La búsqueda del fin
Publicado en Sep 05, 2011
El aroma a carburante y hierro quemado se incrusta en mis fosas nasales. Las chispas
que despiden las ruedas del tren subterráneo son para mí como para la gente normal un hermoso atardecer de verano. ¿Y quién es normal? ¿A quién se le puede considerar normal? Términos abstractos para definir a los hipócritas. Con mis botas militares que dictan el peso de la disciplina y mi cabeza a medio afeitar para llamar una atención que nunca me gustó. Simplemente he tenido que elegir una tribu fácil de manejar. Ignorantes. Idiotas. Pero esta ropa simplemente es uno de los disfraces que utilizo para moverme por el juego del mundo. Cambié el suicidio por la violencia gratuita y la libertad de acción. ¿Para qué acabar conmigo si puedo hacer lo que me dé la gana y que otros hagan el trabajo? A las siete de la mañana, la gente “normal” va a trabajar y nosotros venimos de dar vueltas por ahí, destrozando todo lo que se nos pone por delante, incluidos nosotros mismos. Miro a la derecha y allí sentado hay un tío feo con cara simiesca. Cuando me ve se le abren los ojos como platos y rápidamente mira para otro lado. Mi cara está desfigurada por los golpes. Me faltan un montón de dientes. Casi no puedo abrir el ojo derecho de lo hinchado que está. Me acerco a él lentamente, para que vea el desastre inminente. Como cuando ves un coche acercarse y un segundo antes hubieras podido esquivarlo y un segundo después ya no. Y has tardado en reaccionar un segundo. Un jodido segundo que separa tu vida de tu muerte. Me acerco y le pego un rodillazo en la barbilla con todas mis fuerzas y la punta de su lengua sale disparada hacia arriba, como si tuviese vida propia y quisiera huir del cuerpo que le ha sometido a la esclavitud durante tanto tiempo. Con la otra rodilla le pego en la sien. El pobre se queda inconsciente. Me siento a su lado y cierro los ojos en busca de la tranquilidad. Como si la oscuridad pudiese brindarme el paraíso que sé que no existe. Espero que vengan las fuerzas de seguridad y me golpeen con sus porras. Que me golpeen fuerte y no paren. Así podrán darme el merecido descanso que yo no he sido capaz de proporcionarme.
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