Confesión
Publicado en Jul 16, 2009
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CONFESIÓN
 
"Entre lo que creas ser, y lo que eres
hay un desafío...
Entre lo que dices que eres, siendo...
Seguramente una eternidad de discordancias...
Siempre serás mejor de lo piensan
Y un poco diferente a lo que crees"...
MARINA VARELA
"DEL SER AL HACER"
Ediciones del Clé - 1997
La iglesia estaba vacía, como vacía está la fuente frente a la casa de Samuel. Pero en realidad no está vacía, la llena un sacro y poco pomposo silencio. Un silencio que aprecia siempre Raquel. Por eso, Eduardo, cada vez que ingresa a la inmensa concavidad de la iglesia parroquial siente que entra al caluroso vientre de la protección celestial. Cada paso que da, se repite mil veces en el eco reverberante  de la nave. Como mil pedazos de vidrios pintados componen el artístico y rico vitral. Es una soledad que conmueve. Pero en realidad Eduardo, no está solo, al fondo de la iglesia, o mejor dicho frente de ella, aunque a él le parezca el fondo está el cura esperando a los pecadores: silencioso, parco, con la mirada penetrante, inquisidor, tranquilo. ¿Aburrido? ¿Los curas se aburren cuando esperan a los feligreses para que se confiesen? Eso es poco importante, él esta ahí para que ocurra el milagro de la fe: cada vez que un ofensor vierte en el cántaro del oído del cura sus pecados que en nombre de Cristo son oídos, parece que derrama, pero en realidad bebe el elixir de la gracia divina, del perdón que saciará la aridez de su alma.
- ¡Ave María Purísima!
- Sin pecado Concebida
Ambos hablan en forma susurrante (tal es el modo), tanto el feligrés como él sacerdote.
- Padre, no he pecado mucho, tal vez solo un pecado tengo y lo vengo a contar para estar en Gracia con Dios.
- Cuenta hijo, cuenta...
Eduardo comenzó el relato, hincado de rodillas sobre una dura tabla que laceraba lentamente sus rodillas y que trataba de atenuar al apoyar sus codos sobre una baranda del confesionario:
- Era Padre, una soleada mañana de otoño, abandoné un minuto la oficina y el eterno trajinar del trabajo. Aún no era hora de irme, pero sentí unas ganas enormes de beberme la tibieza de febo y respirar el aire fresco. El umbral me pintó el alegre y pintoresco cuadro de la cotidianidad: gente yendo y viniendo, autos, pájaros, ruidos, la ciudad.
- Hijo, hasta ahora no veo que hayas cometido pecado.
Le ruego, Padre, téngame paciencia, que mucho, realmente mucho me ha costado venir a confesarme.
- Adelante, hijo, cuéntame...
- Ella me vio y a propósito cruzó la calle, buscando el pretexto para saludarme. Yo la ví, crucé la vereda y me puse al borde del camino buscando el pretexto para saludarla. Nos vimos, nos saludamos. Como un tonto adolescente (fue cuando el cura levantó la negra cortina de la casilla y descubrió las canas del confesor); le pregunté su nombre, le dije el mío, aprecié su salvaje y juvenil belleza, expresada en sus labios perfectos, su cuerpo esbelto y joven...
Largo silencio...
- Sigue, hijo, sigue...
- Alenté mis ansias y le pedí una cita, me correspondió y consumamos el amor en delirios de dulzura, en fin padre, fui débil y vengo a que me perdone.
Largo silencio, nuevamente
- ¿Eres casado?
¡Si Padre!
(Silencio)
- Ella (pausa), ¿es casada?
(Silencio)
- Sí, Padre.
(Silencio)
- Bien... - Dijo el cura - ¿estás arrepentido?
(Silencio)
- Ese es el problema, Padre, no puedo arrepentirme, de apreciar que en esa mujer hay un alma sencilla y buena y como yo con Ud. hoy me confieso, ella me confesó su penosa vida de hija, esposa y aún así es una alegre madre que da la vida por sus hijos y aún sabiendo como yo que era pecado nuestro encuentro ha sido la luz de un pequeño sol en su vida amarga y oscura, llena de tribulaciones...
Largo silencio
- Padre, Padre... ¿está ahí?
- Si hijo estoy aquí. Solo quiero decir que a las nueve viene el Párroco, confiésate con él, yo no puedo perdonarte de nada, pues no te creo culpable ni en nombre mío ni Dios.
El silencio en la parroquia se hizo más denso, casi se oían los latidos de los corazones del feligrés y el cura. Un Ángel travieso sonrió.
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Foto del autor Diego Luján Sartori
Textos Publicados: 209
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Descripción

- Era Padre, una soleada mañana de otoño, abandoné un minuto la oficina y el eterno trajinar del trabajo. Aún no era hora de irme, pero sentí unas ganas enormes de beberme la tibieza de febo y respirar el aire fresco. El umbral me pintó el alegre y pintoresco cuadro de la cotidianidad: gente yendo y viniendo, autos, pájaros, ruidos, la ciudad.

Palabras Clave: Cuento amantes confesión iglesia

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos


Derechos de Autor: Diego Luján Sartori

Enlace: dielusa@hotmail.com


Comentarios (6)add comment
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Diego Lujn Sartori

Jorge

amor total a lo que hago... te invito a leer retrospectiva y tengo cincuenta años, poema andariego y la mujer del río en poesía.

Saludos

Diego
Responder
August 29, 2009
 

JORGE MARTIN

Muy buen texto, se nota cierto amor por lo que haces y como escribes... Saludos.
Responder
August 29, 2009
 

Diego Lujn Sartori

Gracias Norma

estaremos en contacto

Diego
Responder
August 29, 2009
 

norma aristeguy

Qué bueno! pude sonreir todo el tiempo, pude imaginarme al cura, que no era, y llegando ya al final, la sorpresa que extiende más la sonrisa.
Gracias por conocer tu trabajo. Me sirve mucho tu habilidad, también para el espíritu.
Cariños.
Responder
August 16, 2009
 

Diego Lujn Sartori

Susana: Muchas gracias. Seguiré leyendo y comentando textos tuyos.


Diego
Responder
July 19, 2009
 

Susana del Rosal

Magistral. Te leí con curiosidad que se transformó en interés y luego en avidez conforme recorría tus líneas. Supiste mantenerme hasta el final y me hiciste suspirar con un alivio grato en el desenlace. Te confieso mi admiración y te aplaudo. Abrazos.
Responder
July 19, 2009
 

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