con ello.
Liano di Milano miró con cara de odio al tranquilo Osé de Cervantes Saavedra.
- ¿Olvidáis que se me conoce como El Espadachín Invencible?. ¿Cómo se os conoce a vos?.
- Simplemente como Cervantes nada más. Para mí es un honor que se me ponga a la misma altura que mi padre.
- ¿Queréis morir tan joven?.
- No. Lo que quiero es madurar lo suficiente para seguir siendo joven.
- Entonces abandonar la suicida idea de querer medir vuestra espada contra la mía si tanto habláís de la eterna juventud.
- Un asunto curioso, don Liano... ¿sabéis dódne se encuentra una cantina denominada "Le Spadassin Invincible"?.
- Nunca he oído tal nombre de cantina porque no suelo ir a cantinas de mala muerte.
- Pero sí que dais mala muerte a quien osa enfrentaros a espada... ¿verdad?.
- No sé que tiene que ver ese asunto ahora.
- Tiene que ver que dicha cantina se encuentra en la ciudad de Orléans y que si no habéis ido allí nunca, no habéis conocido a los mejores espadachines de Europa... así que quizás nos seáis tan invencible y, en cuanto a la muerte y la eterna juventud proveniente de Dios y no del Diablo, mi padre escribió un día que "No hay recuerdo que el tiempo no borre ni pena que la muerte no acabe".
- ¡Curioso!. ¡Muy curioso!. Cuando empezábamos a desayunar también a mí me vino a la memoria esa frase.
- Señor obispo... la casualidad no existe... Dios o el Diablo... no puede haber término medio.
- ¡Está bien!. ¡Sea casualidad o sea porque Dios lo quiere y ya que hemos terminado todos de desayunar ahora mismo doy la orden de que todos y todas están invitados a la continuación del Duelo de Espadachines!.
El Condestable Duguesclin hizo sonar la campanilla y de nuevo el edecán entró en la Gran Sala.
- ¿Me llamábais?.
- ¡Avisad a todos los que se encuentren en el castillo que se reanuda el Concurso de Combates de Espadachines para conseguir casarse con mis cuastro hermosas hijas!.
- ¡Muy bien, señor, Condestable!. ¡Esto ya estaba demasiado aburrido!.
- Pero sólo por este día... pues esta noche sigue en pie la fiesta con baile incluído.
Por todas partes del Castillo de Fontainebleau se extendió, rápidamente, la noticia de que se reanudaba el Torneo de los Espadachines para poder optar por conseguir casarse con alguna de las hijas del Condestable Duguesclin. En el ánimo de todos los caballeros allí presentes, sin embargo, atemorizaba el recuerdo de la muerte de Don Darío de Ruán. Todos ansiaban a las hijas del Condestable, de manera muy especial a Marianne Duguesclin; pero preferían seguir viviendo hasta convertirse en abuelos antes de morir, allí mismo, bajo la espada del Espadachín Invencible. No podían comprender quién era aquel caballero español ni podían entender por qué había osado presentarse a robarle la mano de la bellísima Marianne a aquel sanguinario florentino. Los comentarios no cesaban. Un caballero alemán y una dama francesa charlaban junto al brocal del pozo de donde se obtenía el agua para los habitantes del castillo y para las caballerías que llenaban, ahora, las cuadras. 
- Debe ser algún loco.
- Eso mismo pensamos los demás caballeros. Debe ser un loco español.
- ¿Un loco español camino de la muerte?.
- ¿No le parece suficiente locura ir a combatir por la mano de una dama ya comprometida?.
- ¡Pues a mí me gustaría ser, en estos momentos, Marianne Duguesclin!.
A las doce en punto del mediodía ya todos, excepto Luis XIII y María de Médicis, se encontraban de nuevo allí. La espectación era mucho más elevada que en la anterior ocasión. Nadie podía comprender ni entender a aquel caballero que, sabiendo lo que le había sucedido a Darío de Ruán, se atrevía a estar en el centro del patio de armas y mirando fijamente a los ojos de aquel terrible tirano castigador de mujeres, y matarife de hombres, llamado Liano di Milano.
- ¡¡Atención a todos los conciudadanos y conciudadanas... en estos momentos doy por reiniciado el duelo de espadachines por la mano de mi bellísima hija Marianne!!.
- ¡¡Protesto!!. ¡¡Vuevo a insistir, una vez más, en que esto no es amor!!. ¡¡Vuelvo a insistir, una vez más, que las mujeres de un país que se llama libre tienen el derecho divino a elegir libremente de quiénes se deben enamorar!!.
- ¿Quién es esa extraordinaria belleza de mujer que habla así, Liano di Milano?.
- ¡Bah!. ¡Sólo es una mocosa de tan sólo dieciséis años de edad!.
- Pues observo que no le quitáis los ojos de encima.
- ¡¡Ya os advertí, Elianne, que vos no teneís ni voz ni voto en estas cuestiones!!. ¡¡Sólo tienes dieciséís años de edad y no estás preparada para comprenderlo!!.
- ¿Elianne?. ¡Es asombroso!. ¡Es la priemra vez que escucho ese nombre y, sin embargo, me da la extraña sensación de haberlo escuchado miles de veces en mis sueños!.
- ¡Veo que tampoco vos le quitáis los dos ojos de encima, Osé de Cervantes!.
- Pero lo mío es sólo inocente curiosidad.
- ¿Qué queréis decir con eso?.
- ¡Que vos la miráis con ojos de lujuria, don Liano!.
- ¡¡Por la Bella Florencia!!.
- ¡¡Por la Noble España!!.
Todos quedaron con el corazón sobrecogido... y, sin embargo, todos se dieron cuenta de que aquel combate iba a finalizar demasiado pronto pues a las primeras de cambio, en la primera ocasión en que se encontraron en un cuerpo a cuerpo después de una larga sucesión de minutos de total y equilibridado combate, Eliano di Milano zancadilleó a Osé de Cervantes y éste se vino al suelo perdiendo la espada. Rápidamente, Eliano se lanzó con su espada con la intención de clavársela en el corazón más, de manera increíble y milagrosa, Osé de Cervantes no sólo esquivó el golpe mortal sino que con una agilidad verdaderamente asombrosa lanzó su puño derecho contra Liano di Milano y le golpeó de tal manera que le dejó la mandíbula desencajada mientras el florentino caía al suelo. Inmediatamente, Osé de Cervantes, se levantó, tomó su espada, puso un pie sobre la abultada barriga de Liano y colocó su espada contra el corazón del florentino.
-- ¡¡No le matéis!!. ¡¡Por Dios, no le matéis!!.
Osé de Cervantes miró a la bellísima Elianne que estaba más encantadora que nunca.
- ¡No os preocupéís, preciosa!. ¡Mi espada nunca se ha manchado de sangre de ningún ser vivo!. ¡Sólo la utilizo para dar la libertad y no para quitarla!. ¡Matar a un ser vivo es robarle su libertad y a mí no me han educado para eso!.
- ¡Si no me matáis, tarde o temprano os mataré yo a vos!.
- ¡Escuchad bien, Liano, y escuchad bien todos los demás!. ¡Habéis perdido la mano de Marianne Duguesclin pero como vos tuvísteis el beneficio de luchar por las cuatro damas al mismo tiempo yo hago igual que vos!. ¡No por imitaos sino por justicia igualitaria!. ¡Reto a Facio di Milano, Ximo di Milano y Nito del Molinorum, a que luchen conmigo por no perder las manos de las otras tres hijas del Condestable!. ¡Les reto uno por uno o, si lo desean mejor, los tres al mismo tiempo contra mí!. ¡Ahora me pertenece a mí la mano de Marianne pero quiero liberar a sus tres hermanas de estos tres indeseables caballeros que no han tenido el valor de luchar ellos  mismos por ellas!.
Ninguno de los tres citados, los florentinos Facio y Ximo y el tosco Nito, hicieron movimiento alguno pues estaban totalmente anonadados ante aquellos ojos, entre nobles e iracundos, que les miraba de frente. A su vez, ningún otro caballero osó saltar al centro del patio de armas. Nadie se atrevía a enfrentarse con quien estaba dispuesto a hacerlo contra tres espadachines él solo.
- ¡¡Doy por finalizado el Concurso!!.
- ¡Ya habéis escuchado al Condestable Duguesclin, levantaos Liano di Milano, iros a que alguien os coloque de nuevo vuestra mandíbula en su lugar exacto y procurad que nunca má vuestro camino se cruce con el mío porque entonces ya no será la mandíbula la que os romperé sino que es posible que separe vuestra hermosa cabeza de vuestro gordo cuerpo!.
- Está bien... me habéis ganado...
- No os he ganado. Os he vencido.
- Está bien... me habéis vencido.
El caballero español volvió a dirigirse a la multitud.
- ¡¡Vuelvo a repetir otra vez que, de momento, Marianne Duguesclin ya me pertenece y será mi epsosa si es que Dios así lo quiere!!. ¡Pero he luchado por ella para liberarla de las ataduras!. ¡Ahora quiero hacer lo mismo con sus hermanas!. ¡Digo y os hago saber a todos que Elianne lleva razón pues esto no es manera de amar y son las mujeres las que conquistan a loos hombres!. ¡Para enamorar a una dama esa dmaa debe ser libre de elegir quien desea que la enamore. ¡¡Así que cómo no veo a nadie dispuesto a luchar contra mí doy la libertad a Mariane Duguesclin y sus hermanas Maurice, Rose y Monique.
- ¡¡Yo rubrico tal condición!!. ¡¡Nunca más volveré a tomar la inhumana decisión de forzar a mis hijas a que se casen sin amor!!. ¡¡Jamás volverá a entablarse un duelo de espadachines para casarse con mis hijas!!. ¡¡Serán ellas quienes elijan esposos!.
- Pero yo os quiero a vos, Osé de Cervantes!!.
- ¡¡Escuchadme bien, Marianne Duguesclin!!. ¡¡De eso hablaremos esta noche misma, hermosa Marianne!. ¡¡Ahora sólo dejo en manos de Dios nuestros destinos!!.
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Foto del autor José Orero De Julián
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Descripción

Novela.

Palabras Clave: Literatura Novela Conciencia Conocimiento Cristianismo.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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