Sendero a Casa
Publicado en Oct 14, 2011
No se escuchaba un solo sonido aquella noche más que el estrepitoso aguacero que golpeaba sin piedad el coche. Los parabrisas se movían frenéticamente de un lado a otro, intentando sin éxito de librar de la vista de aquel hombre la inmensa cantidad de agua que parecía reproducirse sin razón sobre la atmosfera. El paisaje se desdibujaba un metro o dos más allá del auto y a pesar de que la densa bruma nublara fácilmente la vista, se podía estar seguro de que no había un alma por aquella autopista. El motor rugía secuencialmente adormeciendo las sentidos de aquel hombre y aquella mujer que tensos, callaban sus pensamientos y los enterraban, sustituyéndolos por el incesante murmurar de la lluvia.
-Estás triste- musitó con voz queda la mujer, intentando encontrar el cielo a través de la ventanilla. No hubo respuesta alguna. El hombre hundió el pedal del carro intentando apremiar el paso, fuesen adonde fuesen. El paisaje, sin embargo, no cambió. -Ahora no intentes culparme ¡Por Dios! Si ha sido culpa de ambos- Intentó de nuevo la mujer sin obtener reciprocidad. Habló durante varios minutos, intentando llegar a un punto común con el hombre y poder así limpiar su consciencia de las recurrentes voces que la atormentaban, sin turbar, no obstante, el religioso silencio del hombre. Cualquiera que pudiera observar el coche desde un punto exterior, podría decir sin dificultad que no venía de algún garaje ni se dirigía a ninguna parte sino rodaba por el asfalto como un alma en pena. Después de varios minutos, indignada por el mutismo del conductor, la mujer estalló en reclamos, en gritos e insultos y en la medida en que elevaba la voz, la naturaleza parecía silenciarla con violentos chapoteos. Trip, trip, trip, uno tras otro sin que el hombre articulara sonido. Sin saber cuándo, la conversación se tornó violenta, ahora la mujer empujaba con sus puños al hombre, sollozando, reclamando respuesta a sus argumentos. Trip, trip, trip. Continuó, desesperada, golpeando las puertas, tratando siquiera de atraer la mirada del hombre hasta que la impaciencia la llevó a gritar: ¡Para!¡Para o me tiro de este carro! El hombre sonrió a sus adentros aunque su boca no cedió ni un centímetro, firme en su silencio. Como retando a la mujer, convencido de su naturaleza cobarde, hundió el pedal de aceleración hasta donde pudo y no obstante, sin pensarlo dos veces, esta abrió la puerta de par en par y salió disparada por ella. -¡Mierda!- Pensó el hombre preocupado, sin asimilar lo ocurrido. Intentó frenar, cambiando de pedal y pisándolo en repetidas ocasiones, siendo ahora el carro el que no respondía. -¡La maté!¡La maté!- Se dijo el hombre, dejando el timón y llevándose las manos a las sienes. Aún sin conductor el carro no perdió el control, en cambio pareció más firme, más recio. Llevaba años relacionado informalmente con esa mujer, la había conocido en un café de la ciudad y ahora… -La mate…- Dijo una vez más llorando desconsolado. El carro parecía descender, girar, subir, vuelta de 360o grados, izquierda, arriba de nuevo, derecha. Empezaba a sentir un terrible zumbido en los oídos, su boca estaba ¡tan seca!, si pudiera tomar un poco de agua lluvia, refrescar su lengua. ¡Y su corazón, cómo latía! ¿Llovía? El automóvil paró en seco, la puerta se abrió y La Muerte le estiró la mano, tomándolo del brazo y obligándolo a caminar con ella. Demasiado débil para resistirse el hombre caminó, cubriéndose la cara con la mano libre. Después de un par de metros de caminar de la fría y gélida mano de La Muerte el hombre bajó su mano y subió su frente y dirigiéndose apenado hacia la Parca le confesó: -La maté… 2011 ***
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