Don Quéjate de La Marcha y Pancho Panzapatos (2)
Publicado en Sep 05, 2011
"VENTURAS Y DESVENTURAS DE DON QUÉJATE DE LA MARCHA Y SU FIEL AMIGO PANCHO PANZAPATOS EN LA CIUDAD DE MADRID".
Capítulo II: De las maneras y formas en que Don Quéjate de La Marcha y Pancho Panzapatos supieron salir de los apuros de Malasaña. Sin saber ni cómo ni cuándo y aun menos por qué, los buenos de Don Quéjate de La Marcha y su fiel amigo Pancho Panzapatos, viéronse envueltos, en pleno barrio de Malasaña, en una de las muchas manifestaciones ilegales por aquellos años acontecidas. - ¡Diablos, Pancho!. ¿Qué les sucede a todos estos seres que gritan, y cuánto gritan válgame Dios, hasta perder el resuello y las energías que más debieran guardar para practicar deportes como el salto de trampolín en picado, este rentintín y soniquete que ya ensordece hasta a la mula parda del Venancico?, y mira que parece un villancico cantado en plena pascua florida esto de Suárez canalla arroja la toalla. - No sé muy bien ni acierto del todo pues mi sesera no da más de sí y bastante ya se ha estirado en esta jornada, pero paréceme a mí, Don Quéjate de La Marcha, que deben estar refiriéndose, ya que mentáis al deporte, que lo que les sucede a toda esta muchedumbre, que de mansedumbre no tienen nada, es que no quieren ni desean que Luis Suárez sea el nuevo seleccionador nacional de España en cuánto al fútbol se refiere y, por cierto, ¿recordáis vos a Antonio Suárez?. Don Quéjate, agarrado fuertemente a su amigo para no ser engavillado por la muchedumbre vocinglera que a sus lados gritaban, corrían, se volvían para atrás para reiniciar las mismas carrera y un largo etcétera de aconteceres disturbiales, se enfadó, nuevamente, con su fiel amigo Pancho Panzapatos. - ¿Y cómo quieres que recuerde a ese tal Antonio Suárez si debe hacer ya bastantes décadas que debió de ser famoso y yo no recuerdo más allá de lo que pasó ayer que enhoramala dimos la promesa de regresar victoriosos a Los Ventorrillos, y hazme, si es de tu placer y de tu complacencia, el favor de no andarme ahora con acertijos y adivinanzas que buenas se están poniendo las cosas esta noche como para recordar. - Pero... ¿no recordáis de verdad que fue Campeón de España?. - Quieres ya, por última vez te lo digo si no quieres que me se embrave el carácter y termines, realmente, como si te hubiese atropellado una manada de rinocerontes... - ¡Parad otra vez el carro, Don Quéjate, que nos descarriamos de nuevo!. Yo estoy refiriéndome a aquel que fue campeón de España de ciclismo en ruta en el pasado año de 1960 y que por supuesto es madrileño en pro. Y no os enojéis tanto que ya está bien de pagar yo los platos rotos de todas las desventuras que nos acontecen. - ¡Dichoso año aquel de 1960 cuando todavía éramos unos pardillos de los montes o no recuerdas cuando viajábamos en la Montesa por nuestras comarcales rutas!... y ya que habláis de rutas, ¿se puede saber qué hacemos nosotros aquí envueltos en esta trifulca y jerigonza que no sé por qué se te ocurrió decidir venir a visitar este barrio en plena noche madrileña?. - Pero Don Quéjate... dejaos ya de quejaros tanto y vivamos la ventura de ver con nuestros propios ojos acontecimientos tales que serán gloriosos en la Historia de nuestra patria. ¡Y cómo vamos a fardar, como se dice por estos pagos, delante de nuestros nietos, biznietos, tataranietos y demás familia, cuando les narremos, a la manera de crónicas para dormir a cualesquiera, que hemos sido testigos presenciales de los mesmos!. - ¡Déjate ya de decir los mesmos que se dice los mismos y si son los mismos los que vives tú y los que vivo yo, que venga Ángel Nieto y lo reafirme!. - ¿Y quién es Ángel Nieto?. - ¿Qué os sucede ahora, amigo Pancho?. ¿No os gustan los recuerdos de memorietas e historietas varias?. Así que donde las dan las toman y ahora quien ha perdido la memoria eres tú... porque estoy seguro que de tanto hablar de nietos se os ha olvidado el ángel de la guarda o vuestro ángel de la guarda os acaba de abandonar en medio de este maremagnum de gentes que dan tales alaridos que paréceme a mí que acabamos de meter las patas en un fregado, ¡y cómo mola esto de decir fregado en vez de decir suceso!, y veamos... veamos... veamos cosas para contar después... pringao... que no eres más que un pringao. - Si, Don Quéjate de La Marcha, soy en verdad un pringao por haceros compaña, pero ¿quién es ese ángel llamado nieto de no sé quien?. - ¡No eres más bruto porque has nacido en época contemporánea!. Pues has de saber, y toma del frasco carrasco, que el citado Nieto no es un ángel sino que se llama Ángel y que sí, que por supuesto que será nieto de alguien a quien yo desde luego ni conozco ni tengo por cuestiones meterme en cuestiones ajenas. - ¡No volváis con las reincidencias, Don Quéjate!. - Se dice repeticiones y si repito lo de las cuestiones es porque la cuestión es que tú sabes de motos menos que Blasa, la portera de la casa donde viven mis compadres de Santomera y mirad que no es mera cuestión pues la cuestión es que Ángel Nieto, también madrileño en pro pero nacido zamorano, y dejad ya de mirar como asustado que agora mesmo no tengo ganas, ni apetito, ni deseo alguno de echaros sermones catilinarios, es ya cinco veces campeón mundial de 50. - ¿No me digáis que el tal Nieto sabe apostar al 50 que es juego de allende los mares?. - ¡Mira que eres torpe, amigo Pancho!. ¿En qué estáis pensando?. El 50 es el mesmo número tanto en allende los mares como en aquende las tierras. - ¡Qué asombroso es aprender de vos, maestro y amigo Don Quéjate, cosas tan interesantes como saber que el 50 es igual en todos los lugarejos de la Tierra!. En estas disquisiciones se hallaban los dos cuando, de repente, en medio de aquella marabunta casi infernal, acercóseles un mamarracho vestido con casaca roja de esas que usaban los cosacos de la Antigua Rusia, y un pantalón vaquero de color negro que, además, de sucio estaba pringado de aceite de sardinas enlatadas, portando una pancarta de la FAI. - ¡Salud, compañeros!... ¡Pero echadme una mano con esto de la barricada!. - ¿Habéis dicho barricada, pringao señorito de papá y de aparentes maneras que de tan aparentes que lo son me se viene a la cabeza que debéis ser de la acera de enfrente?, y no me se enfade, mi hijito de papá, que no tengo ganas de trizarme en pelea callejera alguna y si no sabéis que quiere decir trizarme menos aún lo sé yo, pero se me ha venido las mentes en cuanto os he visto aparecer en medio de este rifirafe que me suena a la Noche de San Bartolomé. - Pero camarada... ¿qué es eso de la Noche de San Bartolomé?. Don Quéjate de La Marcha púsose iracundo ante tamaña falta de cultura. - Además de falto de cordura sois, según mi propio parecer y el parecer de quien os estuviera o estuviese escuchando, falto de cultura. ¿Es que en ningún libro de historia general habéis leído algo, por poco que ese algo sea que bastante es saber algo que no saber nada como vos demostráis, sobre la Noche de San Bartolomé o, también, la Noche de los Cuchillos Largos?. El mamarracho de la FAI intentó tomárselo de buena manera. - Me parece que estás mochales, colega. - ¿Acaso sois vos un medicucho de la mucha psiquiatría que abunda por estas fechas y os creéis el Doctor Cataplasma dando diagnósticos a troche y moche como si del ilustre Barraquer de las mentes os creyéseis?. Ya que hablamos de moche, el mochales más bien sois vos puesto que no sabéis que la Noche de San Bartolomé se refiere, y bastante me refiero yo a vuestra ignorancia de costumbres culturales que hasta iréis por ahí endiciendo que sois del Ateneo o cosa similar solo por tiraros el pegote cuando el único pegote que tenéis es ese bigotito rubio que os asimila a un congrio en plena época de emparejamiento y que me parece que sí, que habláis mucho de emparejamiento pero poco de compromiso matrimonial y ¿por dónde iba yo, amigo Panzapatos, que la ira me se escapa y me se van las ideas con las dichas iras de hijodalgo de bien?. - Íbais por la explicación de la Noche de San Bartolomé, pero me parece que explicárselo a este espectro nocturno es cosa vana. - Cosa vana será, pero también lo es cosa sana, así que sigo endiciendo que, en la Hestoria General de nuestro Viejo Mundo, y podéis consultarlo si lo deseáis, pejespada, pues parecéis un pejespada más que un revolucionario de verdad, por el mucho morro que echáis a la vida palaciega que lleváis de jarana en jarana y todos y todas revueltos como los huevos que se desayunaba mi abuelo Matías, la Noche de San Bartolomé se refiere a La Matanza o Masacre de San Bartolomé, que en francés se dice Massacre de la Saint-Barthélemy y es el asesinato en masa de hugonotes, cristianos protestantes franceses de doctrina calvinista, durante las Guerras de religión de Francia del siglo XVI. Los hechos comenzaron en la noche del 23 al 24 de agosto de 1572 en París, y se extendieron durante los meses siguientes por toda Francia. ¿Que os ha parecido mi exposición verborreica, majete?... y perdonad lo de majete pero me tomo las mismas libertades que vos os tomáis conmigo al llamarme colega y que conste que yo ni soy colega vuestro ni vos sois majete pues más bien os parecéis a Mortadelo el compañero de Filemón y... por cierto... a ver si os estiráis un poco y, ya que deseáis ser colega de nosotros, os invitáis a un bocata de mortadela... y que no se me olvida tampoco que la Noche de los Cuchillos Largos, que en alemán se dice Nacht der langen Messer, u Operación Colibrí fue una purga que tuvo lugar en Alemania entre el 30 de junio y el 2 de julio de 1934, cuando el régimen nazi llevó a cabo una serie de asesinatos políticos. Y agora mesmo, una vez colocadas las suficientes distancias entre vos y nos para no confundirnos a la hora de saber de qué parte de la acera somos cada uno... ¡váyamos a la barricada al soniquete este que estoy escuchando de a las barricadas a las barricadas por el triunfo de la revolución!... ahora bien... esto ni paréceme revolución ni paréceme otra cosa sino ganas de movida madrileña nada más. Estaban ya los dos dispuestos a envolverse en aquel lío de la susodicha y dichosa barricada, cuando se les cruzó uno de esos llamados camellos que llevan, dentro de la gabardina generalmente de color gris o de color beige claro, pues estaba bien claro que era traficante, todo un botiquín completo de pastillas y no para la tos precisamente. - ¡Chocolate, camaradas!. ¡Tengo chocolate del bueno, bonito y barato!. - Paréceme, amigo Pancho, que esto de lo bueno no puede ser a la vez lo bonito pues entre bueno y bonito háyase una gran diferencia y más que entre el bacalao de la Mari Juana y el chorizo del Tiburcio que bastante colocada va ella y bastante chorizo es él, si cabe más esperpento todavía, y vaya esperpento de tío se nos viene encima que parece que nos quiere hasta atropellar las conciencias, si se refiere a barato; pues seguro estoy y mira que cuando estoy seguro hállame más seguro que nunca, que debe ser caro. - ¡Cielo santo, Don Quéjate!. ¿A dónde hemos venido a parar?. Esto me da mala espina. - Cierto es, amigo Pancho... pero así lo ha querido el Destino. ¡Y no me vengas ahora a quejarte que para quejarse me basto yo solo!, pues has de saber que llamábase Malaespina o Malaspina, que en esto de espina de más o espina de menos, da lo mesmo decirlo de las dos maneras, un tal Alejandro, nacido en Mulazzo, el 5 de noviembre de 1754 y muerto en Pontremoli, el 9 de abril de 1809, que fue en los sus tiempos un noble y marino italiano al servicio de España, brigadier de la Real Armada, célebre por protagonizar uno de los grandes viajes científicos de la era ilustrada, la llamada Expedición Malaspina de 1788 a 1794 y que tras conspirar para derribar a Godoy, cayó en desgracia, lo que llevó al olvido de sus grandes logros. Y es que, amigo Pancho, los muy grandes logros siempre quedan en el olvido de las mentes ígnoras como la de este cucufate que nos ha salido al paso. ¿Cuándo se ha visto que un chocolate bueno y bonito y a la vez barato se venda en la vía pública?. ¿De qué clase de chocolate nos está hablando este tipo que viene disfrazado de cosaco rojo cuando yo sólo conozco a un cosaco verde de mis lecturas infantiles?. - ¡Chocolate marroquí!. ¡Puro chocolate marroquí!. - Me sigue dando mala espina, Don Quéjate de La Marcha. - Que yo sepa esto no es Malaspina sino Malasaña, amigo Pancho... ¿o no tienes la ensuficiente memoria para recordar que has sido tú quien has elegido pasar la noche aquí?. - ¡Fregados estamos pues, Don Quéjate!. - Fregados pero no secos tanto que, en cuanto termine de desentrañar los misterios de este cosaco rojo vendedor de misteriosos chocolates marroquíes, iremos los dos a tomar buen chocolate al Pasadizo de San Ginés, que aunque estése bastante de lejos, en cuanto llega la madrugada abren la chocolatería allí sita y ya se sabe que de noche todos los gatos son pardos y no se os de vergüenza vestir de la manera que vestimos pues hemos de pasar como ilustres caballeros a la Real Hestoria de los madriles incluídas sus famosas barriadas aledañas. Y en cuanto a vos, que osáis llamarme colega, camarada, compañero o cualesquiera otra manera de faltarme al respeto, he de señalaros que es la primera vez que aprendo que el chocolate de venta sea marroquí pues que yo sepa y deso séme bastante, el chocolate de siempre, en nuestras Españas varias y coloniales, procede de la Guinea o no recordáis, porque bastantes años tenéis para acordaros por mucho que os disfracéis de progre que gracia me hace eso de la progresía decadente como os he escuchado decir pues ambas cosas son contradictorias entre sí, ya que lo progresista no puede ser jamás lo decadente y los decadente no puede ser jamás progresista por mucho que intentéis engañar a las gentes de mundo, y digo gentes de mundo por lo mundano que sois, que os hacen el caldo gordo... pues que yo sepa y deso sépeme bastante... el caldo gordo no es de buena calidad sino que yo prefiero el caldo fino, no recordáis os repito que en repitiendo las cosas mejor se quedan en la memoria, lo de yo soy aquel negrito del África tropical que cantando vendía el colacao que toma el ciclista que es el amo de la pista y lo toma el boxeador... y no sigo porque eso del boxeador me trae a la memoria infaustos sucesos acontecidos en el 42 que no deseo volver a repetir para no ser ya harto de tal y tal y tal de ese tal Jesús Gil y Gil que tanto alardea de su urbanización de Los Ángeles de San Rafael que paréceme a mí que ahí va a salir algo gordo porque bastante pez gordo es y bastante gordo también... pero... en fin... que eso del chocolate marroquí se merece una explicación. El mamarracho de la pancarta del FAI estábase ya bastante aturdido ante la verborrea de Don Quéjate de La Marcha y soltaba las palabras como sacadas con sacacorchos. - Los tiempos cambian, camarada. - ¿Podríais si os plugue y por favor no se me acerque en demasía pues veo que lleváis hasta pulgas en vuestro pelo y yo me pondría de malas pulgas si me las traspasáseis pues de traspasos mejor es no hablar para dejarnos de quemar la sesera con tanto ladrón que andare por ahí suelto, dejar de llamarme camarada pues en ninguna cama hemos dormido juntos vos y yo?. - Está bien, compañero. Para un poco. Lo que quiero señalar es que el chocolate marroquí es lo mejor que se vende ahora. Y date prisa que vienen los grises. - Paréceme a mí y cuando a mí paréceme algo es que bastante raro suele ser y veo que vos sois un poco o un bastante o un mucho raro, según vuestras mercedes lo deseen, que sois ciertamente un casposo porque en viéndoos bien de cerca como ahora mesmo yo estoy viendo la caspa os abunda en abundancia y mirad bien que el chocolate no es muy aconsejable para curar la caspa pues habéis de saber que contiene lactosa y si a la caspa del pelo le untáis lactosa se os queda un pringue algo así como de natillas que pareciese que el pelo os alumbra más que la Catedral de la Almudena en dia de visita de turistas para ver al Papa y ya que estamos envueltos, válgame San Agapito, ¡qué pitos y qué flautas son estas cosas del chocolate marroquí, la lactosa en píldoras y la caspa de vuestro pelo que os cubre ya la media hombrera derecha y cuarto de la hombrera izquierda!... que no es cosa de hombreras de más u hombreras de menos sino de hombres saber que... - ¡Qué vienen los grises!. ¡Date más prisa chalado!. - Con que en esas de Roncesvalles estamos... ¿verdad, caballerete de tres cuartos para abajo pero de nada para arriba pues en pensando pensáis menos que la cotorra de mi vecina?, y digo yo, y bien dicho lo digo, que la cotorra de mi vecina no tiene ningún temor a los grajos grises pues yo mesmo, en abundancia de conoceres que para eso hemos nacido hijosdalgos mi amigo y yo, pues yo, repito y repetir no es mala cosa ante descontrolados casposos, que parece esto la jauría de los lores de Birminghman en horas de despendoleo por los campos en pos de zorrillos o zorrillas según sea el caso a tratar, que esto paréceme a mi que más parece un campamento en desorden que no una verdadera comunidad humana y es más... - ¡Bueno!. ¿Quieres el chocolate o no quieres el chocolate?. ¡Que vienen los grises vuelvo a decir!. - Y yo os pregunto que qué es más sucio, tener un pelo en la sopa o tener sopa en el pelo... que más os valiera miraros a los espejos del Museo de Cera, el que se encuentra junto a la Plaza de Colón tal como si miráramos hacias las Américas pero sabiendo que las americanas no se usan en estos tiempos y mire bien usted, caballerete, que no hablo de las americanas de carne y hueso sino de esas americanas que lucís a escondidas cuando vais a pedir aumento de sueldo o buscáis un puesto de jefe de octava categoría sin que se enteren vuestros compañeros, camaradas o colegas, que en esto de los decires poco os diferenciáis de los de la época de Quevedo, Góngora y Lope de Vega... miraos en dichos y dichosos espejos y os veréis tal cómo soís y tal cómo llegaréis a ser. - ¡Qué vienen los grises!. - No me en disimuléis tanto, falso prole, que más os valiera atender a vuestra prole en vez de ir por estos barrios vendiendo chocolate marroquí cuando buenas sopas de letras necesitáis en primer lugar, pues no es bueno tomar el chocolate bien espeso sin antes haberos espesado la mente con saberes varios... - ¡Pero bueno!. ¿Quieres o no quieres chocolate?. ¡Y date prisa que vienen los grises!. - ¡Acabemos ya con tanta sinrazón que parece esto cosa de leandras y ved que debéis tener liandras o chinches o piojos o algo parecido en el pelo. ¿Los grises?. ¿Soy yo y pareciera yo un gris?. Pues bien es cierto, por la pluma de Cervantes lo juro, que visto gabán gris pero yo no soy de esa la color de los ratones de Hamelim porque en mirándome a un espejo yo me veo bien blanco pero no por culpa de caspa en el pelo como sí que ocurre con un casposo como vos. - Me estás cayendo bien, colega... y como veo que eres el más ácrata de todos nosotros juntos te invito a una leche de pantera en La Vaquería. - ¡No entiendo nada, mi buen amigo Pancho!. Primero nos ofreces a vos y a mi merced chocolate marroquí que en verdad debe ser chocolate en polvo o algún polvo le han echado a dicho raro chocolate y después nos sale, pues salido le veo si es que mi vista no falla, con leche de pantera diciendo que es de vaca. ¡O el mundo de los madriles se ha vuelto loco con todo esto de la movida madrileña que hasta paréceme que se han movido creo yo los leones del Congreso de los Diputados, o en esta disputa que tenemos este susodicho homínido y mi persona personal e intransferible, y recuérdame amigo Pancho que tengo que hacer mañana una transferencia al Banco Hispano Americano que hasta pudiera ser que me pasara por allí, por el que te he mentado en algunas ocasiones, por el negociado de Tranferencias para ver a un señor magro de carnes que es quien lleva todo el catarro, perdón, quise decir y bien dicho digo, cotarro de la mi cuenta corriente... o estamos enloqueciendo tú y yo!. - ¡Don Quéjate, por favor, que nos están mirando con muy mala cara todo estos endilgados señoritos que parecen más bien corsarios de piratería que ácratas como ellos dicen!. ¿En qué infeliz momento decidí yo que viniéramos a Malasaña?. En este circunloquio hallábanse Don Quéjate de La Marcha y su fiel amigo Pancho Panzapatos cuando alguien de los bien parapetados tras la barricada dio el temible y terrible grito que hasta parecía que el mundo se venía abajo de tanto que voceaba. - ¡Los grises!. ¡¡Que vienen de verdad los grises!!. ¡¡¡Todos a correr!!!. Don Quéjate de La Marcha volvió a envalentonarse una vez más a pesar de la cara de desconsuelo de su fiel amigo Pancho Panzapatos que ya se estaba figurando otra vez de nuevo apaleado como de costumbre. - ¡Pues no he de ser yo quien me corra ni por un instante pues ni soy de estos carotas ni nunca lo he sido!. - ¡Ay, Don Quéjate, que no son carotas sino ácratas!. - ¿Y qué palabra es esa que en la jerga cervantina no existe?. - Pues yo tampoco la conozco pero si de algo vale la pena nuestras dos personas vivas es mejor que corramos. - ¡Y yo te vuelvo a repetir y en repitiendo soy único, que no pienso mover mis pies ni el un centímetro hacia la derecha ni el un centímero a la izquierda!. - No es ni a la derecha ni a la izquierda y mucho menos hacia adelante, Don Quéjate, donde debemos mover los pies sino hacia atrás, y no en el un centímetro precisamente sino, si os place, mi maestro y amigo mío, bastantes kilómetros atrás hasta llegar por lo menos a Miraflores de la Sierra que enhoramala salí yo de la Sierra de Carrascoy para acompañaros en esta ventura que tiene más de desventura que de feliz holganza. - Pero ¿quiénes son los grises?. Quizás exista o pudiera existir por el cálculo de las probabilidades que aprendimos con aquel tal Carranza que tanto se nos inculcó en la seseras cuando éramos solamente jovenzuelos bastante desarrapados por cierto, alguna tribu hawaiana de la dicha color pero... ¡quiá amigo Pancho!... ¡tate!... pues que yo ensepa y en saberes sigo siendo diestro y hasta bastante siniestro, los aborígenes del Pacífico, y mira que soy bastante pacífico hasta ahora y así evitas que te de un coscorrón tras otro por haberme traído hasta acullá, son de la color verde oliva o verde aceituna que, en verdad, oliva o aceituna es lo mesmo como es lo mesmo rojo que encarnado. - Aceitunas o naranjas de la China es lo mesmo... - Que no repitas tanto lo de mesmo que se dice mismo. - Pues vos no hacéis más que decir mesmo. - Porque tienes que saber, cabeza de chorlito pues parecéis a Perico el de los Palotes, que yo digo mesmo para darme mucha más importancia puesto que la importancia de los muy hombres ilustres somos desta manera. - ¡No sigamos disputando!. - Cuida el lenguaje y no me uses palabras tabernarias o barriobajeras que no estamos en El Pozo del Tío Raimundo, Pancho... - ¡No sigamos discutiendo más si os place así oírlo!. - Mejor es decir, ya lo ves, discutir que disputar por aquello del mal escuchar y del mal entender que tienen ciertas personas que se las dan de inquisidores de los demás cuando son de los de lengua deslenguada y, por cierto, ¡cuánto desearía yo estar ahora cenando un buen lenguado en Casa del Tío Mamerto que fijáos la grande edad que tiene y todavía no está muerto sino vivo y bien vivo por lo vivales que se es al cobrarnos el lenguado!. - Don Quéjate... déjese ya de soñar cenas de lenguados, deslenguados o cosas similares, pues esto que está cayendo a nuestro derredor, y mirad que es bien cierto pues lo cierto es lo cierto y lo incierto es seguir firmes aquí, son pelotas de goma. ¡Corrámosno, Don Quéjate de La marcha, que esto de los grises o de la color que sean los uniformes que llevan pero me parece que en verdad son grises, va en serio!. - ¡Luego es verdad que es cosa de encantamiento pues grises son por cierto!. ¡Corrámonos como se corren todos los demás, amigo Pancho!. ¡Huyamos hasta la Libertad porque libertad es lo que necesitamos y no acabar con los nuestros huesos en alguna mazmorra de ese tal Don Camilo... y no me refiero al verdulero Cela sino a ese del que cantan lo de Camilo y sus vasallos no... no... no nos moverán!. - ¡Dejáos ya de canciones de revueltas y, revueltos en toda esta chusma humana, mundana y vana, corramos hacia la Libertad!. Y tanto Don Quéjate de La Marcha como su fiel amigo Pancho Panzapatos cogieron una tal carrera, a pesar de sus estrambóticas vestimentas, que no pararon hasta llegar a la puerta de La Vaquería. Entrarónse Don Quéjate de La Marcha y su fiel amigo Pancho Panzapatos en la llamada Vaquería, que de vaquería no tenía más que el nombre pues resultaba ser un muy estrecho local de esos llamados, en aquel entonces, para entonarse y bien entonados que estaban ya todos y todas los allí presentes, completamente asfixiados por los sus esfuerzos de las carreras, y de manera atropellada puesto que casi arrollan a un pobre viejo que pasaba entonces por allí ayudado por un bastón que a punto estuvo de romperlo en la espalda del pobre Pancho que lo recibió, como siempre, soltando un amén o un así sea por la causa... y en estando jadeantes todavía, sin apenas haberse rehecho de aquel formidable esfuerzo el llamado Quéjate y del bastonazo recibido el llamado Pancho cuando, de nuevo, se les presentó, como un fantasma de pesadilla, el mismo mamarracho de la casaca roja. - Felices mis ojos por volveros a ver... - ¡Verdaderamente doy fe de vida y fe de muerte que sois en exceso pedante y pesado, tío... que hasta soy capaz de afirmar que es mucho más fácil y soportable cargar con las alforjas del burro de Benito, que buen burro lo es por cierto, repletas de guijarros de Guijuelo que soportar una carga como la vuestra, so soso y so sosaina, que tenéis menos engracia que la cotorra de mi abuela Sonsoles. - Pero... ¿te mola o no te mola el chocolate marroquí?. - ¿Molar?. ¿Habéis dicho molar?. ¿Es que acaso el susodicho chocolate marroquí se empega en las muelas?. - ¿De qué manicomio te has escapado tú?. - ¿Y vos, mamotreto encarnado que bien parecéis el fantasma rojo del Cañón del Colorado que alma andante, a que zoológico pertenecéis?. - ¡Perdonad a mi maestro y amigo, pero es que en verdad y de verdad os digo, entodavía estamos bastante fatigados por esto del corrernos delante de los grises mas añadále el bastonazo que acabo de recibir, y aún no salimos de la sorpresa pues nosotros somos de los de tomar chocolates con churros y no churros con chocolate como al parecer nos está vuecencia ofreciendo y, válganos el cielo, que no es la misma cosa!. - ¡Cállate tú, garbancito vestido de azul!. - ¡Pues aquí el único pitufo que veo yo eres tú, a pesar de lo rojo y negro que vestís, que hasta parecéis un personaje cuaternario de Stendhal, mejorando a todos los aquí presentes, y bien cuaternario que sois que debéis haber nacido en cueva vallecana en lugar de buena casa del barrio de Salamanca!. Comenzáronse entonces a empujarse y darse empellones como si de mulos y mulas en vez de personas se tratasen, los unos contra los otros y las unas contra las otras; muchos y muchas sudando por querer salir de La Vaquería y muchos y muchas sudando por querer salir della. Fuése entonces cuando Don Qéjate de La Marcha comenzó a mover sus largos brazos repartiendo tortazos tanto a la diestra como a la siniestra y sin darse apenas cuenta de que todos ellos iban a parar a la cara de su fiel amigo Pancho Panzapatos. - ¡Por Dios, Don Quéjate, parad de repartir mandobles que me matáis a golpes!. - Perdona, amigo Pancho, pero en verdad que siempre he sabido que según se están poniendo las cosas en este mundo, en ocasiones tales como la presente es mejor dar que recibir y dar sin mirar a quién das. - Pues podríais habermelo explicado antes de entrar a aqueste antro o por lo menos haber avisado antes de empezar a repartir estopa que, en avisado, podría haberme yo puesto a buen recaudo para no recibir tanto como estoy recibiendo. - ¡Recibir es bueno muchas veces, amigo Pancho, sobre todo para acordarnos de que estamos vivos!. En aquellos, para Pancho Panzapatos, duros momentos, hizo su aparición otro tipo estrafalario, pelirrojo, larguirucho y flacuchento, con los dos ojos como bolas de cristal a punto de salírseles de las órbitas, voceando como un energúmeno y todo él desesperado. - ¡¡Dejad de pegaros los unos contra los otros y las unas contra las otras, camaradas, porque los grises ya se han ido con la fiesta a otra parte lejana de esta ciudad!!. - ¡¡Saporoski!!. ¡¡A por ellos!!. ¡¡Ahora es la nuestra!!. El griterío era tan enorme, en aquellos empujes por querer ahora todos salir al mismo tiempo como a la manera de estampida de búfalos, que nadie supo bien quien había pronunciado tales arengas mientras el estrafalario personaje de cabellos de color pelirrojo, más de bote que de naturaleza propia, larguirucho como el palo ensebado de una cucaña de feria y más flacuchento que el mismísimo galgo del Don Quijote cervantino, con sus ojos de bolas de cristal como si estuviesen a punto de despedírsele de la cara medio simiesca y medio humana, continuó gritando fuera de sí debido a la cantidad de marijuana que llevaba dentro de su cuerpo que hasta parecía un catálogo farmaceútico por la variedad de drogas consumidas. - ¡¡Compañeros!!. ¡¡Salud, compañeros!!. - ¿Qué habla este esperpento de salud, amigo Pancho, cuando en realidad lo que aquí predomina es, diría yo, el escorbuto, la piorrea, el mal de ajos y digo bien yo mal de ajos y no me lo confundas con el mal de ojos aunque alguna que otra bruja anda por estos tugurios, y las muy diversas gonorreas que deben de padecer estos y estas?. Mas el casi esquelético pelirrojo siguió voceando como si se tratara de Nicanor el pastor desesperado por auyentar al lobo. - ¡¡Un grupos de chicos y chicas, colegas nuestros, camaradas de la CNT, han decidido subirse a la estatua de la plaza de Malasaña y festejar nuestro triunfo desnudándose por completo una vez arriba!!. Fuése entonces cuando todos y todas dejáronse de aporrear los unos contra los otros y las unas contra las otras y salieron atropelladamente y arrasando a nuestros dos buenos amigos que, sin poderlo remediar ni Judas Tadeo y menos aún Judas Iscariote, acabaron nuevamente rodando por los suelos. Don Quéjate de La Marcha fue el primero que logró ponerse en pie. - ¡Vamos, Pancho Panzapatos, levanta el ánimo, amigo!. - ¡Ay, Don Quéjate de La Marcha, ay, ay y ay!. ¡Paréceme que me ha atropellado la locomotora del tren de Arganda y los bien contados doce vagones que arrastra el susodicho tren que pita más que anda!. ¡No sé si me se ha quedado algún hueso sano y en verdad que ahora mesmo no sé bien cuántos cartílagos tengo buenos y cuántos cartílagos tengo dislocados!. - ¡No digas, disparates, amigo Pancho y fíjate en mí que tengo el dolor por todas las piezas de mi cuerpo pero no suelo quejarme ya que no habrá mal que por bien no venga!. - ¡Pues que venga pronto antes de que sea tarde pues en siendo tarde de verdad que no podré contárselo a mis hijos, nietos, bisniestos, tataranietos y etcéteras!. - Demasiados etcéteras son esos, amigo Pancho, y desde luego si no os levantáis del suelo ahora mismo, y repito que se dice mismo y no mesmo salvo que tengas licencia de escritor o al menos seas escribiente o te de por ser escribidor que, en lo que yo te conozco, ninguna de las tres cosas eres... - ¡Por favor, maestro y amigo, sermón gramatical ahora no, por piedad!. - ¿Qué estás pensando?. ¿A qué Piedad te estás refiriendo amigo Pancho?. Yo no tengo líos con ninguna Piedad y si pensáis en alguna que se llamara o llamase con ese nombre, pluguiera que yo no la conozco o, al menos, la conozco tan poco que ni me acuerdo della. - ¡Dejadlo ahí, Don Quéjate, que tengo rotos todos los costillares y no tengo ganas de guasa porque en vez de llorar paréceme que me va a entrar la risa de tanto que razonáis a pesar de todo!. - ¡No me mentéis más desgracias, por favor, amigo Pancho!. ¡Yo ya no sé si estoy vivo o muerto porque también he de contarme yo todas mis costillas por ver si tengo alguna rota, extraviada o a punto de irse hasta Alcobendas!. ¡Y qué bien nos vendría ahora una guapísima enfermera, aunque fuera de Alcobendas o Alcorcón, para ponernos vendas de color marrón, por eso de ser las más fuertes, en todos los nuestros miembros viriles!. - ¿Qué decís, Don Quéjate?. ¡Dejad ya de soñar otra vez!. - Yo refiérome a los músculos de los brazos, amigo Pancho, que los tengo ya hechos polvo de tanto que han repartido esta noche. - Si queréis que me pueda volver a levantar deste suelo que, por cierto, está más pringoso que las cochineras del Sandalio y ved bien si mis sandalias están en sus lugares pues yo no tengo ánimo ni para comprobarlo, dejad ya de hablarme y dadme el brazo. Gracias al brazo derecho que tendióle el bueno de Don Quéjate de La Marcha pudo, al fin, levantarse su fiel amigo Pancho Panzpatos quien, sacudiéndose su blusa melera de color azul para desempolvarla como Dios manda, le dirigió las palabras de manera sincera y a la vez implorante. - ¿Ahora qué hacemos, Don Quéjate?. - ¡A fe mía que no nos vamos de Madrid sin ver con los nuestros propios ojos si es cierto o no es cierto eso de los desnudos subidos a la estatua de la plaza de Malasaña!. - ¡Mirad bien qué hacemos, sobre todo por mí, que no quiero volver a ser de nuevo vilmente abofeteado ni por vos ni por ninguna chavala madrileña y mucho menos quiero volver a ser atropellado por esa marabunta que anda suelta por toda esta inolvidable noche de la que me voy a acordar toda mi corta, media o larga vida!. ¡Y os recuerdo, por si ya se os ha olvidado, que estos a los que llaman grises tambén reparten yesca de verdad!. - ¿También me envienes tú con esa tontera de que los grises ponen tan moradas las espaldas y las partes del cuerpo donde dejan de llamarse espaldas para llamarse otras cosas de las que tan gustoso es de esribir el soez Camilo, el del Premio Nobel, que se lo deben haber dado por la cantidad de palabrotas que escribe por página que no puedes sentarte como las personas en quince días al menos y que te dejan más molido que el café torrefacto de Nescafé o alguna achicoria sucedánea?. - No me contéis más entretiempos, Don Quéjate, y volvámonos ya para Los Ventorrillos, por piedad. - Que te repito y ya van dos veces con ésta que no me acuerdo ni recuerdo de la tal Piedad que me estás endiciendo. ¿También tú me vas a entontecer aturdiéndome los mis tímpanos con esa tontera, o tontería mejor dicho pues puros españoles somos, de que los grises ponen las espaldas más tiesas que las orejas de los gatos?. ¡Vayamos a ver si es cierto y a fe mía que intervengo yo para que cunda la moral y no la desvergüenza en dicha plaza de Malasaña, pues mala saña sería, peor señal aún, si no acabara yo con tales impudicias como buenos españoles en pro que lo somos!. En aquellos instantes entróse en La Vaquería un argentino de los que les gustaba la movida madrileña tanto que hasta olvidaba con quienes hablaba. - ¡Che, a vos si que se os nota que sois verdaderos proletarios!. - ¿Qué diablos dice este mamarracho?. ¡Escuchad bien señorito del Río de la Plata, que me da lo mismo lo mismo me da que seáis del River o seáis del Boca ya que bastante boca tenéis para hablar en demasía con gentes a las que no conocéis de nada y, por favor ahora no tengo ganas de risas!. ¿Qué diantres es eso de protestatarios si nos no estamos protestando de nada que a vos os importe?. - ¡Che, boludo, no dije protestatarios sino proletarios!. - Pues por las bolas de billar del famoso Gálvez, campeón mundial por cierto ya que mencionáis lo de boludo, que nosotros no somos proletarios y dejad ya de contar tantas bolas que las bolas es mejor contarlas despacio y sabiendo a quien se las contáis, pues desde muy pequeño sé yo lo de los greles y los escames... y me está escamando tanta verborrea para querer explicarnos que somos lo que no somos. - ¡Che, macanuda vuestra broma!. Vestís como proletarios luego sois proletarios. - ¡Medid y meditad bien lo que decís antes de soltar la lengua pues al parecer la tenéis muy larga o al menos de eso presumís, y me enrefiro a la lengua y no a otra cosa cualesquiera!. ¡Ni somos proletarios ni nos acabamos de caer de un nido!. Somos, y enhorabuena que lo somos y no como vos que ni sabéis qué decir para aparentar altos y buenos estudios, agricultores huertanos y a fe mía que nunca he conocido, pues no lo existe, ningún oficio llamado proletario que es palabra muy dicha por los que como vos gustáis de mítines y hasta de maitines para convencer a las gentes pequeño burguesas de que son buenas las hamburguesas y mirad que entre las hamburguesas, como en todas partes geográficas de la Tierra, las debe haber buenas y las debe haber malas y hacedme el favor de no intentar ahora hacer creer que sos experto en psiquiatrías humanas pues sois psiquiatra de pacotilla y hasta la Pacotilla, la hija de la Sabina y que por cierto es una verdadera santa, es mejor analista que vos. Y dejando boquiabierto y sin respuesta alguna al vanidoso argentino, Don Quéjate de La Marcha, agarrando el brazo derecho de su fiel amigo Pancho Panzapatos, hizo que salieran ambos a toda marcha de La Vaquería que no era una vaquería y, encontrándose en la calle corriéronse de nuevo hacia el barrio de Malasaña a donde llegaron ya muy avanzada la noche. En llegados a la famosa plaza madrileña, que estaba en aquellos instantes tan de bote en bote que entrar en ella sólo les fue posible dando empellones a todo ser viviente que encontraron por medio, entraron en la muy mentada plaza, pues por todas partes olía a menta y no precisamente del chicle que muchos y muchas masticaban sino de ciertos brebajes extraños y raros que tomaban como si de aguamiel se tratara, los dos vieron que era verdad que en lo más alto de la estatua se encontraban un jovencito macilento y una no menos macilenta jovencita totalmente en cueros y en pie. Encorajinóse, de nuevo, Don Quéjate de La Marcha quien, sin decir ni pío doce ni éste soy yo tan siquiera, comenzó a intentar trepar a la estatua a pesar de que se resbalaba con sus botas de pocero y a pesar de los miles de gestos y aspavientos que le dirigía su fiel amigo Pancho Panzapatos. - ¡Mirad bien dónde ponéis los pies, Don Quéjate, que podéis resbalar en el momento más inoportuno y partiros la crisma en dos!. - ¡En vez de mentar tanta majadería junta que pareces una majada de atribuladas ovejas quejándose del poco pasto, y bien que huele fuertemente a menta por aquí, haz el favor de ayudarme a subir pues buen sermón voy a darles a esta desvergonzada pareja incluída la moraleja pues he de incluírla para que aprendan urbanismo y, por cierto, más les valiera trabajar en el Departamento de Urbanismo deste Ayuntamiento de Madrid que andar dando escándalo por las calles aprovechando la nocturnidad y enseñando todas sus vergüenzas que hasta vergüenza me da a mí verlas a pesar de ser un joven caballero de mil batallas. En viendo que Don Quéjate de La Marcha seguía porfiando en aquella locura de escalar hasta lo más alto de la estatua a pesar de sus resbalosas botas de pocero, a Pancho Panzapatos no se le ocurrió otra infeliz idea sino tirar bruscamente de los fundillos del gabán de color gris de su maestro y amigo; con lo cual no logró otra cosa sino que hacer que éste cayera a plomo encima dél y, nuevamente, rodasen ambos por los suelos atropellando en su caída a una guapísima mozuela madrileña que, igualmente, cayó al suelo enredada entre los dos amigos. - ¿Qué os pasa a vosotros dos?. ¿Estáis locos de verdad o intentáis aprovecharos de mí?. ¡Porque si es esto último, tal como me llamo Juanita, que doy inmediatamente aviso a la policía municipal!. - ¿Municipal?. ¿Habéis dicho, bella mozuela, municipal?. ¡Pues he de deciros que, a pesar de vuestra belleza, no somos cualquiera desos a los que tan acostumbrada estáis de tratar noche tras noche y ahora id a los municipales y decidles lo que yo os digo y hasta puedo añadir varias frases más para completar el cuadro!. - ¡O eres un descarado o estás descascarillado o ambas cosas a la vez!. Hubo de intervenir nuevamente Pancho Panzapatos. - ¡Perdonad a mi maestro y amigo, que enhoramala soy el discípulo más aventajado dél, pero es que en viendo lo que ve, le pierde el deseo de meteros a todos y a todas en cintura!. - ¡Haz el favor de soltar mi cintura, aprovechado!. Y fue tan fuerte el bofetón que la guapísima mozuela madrileña le soltó al bienintencionado Pancho Panzapatos que, de inmediato éste se puso en pie, ayudó a levantarse a Don Quéjate de La Marcha y recomenzó de nuevo la charla con él. - ¡Don Quéjate de La Marcha!. ¿No sabéis ni os habéis percatado acaso de que anda por aquí uno de esos mal llamados de oficio periodistas y que sólo son unos fotógrafos de la revista Triunfo, que es mala señal, o de Intervíu, que es señal todavía enpeor, puesto que de periodista tiene menos que Periquillo Sarmiento, y que anda por acá y por acullá sacando fotografías de todo lo que está aconteciendo en esta para mí ingrata fecha por lo que estoy cobrando y no precisamente a sueldo me refiero sino a golpe tras golpe y dispuesto a que salgan en portada del citado Triunfo quizás?. - ¡Qué triunfo, Pancho, qué triunfo!. - ¿Estáis mal de los tornillos mentales por causa de la caida?. ¡No digáis más insensateces!. ¿Os imagináis que si tal cosa ocurriera, oséase que saliésemos en la portada de Triunfo, que vamos a ser la risión y la comidilla de todos los vecinos y todas las vecinas de Los Ventorrillos en cuya pedanía sería mejor habernos quedado?. - No se os ocurra empezar de nuevo... - No, Don Quéjate, que en esta ocasión no se me han revuelto las tripas ni me suenan para nada pero la cara me arde más que un caldero de carne de cabrito puesto al fuego... ¡y vaya fogosidad la de esta madrileña repartiendo leña!. - Enhorabuena me hacéis entrar en razón porque, de lo contrario, y no os falta razón agora, hubiese sido peor el remedio que la enfermedad. Pusierónse los tres en pie a un mismo momento y Don Quéjate insistió en ligar con ella. - ¿Vos sóis de por aquí acaso o acaso venís de alguna alquería?, o sea quiero decir que si sois gata de Madrid de nacimiento o acaso leona de León afincada por acullá, por ejemplo... - ¡Que os aspen a los dos y darle gracias a vuestras abuelitas de que no os ponga una denuncia por persecución de género!. - ¿Genio?. ¿Habéis dicho persecución de genio?. ¿Es que en verdad creéis que vuestro genio conjugaría, por ejemplo, con el verbo amar junto al mío?. En creyendo la guapísima mozuela madrileña que Don Quéjate de La Marcha estaba intentando tomarle el pelo soltóle otro muy real guantazo; pero él, diestro como era en esto de esquivar, salvo cuando le daban de verdad, los golpes, agachóse con tan mala fortuna para su fiel amigo Pancho que la bofetada estalló en la otra parte de la su cara; con lo cual las dos partes de la su cara quedáronse enrojecidas. - ¡Váyase lo comido por lo servido!. Y en diciendo tal dicho muy popular en la capital de España, la guapísima mozuela madrileña se les escapó a ambos y perdióse entre las gentes allí reunidas. - ¡Ved que no es bueno, amigo Pancho Panzapatos, ponerse colocado y bien colocado estábais, demasiado cerca de la lumbre cuando alguien la está atizando y bien que te ha atizado por cierto!. - ¡Dejad los dichos cervantinos o no cervantinos, quevedescos o no quevedescos o garcilopenses o no garcilopenses, para otra mejor ocasión y volvamos ya a Los Ventorrillos, por caridad!. - ¿Qué dices de la Caridad?. ¡Tampoco yo conozco a nenguna!. - Se dice ninguna... - ¡Nenguna o ninguna vienen a ser lo mesmo felón; pues es felonía tuya decir que yo conozco a Caridad!. ¡Jamás en mi vida he conocido a nenguna o ninguna mujer con ese nombre o, al menos, no la retengo en mi memoria y eso que yo no retengo a nadie que no deseen mis recuerdos rememorar!. Y ahora, dejándose de tanta pendejada y media porque sólo nos falta media pendejada más para tener dos pendejadas completas y conste que no me refiero a esas que tú ya sabes y que por decoro non pronuncio no vaya a ser que se nos enfade alguna dellas... ¡cantemos, amigo Pancho, cantemos como si esta fuese Nochebuena para olvidar que más bien nos ha salido Nochemala!. En diciendo tales cosas, algo incoherentes todavía debido a los golpes recibidos en sus repetidas caídas al suelo, encaramóse Don Quéjate de La Marcha a una farola sita en la dichosa plaza donde todos parecían estar dichosos, y comenzóse a cantar, en voz muy alta, que hasta los vecinos asomábanse a las balconadas para escucharle mejor, La Internacional pero a su modo, manera y buen entender. - ¡¡¡Unamos todas nuestras fuerzas... en pie famélicos por beber... ni en juez, ni en cura, ni en banquero... habemos todos que creer!!!. - ¿Estáis loco de verdad, maestro y amigo Don Quéjate?. ¡¡Bájese de inmediato y a ser posible ya mesmo de esa dichosa farola no sea que nos descubra el fotográfo!!. De nuevo volvió Pancho Panzapatos a tirar fuerte de los fundillos del gabán de color gris de Don Quéjate de La Marcha y de nuevo rodaron los dos por los suelos antes de poder levantarse mientras un gran corrillo de jóvenes y jovencitas no salían de su asombro al verlos tan renqueantes pero con tanto ánimo por festejar no sé qué causa ni cualesquiera motivo. Una vez ya recuperados de los nuevos golpes, pudiéronse poner de a pie a fuerza de mucho ánimo que se daban el uno al otro y, una vez erguidos lo más que pudieron, que no podían erguirse ya demasiado por cierto, comenzáronse ambos mutuamente a sacudirse de lo lindo, como si estuvieran dando con estera a una manta, para quitarse el polvo de las sus ropas. Esto llamó más aún la atención de los allí reunidos y ante las risas de las mozas y la no tan mozas y la sorpresa de los mozos y no tan mozos, se les acercó otro esperpéntico sujeto ataviado con chaqueta y pantalón de cuero de color negro, botines de charol, imperdibles y pinzas de sujetar la ropa puesta a secar colgados de las solapas de la chaqueta, pendientes de mujer en ambas orejas y una argolla en la parte separadora de las fosas nasales, con la color de su rostro más blanca que la leche. - Me llamo Monchito y soy uno de los líderes de la movida madrileña... - ¿Que os llamáis Monchito?. Amigo Pancho... ¿ha dicho que se llama Monchito o ha dicho que se llama Machito?. Porque en verdad te digo que si se llama Monchito bastante tiene de mocho y pudiera ser hasta verdad pero lo de Machito lo dudo según ven los mis dos ojos. - Como buen secretario que soy de vuestras venturas y mis desventuras por hacer caso a vuestras venturas por supuesto que supongo que ha dicho Monchito o ha querido decir Monchito que es lo mesmo. - ¡Escuchadme bien si queréis escuchar algo de mis sabidurías varias o escuchadme tan mal como yo os escucho a vos, que tengo que deciros en menos que cante el gallo más cercano a acullá que en viendo la color de vuestra cara en verdad que debéis ser mamoncito en lugar de mocho y la verdad debe llevar mi fiel amigo y hasta muchas veces secretario sin sueldo pues muchas veces llevo sólo calderilla y me da pena pagarle en céntimos!. - ¡Bueno sería que me pagáseis de alguna manera... aunque fuese con cheques sin fondos como hacen muchas gentes hoy en día... por el trabajito de tener que escribir vuestras venturas por estos pagos!. - No hables a deshora, amigo Pancho, pues como dice mi abuela, si deseas que te abone espera a que alguien me done. - ¿Estáis ambos sonados o estáis ambos tronados?. - Ni sonados ni tronados sino bien entonados pues ya habréis escuchado cómo canto y cómo dirige mi amigo el canto con sus maravillosos gestos... pero decidme ya lo que queréis de nos pues somos bien hombres y no como otros que más parecéis locas que locos. ¡Válgame Dios, qué pinta!. Por cierto, ahora que hablo de pinturas, ¿os pintáis como dama muchas veces o sólo cuando se os da por jugar a las damas con algún que otro compañero tan loca como vos?. Yo, para decir las verdades más claras de la noche, he oído hablar alguna vez de esas en que me da por oír tonteras, tonterías, bobadas o como mejor os guste llamarlo, ya conozco cómo acaban las locas y los locos que les siguen el juego a las locas. Y hablando de pintas... ¿sois acaso de Pinto?... ¿o sois, como paréceme a mi, de los de entre Pinto y Valdemoro?. Vos me entendéis... ¿verdad?. En verdad os digo que he hablado bastante claro aunque, como es menester en estos días, lo haya hecho con eufemismos porque si dijera las palabras verdaderas quizás se asustaran los más pequeños y las más pequeñas de todas estas barriadas con barricadas incluidas. El llamado Monchito sacó un par de collares de perlas y, haciendo caso omiso de las sensatas palabras de Don Quéjate, hizo ademán de ponérselos en el cuello a los dos. - Como soy el juez de la fiesta os nombro los más ácratas de los aquí reunidos. - ¡Pare el carro compadre o comadre o vaya usted a saber qué y deténgase las manos no vayan a comenzar a funcionar las mías!. - Pero esta vez apunte mejor, Don Quéjate, no sea que vuelva a enconfundirse y vuelva yo a tener que pagar los platos rotos. Don Quéjate, sin hacer caso alguno a la petición de su fiel amigo Pancho, intentó comenzar de nuevo con sus peroratas. - Nosotros dos no somos carotas... - No nos ha llamado carotas sino ácratas, Don Quéjate. - ¿Otra vez esa desquiciante y desquiciosa palabreja que no he oído jamás salvo en esta aciaga jornada?. ¿Qué dice este mamoncín que en verdad debe estar mamando de verdad?. ¿Nosotros dos ácratas?. ¿Os habéis mirado bien a un espejo de esos que hay en cierta cafetería madrileña aledaña al Gijón, y no me vengáis con el cuento que sois seguidor del Gijón pues vos parecéis más seguidor de la Jijonenca; o en alguno de esos espejuelos que soléis llevar dentro de esas bolsitas que algunos llaman mariconera y perdón por la palabra pero eso es lo que dicen algunos?. En verdad que estoy cansado de escuchar palabras tan absurdas como guay y troncho cuando os referís a las personas y mirad que me entroncho de risa cuando os veo a todos y todas, tíos o tías, primos o primas, o sobrinos o sobrinas o los parentescos con los que os deséis nominar, canturrear estas canciones que ni sabéis que significan ni por supuesto las cantáis con la buena voz que es necesario tener para ello. Para saber cantar hay que saber lo que se dice y endemostrar que es verdad. - ¿Ser verdad el qué?. - Escuche, mamoncín o mamotreto, que lo mesmo me da que lo seáis o no, pero sólo se lo voy a mentar por una vez y amén. Ser de verdad un hombre y, para conocimiento con causa de vos y toda vuestra clientela o tribu de seguidores y seguidoras como en peor os nomináis porque las tribus no eran tales como vos decís que sois... no es ser como vos sino como, por ejemplo, El Cid Campeador. ¿Habéis clarificado vuestros sesos o no sois capaz de entenderme puesto que campeais según os place y no andáis más allá que ser un pellejo en forma de cuerpo como de pájaro bobo en versión felina?. Alguien de los allí presentes, oculto entre la masa, comenzó a gritar como un desaforado o como si hubiese visto al fantasma de Nôtre Dame de París. - ¡Saporisti!. ¡Saporisti!. ¡Saporisti!. - ¿Saporisti?. ¡Qué diantres dice, amigo Pancho, ese tal tirillas que se esconde entre la masa desmasada que más que masa parece masón por la de cosas raras que hacen todos estos primos de las primaveras y que me perdone la Cruz Roja por lo dicho, que se las dan de calaveras y ved que hasta calaveras llevan pintadas para nos amedrentarnos. Más parece el grito de un lagartijo y mira bien que hay muchos lagartos y lagartas por enrededor nuestro!. ¡Dicen las mayores bobadas que mis orejas hayan escuchado jamás!. ¿Y ésta es la muy tan famosa movida madrileña?. Algunitos, por lo pequeños de mentalidad que son, las sueltan como pedradas de gitanos escondiendo las manos después de tirarlas que como les cojan los grises los van a desollar vivos, con tal de pasar a La Fama más afamada que existe y se vuelven famélicos del todo. Pero has de saber, amigo Pancho, que en esta contemporánea edad el ver a tantos quisquillas empronunciándose como sabios líderes de no sé que extraña revolución que más parece involución pues están regresados a la era de los homínidos y las homínidas, me lleva a tomar cartas o naipes o barajas o lo que sea de modo como más guste a cada consumidor de estos consumidores drogatas de cubatas y otras cosas que no pronuncio pues a fuer de ser feas tampoco riman con drogatas y cubatas!. ¡Y mira, amigo Pancho, la de feas que nos salen al paso que como sigamos así era mejor no habernos venido!. ¡Por mis tatarabuelos, que sabían perfectamente discernir la diferencia existente entre quisquillas y quisquillosos, que las unas son comestibles y los otros no, y no os sigáis sonriendo que esto va de muy en serio y de mal en peor y ya veremos dónde acabamos esta noche, pues no es la mesma cosa una sabrosa quisquilla cuando el hambre es mucha que esto de ser quisquillosos como estamos viendo con los nuestros ojos y oliendo con las nuestras narices!. Y ahora marchemos marchosos y cuidado con las alcantarillas no vayamos a entropezar de nuevo que ya no tengo ganas de volver a caer junto contigo y si caemos, por favor, que sea bien apartados para no tener que sobarnos las ropas de nuevo mutuamente que damos mal ejemplo a los niños y las niñas que eso son en realidad toda esta chusma que nos rodea. Sí. Niños y niñas de tan mal crianza que, a pesar de sus muchos años que tienen la mayoría, parece esto la guardería infantil de los madriles. - ¡Cuando habláis desa manera me convencéis mejor que esas peroratas del Agustín, y no me refiero al de Hipona, que se las da de profundo filósofo existencial o existencialista que me da lo mesmo, pero que sólo sabe soltar hipos pues hipopótamo parece de tanto como se le da de bien el beber!. - A mi buen parecer, amigo Pancho, debe ser un roncero parecido mesmamente a un ranchero de granja rudimentaria por lo basto que es con su seudo filosofía que más parece vanidad que otra cosa. - Cierto es que me ofusco cuando le oigo hipar. - Y ahora abrid bien los ojos no vayamos a tropezar, sin brújula alguna pues marineros todavía no somos ni tampoco camperos de momento y que bueno sería que hubiera ya aquí El Campero para cenar algo, con alguna bruja; no vayamos a pisarle sin querer los juanetes y nos monte el pollo o nos de la barrila. - ¿De dónde sacáis esas palabrejas?. - De las más raras que escucho a tanto energúmeno dándose de ilustre de las gramáticas pardas. - Es verdad que es encierto lo que decís, Don Quéjate de La Marcha, que en esta movida madrileña los hay que les da por filosofar sobre cosas divinas haciéndolas humanas y sobre cosas humanas haciéndolas divinas que hasta alguno llamado Ramón debe creerse el mesmo Valle-Inclán revivido y vaya revival que se está armando en nuestro redor. - Se dice enrededor. - No me enredéis más, Don Quéjate, por favor, y salgamos ya de aquí que tantos grandilocuentes existen por sus modos y maneras del decir pero tienen las cabezas más huecas y más vacías que nuestros estómagos que ya llevamos jornada y media sin poder dar bocado sabroso alguno. - Si os referís a lo que yo estoy entendiendo no te debes desanimar, amigo Pancho, y veamos qué se puede encontrar por otros lugares de esta famos villa y corte. El diálogo entre amobos fue cortado por el mequetrefe de la casaca roja que se les volvió a presentar como fantasma en medio de la noche y en verdad que parecía un fantasma por la su manera de hablar. - ¡Salud, camaradas, salud!. ¡Deprisa!. ¡¡Han vuelto los grises!!. - ¿Pero se puede saber, hombre de Dios si es que creéis en Dios u hombre de Neandertal si es que no creéis en Él, por qué no hacéis otra cosa que llamarnos camaradas cuando la realidad dice que somos de camadas diferentes y bien diferenciadas por cierto?. - ¿Es que de verdad no sois ácratas?. - ¡No!. ¡No somos tan carotas como vosotros!. Pero... ¡ay de vos cuando se os caigan las caretas de pura mugre que ya están por los muchos años que las lleváis puesta, y todos vean y descubran como nuevos Colones y no os coléis tanto con nos, que de la Acracia sabéis menos aún que de la Panonia; que mas os valiera saber un poco de Geografía e Historia y se dice Geografía e Historia y no Geografía y Historia como estoy seguro que decís, para aprender que la Panonia es de la Europa Central y la Acracia ni existe. - No, maestro y amigo Don Quéjate de La Marcha, no nos ha llamado carotas sino ácratas que, a pesar de mis pocas lecturas, he podido ensaber que quiere decir, si me equivoco que Santa Rita Rita me perdone pero lo que se dice no se quita o lo que se da no se quita o lo que se regala no se quita o como se diga el susodicho dicho, que desean destruir todas las enstituciones establecidas legalmente, democráticamente y hasta estoicamente. - No se dice enstituciones sino instituciones como no se dice Enstituto de San Isidro sino Instituto de San Isidro, amigo Pancho Panzapatos. Que mas le valiera a alguno envolver a volver a estudiar en dicho Instituto a ver si enreptitiendo curso tras curso pueden ser, alguna década destas, bachilleres en pro y no bachilleres en contra pues todo lo que va en contra de Natura va en contra de Dios y por eso estas jaranas que se arman más parecen retortijones de incultos que revoluciones de sabios. El mamarracho de la casaca roja ya no pudo aguantar más a los dos amigos. - ¡Me piro!. Despidióle Don Quéjate de La Marcha como bien creía él que se lo merecía. - ¡A Dios rogando y con el mazo dando!. Marchaos bien lejos de nos porque en verdad que o estáis piratas del todo de tanto chocolate marroquí como os metéis al cuerpo que lo tenéis más insano que las cloacas de Roma del tiempo en que las ratas pululaban por allí o en verdad sois más necios que aquel que se quito montar en burro subiéndosele por las sus orejas y encontrándose tan apurado vinose al suelo del tanto vino que llevaba entre pecho y espalda, que fue la risión engeneral de toda nuestra pedanía. Estábase despidiendo Don Quéjate cuando, de repente, como salidos de la niebla, se les presentó una pareja de la guardia civil de los cuales el que era sargento llevaba la voz cantante y el otro parecía más bien mudote. - ¡A ver!. ¡A ver!. ¡Ustedes dos!. ¡Identifíquense antes de que los disolvamos!. Don Quéjate de La Marcha no arrugó su ánimo sino que púsose flamenco del todo. - Disolvernos es cosa imposible pero identificados somos lo bastante hombres para ello... ¿o no estáis viendo nuestras lozanas caras de buenos murcianos?. - Cierto es. Y la de vuestro amigo la veo bastante colorada por cierto... ¿a qué se debe ello?. - Mejor haríais en no recordárselo porque no ha sido precisamente por comer mucho azafrán ni beber mucho vino sino por el tute que lleva encima. Y como yo digo cuando no hay pan buenas son las tortas. - ¡Callad, maestro y amigo Quéjate, por favor, y no me lo enrecordéis más que no sé cuántas han sido porque ya he perdido la cuenta!. - ¡Está bien, viéndoos las caras se ve que no sois de por aquí sino, al parecer, como dice usted, debéis ser dos buenos murcianos!. Pero o me decís vuestros nombres u os disuelvo como me ha pedido el capitán. - ¡Y qué clase de capitán es ese que no sabe que a las personas de bien ser y de bien estar es imposible que se les disuelva!. - Miren. Nosotros no queremos discutir y hacemos lo que nos mandan y si lo que nos mandan es que o nos decís vuestros nombre u os disolvemos pues os disolvemos y ya está. - Pero señor sargento o lo que sea el mando que tengáis... ¿acaso lleváis un talego de sosa caustica para endisolvernos porque a fuerza de palos no ha de ser porque en ese caso nosotros también sabemos repartir aunque todos los golpes vayan siempre al mismo lado?. - ¡Que por favor, maestro y amigo, no me lo recordéis tanto y para evitar que los golpes vayan siempre al mismo lado, que bien que lo he aprendido esta noche, yo me llamo Pancho Panzapatos y él es el muy afamado, en la escuela de Los Ventorrillos, maestro Don Quéjate de La Marcha. - Está bien. Me lo creo porque se os ve de buen talante aunque algo pardillos. Don Quéjate de La Marcha sintióse picado en su honor. - ¡Si de pardillos hablamos he visto ya muchas cosas en la vida para deciros que los de los picos pardos no somos nosotros!. - Dejemos ya el asunto pues no tengo muchas ganas de reír. ¿Tenéis alguna fonda donde dormir esta noche?. - Ni fonda ni funda... pues no hemos tenido ni tiempo ni ganas de encontrar alguna pero daría todo mi peso en oro, que aunque no es mucho si lo es ensuficiente, por encontrar una funda plástica para visitar a Morfeo. - ¿Estáis bien de la chinostra?. - ¿Chinostra deriva de chino y ostra?. Porque si deriva de chino y ostra entonces os he de decir, gran señor del tricornio algo torcido y a ver si os lo colocáis un poco mejor para mejor lucirlo, pues estamos en ostracismo agudo y hemos de evitar entrar en ostracismo crónico. El sargento se dirigió entonces al mudote. - ¿Qué está queriendo decir?. El mudote no dijo palabra alguna y se encogió de hombros. - ¡Está bien!. ¡Por mi tricornio que estoy cansado de tanta charla incomprensible!. Si no tenéis fonda donde dormir... ¿tendrías la amabilidad de aceptar pasar esta noche en el cuartelillo de Carbanchel Bajo?. - Bien bajo me parece tal asunto... pero hagamos de tripa corazón y de corazón chinostra como decís vos y vayamos al cuartelillo a pasar un buen ratón de dichos y diretes. El sargento se volvió a dirigir al mudote. - ¿Está loco de verdad o se está haciendo el loco?. El mudote no dijo palabra alguna y se encogió de hombros. - Adelante pues. ¡Vamos los cuatro para el cuartelillo!. Y dirigiéndose al coche las dos autoridades ocuparon los asientos delanteros y nuestros dos amigos Don Quéjate de La Marcha y Pancho Panzapatos ocuparon los asientos de atrás. Al instante puso el sargento de la guardia civil la sirena y, rápidamente, se abrieron paso entre tanta chusma con dirección a Carabanchel Bajo.
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