6.- Un extrao en la habitacin
Publicado en Sep 14, 2011
El padre Juan estaba preocupado. La historia de Isaac estaba tomando un giro peligroso, y se preguntaba por qué había sido incapaz de anticiparlo. Solía ser un consejero certero y precavido con sus alumnos, pero ahora sentía el peso de la edad en las múltiples labores que realizaba en el convento.
Observó al muchacho que tenía enfrente. Reconocía que le estimaba más que al resto de los alumnos, le quería como a un hijo y quizá por ello, estaba más al pendiente de él y de sus problemas. •- Isaac ¿Por qué nunca me contaste esta situación con Eugene? Isaac se mordió los labios antes de responder. •- Padre, todo lo que sucedía rayaba en lo absurdo. Yo mismo me sorprendo al comentarles estas cosas. Espero que no crea que lo estoy inventando. •- No creo que mentirías a estas alturas. •- Nunca le mentiría a usted, padre, le agradezco su confianza. Y temo por mi permanencia en el convento, si hablo a usted de los acontecimientos posteriores. •- Después de lo que me has contado se impone que me relates lo sucedido a continuación. Hay en esta historia demasiados elementos sucios y riesgosos para albergarse en la mente de un niño. Un frío escalofrío sacudió a Isaac, cuyas ojeras eran ahora más pronunciadas que cuando inició su relato. "Después de esa noche, todo pareció volver a la normalidad, padre. Volvimos a la rutina de siempre. De no ser porque Eugene seguía conservando su extraña voz, yo habría considerado todo aquello como una horrible pesadilla pasajera. No volvimos a tocar el tema hasta después de tres semanas, cuando alguien más empezó a padecer situaciones fuera de lo común. Una madrugada, sorprendí a Ben rezando a media voz. Pensé que había vuelto a sus terrores nocturnos, cuando extrañaba a su familia. Me acerqué y hablé para calmarlo. Ben pareció tranquilizarse cuando me vio. •- Isaac, hay un señor en esta habitación. •- ¿Estás seguro? •- Sí, ya tiene cuatro noches viniendo. Se pone a un lado de mi cama y me pregunta cosas. •- ¿Lo ves ahora? •- No... acaba de marcharse. Me senté junto a su cama, observé que estaba asustado. Tanto, que parecía haber entrado en un trance hipnótico. Tenía los ojos fijos en el techo y no se atrevía a moverse, como si de ello dependiera su vida. •- ¿Cómo es ese señor, Ben? •- Es muy alto... nunca le puedo ver bien la cara. Creo... que es un fantasma. Ben es el más imaginativo de nosotros. Es un niño y fácilmente se sugestiona. Pensé que era víctima de alguna historia fantástica que había escuchado. •- ¿Qué te dice Ben? •- Me pregunta sobre mi familia, sobre mí, sobre mis pasatiempos favoritos. Pero hoy me preguntó si quería ir pronto al Cielo. Esto no me gustó en lo absoluto. •- ¿Te preguntó eso? •- Dice que la mejor parte de la vida es ser niño, que después vienen cosas muy desagradables. Me dijo que la vida será difícil y complicada cuando sea mayor. Por ello me pregunta si estoy dispuesto a acompañarlo al Cielo antes de crecer. Aquello me sonaba a completa locura. Desde luego, no era nada relacionado con Ben. Era un chico soñador, alegre y positivo. Nunca pensaría en un tema como la muerte. Los próximos días, Ben continuó teniendo visiones. Ya no sólo de noche, me llegó a comentar que también de día veía a aquel extraño personaje que lo empujaba a tener ideas relacionadas con la muerte. Luego, una noche, me despertó. •- ¡Isaac! ¡Isaac! Era casi de las pocas veces que lograba conciliar el sueño, así que tardé en despabilarme. Ben estaba allí, petrificado nuevamente en su cama, mirando fijamente hacia un punto con los ojos muy abiertos. •- ¿Qué sucede? •- ¡Míralo, allí está! ¡Es él! No ví nada en derredor. Isaías y Eugene dormían profundamente en sus literas. •- ¿Se ha marchado? •- ¡No, aún no! •- No temas, no parece que quiera lastimarte. •- ¡Ahora lo veo con más claridad que otras veces! •- Pregúntale qué quiere, Ben. No ví a Ben mover los labios para hacerle la pregunta. Sin embargo, me respondió: •- Dice que te conoce, que ya te ha visto en otra parte. Me sorprendí de sus palabras. •- ¿En serio? ¿Cuál es su nombre? Ben volvió a fijar su mirada en aquel punto invisible que no alcanzaba a entender. Y luego pronunció un nombre que me heló la sangre - Dice que se llama Alistair M."
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Antonio JImenez Villa
ANTONIO J.
Carlos Campos Serna
Saludos
sartre
Verano Brisas