Eran las diez de la mañana.
Me detuve junto al baño, con mi garrote en la mano y espié cada rincón de éste.
En la madrugada había sorprendido al mutante cerca del excusado. Se supone que es más poderoso que cualquiera de nosotros, pero no me vio. Creo que es ciego.
Podía ver que era una especie de larva, no alcanzaba todavía la madurez. Era asqueroso, con grandes patas largas y un color brillante que marcaba extrañas estrías en su espalda. Se movía con torpeza, como si recién emergiera del centro de la tierra. Aún así era grande, más de los que yo me había acostumbrado a ver.
Sus sensores no advirtieron mi presencia, por lo que tuve oportunidad de colocarme en un punto estratégico y desde allí le ataqué.
No acostumbro tener miedo con estas criaturas. Si yo tuviera miedo me encontraría en desventaja y no es eso lo que quiero, pues me aniquilarían sin remedio.
Lo dejé en el piso, muerto al parecer. Me retiré a mi habitación, con el cansancio en los ojos. Ya mañana me desharía del cadáver.
Sin embargo, en la mañana no estaba.
Un presentimiento vago me invadió. El monstruo no estaba muerto. Vivía aún cuando lo dejé allí o resucitó de alguna manera.
Guardé profundo silencio, tratando de captar algún sonido extraño en el cuarto de baño. Mientras hacía conjeturas acerca de lo que había pasado.
Si la criatura era inteligente, se habría marchado de allí con las pocas fuerzas que le quedaban. Yo habría hecho eso, de haber sobrevivido a un furioso ataque. Si tenía sentido común, probablemente en la noche habría emprendido una penosa huída en busca de auxilio. Aunque posiblemente tardara en recuperarse, pues le di una paliza para recordarse.
Fue entonces que en la juntura de la puerta vi algo moverse. Una enorme y larga asomó entre el marco y la pared, tratando de ocultarse.
Sobrevivió, pero seguía allí y sabía que no podía alcanzarle en el lugar donde se había metido.
Parecía muy decidido a quedarse allí en el cuarto de baño, a recuperarse y a instalarse allí para marcar sus dominios.
Salí del cuarto de baño. Durante quince minutos permaneció allí, esperando que el peligro pasara. Su nuevo escondrijo le daba cierta seguridad, pues consideraba que aunque le hubiera descubierto, su vida no volvería a correr peligro.
Fue cuando volví a alcanzarle, con un garrote más pequeño.
Luego, para no correr más riesgos, me deshice del cadáver.
 FIN