No lo suficiente (Diario).
Publicado en Oct 10, 2011
La vida me asía a tu esperanza todavía verde de mujer; pero nunca te quise o, al menos, no lo suficiente como para decir que más allá de ti no había otra. Como un fragmento de aventura sofocante me entrabas en el amor dándome igual si eras sincera o si eras falsa. Todas las monedas que usamos los enamorados tienen dos lados opuestos y tú eras la cruz. Había otra más bella, más sincera y más callada, que era la cara de aquella misma moneda lanzada al aire de los tiempos conspícuos en que ser tu enamorado no iba más allá de una vana ilusión, pasajera, perteneciente a un mundo del que yo no estaba enamorado.
Los conciertos de tus compañías no eran para mí ningún canto de alabanza y, más allá de todos ellos, yo aún seguía siendo el que no se quejaba porque, en realidad, nunca te quise o no lo suficiente como para adentrarme en la locura de tus besos. Ni tú ni yo estábamos con el mismo acento circunflejo de los verdaderamente enamorados. Tú eras la cruz de la moneda lanzada al aire y la cara, la verdadera cara de mis sueños, era Ella. Nosotros, al fin y al cabo, sólo fuimos dos pasatiempos nada más; algo así como colocar una palabra parafrásica para formar un círculo totalmente incompleto. El verdadero amor se sueña primero y se vive después, pero no se debe imaginar... porque tú eras, en realidad, la imagen de una quimera en cuyo mapa no estaban trazadas las rutas de mis caminos. Eramos, por lo tanto, dos incógnitas imposibles. A medida que te diluías en la diáspora de mis sentimientos, la moneda seguía cayendo de cruz para contigo y de cara para con Ella. Y es que los poetas, a veces, creamos romances más allá de lo vivido y más acá de lo por vivir. Basta con cambiar el sustantivo para quedarnos como náufragos del alta mar esperando la llegada de la gaviota salvadora. Es cuando nos arañan las horas de los malos recuerdos que nos hacen llorar de verdad... pero es totalmente significativo para nuestras existencias que somos capaces de convertir las malas horas de los recuerdos en buenos días de gloria, cuando nos toca sonreír con certezas. Cualquier día, cualquier hora, cualquier minuto... aprendemos a saber el por qué de nuestros singulares poemas sin apenas darnos cuenta nada más de que amamos con sinceridad.
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