Don Quéjate de La Marcha y Pancho Panzapatos (1)
Publicado en Aug 22, 2011
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"VENTURAS Y DESVENTURAS DE DON QUÉJATE DE LA MARCHA Y SU FIEL AMIGO PANCHO PANZAPATOS EN LA CIUDAD DE MADRID".
Capítulo 1: "De cómo Don Quéjate de La Marcha y Pancho Panzapatos diéronse a conocer en la Muy Noble e Ilustre Villa y Corte de la Ciudad de Madrid".
Sucedióse que en los pasados años de la década de los 70 del Siglo XX, dos caballeros murcianos, más bien esperpénticos sujetos que verdaderos galanes, habíanse llegado a la Muy Noble e Ilustre Villa y Corte de la Ciudad de Madrid y habíanse percatado de que no todo lo que reluce es oro. Don Quéjate de La Marcha éras más bien alto, desgarbado, con el un hombro más elevado que el otro, los cabellos ralos y más bien escasos, bigote rufianesco, cuerpo más delgado que una lombriz de esas llamadas de tierra y pies como enfadados el derecho con el izquierdo y viceversa pues los tenía más bien siempre en dirección ligeramente hacia adentro en vez de ligeramente hacia afuera como el común de los mortales, lucía un pañuelo de la color de la granadilla anudado al cuello, vestía una especie de largo gabán de color gris y abotonado desde la garganta hasta el último botón de sus fondos que le llegaban hasta la altura de las pantorrillas las cuales las tenía bastante deshuesadas de tanto haber subido y bajado montes y peñascales y, por último, calzaba botas de goma de esas que usan los poceros. Por su parte, el llamado Pancho Panzapatos tenía la cabeza algo amelonada y parecida a una galleta de Valladolid, con una pelambrera en forma de greñas que le caían sobre los sus estrechos hombros y era bajito y corcobado en la espalda amén de vestir una camisola de color azul de las usadas por los meleros de La Alcarria cubriéndole su amplia y abultada barriga que dábale figura de embarazado si los hombres pudiesen estar embarazados y los sus pies eran planos por lo que usaba gruesas zapatillas de tela de lona, parecidas a algo así como entre alpargatas y abarcas pero de color melón oscuro. Ambos, tanto Don Quéjate de La Marcha como Pancho Panzapatos, vestían pantalones de pana gruesa y grasientas por los caldos de cocidos que les habían chorreado ya encima, y de los que ellos sentíanse altaneramente orgullosos pues habíanles dicho, ciertos chalanes que encontrarónse por esos caminos de Dios, que eran la moda en la capital de España.
Resultóse que en la discoteca de "La Quinta del Sordo" no sólo habíanse quedado medio sordos por los altísimos sonidos de las músicas allí escuchadas, sentados muy acerca de los bafles que ellos confundieron con cajas de guardar herramientas y otros utensilios varios, sino que no habían logrado, ni rogándoselo a San Cosme y San Damián juntos, conseguir ligar con moza alguna y, lo que era más patético, no habían conseguido hilvanar con ninguna de ellas más que un tímido saludo de hola que tal estás al cual, por supuesto, ninguna de ellas había tenido el detalle de tenerlos en cuentas, tan absortas como estaban en seguir los ritmos al ritmo de los torbellinos bailes que marearon a nuestros dos personajes que más bien habían cogido una tal melopea con los mejunjes bebidos, a los cuales no estaban acostumbrados, que salieron de allí como dos pelícanos, con el buche lleno de tanto tomar licor tras licor y con la cabeza puesta en las comarcas de Carrascoy y Espuña a la vez, pues ya comenzaban a arrepentirse de haberse llegado hasta allí en lugar de estar, en esas mismas horas, cenando una buena caldereta de conejo en su tierra. 
Sin apenas darse cuenta, de tan extraviados como se hallaban por entre aquellas ruidosas calles que más les parecían el laberinto de Creta lleno de minotauros en vez de personas, aparecieron en la mismísima calle de Goya. Ambos estaban más extraviados que un maquinista de tren en la selva del Amazonas; Don Quéjate de la Marcha con un ataque de asma producto de toda aquella contaminación de gases que a él parencíanle rayos y truenos pasando por su garganta y su fiel amigo Pancho Panzapatos con tal ataque de nervios que se asemejaba a un berberisco en medio de un saloon del Oeste americano. Mas una vez recuperados ambos del mayúsculo ridículo hecho en "La Quinta del Sordo" y del no menos mayúsculo enfado mutuo del uno contra el otro, sin saber apenas por qué, volvieron a recobrar la color de sus cetrinos rostros del color de la aceituna en aceite y el habla. 
- ¡Paréceme, Don Quéjate, que esto es cosa de mengues!. 
- ¡Cosa de mengues y de brujas, amigo Pancho, pues a cada bruja que me encontraba sucedíale otra más bruja en todavía y en todavía no sé en qué hemos fallado para haber sido tan villanamente rechazados sin darnos ni en tan siquiera ocasión alguna para mostrar nuestras bizarras conductas!.
- Lo que es yo me vuelvo, desde ahora mismo, a nuestra pedanía de Los Ventorrillos. 
- ¡No debemos declinar el ánimo pues no hay lugar para ello, amigo Pancho, y es mejor que nos demos aliento mutuo pero, por favor, te ruego que no vuelvas a comer tan grande cantidad de ajos porque el aliento que soltáis no es precisamente aroma ni perfume de rosas para las zagalas de estos lugares tan extraños llamados discotecas por no sé qué habla parlante pues parecen que el techo es, verdad, lleno de discos voladores no identificados. 
- Es verdad, Don Quéjate de La Marcha, pues yo hasta me mareaba de verlos tanto volar y con tan variada cantidad de luces que me parecía estar en pleno cosmos en vez de en la Tierra.
- ¿Y habéis entendido algo de loo que se cantaba, amigo Sancho?.
- Salvo unos cuantos aullidos como de lobo hambriento, parecido a ¡yeah... yeah... yeah!, y algo así como jerga de burros en desbandada, no he entendido ni jota de lo que oía. ¿Qué será eso del jarabe metal?.
- ¡Heavy metal se dice, ignorante!. ¡Heavy metal!. Y debe ser algo bueno pues no paran de hablar de ello por estos lugares urbanos. Y si hablan tanto de ello es porque motivo habrá supongo... aunque es mucho suponer que un montón de horas sonando a rasguños de latas de sardinas, que hasta los dientes rechinan al escucharlo, pueda ser llamado música.  
- Lo dicho, Don Quéjate de La Marcha... yo vuelvo a la pedanía.
- ¡No desfallezcamos ahora, amigo Panzapatos, pues es de caballeros valientes saber bien triunfar ante las calamidades y en vez de sentirnos dos calamidades de hombres hemos de saber que en algún lugar de estos llamados los madriles, y no solamente en los abriles sino en todas las épocas del año, toparemos con nuestras bellas doncellas que estarán ansiando vernos, de la guisa tan moderna en que vamos, con los brazos abiertos... aunque sea cosa más difícil, en verdad te digo, que encontrar dedales para los pies en una cuadra de burros. 
- Pedales para los pies, habréis querido decir, Don Quéjate de La Marcha. 
- ¡No me nombréis más veces, ni enhorabuena ni enhoramala, los pedales ni las pedanías, y dejad de soltar gases, amigo Pancho, puesto que, además de ser cosa indecorosa, te sitúan en el escalafón más bajo de los roles de los caballeros viandantes!. Así que dejad ya los ventorrillos para mejor ocasión y no soltéis más ventosidades pues miedo no hemos de tener ya que somos murcianos pero no marcianos así que debemos, si de manejar probabilidades es la cuestión, encontrarnos con ellas. 
- ¿Podéis decirme quiénes son ellas en estos laberínticos tugurios tabernarios modernamente llamados discotecas de Madrid y arrabales juntos?.
- En la Claudio Coello he oído decir a algunos de los estrafalarios conocidos hoy que existe el 42. Y entre 42 no nos será difícil hallar 2 de buena pinta y de mucho más buen ver. 
- Yo me conformo con que sean al menos de buen ver pues la pinta es lo de menos. 
- ¡Cómo va a ser lo de menos lo de la pinta, insensato!. ¿No sabéis que a mayor y mejor pintura más frescas parecen ser y no como esas pálidas de los velatorios a los que tanto hemos acudido equivocadamente por ver si alguna de las descoloridas viudas nos habrían de hacer caso?. ¿Acaso la color de las caras, los ojos y los labios no son cosas que animan a los hombres en vez de la sincolor alguno?.
- Esta bien. Acepto una vez más, y en horamala que os hice caso en venir hasta acá, vuestra reprimenda... así que vayamos hacia allá ya que no queréis que claudiquemos y a ver si encontramos, casualidad de dioses generosos, algunas tan hermosas como las claudias en Claudio Coello, cuyo nombre me despierta el apetito... pero no estoy muy seguro de salvar mi cuello y por Dios que me entra de nuevo la flojera de estómago que apunto estoy de no mirar que me encuentro en medio de la calle.
Don Quéjate de La Marcha, soltando una carcajada, pególe tal golpe amistoso, en la corcoba de la espalda, a su amigo Pancho Panzapatos que éste no hubo más remedio que asirse férreamente al cercano semáforo para no caer al suelo.
- No es lo mismo la calle de Claudio Coello que el cuello de Claudio en la calle; así que no temáis tanto por vuestro caletre, pues ni diez pesetas daría yo por toda tu sesera de chorlito junta, y vayamos ya, con el ánimo bien en lo alto de nuestras cabezas, estirados como buenos hijosdalgos que somos aunque no tengamos ni hijos ni galgos de momento, porque has de saber que a todo buen ánimo debe siempre correponder una buena ánima bendita que se apiade de nosotros y, al menos, nos dé alguna esperanza; lo cual sería señal correcta de que vamos por el buen camino.
- Eso... eso... viva el chocolate Hueso... y a ver si encontramos dos buenas ánimas que nos animen un poco la noche. Sería buenísimo tomar chocolate con ellas. 
- ¿Qué estás soñando, Pancho amigo, crees que el chocolate se puede tomar con la primera o la prima de la primera?. Ya has visto que no ha sido así... así que por lo menos... y yo así lo discurro... deberá ser con la segunda o con la tercia.
- Esperemos que no nos entre la terciana.
- No ha de ser tanta nuestra desdicha ni nuestro infortunio. Sabed que Fortunato, el sacristán, también era un pesimista como tú... y ya ves... tuvo la fortuna de encontrarse con que Fortunata prefirió a Jacinto.
- ¿Querréis decir la desgracia?.
- No amigo, Pancho... pues resultó que la Fortunata era más bien buscona de fortunas y eso que ganó Fortunato cuando ella dijo sí a Jacinto. 
- ¡Pobre Jacinto!. No me lo recordéis más, Don Quéjate... que hasta lástima da verle tan afligido... ¡y cómo se ha encogido que a pesar de tener sólo 30 parece tener 80!.
En estas charlas estaban mientras iban paseando cuando, de repente, se encontraron al fin con el 42 de la Claudio Coello.
- Ya estamos en las mismas puertas de la gloria... y con razón que la Puerta de Alcalá no anda muy lejos...
- ¿Ya comenzáis a soñar de nuevo, Don Quéjate de La Marcha?. ¡Las puertas no andan que yo sepa!. 
- ¡Pues si las puertas no andan nosotros andaremos hacia las puertas!. Vos fijáos con qué galanura y prestanza entro yo y seguidme muy de cerca para no perderos demasiado pronto.
Pancho Panzapatos sujetóle rápidamente del gabán con tal ahínco que a punto estuvo de estrangular al sorprendido Don Quéjate de La Marcha pues el botón de la garganta casi le cortó la respiración.
- ¡Sería buenísimo que nos maquillásemos un poco las barbas, Don Quéjate!.
Una vez que éste recuperó el respiro se encorajinó nuevamente con su fiel amigo. 
- ¡Déjate ahora de maquillaje alguno pues, a pesar de lo que crees, ves y oyes, no somos dos fantasmas cualesquieras!. 
- Pero lo parecemos. 
- ¡Quieto parado, amigo Pancho!. ¡Quiero parado si no quieres ver esta noche demasiadas estrellas multicolores!. 
- Pero... es que en verdad lo parecemos...
- Y paréceme a mí que eres bastante retardado de entendederas. ¡Venga!. ¡Dejate agora de fantasmas que no estamos contando cuentos alredededor de la cazuela de Sebastianico, el hijo de la Ruperta, que bien en falta nos estará echando y verás que contento se pondrá cuando les contemos lo que aquí hallaremos!. ¡Venga!. ¡Entremos al 42!. ¡Y séase lo que séase!.
- Os recomendaría, Don Quéjate de La Marcha y ya que yo también tengo voz aunque al parecer carezco de voto esta noche, que no seáis tan reiterativo si queréis bien ligar en este lugar.
- Reiterativo o no reiterativo repito que séase lo que séase. ¡Esperad un momento a que mi cuerpo se entone con la emoción!. 
- ¡Esperemos pues Don Quéjate!. Aunque yo soy más partidario de huir ahora que ya existe la plena oscuridad en estas calles y no haremos el ridículo por ello.
- Ni por ello ni por aquello. Deja que respire hondo para tomar buenas vibraciones.
- Está bien. Séase lo que séase pero séase para bien y no como yo barrunto, Don Quéjate. 
- Si así no lo fuera o no lo fuese pues da lo mismo lo mismo da que fuera o que fuese... 
- Por favor, no comencemos de nuevo con los verbos transitivos e intransitivos pues nos estamos jugando el honor.
- Que digo, amigo Pancho, que si no lo fuera o no lo fuese esta misma noche, válgame Dios que estoy hasta dispuesto a terminarla, si es que fracasaramos en el empeño y por favor nada de empeñar nuestras calzas, rompiendo las cristaleras de la primera sucursal del Banco Hispano Americano que encuentre en mi camino de regreso. Por ejemplo la de la calle Alcalá. 
- Ahora que lo mentáis...
- ¿Qué dices?. ¿Que miento acaso?.
- No... que os estáis quedando un poco sordillo... que digo que ahora que lo mentáis... no que lo mentís... sino que lo mentáis... pues que ya tenía yo ganas de corregirle a vos, Don Quéjate, en alguna ocasión esta noche...
- ¿Quieres ya soltar la idea o es necesario que nos dé el alba para conocer algo interesante salido de tu persona?.
- ¡Que qué interesante sería, ya que habéis citado a la Alcalá, que vos fuéseis Alcalá Galiano y yo Manuel Galiano!... porque desa manera y jaez podríamos ligar con solo nuestras profundas miradas... si fuésemos ellos por supuesto.
- ¡Mira que dices tontuscadas!. ¿Es que no se te ocurre, en estos momentos tan excitantes que nuestras sangres golpean ardorosamente nuestros pálpitos amorosos, que pensar cosas de marinería y de teatro?. ¡Esto no es cosa de mar pues no estamos en la capital de Puerto Rico y en cuanto a lo del teatro es mejor no fingir con ellas sino mostrarnos tal como somos!. ¡O nos aman tal como somos o tal como somos las amamos aunque ellas no nos amen!. 
- Pero olvidaís, Don Quéjate de La Marcha, que estamos en la época de los años 70 del Siglo XX y no en la añorada época de los romeos y las julietas. Hoy en día llévase mucho eso de las marinerías y los teatreros por esta la Muy Noble Corte y Villa de la Ciudad de Madrid.
Los ánimos de nuestros dos buenos caballeros estaban ya en tan alto afán que entraron en tropel y, en medio de su jolgórico entusiasmo, no vieron la escalera que conducía hasta la pista de baile, enredáronse entre sí y ambos al unísono rodaron por los peldaños hasta dar con sus huesos en la dicha pista. Tan mezclados quedaron que, ante los ojos de todos los jóvenes y jovencitas que allí bailaban, no se sabía bien de quien era cada brazo ni de quien era cada pierna. A Pancho Panzapatos, aquella situación tan apurada y grotesca, hizóle que se le aflojara, nuevamente, el estómago y soltara tres ventosidades seguidas del consiguiente ruido natural. 
- ¡Torpe, más que torpe!. ¡Haberte sacado de Los Ventorrillos ha sido, hasta agora mismo, el mayor equívoco cometido y acometido en mi ya larga experiencia de equivocaciones!. 
- Pues tampoco a vos os está luciendo mucho el pelo. 
La verdad es que el escaso pelo de Don Quéjate de La Marcha estaba más revuelto que la Costa Brava en día de tormenta marinera. 
- ¿Y qué hay de tus largas greñas, Pancho?. ¿Has visto cómo tienes tus largas greñas que pareces más bien un almendro florido en plena época de apareamiento de palomas?.
Las largas greñas de Pancho Panzapatos ya no caían sobre sus contrahechos hombros sino que le tapaban media cara, media nariz y media boca. Habíansele caído las gruesas zapatillas de tela de lona y se habían perdido por debajo de las mesas ocupadas por mozas de buen ver pero acompañadasde tipos esbeltos y atléticos y mientras Don Quéjate de La Marcha se había colocado de nuevo la parte superior de su dentadura que estuvo a punto de ser aplastada por los tacones de una pelirroja en pleno desenfreno bailante, Pancho Panzapatos, puesto a gatas, buscaba suz zapatillas de lona gruesa color de melón oscuro por entre las piernas de aquellas mozas de buen ver y quellos ya mosqueados y malhumorados tipos esbeltos y atléticos que las acompañaban. El todavía medio mareado Don Quéjate de La Marcha, con magulladuras a lo largo de todo su esmirriado cuerpo, se puso en pie mientras su no menos esmirriado amigo, de barriga abultada pero de piernas más flacas que las de las arañas de jardín, podía, al fin, localizar sus zapatillas, la una en una mesa a la izquierda de la pista y la otra en una mesa a la derecha de la pista. 
Más corridos que dos monos hambrientos, sentáronse rápidamente en el último rincón de la discoteca. Pancho agarrado al gabán de color gris de Don Quéjate para no desorientarse en medio de la luz anaranjada y allí, en la oscuridad del fondo de la discoteca, ya rehechas de nuevo sus verdes esperanzas, se les acercó una linda y rubia camarera holandesa. 
- ¿Qué les sirvo, monadas?.
Como siempre, fue Don Quéjate de La Marcha quien, en volviendo de nuevo en sí, tomó la iniciativa.
- Ya que de monadas hablamos y siendo vos, sirvienta, también tan mona como la pintada por Da Vinci, sírvanos si no es mucho el molestar, dos copas de Anís del Mono bien calientes; pues nuestros gaznates están más secos que las orillas del Manzanares ahora que las están drenando. 
- Espero, por su bien, que lo piensen mejor antes. ¿No será mejor frías y con unos cubitos de hielo?.
- Escuchad bien, monada de los Países Bajos y tan bajos que no crecen ni a fuerza de estirarlos en el mapa mundi que tengo en mi biblioteca personal, que habéis de saber que nosotros somos de los Paisajes Altos de las sierras murcianas; así que lo de los cubitos de hielo ni se deben nombrar ante dos caballeros de bien beber y mejor tomar, pues somos de tierra caliente y no marcianos.
Fue entonces cuando, como siempre, terció Pancho Panzapatos para complicar aun más la apurada situación en que se encontraban. 
- ¡Perdonad a mi compañero, dama neandertalensa!. 
- No me seáis paleto, amigo Panzapatos, pues se debe decir, en buen español, neerlandesa y no neandertalensa.
- Pues a mí, Don Quéjate, paréceme ya muy pasada de años. 
- Perdonad ahora a mi amigo Pancho, dama de los tulipanes...
- Pues a mí paréceme dama de las margarinas...
- No sigáis porfiando pues yo la vi primero, amigo Pancho... y en volviendo a vos... ¿no seréis dama de las amapolas?.
- ¿Está llamándome colocada?. 
- ¿Pues no ha de ser una buena colocación la que tenéis?.
- Si sigue así el asunto me quejaré al gorila. 
- No quise molestaros en absoluto pues digo yo y digo bien que es una muy buena colocación esta de ser camarera en una de las mejores discotecas de estos dichosos madriles que tan buena tierra es para recibir visitas como la nuestra.
- Viéndoos a vosotros dos dan ganas de dimitir desde un punto de vista racional.
- Pues desde mi punto de vista tan racional como el suyo e incluso un poco más racional si fuese necesario decir la verdad... observando bien vuestra larga cabellera rubia que os quita un buen puñado de años de encima... ¿sois acaso un ángel de Da Vinci en verdad o, por lo muy sobrada que estáis de tan robusta y rolliza como se os ve, sois un ángel de Rubens?. 
- ¡Si seguís insultándome llamo de verdad al gorila!. 
- Está bien, si es menester dejar la cuestión en punto muerto y como nadie quiere morirse esta noche, dejemos los asuntos del zoológico madrileño para mejor ocasión. Asi que sin menoscabo de su dignidad, oronda señorita, servidnos ya las dos copas de anís calientes y dejémonos de pleitos vanos.
- ¿De verdad queréis que os sirva Anís del Mono o será mejor serviros Anís de las Cadenas?.
- ¡Veréis, soberana señora, y en avisando no se es traidor, que no seremos de los del Soberano como vos, pero tampoco somos dos fantasmas para ir a venir a parar a estos pagos y tampoco deseamos ser dos fantasmas metiendo miedo!. 
Intervino, de nuevo en mal momento, el amigo Pancho. 
- Si seguimos así, Don Quéjate de La Marcha, nunca vamos a terminar con este asunto; así que según es muy aconsejable y como nos dictan las buenas costumbres de nuestro terruño tan bien descrito por los grandes cronistas de las comarcas murcianas, sírvanos ya esas dos sabrosas naranjas... perdón... se me fue el hilo de la cometa y el santo al cielo... me distraje un momento pensando en las pechugas de pollo de Mazarrón que son, por cierto, de color marrón... y lo que quiero terminar de decir si mi lengua me deja es que nos sirváis ya esas dos copas de anís sean del Mono, de Las Cadenas o de La Asturiana... que en teniendo buen sed buena es la cuestión...
- ¡Para ya, Panho, por favor!. ¡Han de ser de Anís del Mono porque ese es nuestro principio y ese es nuestro final!. 
Una vez ya serenados los ánimos, y mientras la camarera holandesa se fue a cumplir con el mandado, Don Quéjate de La Marcha vislumbró, en medio de la penumbra y de su sueño, a dos hermosísimas mozuelas morenas que hallábanse solas, en el otro extremo de la pista, con dos sillas vacías ante ellas. 
- ¿Véis lo que yo veo, mi fiel amigo Pancho Panzapatos?.
- Ver... lo que se dice ver... veo demasiadas cosas; por ejemplo que estamos haciendo de nuevo otra vez el ridículo más visto hasta ahora por mis propios ojos.
- No me seas agorero, porque en siendo agoreros no saldremos nunca de los agujeros. ¡Me estoy refiriendo, amigo Pancho, a aquellas dos hermosísimas princesas que se encuentran, válgame Santa Engracia de los Grandes Remedios y que en mucha gracia les hayamos caído y no os inclinéis tanto que parecéis mas bien desmallado que verdadero mozo de cuerda como lo sóis, al otro lado de la pista!. Ya sabes eso de los caballeros las prefieren rubias pero se casan con las morenas que hasta los del cine lo dicen y esas dos más parecen de cine que de verdad aunque paréceme a mí que nos miran porque les hemos tocado el corazón.
- ¡No empecemos de nuevo, Don Quéjate de La Marcha, y regresemos más rápidos que el expreso de medianoche a nuestro lugarejo serrano que allí estaremos más bien sujetados a nuestras costumbres y no a las que desta manera se usan en Madrid!.
- ¡No te me amilanes, Pancho!.
- ¡Parad el carro, Don Quéjate, parad el carro antes de que se nos desemboquen de nuevo las desventuras de vernos en mal lugar; que ya veo que estáis soñando con la marcha nupcial y es necesario también saber que no se debe vender la piel del oso antes de haberlo cazado!.
- No son precisamente osos, amigo Pancho, que si no me engañan estos los mis ojos de águila culebrera, esto no es precisamente un culebrón televisivo, sino que razono, a pesar de la poca luz aquí habida y no me digáis que he perdido las luces, son dos ositas con madroño incluido como buenas madrileñas que deben serlo y yo me levanto ahora mesmo, cruzo la pista en menos que cantaba el gallo del Eulogio, que Dios lo tenga en su gloria, y os aseguro que de aquí salimos camino de la vicaría más cercana, que debe estar en la calle Velázquez si no se me equivocan los sesos, pues son tan bellas que ni el mismísimo Don Diego podría haberlas pintado con su paleta.
- Eso es exactamente lo que intento deciros, Don Quéjate de La Marcha, que no volvamos, por favor, a hacer el paleto ya que habéis mentado a la paleta. ¡No!. ¡Por favor, Don Quéjate, os ruego que no os lancéis tan en picado al ruedo ni tan pronto, que es mucho mejor esperar a que la ocasión la pinte calva, algún Velázquez, Goya, Murillo o Sorolla si lo preferís!. 
- ¡Dejaos ahora de calvas y mirad qué lindas cabelleras lucen, tan morenas y tan exuberantes que hasta escalofríos me entran por los ojos!. ¡Os doy mi promesa de caballero en edad de merecer que de aquí salimos comprometidos y bien comprometidos que salimos desta!.   
- ¡Quiera Dios, Don Quéjate de La Marcha, que no tengamos que salir con los pies por delante!.
Y, sin decir palabra alguna de más ni palabra alguna de menos. el arrojadizo Don Quéjate de La Marcha, tarareando la Marcha Real, irguióse tan largo como era que con razón algunos, al verle, ya le llamaban Largo Caballero con el consabido retintín de chiflas y rechiflas, salió de lo encasquetado que estaba en aquel rincón y, tropezando ruidosamente con una de las cercanas mesas, hizo que se derramase el cubalibre en la parte delantera del pantalón vaquero de un joven boxeador que estaba allí mismo besándose con su al parecer novia o enamorada al menos. El citado joven boxeador, rota su acción por aquel desdichado personaje que parecía salido de las tinieblas, levantóse también dispuesto a zurrarle la badana.
- ¡Oye, cabeza hueca!. ¿Qué haces, bobo de vaina?.
- Perdón, so tiquismiquis con orejas de coliflor, que más parecéis bruto que nacido en alta cuna, pero habréis de saber y si no lo sabéis andad a estudiar, al menos genética, que no os vendría nada mal ni nada bien pero al menos os convertiría en valedor o corredor de seguros de esos que van con la cartera de cuero a la espalda y bien que tenéis una buena espalda para ser descargador del muelle de Las Escombreras, que aún no he aprendido a controlar los espacios cerrados pues habréis de saber, gañán en forma de gavilán si no me equivoco demasiado, que yo soy de los de los espacios abiertos al sol, a la luna y a las estrellas. 
El boxeador ya estaba dispuesto a cascarle de lo lindo al bueno de Don Quéjate de La Marcha.
- ¡Si no me pagáis ipso facto un cubalibre para reponer el que me habeís derramado sobre la bragueta de mi pantalón de los domingos y fiestas de guardar, que vais a ver, de verdad, el sol, la luna y todas las estrellas juntas del piñazo que os voy a arrear!.
- Para arrear estamos, pipiolo al pilpil pues entiéndame que yo...
Fuése en aquel momento en que el fiel amigo Pancho Panzapatos hubo de intervenir para que la cosa no llegara a mayores y no corriese la sangre hasta el río Manzanares. 
- ¡No se preocupe por el cubalibre, madrileño en pro, que yo he de pagarlo porque necesito que él viva hasta cien años más para seguir aprendiendo de sus recónditos saberes en este menester de andar con mozas de cuadra en cuadra y conste que no le hablo de cuadras de caballerías sino de estas cuadras que aquí las llaman manzanas y que, válgame Dios, no sé en que se parecen a manzanas pues más ma parece a mí cosas de peras por la que lleváis como barba sin serlo en realidad y a saber si no os la habéis pegado con pegamento Imedio porque medio que se os queda entre querer y no poder pues nosotros, al menos o al más, tenemos barba entera y bien poblada y vaya población ésta que parece la repera de los cuentos de Barbarroja por lo roja que tenéis la cara que digo yo que será de tanto que os la calientan en los combates!.
- ¡Pluguiera a Dios, amigo Pancho!. ¡Pagad ya de una vez que me están esperando las dulces princesas y no es de caballeros muy bien nacidos, como tú y yo, hacerlas esperar demasiado no sea que vengan los camaleones y se nos las lleven por la corriente o como se diga ese dichoso dicho!. 
Y el bueno de Pancho Panzapatos alargó un billete de cien pesetas al airado e iracundo boxeador el cual, con menos vergüenza que un monaguillo bebiéndose el vino de la sacristía, asiólo con la mano diestra cuando Don Quéjate de La Marcha, mientras que el boxeador y Pancho volvíanse a sentarse en sus lugares respectivos, continuó sus andares tarareando, nuevamente, la Marcha Real de José María Pemán, y más tieso y estirado que el palo de una bandera, aguantando los dolores de los sus huesos que por un lado del cuerpo le entraban y por el otro lado del cuerpo le salían, con lo cual, de manera marcial y parsimoniosa, atravesóse toda la pista de baile que en aquel momento hallábase vacía de bailarines y de bailarinas, y con el un brazo en el pecho y con el otro brazo a la espalda como si se tratara o tratase de Napoleón con intenciones de conquistar a Josefina, no se detuvo ni un segundo en su afán de conocer a las dos beldades que miraban, asustadas, cómo se iba acercando hacia donde ellas estaban. Y en llegando hasta ellas, a la altura de las dos sillas vacías que estuvo a punto de derribar al hacer una genuflexión que por poco da con la cabeza en las mesmas. Salvado el susto y con las dos chavalas más asustadas que un conejo en época de caza recobró el habla mientras se puso más firme que todo el regimiento de caballería del Campamento de Hoyo de Manzanares juntos y dirigióle la palabra mientras ellas ponían sus caras más rojas que la de Toro Sentado a punto de entrar en combate contra los rostros pálidos. 
- ¡Perdonad, bellas damas, si es que hay algo que me falta o que vos creeéis que me falta para ser un gallardo mozalbete; pero me he prometido yo a mí mesmo, lo cual ya es mucho permitirme en estos tiempos en que las promesas sirven menos que una bolsa de pipas de estas que tanto comen por estos pagos de Dios, y que vaya fea costumbre es esa de escupir cáscaras de pipas de girasol cuando se está hablando con dos princesa como vos, y que tampoco es cuestión de dirigiros la palabra, como menos educados hacen, mascando chicle y haciendo globitos que más parecen marineritos sietemesinos en vez de hombres de los de a bien, que vuecencias han de bailar la una conmigo y otra con aquel otro amigo mío que allá al fondo véis y que, en verdad, es mucho más garboso que otros de los aquí reunidos a pesar de que, mirándole bien, no sé que garbo tiene pero al menos os lo podéis imaginar. 
La más guapa de las dos pudo salir del apuro.
- ¿Pero de qué guindal os habéis caído, majareta perdido?.
- No es propio de princesa como vos hablar desa manera tan poco femenina pero, como bien dijo Don Miguel de Cervantes Saavedra, ¿qué locura o desatino me lleva a contar las ajenas faltas, teniendo tantas que decir de las mías?.
- Por supuesto que tenéis muchas faltas, bandarra. 
- ¿Bandarra?. ¿No habréis querido decir bandurria y la timidez que os desato os ha hecho equivocar la palabra?. 
- Bandarra. He dicho bandarra. 
- Por las barbas de mi bisabuelo que siempre me recomendó temple y paciencia para con las damas de tan brillante presencia como vos... ¿qué palabra es esa que no viene en el castellano de mis tierras?. 
- ¡Que te estamos dando un corte, a ver si te enteras ya de una vez por todas!. Escucha, pirata... 
- ¿Pirata?. ¿Doy yo acaso la imagen de un pirata?.
- Pirata quiere decir, en los madriles, que estás pirado del todo. No somos dos princesas sino dos dependientas de el Corte Inglés. 
- ¿Que dependéis de un cortesano inglés?. Decidme, de inmediato, de qué cortesano inglés se trata pues he de cantarle yo las cuarenta para que os permitan ser libres. 
- Que no, chalado. Que lo que quiero decirte es que somos empleadas del Corte Inglés. ¿De qué pueblo has salido que no sabes que existe El Corte Inglés en Madrid?. 
- Habéis de saber que de ingleses prefiero no acordarme...porque si es necesario que os hable de ingleses os doy todo un recital de historia comenzando por Trafalgar y terminando por la Guerra de las Naranjas... pues los ingleses meten sus narices en todas partes y no es bueno hacer tal cosa porque es menester que de asuntos internos seamos los propios españoles quienes sepamos entretenernos y aun es más entendernos que, a fuerza de haber visto a algún inglés que otro he de deciros que son más pálidos que el cemento de Entrecanales y Tavora y además...
- ¡Corta ya el rollo repollo!. Que te estoy diciendo que no somos princesas ni sabemos nada de Historia, sino que sólo somos dos empleadas de grandes almacenes. 
- ¡Así que sois dos simples empleadas de grandes almacenes!. ¿Y dónde está entonces la grandeza de la que parecéis que tenéis que estáis ahí tan sentadas como dos vírgenes del sol al aparecer la luna?.
- ¡Espera un momento que os lo van a explicar, a ti y a tu fiel amigo, nuestros novios que están a punto de llegar y que vienen hoy molestos porque ha perdido el Atleti!. Tienes que saber, para que se te aclaren las ideas, que yo me llamo Teresa pero no soy marquesa y mi amiga se llama Beatriz pero no es de Austerlitz.
- ¡Adiós mis sueños queridos!. Está bien. Hasta parecéis poetisas pero en pensando mejor que a veces pienso y ahora estoy pensando que es mejor miraros con indiferencia, que es arte esta el de la indiferencia la mejor manera de que os arrepintáis y nos pidáis que volvamos a pediros bailar antes de que llegue al alba. ¡Y veremos si entonces, en pasando al menos un cuarto de hora, no os hemos sustituído por otras dos mucho mejores que vosotras!. 
Así que en chocando el tacón de su bota derecha con el tacón de su bota izquierda, despidióse de ella, dióse la media vuelta al estilo militar y, de nuevo de manera marcial y sosegada, regresóse siempre con el brazo derecho en el pecho y el izquierdo a la espalda, a donde le esperaba, ya con ansiedad indisimulada, su fiel amigo Pancho Panzapatos.
- ¿Qué tal?. ¿Nos invitan a estar con ellas?. 
- ¡Ay, amigo Pancho!. Como dijo Mark Twain las palabras precisas tal vez sean efectivas, pero ninguna palabra jamás ha sido tan efectiva como un silencio preciso. 
Don Quéjate de La Marcha sentóse junto a su fiel amigo y guardó un profundo silencio hasta que volvió la oronda holandesa con las dos copas de anís en una bandeja de plata.
- ¿Habéis conquistado ya a alguna?. Veo que estáis demasiado pensativos. 
- Le ruego, Madame de Sauvigné o más bien Dama de las Camellas o como se diga...
- Se dice Dama de las Camelias, amigo Pancho... y no comencemos con las pantufladas porque para pantuflas ya hemos tenido lo bastante y lo necesario. 
- Dama de las Camelias o Dama de las Camellas viene a ser lo mesmo en este Madrid de los 70, Don Quéjate. 
- Entonces, si crees que es mejor, sígase el discurso.
- Os ruego, Dama de las Camellas o de las Camelias o de las Camillas que ya vos sabéis a lo que me refiero. 
- Oye que yo... 
- Oir no oigo bien, que sigo algo aturdido todavía, pero ver veo bastante y si os llamo Dama de las Camillas ya sabéis por qué os lo digo y ahora, si os place por un tiempo prudencial como el que suele guardar la Prudencia cuando se le enfada su Gervasio allá en mi terruño, guardar silencio mientras Don Quéjate de La Marcha sigue meditando... pues cuando él medita yo reconozco que pienso que hasta la Tierra deja de rodar. 
- Meditar cuanto queráis que para rodar ya tuvisteis bastante al entrar en este lujoso local. 
- Local de locos y de locas por cierto... que ya le digo que yo veo y veo muy bien aunque me aturde la cabeza, a demasiados locos y locas por aquí y os vuelvo a recordar que ya sabéis a lo que me refiero.
La holandesa siguió erre que erre sin dejar de porfiar con Pancho Panzapatos. 
- ¡Bien que habéis rodado los dos hace un momento!. ¡Casi me muero de risa!. ¡En verdad que no he visto una entrada triunfal tan jocosa en mi corta vida!. 
- Decís verdad, señorita neandertalensa, que eso de vuestra corta vida sería cuestión de investigarlo a fondo por ver si es cierto o pura invención vuestra. 
- Se dice neendarlesa, Pancho Panzapatos, se dice neendarlesa y mira que te tengo que corregir continuamente; que ya estoy más cansado de ser maestro tuyo que mi abuela de corregirme la manía que tengo yo de meterme en líos de faldas, faldones y hasta faldriqueras por ver si cae alguna peseta que otra.
- ¡Diablos!. ¡Mira que es difícil para mí acertar dichas palabrejas!. ¡Señorita neendarlesa o señora neandertalesa viene a ser, en este ejemplo que tenemos ante la vista, y repito que veo muy bien, la misma cosa!. Quizás sea hasta magdaleniense. 
- Has acertado esta vez pero de chiripa pues me llamo Magdalena. 
- Pues señora magdalena o señora Bizcocho pues veo que bizqueáis más del derecho que del izquierdo. O quizás no sea así, y usted perdone, pero todavía estoy viendo las 42 estrellas multicolores juntando las 21 que ha visto mi fiel maestro y las 21 que he visto yo mesmo sin contar a naide más; puesto que para entrar y salir de esta ventura o desventura según se mire, señora Bizcocho, nos valemos los dos solos sin tener que ocuparnos de nadie más. 
Don Quéjate de La Marcha volvióse ya en sí después de su largo susto. 
- ¿Bizca?. ¿Has dicho bizca?. ¿Quién es la tal bizca que parece que nos ha echado un mal de ojos, no sé si con el buen ojo o con el ojo malo?.
- Pero... ¿no estáis viendo, Don Quéjate, que coloca el platillo sobre el vaso en vez de colocar el vaso sobre el platillo?. 
- ¡Ya está bien de guasa!. ¡Como me llamo Magdalena y no Bizcocho ni soy bizca al menos del todo, aunque un poco sí que lo soy desde que nací, ya me estoy cansando!.
- Descansad, bella señorona, descansad un poco puesto que la fatiga se os nota demasiado.
- No se dice demasiado, amigo Pancho, sino en demasía; si es que estáis pensando en lo mesmo que pienso yo. 
- ¡Pongo los platillos sobre los vasos por si las moscas!. 
- ¿Moscas?. ¿Habéis dicho moscas o habéis querido decir moscardones?. Ya veo, e insisto que veo muy bien, demasiados moscardones zumbando por aquí... que parece esto el cuento de la Mosca Verde que me he leído y que ocurrióse en no sé qué lugar de la serranía madrileña y, por cierto, ¿seguís enfadada con nosotros o ya hemos pasado el visto bueno?.
- ¡Ay, amigo Pancho!. Para visto bueno el que nos dio el cura párroco cuando nos bendijo en la pila bautismal... pero podía habernos dado algo mucho mejor.
- ¿Algo mucho mejor?.
- Pues sí. Por ejemplo un billete de avión para irnos a Cuernavaca en cuanto fuésemos mayores y no este trajinar de tanto subir y bajar peñascos que véis ahora que de poco nos ha servido.
- De verdad que pareces un tábano, Quéjate o como te llamen. ¡Estoy intentando deciros que tapo los vasos con los platillos para que nadie ajeno a vosotros se los beba de tan despitáos que estáis... que parecéis dos monjes carmelitanos metidos en Pasapoga!  
- A fe que es cierto que no sé de qué me habláis, Madame de La Haya o donde se haya vuestro nacimiento que no debe ser muy lejos de allí, pero os juro que nadie se atrevería a beber de mi copa sin mi consentimiento; verbigracia, como dicen los grandes leguleyos de mi tierra, que salvo aquellas dos princesas del fondo opuesto al nuestro no le permito a nadie que ose hacer tal cosa pues entonces veríamos quien saldría más bien ganando o quien saldría más bien perdiendo.
El joven boxeador se volvió para mirarlos de arriba a abajo. 
- Salvo, claro está, este amigo que no aparta su mirada de nosotros por supuesto; pues no faltaría más, que para eso estamos los amigos y no para ir de pendejada en pendejada sin probar lo que el otro prueba y ya me entendéis, señora neerlandesa, que estamos a palo seco y no quisiera yo salir a palos del 42 no vaya a ser que tarde 42 horas en volver a la vida.
- ¡No os ofendáis, caballero, pero si de algo peca mi maestro y amigo, y pecador es un mogollón como decís por aquí, es el de ser sincero!.
- ¿Tú también piensas, como él, de que yo soy sólo fuerza bruta?. 
Pancho Panzapatos volvió a sacar otro billete de cien pesetas y se lo ofreció al joven boxeador de las orejas de coliflor.
- Tomad, orejas de coliflor y no os ofendáis pero no siempre se ve regalar billetes de cien pesetas ni por aquí ni por allá, para suavizaros la garganta pues me veo que estáis un poco acatarrado ya que rugís como un león salvaje, y tómese esto como un halago jovenzuelo; pero dejémonos de ceremonias y tomad el billete, puesto que mi maestro y amigo y yo nos vamos ahora mismo del 42 más rápidos que el expreso de medianoche no sea que nos entre una turca y tengamos mayores dificultades que mi abuela, que en paz descanse, para enhebrar una aguja. 
Era ya la medianoche, cuando la pista de baile se encontraba a tope de bailarines y bailarinas, el momento en que Don Quéjate de La Marcha y su fiel amigo Pancho Panzapatos, abriéndose paso a empujones y codazos y recibiendo, a su vez, algún coscorrón que otro, pudieron alcanzar la escalera, subir los peldaños de dos en dos y hasta de tres en tres y salir, más raudos que dos búfalos en celo, a la calle. 
- ¡Válgame Dios!. ¡Pluguiera a todos los santos y santas del santoral católico, apostólico y romano, que jamás he visto tanto furor de esqueletos moviéndose como la noria del Museo de Alcantarilla!. ¡Dios mío!. ¡Parecíame a mí que iban a quebrarse de un momento a otro, amigo Pancho!. Ya veo que esto de la marcha de la movida madrileña es como el sarpullido... pero para mis entendederas que parecíase que se estaban rascando por todo el cuerpo en vez de bailar como los cánones mandan?. 
- ¿Qué decís de los canónigos, Don Quéjate?. ¿Cómo mandan bailar los canónigos?. 
- Ya veo que estás sordo de tanto megavatio metido en el cerebelo a macha de martillo... puesto que no digo canónigos sino cánones.
- A fe que es cierto que por poco se me empantana el tímpano con el martillo y el yunque con el lenticular y la oreja con la trompa del Eustaquio, pero tampoco sé yo, ahora que el oído me vuelve a funcionar como antaño aquel en que era sólo un mozalbete buscando orugas para echárselas luego en la ropa a la Tía Felisa... ¡ay que risa!. ¡Qué risa me da recordar aquello!. Pero... ¿de qué cánones me habláis, Don Quéjate de La Marcha?. 
- A los cánones de los buenos modales del libro de Carreño puesto que no he visto yo jamás en mundo alguno algo tan perfecto como el susodicho libro en cuestión de buenas costumbres que, paréceme a mí, se han perdido en está época de la capital de nuestra nación enfervorizada con el cubalibre, el porro, la pastilla y paro de contar pues ya hemos visto bastante. 
- ¡Vayámonos, Don Quéjate de La Marcha!. ¡Vayámonos de aquí pues me ha entrado tal dolor de tripas que me creo que voy a tener necesidad urgente de hallar un váter pues no puedo aguantar más los retortijones de estómago que me ha producido la ingesta de esa especie de mata ratas que nos ha servido la señora antigualla. ¡Ahora mesmo nos volvemos a nuestra pedanía y santas pascuas para todos!.
- ¡Nada de abandonar ahora la ventura, amigo Pancho!. No volvamos nunca más jamás de las enjamases al 42 pero probemos suerte en la disco de la vuelta de la esquina; esa que tiene la Tortuga como emblema, la de la calle Jorge Juan, que a mi parecer si se llama Tortuga es porque sus bailes serán mucho más lentos. 
- Pero Don Quéjate... ¡si en la de al lado veo yo que sólo están entrando quinceañeras!. 
- ¡Deja de poner pegas a todo que ya pareces el pegamento Imedio aplicado al arte de bailar con los imposibles!. ¡Y qué buenos recuerdos tengo yo de bailar con mi primer amor escuchando aquello de quince años tiene mi amor y baila que es un primor!.
- ¿O estáis refiriendo a las pizpiretas fanáticas del Dúo Dinámico?.
- ¡Sí, exacto!. ¡Buena memoria tienes en ese meloncio que llevas por cabeza, Pancho Panzapatos!. ¡Vamos!. ¡Anímate, amigo Pancho!. En verdad que sean quinceañeras o no lo sean no podemos volver a nuestros Ventorrillos sin llevar nuestro pabellón murcianico bien en alto. ¡Hay que levantar ese ánimo, mi fiel amigo Pancho!.
- ¡A mi denme solamente una buena hogaza de pan para engordar la panza y un buen par de zapatos en lugar de estos que llevo puesto y que no sé como endenominarlo después de ver tantos lustrosos pares de botines que parece que en Madrid hay los zapatos más prodigiosos del orbe, y me vuelvo a mi terruño más contento que un pulpo con toda su tinta completa. 
- Mucha tinta habría de correr en los periódicos de Murcia si nos viesen regresar sin dos hermosas princesas entre nuestros brazos después de habernos apostado con el Macario y la Otilia diez mil pesetas cada uno a que volveríamos con el casamiento ya hecho. 
- ¡Despabilad ya, Don Quéjate de La Marcha!. ¡Bien sabéis vos que si no hemos triunfado con las veinteañeras del 42 hemos de fracasar mucho más con las quinceañeras de la Tortuga!. 
- No hablemos de crisis de conquistas, amigo Pancho. ¡O la Tortuga o Malasaña!. ¡Tú decides!. 
Y el insensato de Pancho Panzapatos eligió Malasaña...
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Foto del autor José Orero De Julián
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Descripción

Relato a la cervantina manera pero en moderno.

Palabras Clave: Literatura Relato Prosa.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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