La niña de las estrellas (Novela) Capítulo 9.
Publicado en Aug 04, 2011
La noche del día 10 de enero de 1616, el Castillo de Fontainebleau tenía todas sus lámparas encendidas. Desde lejos parecía un palacio encantado. Relucía en medio de la oscuridad y los campesinos no podían hacer otra cosa que admirarlo mientras soñaban que formaban parte de aquella selecta alta sociedad allí reunida. Dentro de él, en el Salón de Baile, la música de los minués no dejaba de sonar y las parejas de enamorados iban cayendo como fruta madura con las damas en plan de conquistadoras y los caballeros intentando enamorarlas.
- Bailas muy bien, Marianne. - Porque tú no sueles pisar mis pies como sí hacen muchos de los que se creen excelsos bailarines y no saben, en realidad, más que un par de pasos y mal aprendidos. - Pero yo no sé bailar y creo que tú lo has notado. - Yo sólo noto que te quiero. - Escucha, Marianne, enamorarse supone mucho más que solamente querer. Yo también te quiero pero ni yo estoy enamorado de ti ni tú tampoco estás enamorada de mí. - Te recuerdo un proverbio chino que dice que hay tres cosas que nunca vuelven atrás: la palabra pronunciada, la flecha lanzada y la oportunidad perdida. - Y yo te recuerdo a ti que la palabra que di fue la de liberarte de las manos de Liano di Milano, que la flecha que te lancé no iba destinada a tu corazón sino a tu cerebro y que si pierdo la oportunidad de casarme contigo es porque no es de Dios que tú seas mis esposa. - ¿Quién eres en realidad, Osé de Cervantes?. - Por el momento sigo siendo solamente un caballero errante que va en busca de la mujer de su vida. - ¿Errante?. ¿Tú eres todavía un caballero errante?. - ¿Has leído la última novela de mi padre Don Miguel de Cervantes Saavedra?. - ¿Es que eres tú el hijo secreto de Cervantes?. - Tú lo has dicho. - Pues sí. Creo que te refieres a "Don Qujote de La Mancha". La he leído pero todavía no he terminado de entender todos sus mensajes. - Eso es lo que te quiero explicar. Para entender al "Quijote" debes entender muy bien quién es "Dulcinea". - ¿Puedo saber qué quieres decir con eso?. - Escucha bien. Yo tengo un destino trazado por Dios... ese mismo Dios que movió la mano de mi padre para escribirlo. Alguien me ha hecho saber que mi padre escribió dicha novela pensando que su hijo, yo mismo, encontraría a su "Dulcinea" pero con otro nombre diferente. - No entiendo nada... - Te lo aclaro por última vez. Su mensaje es mi destino y esa mujer forma parte esencial de ese destino. - ¿De verdad no estás loco?. - De verdad te digo que quién está loco es todo este absurdo mundo de las apariencias. Tú y yo pertenecemos a mundos diferentes. - Sólo hay un mundo, Osé de Cervantes. - No, Marianne. Hay un mundo paralelo que sólo los escritores conocen pero que es aun más real que éste que estamos viviendo en estos momentos. - Que yo sepa ni Don Quijote ni Dulcinea existen. - Te equivocas. Los dos existimos. Y es por eso por lo que te ruego que no te enamores de mí. Tú perteneces a la cortesana vida de los palacios, a las alegres fiestas de los castillos y a la aventura de las noches del Gran París. Yo no. Yo puedo estar en todos esos lugares pero pertenezco a otra clase de aventuras y festejos. Escucha, Marianne, sé que Dulcinea existe y se encuentra en algún lugar pero con otro nombre distinto. También existo yo con otro nombre diferente... pero no intentes desentrañar ese misterio porque te he dado la libertad para que vivas en tus entornos. Si deseas ser feliz búscate otro enamorado caballero de esos que estarían dispuestos a dar la vida por ti. - Pero tú has estado a punto de morir por mi culpa. - Te equivocas. No he luchado por ti ni por ninguna de tus hermanas. He luchado por tu libertad y por la de ellas. - ¿Eso lo dices de verdad o estás bromeando conmigo?. - Escucha, Marianne, en vez de pensar en mí harías mucho mejor si te dedicaras a pensar en tu verdadero amor. El amor no es una ilusión sino un milagro. Algo más importante que una simple aventura. Es una historia completa. Tú y yo no pertenecemos a la misma historia aunque seamos parte de una misma aventura. El amor nunca es parte de una aventura parcial sino que es una historia total. - ¿Eso quiere decir que ya no vas a bailar más veces conmigo?. - Eso quiere decir. En esos momentos Elianne abandonó el Salón de Baile y se dirigió hacia la puerta que daba salida al jardín. - ¿Qué le sucede a Elianne?. ¿Por qué no baila con ninguno de los muchos nobles caballeros que se encuentran aquí?. ¿Quién le ha prohibido que baile?. - Nadie le ha prohibido bailar a Elianne. Es ella misma la que jamás desea bailar con ningún noble caballero. Es muy extraña. En realidad no es una Duguesclín. - ¿No es tu hermana?. - Sólo he dicho que no actúa como una Duguesclín verdadera. - Perdona, Marianne, pero ha terminado nuestro último baile. - Yo estoy segura de que no es así... de que dentro de unos pocos minutos me vas a volver a pedir que baile contigo pero entonces quizás sea muy tarde para ti. - Eso espero. - ¿Eso esperas?. - Sí. Espero que encuentres al hombre de tu vida y que no sea yo. Y ahora, perdona, pero mientras bailas con el noble caballero que más te guste yo tengo que ir a otro lugar. Elianne se encontraba en el mirador del jardín observando, de manera extasiada, el prodigioso mundo de las estrellas. La luna llena brillaba en lo alto y en su interior sentía una profunda soledad a pesar de que tantas veces se le habían presentado ocasiones para decir sí a alguno de aquellos elegantes caballeros provenientes de toda Europa. No se sentía a gusto en el Salón de Baile y prefería asomarse a la balconada, a cuyos pies, crecían las rosas de color de fuego. Y es que la noche estrellada parecía, en realidad, un fogoso haz luminoso que le adornaba el rostro dándole una presencia aun más bella todavía. Alguien había dicho de ella que era la más bonita de todas. Ese alguien había sido Liano di Milano y, sin embargo, no se sentía especialmente afortunada por ello. - ¡Hola, preciosa!. Elianne quedó, por unos segundos, paralizada. Aquella era, precisamente a muy cortos metros de distancia, la voz de Liano di Milano. Sintió deseos de desaparecer en medio de la noche pero no se movió. Ni tan siquiera hizo el gesto de volverse para mirarle a la cara. - ¿Qué haces, Elianne?. -¡No!. ¡Se había equivocado!. ¡Ahora que estaba mucho más cerca de ella descubrió que la voz era de Osé de Cervantes!. Lentamente dio media vuelta esperando no haberse equivocado. No se equivocó. Era el caballero español el que ya estaba junto a ella observando su extraordinaria belleza bajo la luna. - Por un momento pensé otra cosa. - ¿A qué te refieres, Elianne?. - A algo que me tiene preocupada... - Supongo que te refieres a que alguien te desea en contra de tu voluntad. - ¿Cómo eres capaz de descubrir tales motivos?. - Es muy fácil deducir que una joven tan preciosa tenga miedo de que alguien la invite a bailar. - Si... ¿pero cómo sabes que me daría pavor si alguien en particular me invitase a bailar?. Osé de Cervantes se la quedó mirando fijamente. - Porque ese alguien que desea a toda costa estar contigo tiene nombre propio. - Me gustaría saber a quien te refieres. - A Liano di Milano. Ella sintió, en su interior, una extraña decepción. Por un momento había creído que el caballero español se estaba refiriendo a él mismo. Se quedó callada. - Me parece que te he decepcionado en algo... pero no lo sé todo... y por eso no sé en qué te he podido decepcionar. Muchas veces cometemos errores. Quizás no debería haber venido a molestarte en esta ocasión. Elianne no quería sentir nada; luchaba por no sentir nada... - ¿Tú no tenías que estar bailando toda la noche con Marianne?. - ¿Cuál es la razón por la que yo tenga que estar toda una noche bailando con Marianne?. - Se supone que serás su esposo dentro de una semana. - ¿Y quién te ha hecho saber tal cosa?. - Porque venciste en el duelo de espadachines por ella. - ¿Estás segura de lo que estás diciendo?. - Lo ví con mis propios ojos. - A veces los ojos, por muy bellos que sean, ven cosas que no son ciertas. - Gracias por el piropo pero no es necesario porque ella los necesita más que yo. - Pero yo no he venido hasta aquí para piropear a las mujeres más necesitadas porque ellas están ya acostumbradas a recibir piropos todos los días. Yo he venido hasta aquí para encontrar a alguien que me haga saber donde está mi destino. Elianne, en el fondo de su corazón, se puso contenta al saber que él era libre, que no tenía compromiso con nadie y que no se iba a casar con Marianne. La luna le bañaba su trigueño cuerpo y aumentaba su belleza. Así que Osé de Cervantes no pudo evitarlo por más tiempo... y le elevó, suavemente con la mano derecha, ligeramente aquel rostro bellísimo hasta quedar como hipnotizado por ella. - Me estás empezando a enamorar, Osé. Ya no esperó ni un momento más y la besó dulcemente durante una buena cantidad de segundos. Las doce campanadas del reloj de la torre principal del Castillo de Fontainebleau le devolvió a la realidad. - Perdona, Elianne, yo no quería molestarte... - ¿Osarías volver a besarme?. La femenina provocación surgió el efecto. El beso fue esta vez mucho más prolongado y profundo. Hasta que el sonido de los grillos, que ahora llenaban todo el jardín, le hizo despertar. - Me parece que yo también me estoy enamorando de ti, Elianne... y... la verdad es que no debo hacerlo. - ¿Por qué?. - Porque no soy libre. - Entonces... ¿es que estás casado y nos has mentido a todos?. - No te enfades antes de tiempo porque además de ponerte más sensual cuando te enfadas no es cierto. Estoy soltero y sin compromiso. Estoy enamorándome de ti pero estoy atado a otra joven... - ¿Cuántos años tienes, Osé?. - Yo sólo tengo veintitrés años y ya sé que tú sólo tienes dieciséis... pero no es la edad lo que me separa de ti sino todo lo contrario. La edad me uniría profundamente a ti si fueses otra persona. - Entonces... ¿volverás a tus caminos?. - Siempre seré un caminante. Necesito encontrar a la mujer que quiera caminar junto a mí toda la vida, sabiendo que mi camino es real y, a la vez, una fantasía. Elianne sentía cómo su corazón latía fuertemente. - ¿Por qué me has besado ya dos veces?. ¿Ahora cómo podré olvidarte?. No es justo. Hizo un además de marcharse pero él la retuvo del brazo derecho y la atrajo hacia sí. Era imposible no besarla por tres veces y la besó ahora con más pasión que las otras dos veces anteriores. - La amistad es un alma que habita en dos cuerpos; un corazón que habita en dos almas. No es mío. Lo dijo Aristóteles. - Pero yo no puedo ser amiga tuya... o todo o nada... no puedo enamorarme de quien sólo busca amistad por su parte... o amo y soy amada o no amo y no soy amada. Elianne tenía ganas de llorar e hizo otra vez el intento de irse de allí porque la presencia de Osé ante ella la inmovilizaba por completo. - No te vayas todavía, Elianne... - Tómame o déjame. No soy mujer de medias tintas. Tú me besas y yo te beso... ¿y qué significa eso para ti?. ¿En qué te diferencias de los demás?. - Posiblemente en que no te miento cuando te digo que no soy libre. ¿Cuántos van diciendo eso por los palacios, por los castillos, por las ciudades, por los pueblos, por las aldea... sabiendo que están mintiendo?. - Está bien. Adiós. No me interesa para nada tu amistad y no me interesas tú porque perteneces a otra. Lo entiendo. Así que suéltame ya porque me estás haciendo mucho daño. No. No me refiero a ningún daño físico sino a ese daño sentimental que nunca se puede apartar de quien se ha enamorado. - Perdona. No quise hacerte esa clase de daño. - No. En realidad la culpa ha sido mía por haberte deslumbrado con la mirada. Tenía que haber mirado al horizonte y no haberte mirado a los ojos. La culpa es mía por no haberte impedido hacer lo que siempre impedí hacer a cualquier hombre. Que me besaras hasta por tres veces es algo que no debí haber consentido. - ¿Y qué quieres que haga yo para poder remediarlo?. - Que te vayas. Que te vayas pronto de aquí en busca de esa joven que es tu destino. Elianne comenzó a llorar y se dirigió hacia su habitación privada. Se cruzó con el Condestable Duguesclín en su camino. - ¿Qué te sucede, Elianne?. ¿Por qué vas llorando?. Pero ella no se detuvo a dar explicación alguna y siguió hasta su alcoba, abrió la puerta, la cerró con llave y se tumbó en la cama para llorar profundamente; mientras el Condestable imaginó que alguien, en el jardín y aprovechando la noche, se había propasado con ella. - ¿Qué le ha hecho a Elianne, Osé de Cervantes?. ¡No puedo ni pensar un segundo que un caballero como vos, prometido de Marianne, haya intentado propasarse con Elianne!. -Escuche, señor Condestable. Con su hija Elianne no ha sucedido absolutamente nada malo ni pecaminoso y con su hija Marianne no me ata absolutamente nada. Mañana saldré de este castillo para no volver más. - Espere, espere, Don Osé... ¡estoy seguro de que aquí hay un malentendido y es necesario aclararlo!. - No se preocupe. Precisamente todo ha sucedido por querer aclarar las cosas. Mañana, cuando esté más tranquila, yo mismo hablaré con Elianne delante de vos para que comprendáis que no ha sucedido nada alarmante entre nosotros dos. - De acuerdo. Y espero que el asunto haya sido simplemente una cuestión de juventud nada más. - Eso precisamente es lo que ha sucedido... pero no se preocupe... porque mañana todo quedará aclarado si Dios así lo permite. El Condestable Duguesclín comprendió, rápidamente, que había sido algo relacionado con un enamoramiento espontáneo. - Bien, caballero. ¿No regresa al Salón de Baile?. - Muchas gracias pero prefiero seguir observando la noche. Para mí el baile ya ha terminado. - Pero... ¿si apenas acaba de comenzar?. - Prefiero ver el baile de las estrellas. Hay noches que se ven pasar, raudas y centelleantes, a las llamadas lunas fugaces. Es algo que me fascina desde niño y, sobre todo, si brilla la Luna como está brillando esta noche. - De acuerdo. No entenderé jamás a los bohemios. El Condestable Don Armand Duguesclín se unió de nuevo a la fiesta mientras Elianne desahogaba su dolor llorando sobre la cama. El dolor de Osé de Cervantes era incluso mucho más profundo que el de Elianne porque, sabiendo que la amaba, sabía que tenía que renunciar a ella. - Esto no puede quedar así. Necesito hablar con él y que me aclare definitivamente quién es la joven que ocupa de lleno su corazón. Y Elianne, una vez sentida esa sensación, se levantò de la cama, se dirigió hacia la puerta y la abrió despacio... muy despacio... ¡hasta que la dura mano de un hombre le tapó la boca mientras con la otra mano la sujetaba por el talle!. Pensó que era Osé de Cervantes hasta que escuchó la voz de aquella especie de raptor. - ¡Muy buena la noche, querida!. ¡Muy buena la noche y ten la boca cerrada si no quieres morir en este instante!. - ¡Eso es!. ¡Te conviene caminar con la boca cerrada si no quieres que nos enfademos Eliano y yo!. ¡Eran los aborrecibles Liano di Milano y su vetusto y feo tío Nito del Molinorum!. ¡Se sintió asustada por primera vez en su vida!. - Escúchame muy bien nena... sólo te quitaré la mano de la boca si prometes caminar en silencio a mi lado. Elianne hizo un gesto afirmativo con la cabeza... porque aquella mano la estaba dejando sin respiración. - Está bien. Dame la mano y vamos hacia la cuadra de las caballerías. No intentes gritar ni hablar en voz alta o serás hembra muerta. Y de esa manera, cogida de la mano izquierda por la derecha de Eliano y seguidos muy de cerca por Nito, atravesaron el jardín y llegaron hasta la cuadra de las caballerías. La puerta cedió ante la fuerte patada del tosco Nito e, inmediatamente, una vez los tres dentro, Elianne fue arrojada sobre un granero lleno de paja. - ¿Cómo deseas que te violemos, niña guapa?... ¿Liano primero, yo primero o los dos al mismo tiempo?. ¡Jajajajaja!. - ¡Será sólo si primero me matáis!. - ¡Vaya!. ¡Además de tremendamente bella, eres temerariamente valiente!. - ¡Para un momento de hablar tanto, Nito!. Se me ocurre una idea mucho mejor y mucho más divertida. - ¿Más divertida que violarla los dos al mismo tiempo?. - ¡Mucho más divertida si la ponemos caliente del todo!. - ¡Os repito a los dos, cobardes y poco hombres, que sólo lo podréis hacer cuando yo esté muerta!. - Escucha, preciosa... ¿sabes lo que es un estriptís?. - ¡Eso!. ¡Qué bien pensado, Liano!. ¡Sabemos que tiene el rostro más sexy que hemos conocido, pero vamos a ver si su cuerpo lo es también!. - ¡No hace falta más que imaginarlo para saber que es cierto!. - Entonces... ¿a qué esperamos?. - ¡No voy a desnudarme a no ser que ustedes lo hagan por mí una vez que me hayan matado!. - ¡No tan deprisa, nena, no tan deprisa!. ¡Mi idea es mucho más genial que todo eso!. - ¡Vamos, vamos Liano, deprisa antes de que nos descubran!. - ¡No te preocupes por eso, Nito, porque nadie nos va a descubrir. Están todos muy entregados a la fiesta!. - ¡¡Nosotros tres juntos sí que lo vamos a pasar de fiesta!!. ¿Verdad, muñeca?. - ¡Ni soy un objeto de placer ni me váis a violar mientras esté viva!. - ¡No pensarás lo mismo en cuanto comencemos con la labor!. - ¡Cállate, Nito, y deja de decir sandeces!. ¡Eres tan necio como para no darte cuenta de que ella está hablando en serio!. Ahora bien... lo que tengo pensado es mucho mejor. ¡Debemos calentarla lo suficiente como para que cambie de idea y desee seguir estando viva!. - ¿No te entiendo, Liano?. - ¡Porque eres muy tardo de entendimiento, Nito!. ¡Pareces, en verdad, un poco retrasado mental!. ¡Para calentar a esta preciosidad de chiquilla los que vamos a hacer el estriptís seremos nosotros primero!. - ¡¡Eres genial, Liano!!. ¡A mí jamás se me habría ocurrido tal idea!. ¡¡Eres un genio, Liano!!. ¡¡Eres un verdadero genio!!. - Guarda silencio ahora. Es necesario tener un poco de prudencia. Así que comencemos a desnudarnos, lentamente, hasta que yo diga basta. La música llegaba desde el Salón de Baile y, al ritmo lento de un minué, Liano di Milano y Nito del Molinorum, como dos verdaderos bailarines profesionales en estado de éxtasis, fueron desnudándose lentamente, muy lentamente, hasta quedar solamente con los calzoncillos puestos. - ¿Qué tal, preciosa?. ¿Te ha gustado?. ¿Qué sientes ahora?. - De verdad que sois verdaderamente patéticos y eaperpénticos. Vos, Nito del Molinorum, estáis más seco de carnes que la varilla de un sarmiento y en cuanto a vos, Liano di Milano, tenéis una barriga tan exuberante que sólo me producís lástima. ¿De verdad pensáis los dos que de esta manera yo me puedo calentar y desear tener relaciones sexuales?. ¡Solamente muerta podréis hacerlo conmigo!!. - ¡¡Terca!!. ¡¡Testaruda!!. ¡¡Comienza ya a desnudarte lentamente!!. ¡¡Y quiero que lo hagas muy despacio y ocn el mismo arte que tienes para ser explosiva al hablar!!. - ¡¡Nunca!!. ¡¡Jamás!!. - ¡¡Nito!!. ¡¡Trae ese látigo que se encuentra colgado a tu alcance puesto que, además de ofrecernos un estriptís completo, nos va a regalar, al mismo tiempo, el baile de los deseos sin fin!!. ¡¡Vaya que si va a bailar mientras se desnuda!!. Liano di Milano hizo restallar, dos veces seguidas, el látigo contra el suelo de la cuadra antes de seguir hablando. - ¡¡Vamos!!. ¿Qué estás esperando?. ¿La llegada de un ángel salvador?. ¡Jajajajaja!. ¡¡Ahora comienza de verdad la fiesta!!. - ¡¡Efectivamente!!. ¡¡Vos lo habéis dicho!!. ¡¡Ahora comienza de verdad la fiesta!!. Lino di Milano y Nito del Molinorum se volvieron, rápìdametne, sobre el eje de sus cuerpos y contemplaron la esbelta, fornida y juvenil figura de Osé de Cervantes Saavedra ante ellos. El corazón de Elianne le dió un vuelco de alegría y, por vez primera, se sintió excitada. - ¿Cómo habéis podido entrar sin hacer ruido?. - Muy fácil, don Liano. Teníais tantas ganas de gozar de ella que os habéis olvidado de cerrar la puerta. - ¡¡Caballero!!. ¡¡Ella está totalmente de acuerdo con lo que estamos haciendo aquí!!. ¡¡Es cómplice del juego y es la que nos ha pedido que tengamos sexo con ella!!. Liano di Milano, tremendamente asustado al recordar el puñetazo que le hundió la mandíbula, tiró el látigo al suelo. - ¡¡Es cierto, Osé de Cervantes Saavedra!!. ¡¡Lo que os dice mi tío Nito es totalmente cierto!!. ¡¡Ella es la que dirige toda esta orgía!!. ¡¡Nos lo propuso esta misma noche diciendo que era para olvidar a otro hombre!!. - Está bien... ¿qué más tenéis que decirme, don Liano?. - Algo que os va a regocijar profundamente. Os ofrezco la prioridad. Poneos a jugar con nosotros y tendréis la oportunidad de ser el primero en gozarla. - Muy interesante la oferta... Durante unos breves segundos el silencio más absoluto se produjo entre los cuatro personajes allí reunidos. Hasta que Osé de Cervantes Saavedra determinó lo que iba a hacer. - De momento se me ocurre otra idea más genial que la que proponéis. También soy yo bastante ingenioso en esta clase de juegos... así que los dos os váis a quitar los calzoncillos. - ¿Nos pide que nos desnudemos totalmente?. - ¿No queríais, Nito del Molinorum, calentarla del todo?. - Sí... pero... - Eso es, Nito del Molinorum, veo que entendéis muy rápidamente a la hora de tratarse de juegos eróticos. Liano di Milano y Nito del Molinorum le miraron a los ojos. Se leía en ellos que estaba dispuesto a matarles allí mismo si no cumplían su orden y se desnudaban rápìdamente. - Pero... ¿y vos?... ¿vais a desnudaros vos también?. - Escuchad bien, don Liano... ¡ya está hartándome este juego!. ¡Ahora entramos en la parte más seria del asunto!. - Ya era hora. ¡Por fin!. - Por supuesto que ya es la hora, don Nito. Ya es la hora de pasar a la acción directa. - ¡Menos mal que nos habéis entendido!. - ¡Os he entendido desde el principio, don Liano!. ¡Pero me parece que quienes no me han entendido a mi son ustedes dos!. ¡Quitáos inmediatamente ya los calzoncillos y marchaos rápìdamente de aquí antes de que me arrepienta y os corra por todo el castillo utilizando el látigo de la misma manera que estábais dispuestos a usarlos contra esta bellísima mujer!. - ¡¡Pero si ella estaba de acuerdo!!. ¡¡Creédme!!. ¡Liano di Milano nunca ha mentido!!. - ¿Nunca habéis mentido, don Liano?. ¿De verdad que vuestras miradas a ella eran limpias?. - ¡¡Os repito que ella estaba de acuerdo!!. ¡¡Os dirá lo contrario para engañaros pues ya bien sabéis que las mujeres, cuantos más hermosas son, más mienten a los hombres!!. ¡¡La verdad es que ella fue quien ideó el plan y la manera de llevar a cabo estas relaciones sexuales!!. - ¡Escuchad por última vez, malandrines!. No me interesa, para nada, saber ahora nada más sobre esa cuestión. Sólo me interesa que os vayáis rápidamente en busca de Facio di Milnao y de Ximo di Milano y, una vez juntitos los cuatro otra vez, montéis en vuestros caballos y salid para siempre del Castillo de Fontainebleau y de Francia entera. Salid sin volver la mirada atrás no vaya a ser que Dios os convierta en estatua de sal como hizo con la mujer de Lot. ¿Habéis entendido ya lo que quiero?. - Supongo que quedaros a solas con ella... - Sí. Eso es. Pero no sonriáis tan ladinamente don Liano... porque desde ahora os digo que es la mujer más linda y pura que jamás he conocido. Yo no la miro con ojos de lujuria como vos estáis haciendo desde que la habéis conocido. - ¿No me digáis que os habéis enamorado de ella?. ¡Jajajajaja!. - Sólo os digo una cosa por última vez si no queréis que os rompa vuestros grotescos cuerpos a fuerza de latigazos. ¡¡Id ahora en busca de vuestros dos parientes y salid del castillo como diablos en pena... y no os detengáis hasta haber llegado a vuestra querida y bella Florencia!!. ¡¡Dadle gracias a Dios de que no os he matado todavía pero rogadle que nunca jamás en la vida os vuelva a encontrar a los cuatro juntos o por por separados uno tras uno... porque si eso sucede dejaréis de existir. ¡¡Vamos!!. ¡¡Fuera de aquí!!. - ¡¡Está bien, está bien... pero no nos matéis!!. - Ya veo, Nito del Molinorum, que no tenéis suficientes carnes para ser bocado apetitoso de una bella mujer y vos, Liano di Milano, tenéis tanta grasa de sobra que una bella mujer sólo os usaría como colchón para dormir la siesta. ¡¡Salid ya de aquí!!. ¡¡Salid fuera de inmediato!!. En viendo que el caballero español había cogido el látigo, tanto el caballero florentino como el caballero tosco, se quitaron los calzoncillos y salieron a toda velocidad, completamente desnudos, en busca de los dos hermanos de Liano. Para ello tendrían que entrar en el Salón de Baile y Elianne no pudo hacer otra cosa sino comenzar a reír abiertamente el imaginar la escena que, en realidad, iba a suceder en medio de la fiesta. - No pensarás que yo estaba de acuerdo con ellos... ¿verdad, Osé?. - No importa lo que yo piense o no piense. A veces es mejor no pensar demasiado para no equivocarnos. - ¿Eso quiere decir que dudas de mí?. - Eso quiere decir que te creo. - ¿Y cómo puedes estar tan seguro de que te digo la verdad?. - Porque os ví pasar por el jardín cogidos de la mano y me di cuenta de que no era normal. Me fijé en tus ojos, que brillaban bajo la luna, y ví el miedo reflejado en ellos. Me dí cuenta de que estabas siendo forzada en contra de tu voluntad. - Pero... ¿cómo consigues saber que no te equivocas?. - Porque hay algo más todavía. Escuché todo lo aquí hablado escondido detrás de la puerta. Estaban tan seguros de sí mismos que hablaron demasiado y demasiado alto. - ¿Hablaron demasiado y demasiado alto?. - Sí. Y los verdaderos violadores no hablan tanto ni tan alto. Ella se puso de pie y a escasos centímetros de él. Le miraba fijamente a los ojos. Osé soltó el látigo que cayó suavemente al suelo; como si la mirada de Elianne le dejase sin fuerza de voluntad. - Pues yo te digo que estoy totalmente enamorada de tí... ¿qué me respondes ahora?. - Me parece que es justo que te cuente una gran verdad. Porque yo también estoy enamorado de ti y quiero que sepas por qué renuncio y me voy esta misma noche. - ¿Por qué renuncias?. ¿Por qué no quieres casarte conmigo?. Ahora mismo, en este mismo lugar, no me importaría tener mis primeras relaciones sexuales contigo. - Espera... Osé de Cervantes saavedra sacó su collar de estrellas de plata con un crucifijo de oro macizo y un cuarzo amarillo en forma de sol - ¿Ve esto?. Es una especie de rosario pero mucho más que eso. En alguna parte de este mundo vive una chiquilla que tiene un collar igual que éste pero que en vez de cuarzo lleva una amatista de color violeta moderado y en forma de luna llena. Por eso se llama Luna. Se llama Luna, es una princesita y la tengo dentro de mí porque en mi corazón la ha grabado Dios a través de las manos de mi padre. Sólo que yo soy quien debe darle su verdadero nombre. Es Luna. Es Dulcinea. Y es la que tengo yo que nombrarla de forma que me satisfaga por completo. ¿Comprendes ahora por qué, aun estando enamorado de ti no puedo casarme contigo?. Elianne sintió cómo el corazón le daba otro vuelco mucho más fuerte que las veces anteriores. Quedó en silencio y sólo le miró a los ojos más intensamente. Él no pudo hacer otra cosa sino sujetarla por la cintura y volver a besarla fuertemente como si fuese la última vez que lo podría hacer. Jamás había besado así a ninguna otra mujer. - Veo que eres sincero... - ¡Elianne!. ¡Qué voy a hacer contigo!. - Sólo te pido una cosa. Si te tienes que marchar no lo hagas esta noche. ¿Puedes esperar a mañana?. - Bien. Puedo esperar a mañana por la mañana. - No. Sólo te estoy pidiendo que te quedes a almorzar con nosotros. Si se lo pido al Condestable Duguesclín me concedería ese capricho. - Siempre una mujer, cuanto más linda es, más caprichosa se vuelve. Así será si tú así lo deseas.. pero ya sabes cuál es la verdadera razón de alejarme de tu lado y la verdadera búsqueda que estoy haciendo... - Ya lo sé. Sólo quiero estar a tu lado un poco más. Y entonces él no pudo hacer otra cosa sino besarla de nuevo.
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